10

—¿Por qué no vienes conmigo a casa? Podemos tostar semillas de tubérculos y ver una película —le sugiero a Tamra mientras regresamos del campo de vuelo.

Todavía noto un cosquilleo por todo el cuerpo, al que siento vivo y despierto por el reciente vuelo como no lo había sentido desde… Frunzo el entrecejo, impidiendo que el recuerdo se interponga y me arruine esta nueva sensación de paz.

—Claro —responde mi hermana.

Sonrío, recordando las veladas en que mamá, Tamra y yo nos apretujábamos en el sofá a ver películas…, y luego pienso en lo poco que he visto a mi madre últimamente. Es probable que esté durmiendo, exhausta tras su largo turno. Cuando me he despedido de ella después de cenar, ha mencionado que a lo mejor se iba directa a la cama después de darse una ducha.

—Mamá podría apuntarse —dice Tamra.

—Ajá —respondo evasivamente—, si aún está despierta.

Mi hermana me lanza una mirada. Sé lo que está pensando: mamá siempre nos esperaba levantada cuando salíamos. Pero eso era antes, cuando sentía que tenía cierto control sobre nuestro mundo.

Abro la boca para explicarle la situación a Tamra, pero me detengo. Cierro la boca y aguzo el oído, examinando las oleadas de niebla lechosa que nos rodea y que es más espesa de lo habitual.

—¿Jacinda?

—Algo va mal —digo en voz baja, levantando una mano.

Aunque ninguna alarma quiebra el aire, algo ha cambiado. El pueblo está sumido en un silencio inquietante. Aún falta media hora para el toque de queda, pero por la calle no hay nadie, excepto los que regresamos del campo de vuelo. Esta noche iban a celebrar un campeonato de jako en el centro recreativo, pero cuando pasamos por allí, el edificio está a oscuras. No se oye el tintineo de las piedras preciosas que se usan en el juego. Y tampoco los habituales gritos de victoria o derrota cuando la gema de un jugador golpea la de otro y la saca del tablero.

Entonces, uno de los veteranos aparece entre la niebla. Resulta casi cómico ver a esa figura solemne corriendo.

—Tamra, te necesitan. Ve de inmediato a casa de Nidia. Deprisa.

A mí ni siquiera se me pasa por la cabeza quedarme donde estoy. Cruzamos el pueblo a la carrera, dejando atrás al veterano. Nuestros pasos retumban en el camino. Hay un pequeño grupo de personas congregadas delante de la casa de Nidia. Severin y otro veterano, dos guardias con su brazalete azul, Nidia y Jabel.

Lo que me alerta sobre la situación es la combinación de Nidia y Jabel, y freno en seco. Alguien ha traspasado los límites del pueblo.

Tamra continúa andando y luego se detiene al advertir que ya no estoy a su lado. Me mira a mí y luego al grupo, claramente indecisa. Yo no puedo hablar. No puedo decir nada. Mi cuerpo no se mueve.

Nidia y Jabel solo se unen por una razón: cuando un intruso accede al pueblo. Nidia resulta más valiosa por su capacidad de borrar la memoria, pero Jabel también es útil. Como draki hipno que es, Jabel hipnotiza, sembrando mentiras en la mente de un humano para rellenar los huecos que deja Nidia.

Los latidos de mi corazón emprenden un ritmo desesperado. El calor llamea, salvaje y ardiente, en el fondo de mi garganta.

Intento ver al intruso. En su mayor parte, me lo tapan los demás y la densa niebla. Distingo su espalda, el contorno de sus anchos hombros. Trago saliva para mitigar la quemazón de mi garganta y me acerco un paso más, con las manos cerradas en puños tan prietos que las uñas se me clavan en la blanda carne de las palmas.

Oigo pisadas rápidas detrás de mí y miro por encima del hombro. Nos han seguido unos cuantos más: Cassian, Corbin, Miram y Az…

—¡Tamra! —la llama Severin en cuanto la ve. Le grita como si estuviera dando órdenes a un animal, agitando bruscamente una mano—. ¡Ven!

Tamra se aproxima al grupo y acaba de taparme lo poquito que podía ver. Frunciendo el entrecejo, me acerco muy despacio y me quedo paralizada cuando Tamra se vuelve de golpe. Sus ojos chocan con los míos.

La sangre se acelera en mis venas.

La cara de mi hermana lo dice todo.

«No. No, no, no…».

No puede ser él.

Yo empiezo a mover la cabeza, queriendo negarlo, pero sobre todo deseando que Tamra se comporte con naturalidad para que Severin y los demás no sospechen.

Y entonces el grupo se mueve y veo a Will. Lo devoro con los ojos, que me duelen de mirarlo tan intensamente. El tozudo mechón castaño le sigue cayendo sobre la frente. Su marcada mandíbula sigue siendo tan implacable como siempre. Está aquí. Will ha cumplido la promesa que me hizo. Y luego pienso que no, que es imposible. Tamra le borró la memoria… Puede que haya llegado hasta aquí accidentalmente. A lo mejor se ha separado de su grupo y se ha perdido, hasta tropezar con nuestra niebla…

Muevo los labios, pero no digo nada. No me atrevo. Sacudo la cabeza, preguntándome si lo habré imaginado, si lo habré conjurado aquí, donde no es probable que esté.

Durante un momento me embarga la alegría, antes de que me golpee el espanto de verlo aquí, en mi pueblo, a solo unos pasos de Severin.

Will se gira para responder algo que Nidia le ha preguntado, probablemente los detalles de cómo ha terminado solo y perdido en estas profundidades de la montaña, lejos de cualquier carretera principal. Yo lo miro fijamente, distinguiendo las líneas cinceladas de sus rasgos en la profunda sombra nocturna, en la perpetua capa de niebla.

Entonces Will me ve y sé que no me reconoce sin más. Sus ojos avellana destellan con una satisfacción tan honda que sé que se acuerda de mí. De algún modo, lo recuerda todo. Ha recordado su promesa, y la está cumpliendo.

Está aquí por mí.

Afortunadamente, mi hermana deja de mirarme con la mandíbula desencajada antes de que alguien lo note y se pregunte qué le ocurre. Yo sacudo la cabeza rápidamente, advirtiéndole a Will que tenga cuidado, que no dé muestras de conocernos. Él mueve la cabeza, asintiendo del modo más imperceptible, y sé que me ha entendido.

Todas las fibras de mi ser arden de ganas por salvar la distancia que nos separa. Mis manos se abren y cierran a mis costados, ansiosas por tocarlo, por sentirlo, por sentir que de verdad es él, aquí, ahora, por que su voz vibre a través de mi cuerpo como solía. Esa caricia aterciopelada me revivía en Chaparral, me alcanzaba durante el tiempo que viví allí, llenando la longitud de mis días y, después de aquello, llenando mis sueños.

Mientras lo contemplo, todo lo demás se esfuma. El lugar en el que estamos, el peligro que aún lo amenaza…

En lo más profundo de mi corazón sé que Tamra no revelará la identidad de Will, y no solo por lealtad hacia mí. Mi hermana no es una asesina, y sabe que una palabra suya acabaría con la vida de Will. Sea lo correcto o no, ella no haría algo así. No está en su ser.

Pero eso no significa en absoluto que Will esté a salvo.

Noto un movimiento en el aire cuando alguien se sitúa a mi lado. Al girarme, veo a Cassian mirando a Will. Durante un momento, he llegado a olvidar que había alguien más que podría reconocerlo. Sigo la mirada de Cassian, respirando a duras penas; el aire está demasiado denso para llevarlo a mis contraídos pulmones mientras proceso que está mirando a Will… aquí, en su territorio, al chico al que casi mata cuando cayeron rodando por un precipicio. Una angustia mareante se me enrosca como una serpiente en la boca del estómago.

Nada evitará que Cassian concluya esa pelea. Él no es como Tamra. Matar está en su ser, en su mismísima esencia. Los drakis ónix llevan miles de años matando. Es lo que mejor hacen. Ahora mismo, en este preciso momento, estoy atrapada en una pesadilla completamente real.

Vuelvo a mirar a Will. Dos centinelas armados con los que yo iba a primaria lo flanquean como si fuera un prisionero. Si Will tiene suerte, no lo verán como es…, como lo que significa para mí. Nidia se limitará a borrarle la memoria —aunque, al parecer, no sirve para nada— y lo mandará de vuelta por donde ha venido. Eso, siempre que yo mantenga la calma; siempre que Will no se delate; siempre que Cassian no haga ni diga nada.

Lanzo una mirada temerosa a Cassian, pidiéndole en silencio que no diga nada…, que permanezca callado y salve la vida de Will.

Su expresión es tensa, casi dolida, cuando me mira fijamente. «Por favor», le suplico moviendo solo los labios. Es lo único que me atrevo a hacer mientras Miram se acerca, con los brazos cruzados en el pecho en una pose militar.

—¿Es un excursionista? —pregunta.

Sin despegar sus ojos de mí, Cassian le responde:

—Eso parece.

—¿Van a poner a prueba a Tamra con él? —inquiere Corbin en voz alta.

—Probablemente —contesta Miram, poniéndose de puntillas para intentar ver bien al excursionista entre la multitud. Yo me resisto a acercarme más, para no parecer demasiado curiosa y alertarlos de que Will y yo nos conocemos—. Es joven —comenta Miram—. Y también guapo.

—Supongo, para ser un humano —tercia Az, soltando un bufido.

—Para ser un humano, sí —coincide Miram, lanzándome una mirada ladina—. ¿Qué opinas tú, Jacinda? Tú eres la experta en humanos guapos. ¿Cómo lo valorarías?

Siento un calor hormigueante en el rostro y hago un esfuerzo por mostrarme indiferente, tranquila ante sus pullas.

—Ya basta, Miram —le espeta Cassian.

—Mirad, lo están llevando a la casa —se apresura a decir Corbin, que luego se ríe bajito y añade—: Ese tipo no sabrá qué le ha pasado.

Will no mira en mi dirección mientras lo conducen al interior de la casa de Nidia, pero sé que es tan consciente de mí como yo lo soy de él. Todo mi cuerpo vibra en respuesta. ¿En qué estaba pensando Will? Tenía que saber lo peligroso que sería acercarse a nuestro pueblo. Resulta doloroso enfrentarse a la verdad: «Por mucho que yo he intentado olvidarlo, él no me ha olvidado a mí». ¿Eso lo ha vuelto más fuerte que yo? ¿O más débil?

Todos entran excepto los dos guardias, que se quedan justo delante de la puerta. Si todo va bien, Nidia hará lo que mejor sabe hacer, ayudada por Jabel. Y Tamra también, supongo. Entonces me invade el pánico al pensar que el talento de Jabel sí podría tener efecto sobre Will. ¿Y si ella consigue que salga de aquí confundido y desconcertado, con la cabeza llena de mentiras, incapaz de distinguir la realidad de la ficción?

Me retuerzo los dedos hasta que me duelen. No hay nada que pueda hacer excepto aguardar y mantener la esperanza de que Will siga recordando.

Y luego ¿qué? Will ya sabe dónde está nuestro pueblo…, dónde estoy yo. Me ha visto. Volverá. Si lo atrapan de nuevo, sabrán que es diferente…, que el talento de las ocultadoras no funciona con él.

—Vamos, te acompañaré a tu casa —dice Cassian, cogiéndome del brazo.

Yo me resisto solo un momento. Por supuesto, debería irme. Lo último que debo hacer es quedarme rondando por aquí y dar pie a que alguien sospeche que el intruso significa algo para mí.

Doy media vuelta y dejo que Cassian me aleje de allí. Un pensamiento tamborilea en mi mente al mismo ritmo que mi desbocado corazón. «Will ha cumplido su promesa. Ha venido a por mí».

Incapaz de resistirme, empiezo a girar la cabeza, pero la voz de Cassian me detiene:

—No mires atrás, Jacinda. —Yo me obligo a mirar adelante. Cassian tiene razón. El hecho de que Will recuerde y haya venido a por mí no cambia nada. No puedo irme con él. No permitiré que mi corazón desautorice a la lógica. Nada ha cambiado. Nosotros dos somos una combinación peligrosa. Como el fuego y el aceite. Cassian no dice nada hasta que entramos en mi casa—. ¿Dónde está tu madre? —me pregunta.

Le hago una seña para que espere mientras echo una ojeada. Mi madre se ha quedado dormida viendo la tele en su habitación, y sus rasgos están relajados de un modo que ya nunca veo cuando está despierta. Sigilosamente, paso ante la cama y apago el televisor. Luego cierro la puerta y regreso al salón, donde está Cassian paseándose de arriba abajo.

Su mirada oscura y líquida me taladra.

—¿Cómo ha encontrado…?

—Estoy segura de que ha sido pura casualidad. Will se habrá acercado demasiado al pueblo y la patrulla lo ha detenido —me apresuro a aventurar, pues no quiero que Cassian descubra que Will puede ser resistente al talento de nuestras ocultadoras.

Él me lanza una mirada de exasperación.

—Jacinda, no se trata de un excursionista inocente.

—Sí, lo sé —contesto, cruzando los brazos sobre el pecho—. Es un cazador. —Se produce un silencio cargado de tensión mientras miro fijamente a Cassian—. Entonces, ¿por qué no has dicho nada?

—¿Cómo sabes que no lo haré?

—¿Lo harás?

Aprieta la mandíbula en un gesto tozudo, como si quisiera decir que sí, pero luego suelta un largo suspiro y aparta la vista brevemente; ya no sé si está más enfadado conmigo o consigo mismo.

—¿Para qué? —responde al fin—. ¿Para que puedas odiarme? ¿Para ver cómo lo matan? Eso no me proporcionaría ninguna satisfacción. —Yo solo puedo mirarlo, ya no tan sorprendida de que Cassian pueda preocuparse realmente por mí, de que le importe yo y no solo lo que soy. Él no es mi enemigo. Creo que quiere ayudarme. ¿Por qué si no se molestaría en proteger al chico del que yo no debería preocuparme?—. Tienes que olvidarte de él, Jacinda —añade.

Asiento, aunque el gesto es doloroso y hace que me latan las sienes.

—Lo sé.

—Pero él también necesita saberlo —afirma, con voz cargada de intención.

Yo lo miro a los ojos, comprendiendo sus palabras poco a poco.

—¿Quieres que hable con él?

—En cuanto esté a una buena distancia del pueblo, debes explicarle que todo ha terminado entre vosotros. Seguramente estará confundido por obra de Nidia, pero tienes que lograr que te entienda. —No puedo mirarlo en este momento, pues sospecho… que la memoria de Will es inmune a la acción de los drakis ocultadores. Si Cassian supiera eso, ¿estaría igual de dispuesto a dejar marchar a Will? Cassian se me acerca más y me levanta la barbilla para que lo mire a los ojos—. Dile que convenza a su familia de que esta zona está desierta, de que aquí ya no quedan drakis, de que nos hemos trasladado. Ellos lo escucharán. —La razón queda suspendida en el aire, tácita: «Lo escucharán por la sangre, porque él está conectado con nosotros». Cassian baja tanto la cabeza que noto su aliento en la mejilla y aparece el recuerdo de nuestro beso. Si eso no bastara para hacerme retroceder, sus siguientes palabras sí—: Si vuelvo a verlo por aquí, no seguiré ocultando la verdad…, tanto si tú me odias por eso como si no. No lo protegeré por segunda vez. ¿Entendido? —Yo asiento, con un nudo en la garganta—. Venga —dice, y abre la puerta principal a la neblinosa noche.

—¿Adónde vamos? —le pregunto.

—Probablemente lo dejarán en el lugar de costumbre. Quiero que estés esperándolo cuando llegue.