8

Los días pasan despacio, como las páginas de un libro, uno tras otro. Conforme mi vida se hunde en la rutina, la soledad se vuelve más profunda y va royéndome por dentro. Empieza a caer la noche mientras regreso a casa del trabajo. La niebla es espesa, y la decreciente luz del sol lucha por atravesar el aire opaco, abriéndose paso en retazos aquí y allá, conjurando la oscuridad.

Lo oigo antes de verlo. Con pasos suaves, Cassian se materializa en la bruma ante mí. Los dos nos detenemos, frente a frente. Cassian vive en el otro extremo del pueblo, así que me imagino la razón de que esté tan al sur. Sé de dónde viene, dónde ha estado. El mismo lugar en el que ha pasado la mayor parte del tiempo.

—Cassian —lo saludo, retorciéndome los dedos hasta que me duelen, frotándome la piel, como si siguiera manchada con la sangre de todo el pescado que he limpiado hoy.

—Jacinda, ¿cómo estás?

Me lo pregunta como si fuéramos dos conocidos muy educados. Y supongo que, en cierto sentido, es lo que somos. En eso nos hemos convertido desde que él decidió centrarse en mi hermana. De repente, detesto verlo. Me siento utilizada, engañada. Cassian jamás me ha querido. Jamás me ha apreciado por mí misma.

La niebla me acaricia el rostro mientras lo fulmino con los ojos y algo se desata en mi interior, como las cintas de un paquete.

Cassian me sostiene la mirada, con las manos en la espalda. Como si fuera Severin u otro veterano ceñudo, e imagino que va camino de convertirse en uno de ellos.

Siento un hormigueo de resentimiento. No soporto que Cassian me recuerde a los veteranos…, a su padre. Es un trago amargo después de que casi me convenciese de que yo era diferente. Yo quería creer sus palabras. En mi cabeza resuena lo que me dijo en Chaparral cuando intentaba que volviese a casa con él.

«Hay algo en ti, Jacinda… Para mí, tú eres lo único real en la manada, lo único remotamente interesante».

Mentiras para que confiara en él. O eso, o es que ha cambiado de opinión. En cualquier caso, ya no le intereso. No como Tamra.

Al final, como no respondo, él dice:

—Tienes que dejar de hacer esto.

—¿El qué?

Baja la cabeza y me mira con los ojos en sombras.

—De hacer que esto te resulte tan difícil. De seguir suspirando por alguien que…

—No quiero oírlo —lo interrumpo, sacudiendo la cabeza—. Aunque en realidad no es asunto tuyo, he dejado eso atrás.

Es más fácil decir «eso», aunque ambos sabemos que me refiero a Will.

—Entonces, ¿por qué sigo viéndolo en tus ojos?

Se me escapa un siseo dolido y arremeto contra su musculoso pecho con un puño apretado, descargando en él toda la frustración y todo el dolor.

Cassian no se mueve. Lo golpeo de nuevo. Nada. Él lo aguanta y me observa desde la impenetrable negrura de sus ojos. Con un grito ahogado, le propino un puñetazo tras otro, le atizo allá donde alcanzo. Mi visión se torna borrosa, y me doy cuenta de que estoy llorando.

Eso solo sirve para enfurecerme aún más. Derrumbarme delante de Cassian, perder el control, sucumbir a la debilidad en su presencia…

—Jacinda —dice al cabo, y luego lo repite más alto porque yo no me detengo, no puedo frenar el torbellino de puñetazos contra el sólido muro de su cuerpo—. ¡Ya basta!

Entonces me detiene. Supongo que podría haberlo hecho en cualquier momento, pero lo hace ahora. Tira de mí hacia él; no es tanto un abrazo como una llave para inmovilizarme, rodeándome con ambos brazos.

Resulta desconcertante que nuestros cuerpos estén tan cerca, estrechamente pegados. Nuestra respiración adopta un ritmo rápido y parejo.

Yo echo la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara y lo veo como nunca lo había visto.

Cassian ya no está mirándome sin más. Siento como si estuviera mirando en mi interior, sondeándome, aceptándome por lo que soy. Siento una cercanía que no había experimentado con nadie desde que regresé, y la sensación me embarga. Es una promesa del fin de mi anestesiante soledad. Si permito que suceda. Si permito que esto suceda.

Vuelvo a sentir pánico, porque se trata de Cassian.

Un sollozo se quiebra en mi garganta y brota entrecortadamente por mis labios. Cierro los ojos un largo y patético instante, y me recompongo de nuevo. Tras zafarme de su cálido abrazo, salgo corriendo.

Cassian me atrapa al vuelo y me hace girar como en un paso de baile.

Yo miro con odio su mano en mi brazo.

—Suéltame —le digo.

Él guarda silencio un instante, mientras su pecho sube y baja rítmicamente.

—¿De qué va esto en realidad? ¿Por qué estás huyendo de mí?

Al principio no contesto. El único sonido es el de mi respiración resollante, pero luego le espeto:

—¡Me mentiste!

Cassian corta el aire turbio con una de sus grandes y apabullantes manos y pregunta:

—¿Cuándo te he mentido?

Yo continúo como si no lo hubiera oído, y en realidad es así. Al final, soy consciente de cuánto me ha afectado lo deprisa que Cassian me dejó de lado en cuanto Tamra se manifestó.

—Yo no era especial para ti. Tú solo veías a la piroexhaladora, al igual que todos los demás. Nunca a mí.

Y ahora sucede con Tamra. Solo que tampoco se trata de ella. Mi hermana no es más que una cosa para Cassian y para los demás: la valiosa ocultadora de la manada.

Ahora lo sé. Ahora lo veo tal y como es.

—Yo siempre he sido sincero contigo —afirma él.

Se le dilatan las ventanas de la nariz, que, bajo el impulso de su genio, cambia de forma desarrollando protuberancias. Yo debería retroceder al ver eso, pero nunca he sido de las que hacen lo que deberían.

—Claro —replico.

Ahora Cassian se estremece, con los ojos más morados que negros.

—¿Quieres oír la verdad, Jacinda? A ver qué te parece esto: no soporto verte. No cuando vas por ahí con cara de funeral, como de querer morirte, y todo por un tipo que probablemente ya te habrá olvidado y habrá pasado a la próxima presa.

Mis dedos se cierran en un puño y las uñas se me clavan en las palmas. Quiero decir muchas cosas en este momento…, principalmente, que Will no me habrá olvidado, pero no debería rebatirle ese punto. Debería querer que fuera cierto. He prometido dejar atrás a Will, aunque el deseo desesperado que sigo sintiendo por verle se retuerce en mi interior, como una víbora que repta por mi cuerpo esparciendo su veneno.

No tengo a Will. No tengo nada. Nada excepto una frenética necesidad de agarrarme a algo, cualquier cosa, para mantenerme a flote en el desierto de mi existencia.

En vez de eso, digo:

—Y supongo que verme muerta te dejaría hecho polvo, ¿verdad?

Cassian se queda mirándome muy serio, con incredulidad.

—¿Crees que querría verte muerta? —me pregunta con ojos desorbitados e inquisitivos. Eso hace que empiece a dudar de mí misma, a pensar que quizá sí le importe a Cassian. Comienzo a temblar mientras en mi cabeza se arremolinan ideas y emociones confusas—. ¿Qué es lo que quieres de mí, Jacinda?

Miro su mano, todavía sobre mi brazo. El calor inunda mi piel, especialmente donde Cassian me toca.

—Suéltame —digo. Él está muy cerca, alzándose sobre mí, haciendo que me sienta pequeña cuando no lo soy—. Tengo que irme —añado en voz más alta, y es cierto. Tengo que irme. Ahora.

En respuesta, su piel parpadea. Su piel draki, más oscura, destella intermitentemente bajo su piel humana, recordándome lo que es, lo que yo soy. Y no puedo evitar recordar que antes todos pensaban que formábamos una pareja perfecta. Ahora piensan eso de él y Tamra.

Cassian enseña los dientes, cuya blancura destaca contra el tono oliváceo de su piel.

—¿Para qué? ¿Para poder estar sola? ¿Es eso lo que quieres? ¿Destripar peces durante el día y luego llorar sobre tu almohada de noche? ¿Es eso lo que quieres? ¿Se te ha ocurrido pensar que yo no me he alejado de ti tanto como tú me has alejado a mí? No eres nada más que una niña egoísta y asustada que prefiere lamerse las heridas a vivir.

Sus palabras impactan profundamente, van directas al corazón y dan demasiado cerca de la verdad. «No eres nada más que una niña egoísta y asustada…».

Mi visión varía, se vuelve más nítida, y sé que estoy viendo a Cassian a través de pupilas verticales. El vapor me consume la garganta, me quema la boca y la nariz.

Retrocedo tambaleándome, pero esta vez Cassian no se mueve. Me deja marchar.

Doy media vuelta y salgo disparada a través del aire húmedo, hasta que los pulmones me abrasan y parecen listos para estallarme en el pecho. Me deleito en eso, en ese placer que bordea el dolor, es esta distracción bien recibida. Aunque aminoro el paso, me obligo a continuar, a seguir caminando hasta que recupere la compostura. Hasta que ya no note los brazos de Cassian rodeándome. Hasta que ya no oiga sus palabras. «Niña egoísta y asustada. Niña egoísta y asustada».

Maldito sea por haberse metido en mi cabeza; por, quizá, tener razón.

Los últimos rayos rojos y dorados del sol se filtran a través de la bruma. La ardiente luz me toca la piel, dorándola aquí y allá, recordándome cómo soy cuando me manifiesto…, lo que soy, lo que siempre seré. El desierto no lo mató. Nada puede matarlo.

Ahora estoy segura de eso. Mi draki nunca se desvanecerá. Puede que sea lo único que sé con certeza.

Sobreviví al intento de mi madre de aniquilar mi draki. Sobreviví al desierto, a los cazadores que me rodearon con miradas ávidas y me hicieron sentir un miedo tan intenso que hasta notaba su sabor. Después de todo eso, sé que mi draki no va a abandonarme. Ya no ha de preocuparme la pérdida de esa parte de mi ser. Debería estar contenta. Aliviada.

Pero no lo estoy. Me duelen los ojos y pestañeo rápidamente.

Respirando hondo, continúo. Mi pecho se eleva, llenándose del dulce aroma de la tierra fértil. Eso me sustenta, aunque mi alma anhela más. Anhela a Will.

Siento una oleada de rabia. Estoy loca por añorar a un chico que ya he perdido para siempre. ¿Por qué no puedo seguir adelante y buscar la felicidad en la manada?

Entonces la veo recortada contra el neblinoso crepúsculo. La ruinosa torre de vigilancia se alza a través de la niebla como un viejo árbol retorcido, cubierta de gruesa y nervuda enredadera. No es tan alta como las otras tres atalayas, situadas estratégicamente por el pueblo, pero es la más antigua, la primera. La construyeron cuando la idea de no tener un draki ocultador se antojaba imposible, una realidad para la que no necesitábamos prepararnos.

El tiempo cambió esa actitud. Conforme Nidia envejecía y no se manifestaba ningún otro ocultador, creció el temor de que la siguiente generación de drakis careciera de esa protección. Entonces se edificaron las otras torres vigía, más grandes y altas que la primera, como preparación de los días en que los drakis tendríamos que depender de nosotros mismos para proteger el pueblo.

Me detengo al pie de la torre y miro hacia arriba. Las atalayas siempre están camufladas con hiedra y zarzas, lo mejor para fundirse con el paisaje natural, pero esta parece más natural que las otras. Y eso me encanta. Adoro el aspecto asilvestrado que ha adquirido con el paso del tiempo. No se utiliza desde hace años, desde antes de que yo naciera, pero recuerdo bien esta torre abandonada, la guarida de mi niñez.

Poso una mano en un travesaño erosionado y comienzo a ascender. Un animal, sorprendido por mi presencia, sube corriendo por las ramas retorcidas mientras yo asciendo.

Me abro paso entre las frondosas hojas. Los tallos espinosos me pinchan, se me enganchan en el pelo como dedos afilados mientras subo, más y más arriba. La madera carcomida cruje bajo mi peso. Llego a lo alto y, con un suspiro, me dejo caer de espaldas en la plataforma de madera salpicada de musgo.

Coloco una mano abierta sobre mi estómago, siento mi respiración, cómo se expanden mis pulmones, y todo vuelve a mí. Mi amor por este lugar. Un lugar en el que puedo existir y estar a salvo. Donde puedo ser yo lejos de ojos entrometidos.

Me cubre un dosel verde. Entreveo el cielo a través de los huecos del follaje. Me incorporo, cruzo las piernas y contemplo el vibrante y vasto mundo verde que se extiende a mis pies. Ahí está el pueblo. Los tejados de tejas verdes asoman a través de la niebla de Nidia.

La bruma se retuerce entre las casas y los edificios, cubriendo los campos, trepando por los muros del pueblo para extenderse por la tierra como un ser vivo, instalándose consistentemente en los valles y sobre las colinas y montañas con una blancura espumosa. Solo la copa de los árboles más altos asoma por encima del manto de bruma.

—Sabía que te encontraría aquí. —Me encojo, replegando las rodillas hacia el pecho, cuando aparece la cabeza de Cassian seguida por el resto de su cuerpo. Él se sienta a mi lado y la madera protesta con un crujido—. Este sitio podría ser una trampa mortal, y lo sabes. Tendrían que haberlo demolido hace ya mucho.

—Sería un sacrilegio. Hay demasiados recuerdos unidos a esta torre. Nadie puede hacerlo.

Cassian estira una mano y acaricia un tablón cubierto de musgo.

—Sí. Eso es cierto. Me pregunto cuántos primeros besos se habrán dado aquí.

Algo se tensa un poco en mi interior al oír eso. Mi primer beso no fue en este lugar. Fue con Will. Fuera de aquí. Mis ojos se desvían al ancho mundo que se despliega a mis pies, tan distinto del desierto en el que mi corazón encontró a Will. Seguramente, mi primer beso debería haber sido aquí. Probablemente lo habría sido de no haberme marchado.

Inhalo el aire frío y húmedo.

—¿Por qué me has seguido? —le pregunto a Cassian.

Su voz retumba en el aire, tan denso como el telón de la noche que cae a nuestro alrededor, encerrándonos.

—¿Pensabas que no lo haría?

Yo no digo nada y él se queda mirándome con su expresión impenetrable. Entonces empieza a llover en serio, y el tamborileo de las gotas amplifica el silencio que se despliega entre nosotros. El agua se cuela por los huecos y aberturas del dosel que nos cubre y gotea fríamente sobre mi pelo. No me importa. Jamás me ha importado el frío.

Cassian ladea la cabeza. El agua se instala en su lustroso y oscuro cabello como cuentas de cristal.

—¿De verdad crees que me daría igual si te murieras? —me pregunta. Me echo un poco hacia atrás, recordando que lo he acusado de no preocuparse por lo que me pasara—. Te he estado evitando porque estoy tan enfadado… —Cassian sacude la cabeza, esparciendo agua. Los mechones de pelo le rozan los hombros rítmicamente—. No quiero que vuelvas a ponerte en peligro. El mundo humano…, Will… es demasiado peligroso. —Me coge la mano. Siento los latidos de su corazón con ese simple contacto, el pulso de su vida encontrándose con el mío—. Tu muerte… me destrozaría. —Su voz se impone con fuerza al sonido de la lluvia—. Todo lo que te he dicho alguna vez es verdad. Mis sentimientos por ti no han cambiado, Jacinda. Incluso cuando me desquicias, aquí, en la manada…, sigues siendo la única luz que brilla para mí.

No sé quién se mueve primero.

Tal vez los dos al mismo tiempo. O tal vez no quiero aceptar que puedo haber sido yo. Puede haber sido mi cabeza la que se haya adelantado, mi rostro el que se haya alzado hacia el suyo. El corazón me late tan fuerte que me retumba en el pecho como un tambor.

Sus labios son suaves al primer roce. Uno de nosotros tiembla. Él o yo. ¿Los dos? No lo sé, no me importa.

Es un beso delicado. Nuestros labios se tocan, se rozan, saboreando, casi como si tuviéramos miedo de asustar al otro. Y así es.

Aunque ahora mismo me siento excitada, no soy totalmente inconsciente de lo que está sucediendo…, de lo extraño que resulta que esté besando a Cassian. Es aterrador hacer algo tan impensable durante tanto tiempo. Pero supongo que, debajo de todo esto, siempre ha habido tensión, como un cable vibrante tendido entre los dos. Hoy, yo suelto mi extremo, que queda libre de golpe. Antes de Will, me había preguntado cómo sería estar con Cassian, cómo seríamos… juntos. Incluso aunque nunca lo admití, ni a mí misma. No podía hacerlo por Tamra, y porque todos decían que acabaríamos juntos, pero nadie me preguntaba si la idea me gustaba.

Aun así, incluso sabiendo todo eso, no me detengo. No me separo de Cassian ni salgo corriendo.

El tierno juego de sus labios mojados de lluvia sobre los míos es dulce y emocionante. Me inclino hacia él y noto un sabor a menta en su boca. Mi corazón se caldea, se ablanda por disfrutar de esta intimidad, esta conexión con otra alma de nuevo.

Hasta que el beso cambia.

La presión aumenta levemente. La intensidad se vuelve más profunda, convirtiéndose en algo que siento en los huesos, en la repentina tirantez de mi piel y en el flujo de mi sangre. Sus labios se tornan más exigentes, duros y suaves al mismo tiempo.

Yo suelto un quejido y él se separa de inmediato, acariciándome la cara con los dedos.

—¿Estás bien…?

Digo que sí con la cabeza y lo atraigo de nuevo. Ahora mismo necesito esto demasiado. No siento nada excepto cómo disminuye el dolor que me carcome por dentro desde que salí de Chaparral.

Cassian cede a su ansia y emite extraños sonidos animales. ¿O soy yo?

Un zumbido vibra en mi pecho y me sube por la tráquea, que se contrae. Coloco las manos entre él y yo girándolas hacia su torso, anhelando el contacto, la sensación de otro cuerpo. Extiendo los dedos para apoyar bien las palmas en su pecho, donde su corazón late firme y fuerte.

Sus manos ascienden por mi espalda, se hunden en mi pelo mojado, enganchándose en los gruesos rizos, pero no me importa, pues disfruto de saber que otro me quiere.

Sus manos rodean la base de mi cráneo, acunando mi cabeza, y luego sus labios se deslizan desde mi boca a mi mandíbula mojada, y entonces ya no puedo contenerme. Suspiro, noto la presión de mis músculos, la tirantez de mi piel, y sé que ya no soy completamente humana. Cassian ha despertado al draki que hay en mí. Al igual que hacía Will.

Ese pensamiento me sobresalta y doy un respingo lloroso. Me despego de Cassian, llevando aire frío a mis llameantes pulmones, y lo miro a los ojos, que ahora son del morado más oscuro, con pupilas negras y verticales.

Horrorizada, me paso una mano por la boca, que me arde, y luego me palpo la cara. Siento su textura tensa y lisa, lo que me confirma que me he manifestado a medias. A causa de Cassian.

Su propia piel parpadea como carbón oscuro y resplandeciente.

—Jacinda…

Bajo la vista hasta su boca, a los labios que he saboreado con los míos. Son de un profundo color rosado y están hinchados por los besos. Siento náuseas. No, no, no, no…

Sacudo la cabeza violentamente y digo para mis adentros: «Qué error». ¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo he podido hacerle esto a Tamra?

La respuesta es sencilla. He besado a Cassian, lo he abrazado, porque podía. Porque estoy sola. Porque él está aquí y me desea, me acepta. Él está aquí. Y Will no.

Eso es lo que hay. Cassian no es lo que realmente deseo. No es la persona a quien realmente deseo.

—Tengo que irme —me apresuro a decir, apartándome el pelo mojado de la cara—. Mi madre se estará preguntando dónde me he metido.

Eso no es cierto, pero lo digo igualmente.

—Jacinda… —dice Cassian de nuevo.

—No —le espeto con voz cortante—. Esto no va a pasar, Cassian. No es justo para… —Enmudezco.

—Para Tamra —concluye él.

—Ni para ti —añado—. Tú te mereces a alguien que pueda dártelo todo. Tamra puede hacerlo.

—Y tú también —replica, con tanta convicción que me recorre un escalofrío—. Venga, estás cogiendo frío —dice, malinterpretando mi estremecimiento. Me toma de la mano, me guía hasta la escalerilla y me deja bajar primero. Una vez en el suelo, entorna los ojos contra la lluvia para mirar al cielo—. Esta noche no habrá grupos de vuelo.

—No.

—Tamra se muere de ganas de volar contigo. Le entristece que no la hayas acompañado todavía.

—Lo sé.

—¿Vendrás la próxima vez?

—Sí —respondo, y soy sincera.

Nada ha cambiado. Tengo que adaptarme de nuevo a la vida de la manada. Tengo que olvidar a Will. Tengo que olvidar que he besado a Cassian. Olvidaré y me adaptaré, y todo irá bien.

Caminamos hacia mi casa bajo la lluvia y Cassian me sigue hasta la puerta.

—Hasta mañana —se despide con voz ronca, mirándome de un modo diferente, casi tierno.

Se me contrae el estómago cuando él se gira para marcharse.

—Cassian. —Bajo los escalones y vuelvo a internarme en la lluvia, decidida a que comprenda que solo somos amigos. No podemos ser nada más que eso. Me pongo una mano encima de los ojos y lo miro—. Gracias. Me alegro de que seamos… amigos.

Pronuncio la palabra «amigos» despacio, dejando que lo alcance el énfasis que pongo en ella.

Cassian curva la boca en una sonrisa lenta y replica:

—Yo nunca he querido ser tu amigo, Jacinda.

El corazón se me para un segundo. Plantada bajo la copiosa lluvia, me quedo mirando cómo se aleja Cassian.