6

La voz de Nidia anuncia mi llegada.

—Qué bueno que hayas venido a visitarnos, Jacinda. ¿Te apetece un poco de chocolate caliente?

Digo que sí con la cabeza, y enseguida me encuentro sentada en una silla con una taza en las manos. Tamra sigue sonriendo, aunque parece algo crispada cuando se gira hacia mí, esperando que hable. En sus extraños ojos se oculta la misma cautela que siento yo. Ya no nos conocemos. Yo solo he estado imaginando cómo se sentiría por su repentina manifestación, pero en realidad no lo sé.

—Me alegro de verte levantada —digo al cabo, y luego miento—: Tienes buen aspecto.

—Me siento mejor —contesta Tamra con una voz que suena afable pero distante. Yo quiero salvar esa distancia, sentarme a su lado y recordarle lo que somos la una para la otra—. Nidia está cuidándome de maravilla.

—Nosotros sabíamos que lo haría —interviene Cassian, y me entran ganas de darle una patada.

«¿Nosotros?». Me muerdo la lengua para no espetarle que nosotras también habríamos cuidado bien de Tamra. Mi madre y yo. Siempre nos hemos cuidado…, solo que la manada ya no nos dejará hacerlo nunca más. No estoy segura de a quién consideran peor influencia: a mí o a mi madre. Me quedo mirando la versión lunar de mi hermana, y me pregunto si sigue queriendo estar con nosotras. ¿Nos echa de menos? ¿Quiere quedarse aquí?

—Tú también tienes buen aspecto, Jacinda —dice Tamra, y sé que está mintiendo.

Nunca le han entusiasmado mis conjuntos de camisetas y vaqueros. Y el resto de mi persona… Al lavarme los dientes esta mañana, me he hecho una inspección rápida. Las sombras que tengo debajo de los ojos parecen moratones, e incluso mis labios están pálidos, sin color. Resulta curioso que tenga peor pinta aquí, en las frescas cumbres que siempre me han revitalizado tanto, en las nieblas y montañas que creía que necesitaba para mantener vivo mi draki.

—Gracias —contesto.

—Mañana empiezo el entrenamiento —dice Tamra incorporándose un poco más sobre los cojines del sofá—. Con Nidia y Keane.

Keane es el instructor de vuelo de la manada. Ningún draki asciende al cielo sin practicar primero con él.

—Seguro que lo estás deseando —replico con una sonrisa.

Me alegra sinceramente que Tamra vaya a saber lo que es volar. Saboreará el viento, el cielo y las nubes. Yo ya sé lo maravilloso que es, y ahora ella lo sabrá también. Por fin tendremos eso en común. Tamra comprenderá de qué he estado hablando todo este tiempo…, comprenderá mi necesidad de mantener vivo mi draki. Es una idea extraña. Me cuesta imaginármelo mientras contemplo a la desconocida en la que se ha convertido mi hermana. Tamra por fin volará y entenderá de una vez por qué yo no podía renunciar a eso, por qué no podía dejar que mi draki se desvaneciera…

Entonces habla Nidia, y sus palabras son como una corriente de viento frío:

—Sabía que vosotras dos estabais destinadas a grandes cosas. Erais unas niñas muy especiales…, y los gemelos son muy poco comunes en nuestra especie. —Mi vista se desvía hacia ella, que se está acomodando en el banco de la ventana, de donde recoge su labor abandonada. Las agujas de punto empiezan a entrechocar rítmicamente mientras Nidia sonríe sacudiendo la cabeza, claramente satisfecha consigo misma—. Una piroexhaladora y una ocultadora —añade.

Rayos de luz cargados de motas de polvo entran por la ventana que hay a su espalda. Su cabello plateado reluce como si tuviera diamantes enterrados en la densa mata.

—Todavía no puedo creérmelo —se maravilla Tamra, deslumbrada y algo aturdida.

—Pues créelo —dice Cassian, apretándole un hombro.

Yo me quedo mirando su enorme mano, sus dedos romos sobre el delicado hombro de mi hermana, y no puedo evitar preguntarme si ya la habrá tocado antes. Sé que no lo había hecho en los últimos cinco años, aunque sí que lo hacía cuando éramos unos críos, cuando nos juntábamos para jugar con quien nos caía bien.

En aquel entonces, las cosas eran sencillas. Antes de que yo me manifestara y Tamra no. Antes de que ella se convirtiera en una draki extinta a los ojos de la manada.

Respiro hondo y me digo a mí misma que no hay problema en que Cassian la toque. Eso no significa nada, y aunque significara algo, aunque Tamra terminara con Cassian, ¿tan malo sería? Ella conseguiría lo que siempre ha querido…, a quien siempre ha querido. No puede molestarme su felicidad, no cuando ha tenido tan poca hasta ahora.

Y eso no implicaría que yo fuese a terminar con Corbin, diga él lo que diga. Podría seguir siendo la piroexhaladora de la manada sin emparejarme con nadie. Corbin se equivoca al respecto.

Me humedezco los labios y digo:

—Te debo algo, Tamra: darte las gracias.

Sus ojos escarchados parpadean.

—¿Por qué?

—Por salvarnos en Chaparral.

«Y por salvarme aquí», pienso, aunque no lo digo. Sin ella, es probable que la manada hubiera descargado toda su furia sobre mí.

—¿Estás dándome las gracias? Esto sí que no me lo esperaba. No creía que apreciaras que borrase la memoria de Will.

Yo tomo aire a duras penas.

—Hiciste lo que había que hacer. Lo sé.

—Sí. Yo lo hice.

Me estremezco, convencida de que está insinuando que ella lo hizo pero yo no. Yo no hice lo que debía. Me manifesté delante de cazadores para rescatar a Will. Tamra jamás aprobará eso.

Lanzo una mirada incómoda a Nidia, que sigue sentada junto a la ventana. Está concentrada en su labor, pero no soy tan tonta como para pensar que no está captando todas las palabras, pronunciadas o no.

Como si quisiera asegurarse de que la he entendido, Tamra me pregunta:

—Pero tú no, ¿verdad? Tú no hiciste lo que debías.

—Tamra… —dice Cassian a modo de advertencia. Como si estuviera intentando protegerme de mi propia hermana.

No se me escapa la ironía de que yo haya pasado años protegiendo a Tamra de Cassian. Incluso aunque él no lo supiera, la hería constantemente con su fría indiferencia.

—Tú no te metas en esto —le gruño.

—Cassian, ven —interviene entonces Nidia, que se levanta y, con un gesto de la cabeza, señala la puerta.

Cassian asiente y los dos salen juntos de la casa para dejarnos hablar a solas.

Yo me acerco un poco al sofá y le digo a mi hermana:

—No quiero pelear contigo.

—Yo tampoco —replica ella, y sus facciones se suavizan.

—Bueno —empiezo débilmente, sentándome enfrente de ella—, ¿y cómo va? ¿Cómo estás llevando… todo esto?

—Bastante bien. —Mira hacia la ventana; el cielo se va oscureciendo a cada momento que pasa. Al cabo de un minuto vuelve a mirarme con sus ojos escarchados y añade—: Ven con nosotros esta noche. Nunca hemos volado juntas. Quiero que estés allí.

—Claro —acepto. Volar siempre revive mi espíritu, me da fuerza. Las dos cosas me irían bien ahora—. ¿Cuándo va a empezar Nidia a entrenarte?

—En realidad ya hemos empezado —responde Tamra con una carcajada—. Básicamente, consiste en que ella habla mucho y me hace alguna demostración de vez en cuando. Dice que pronto podré probar a hacerlo de nuevo.

No podría haber pedido una introducción mejor.

—Hablando de eso, ¿cuánto destrozo crees que ocasionaste aquella noche?

Sus ojos cristalinos parpadean, y en ese instante parecen de lo más sobrenaturales. Como si estuvieran mirándome a través de una especie de velo, mientras que la verdadera Tamra se oculta detrás, enterrada.

—¿Destrozo? —repite, y entonces me estremezco, pues me doy cuenta, demasiado tarde, de que podría haber escogido otra palabra, una mejor y más agradable.

Su talento es un don. El talento de cada draki es un don. Al menos eso es lo que nos enseñan desde primaria. Incluso los talentos más orientados a provocar daños, como el de los piroexhaladores.

Tamra es una ocultadora, una draki que no tiene que hacer daño a nadie para proteger y salvar vidas. Ojalá yo tuviera esa suerte.

Intento recuperarme enseguida.

—Quiero decir si conoces el alcance de… lo que hiciste esa noche —termino, agitando una mano. Tamra me mira fijamente con sus espectrales ojos y me pone los pelos de punta—. Borraste sus recuerdos, pero ¿sabes hasta dónde? ¿Tienes alguna idea…? —insisto, tirando del pico de un cojín.

—Esto es por Will, ¿verdad? —replica Tamra, pasando una mano por su cabello plateado—. Quieres saber cuántos de tus recuerdos he eliminado de su memoria, ¿no es eso?

El sonido de su voz resulta metálico en mis oídos y me pone nerviosa…, como si fuera un cable a punto de soltarse que podría darme en la cara. Niego con la cabeza, pues sé instintivamente que no quiero oír lo que mi hermana está a punto de decir.

—N-no…

—No has dejado atrás nada de esa historia, ¿verdad? —me pregunta sin alterarse, aunque siento como si estuviera gritándome esas palabras—. Sigues colgada de él.

—No —niego, pero lo hago con una vocecilla débil. No puedo convencerme ni a mí misma—. Eso no es cierto. Sé que tengo que olvidarme de él, pero no es como un interruptor que pueda apagar. Ojalá lo fuera.

Tamra suspira.

—Supongo que eso puedo entenderlo. A mí me ha gustado durante mucho tiempo alguien con quien no tenía ninguna posibilidad. —Se refiere a Cassian, por supuesto—. Pero no puedes olvidar jamás que Will es un humano. No puedes seguir amando a un tipo que caza a nuestra especie.

Un brusco respingo corta el aire a mis espaldas. Me levanto de un brinco y me giro en redondo. Az y Miram, la hermana de Cassian, están en el umbral.

Nidia está detrás de ellas, con expresión conmocionada y pesarosa.

—Tamra —dice con un hilo de voz—, tienes más… visitas.

Cassian también está ahí, sobresaliendo entre ellas. Lo que refleja su mirada hace que me sienta idiota y patética. Cierro los ojos durante un angustioso instante, deseando de repente haberle contado a Az lo de Will, para que no tuviera que enterarse de esta manera. Al abrir los ojos de nuevo y ver el rostro de mi amiga, se me contrae el estómago.

Doy un paso en su dirección.

—¿Eso es verdad? —pregunta Az, mirándome solo a mí—. ¿Te has enamorado de un cazador? ¿Uno de esos… perros que nos persiguieron por el bosque? ¿Que intentaron matarnos?

Veo en sus ojos que ese recuerdo todavía la acosa, y sé, mientras el corazón me da un vuelco, que nunca creerá que Will es otra cosa que un animal.

—Por favor, Az, deja que te explique. Will no es…

—Esto es impagable —interviene Miram con regocijo.

—Miram —le dice Cassian a su hermana con tono de reprimenda, pero ella se limita a encogerse de hombros.

Az suelta la cesta que lleva en la mano y por el suelo ruedan piezas de fruta y magdalenas mientras mi amiga da media vuelta y sale corriendo.

—Az —susurro.

Su expresión traicionada se me quedará grabada en la mente. Otro recuerdo cargado de culpabilidad.

Miram se queda. Con una mueca burlona en la cara, está más animada de lo que la he visto jamás. Los drakis visiocriptores no muestran demasiadas emociones. No muestran demasiado de nada, en realidad. Tienen el cabello de un anodino color arenoso, a juego con sus ojos. Son indefinidos, por lo que están equipados para mimetizarse con el entorno.

—¡Esto es genial! —exclama—. Estoy deseando contárselo a todo el mundo.

—Miram —repite Cassian bruscamente, pero ella ya se ha marchado. Lo hace tan deprisa, que no estoy segura de si no se habrá vuelto invisible. Cassian se acerca a mí y me asegura—: Hablaré con ella.

Durante un momento, me permito empaparme de su cercanía y obtener consuelo de sus tranquilizadoras palabras, aunque luego me contengo y asiento con la cabeza. Aunque lo diga en serio, no puedo esperar que Cassian controle a su hermana pequeña. Aun así, mientras lo veo dirigirse hacia la puerta con grandes zancadas, no puedo evitar desear que impida que Miram propague lo que él mismo ha procurado ocultar a la manada por mi bien, pero dudo de que lo logre.

Miram nunca me ha tenido mucho aprecio. Si a eso le unimos su pasión por el cotilleo y lo que acaba de averiguar, lo más probable es que ya haya cruzado más de medio pueblo. Además, es una visiocriptora. Puede volverse invisible y ocultar su presencia siempre que se le antoje. Por mucho que odie los tópicos, esa clase de drakis son engañosos por naturaleza.

Lo que Cassian pretendía evitarme es algo inevitable. Todo el mundo sabrá que la piroexhaladora de la manada le ha entregado su corazón a un cazador. Puede que me indulten y no me corten las alas, pero jamás me perdonarán, jamás volverán a verme como a una hermana.

Me invade el pánico mientras las pisadas de Cassian se apagan. Corro hacia la puerta y me quedo mirándolo hasta que desaparece en la brumosa mañana.

Al girarme, me encuentro con la mirada de lástima de Nidia. ¿Desde cuándo me he convertido en una criatura digna de lástima? Eso es algo nuevo. Evidentemente, ya nadie me envidia.

Tamra tiene la vista clavada en su taza, incapaz de mirarme a los ojos. El nervioso movimiento de sus manos me indica que siente haber dicho lo que ha dicho…, y que Az y Miram lo hayan oído.

—Eh, Tam —le digo, obligándome a hablar con un tono de voz normal, incluso animado—, no pongas esa cara tan triste.

—Lo lamento muchísimo, Jacinda. Lo que he dicho…, que lo hayan oído…

Yo me siento a su lado en el sofá y la abrazo.

—No es culpa tuya. —Le acaricio la espalda en círculos tranquilizadores—. Nada de esto es culpa tuya.

La única persona a la que puedo culpar es a mí misma.

En la manada, la escuela no tiene nada que ver con el mundo humano. Nosotros asistimos durante todo el año, pero nunca durante un día entero, y en ocasiones solo unos días a la semana, dependiendo de lo que estemos estudiando.

Todo el mundo tiene obligaciones y tareas que atender para que el pueblo funcione. Cultivamos algunos campos, dejamos sedales en los arroyos de las montañas para pescar, y de vez en cuando cazamos para comer carne. También mantenemos y reparamos nuestras edificaciones, vallados y, por supuesto, el muro externo, que cuidamos para que parezca natural en este terreno salvaje.

Aunque compramos provisiones en las salidas esporádicas al mundo humano, la manada debe ser autosuficiente. Y esa es la razón de que, después de mi clase de la tarde, me dirija a la biblioteca para hacer mi parte y retomar mi tarea.

El grupo de la biblioteca es uno de los más codiciados. Es muy superior a labrar un campo o mantener las alcantarillas del pueblo.

La biblioteca está al lado de la escuela y los dos edificios están unidos por un pasaje techado. La puerta emite un repiqueteo apagado cuando entro, ansiosa por ver a la bibliotecaria, Taya, una de las drakis térreas más ancianas de la manada. No habla mucho —prefiere las páginas de un libro a cualquier otra compañía—, pero hemos desarrollado una especie de camaradería en los años que llevo trabajando como su ayudante.

Siempre la he considerado una fuente de información. Taya no es únicamente nuestra bibliotecaria, también actúa como historiadora: es la responsable de registrar todos los acontecimientos significativos de la manada en el Gran Libro.

La pillo con un boli en la mano, alzado sobre el tomo encuadernado en piel de mamut. Cuando entro levanta la vista del libro y justo entonces una página se levanta sin que ella la toque y se posa tan delicadamente como el roce del ala de una polilla.

Taya no necesita tocar las páginas para pasarlas. Al ser una draki térrea, posee influencia sobre cualquier material procedente de la tierra. Como las páginas de los libros provienen de los árboles, casi no tiene que manipular directamente nada de la biblioteca.

Entorna los ojos cuando me acerco. Es el único draki que conozco que necesita gafas. Teniendo en cuenta que los drakis poseemos una visión excelente, estoy segura de que lo de Taya es consecuencia de los siglos que ha pasado examinando textos bajo una pobre iluminación.

—Jacinda —dice, con un tono vacío que no le había oído jamás.

Sus rasgos no se mueven, no emiten ni la más mínima señal. Ni siquiera se levanta de su escritorio. Se muestra completamente indiferente a mi presencia. Y entonces sé que lo sabe…, que seguro que ha oído los rumores que, desde ayer, revolotean por las nebulosas calles del pueblo.

Ayer pasé la mayor parte del tiempo escondida, esperando contra toda lógica que Cassian pudiera controlar a su hermana. Pero mi madre sí salió y, al regresar, me bastó ver la seriedad de su rostro para saber que Miram había completado su misión.

—Hola, Taya. —Hago una pausa para respirar hondo, inhalando el viejo olor a libros que me sale al encuentro—. He echado de menos este lugar. —Un incómodo silencio se extiende entre nosotras—. Bueno. —Intento esbozar una sonrisa y le pregunto—: ¿Qué tienes hoy para mí?

Taya parpadea.

—¿No te lo ha dicho nadie?

Frunce los labios, descontenta, no por la noticia que tiene que dar, sino por ser ella quien tenga que darla.

—Tu puesto está ocupado —me informa.

—¿Ocupado?

—Así es —contesta, asintiendo con brío.

Entonces lo oigo. Se me cae el alma a los pies cuando un leve tarareo se abre paso por la silenciosa biblioteca. Es una melodía insulsa y corriente, y enseguida sé a quién pertenece y quién está a punto de doblar la esquina.

Miram aparece con una pila de libros y se detiene al verme. Su rostro no revela nada, naturalmente.

—¿Qué estás haciendo aquí? —me pregunta sin mover apenas los labios, que son de un color casi idéntico al de su extraña piel neutra.

—Trabajo aquí —respondo—. Por lo menos eso creía.

—Pues creías mal. Aquí han cambiado muchas cosas desde que te marchaste.

Estoy empezando a ver cuántas.

Taya nos mira repetidas veces. Probablemente, esta conversación es más de lo que oye en toda una semana. Con una débil sonrisa, se disculpa encogiéndose de hombros —aunque el gesto carece de auténtico pesar— y vuelve al trabajo.

Miram se despide de mí agitando los dedos.

—Adiós.

Sin pronunciar ni una palabra, salgo de allí y paso ante la escuela, haciendo caso omiso de las miradas, los murmullos indiscretos y los dedos acusadores.

Estoy casi en el salón de actos cuando algo me golpea en la cabeza. Me tambaleo y me toco la cara, más asombrada que dolida. Es una pelota.

Oigo un estallido de carcajadas y un insulto, seguidos de las pisadas de los niños que salen corriendo. Una oleada de calor que se extiende desde el interior me inunda el cuerpo. No ha sido un accidente.

Me arden los ojos, llenos de lágrimas, lo que me pone todavía más furiosa. Detesto esta debilidad…, detesto desmoronarme por la broma de unos chiquillos. Me apoyo en el murete de piedra que bordea el salón de actos, tomándome un momento para recobrar la compostura. No voy a llorar, ni hablar, aunque resulta difícil. Mientras la mejilla empieza a latirme y escocerme de verdad, en mi interior crece el calor.

Cierro los ojos y tomo aire para refrescarme los pulmones. Esta rabia es un sentimiento peligroso, al igual que este creciente fuego que quiere salir. Y no solo porque unos niños me hayan dado un pelotazo: es por todo. Az no quiere saber nada de mí, Taya me ha rechazado… Siempre he pensado que me tenía aprecio. Sorbo por la nariz, que me arde, y me la froto.

No debería esperar menos. No es menos de lo que merezco. Estos niños que juegan en la calle… Los he puesto en peligro. No debo olvidar eso.

Aun así, el rostro de Will surge en mi mente. Sus cambiantes ojos me miran con claridad y ternura. Lo veo tan bien que se me contrae el pecho, con un dolor espantoso y feroz. La añoranza me abruma. Añoro el profundo sonido de su voz. Añoro cómo hacía que me sintiera. No como soy ahora, una criatura inservible que se merece el desprecio y el ridículo.