5
Permanecemos en silencio un instante y luego mi madre se sienta en la cama con un cansancio que me acuchilla el corazón. Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que se manifestó…, años. Está empezando a acusar la edad.
Del lío de sábanas y almohadas rescata un maltrecho osito de peluche que me regaló mi padre en mi séptimo cumpleaños. Me lo olvidé con las prisas de la huida, y ahora me alegro de haberlo dejado. Me alegra que hubiera algo querido y familiar esperándome aquí.
Mamá le tira de una oreja parcheada con un suspiro contenido. En ese sonido hay una gran derrota, al igual que en sus hombros hundidos. Entonces, ¿es así? ¿Mi madre se ha dado por vencida?
Por fin habla, y su voz parece tan vacía y apagada como sus ojos.
—Quiero que estés a salvo, Jacinda. No quiero que sufras ningún daño.
Yo asiento.
—Lo sé.
—Y, ahora mismo, empiezo a pensar que quizá sea yo la que te está provocando el mayor sufrimiento.
Yo sacudo la cabeza con fiereza, pues no me gusta esta nueva y derrotada versión de mi madre. Es alguien a quien no conozco, a quien no quiero conocer. Ahora que todo lo demás está cambiando, necesito que ella permanezca inmutable.
—No —replico—. Eso no es verdad.
—Yo te he empujado a seguir ciertos caminos tanto si te gustaba como si no…, con el único objetivo de protegerte. —Mueve la cabeza—. Y a lo mejor he hecho que todo empeore. Ahora estamos de vuelta aquí. —Señala la casa lánguidamente con una mano—. Y tú sigues siendo casi una esclava para la manada, solo que esta vez es peor. Ya no van a tratarte como si fueras un regalo. Te tratarán como si fueras una especie de loca insatisfecha.
—Mamá —digo, con voz temblorosa, y trago saliva—, ¿qué estás diciendo?
—No permitas que te traten como a un perro vapuleado el resto de tu vida —responde, levantando la vista del osito—. Sigue sus normas, no llames la atención y vuelve a estar en lo más alto. Haz lo que tienes que hacer.
—¿De verdad quieres quedarte aquí? ¿Quieres que Tamra se quede aquí?
—Al llevaros a Chaparral… estaba persiguiendo un sueño, algo que jamás ha existido. Ni para ti ni para Tamra. Ella estaba destinada a ser una draki, y yo ni siquiera lo sabía. —Ahoga una carcajada, apretando los dedos contra los labios para reprimirla—. Y tú…, tú nunca has dejado de decirme que no puedes ser otra cosa que draki; que necesitas estar aquí. Pero yo no quería oírlo. Lo lamento, Jacinda.
Me siento a su lado en la cama. Puede que, en el pasado, mi madre me pusiera furiosa a veces, pero no soporto verla así. Quiero a la de antes. Echo de menos su vitalidad. La echo de menos a ella.
—No lo lamentes. No lamentes nunca ser una madre que ama tantísimo a sus hijas como para sacrificarlo todo por ellas.
Le cojo la mano, aprieto sus fríos dedos y de pronto recuerdo que aquí siempre tiene frío. Siempre está temblando por la niebla perpetua y el viento. La niebla y el viento que son como un hogar para mí, por los que alzo la cara, para sentirlos y saborearlos mejor. A ella no le gustan. Jamás le han gustado y jamás le gustarán.
—Buscaremos la manera de vivir aquí —afirmo—. Felices. Yo no voy a vivir bajando la cabeza, y tú tampoco.
Ella esboza una sonrisa insegura y me recuerda dulcemente:
—Tu hermana ya no tiene que ir con la cabeza gacha nunca más. —Eso es cierto. Ahora Tamra está en lo más alto. E, irónicamente, yo no lo estoy; al menos de momento. Mamá me acaricia la mejilla con el reverso de la mano—. Yo he vivido aquí por tu padre, así que puedo hacer lo mismo por mis niñas. No es un precio muy elevado. —Entonces toma aire y añade—: Yo amaba muchísimo a tu padre, pero ese amor no fue nada comparado con lo que sentí después de nuestro enlace. Algo sucede, algo cambia, cuando dos drakis se unen en ese círculo. Fue como si quedáramos conectados… —Su expresión se vuelve melancólica—. Algunos días no podía ocultarle mis emociones. —Su mirada ámbar se ensombrece—. Incluso aquel último día… sentí…, supe que algo iba mal antes de que nadie me lo dijera. Y pasé mucho tiempo diciéndome que la nada que sentía no significaba que él estuviese muerto; que podía seguir vivo en algún lugar, solo que fuera de mi alcance, y que por eso no podía percibirlo.
La observo con atención.
—¿Por qué nunca me habías contado eso?
Por lo menos la parte en que sintió que algo iba mal aquel último día.
Por supuesto, sé que muchos drakis crean una conexión. Históricamente, los dragones se emparejaban para toda la vida, y la idea de los enlaces procede de esa antigua característica. Para algunas parejas drakis, la unión es más profunda. Al parecer, mis padres fueron una de esas parejas.
Mi madre se encoge de hombros.
—No eras más que una niña. No quería que supieras que yo sentía el… miedo de tu padre. Su dolor. Casi me hizo perder el conocimiento. Temía que, si te lo contaba, pensaras que había sentido su…
—Muerte —concluyo por ella. Me duele el corazón, me laten las sienes mientras asimilo la información. En lo más profundo de mi alma, tenía la esperanza de que mi padre siguiera vivo, de que lo tuviesen cautivo en algún lugar. Ya no sé qué pensar. Mi madre se estremece, pero asiente—. Entonces, ¿por qué me lo cuentas ahora? —exijo saber. Ella estuvo prácticamente en la cabeza de mi padre en su final… ¿y se lo había guardado para sí misma?
—Porque necesitas saberlo. —Me sujeta un mechón de pelo detrás de la oreja—. Por si alguna vez te unes a alguien aquí. —Se me salen los ojos de las órbitas, adivinando hacia dónde va. Y no puedo creerlo. Mi madre no puede estar sugiriendo que me una a Cassian—. Sentirás… —empieza.
—¿Qué?
—Irá bien, Jacinda —me asegura, clavando sus ojos en mí.
«¿Bien?».
—¿Por qué? ¿Porque, una vez que estemos unidos, ya no importará que no lo ame? ¿Porque sentiré algo falso y podré mentirme diciéndome que es amor?
Ella sacude la cabeza con fuerza.
—Notarás la conexión. Una vez que ocurra, ¿importará realmente cómo ha sucedido?
«¡Sí, por supuesto!».
—Antes te importaba —digo aturdida.
—Ahora las cosas son distintas. Estamos aquí atrapadas. Tienes que sobrellevarlo lo mejor que puedas, cariño.
—Lo sé, y lo haré. Eso no significa que tenga que unirme a alguien.
Cierro los ojos y me froto los párpados, intentando aliviar el dolor que siento. ¿De verdad estoy debatiendo con mi madre las ventajas de un enlace para librarme de la desaprobación de la manada?
—Puedes ser feliz aquí, Jacinda, ¿no te parece? Cassian… —Se interrumpe y veo cómo traga saliva: no se cree lo que está diciendo—. Cassian no es un mal chico. Él no es… del todo como su padre.
«Del todo». Me echo hacia atrás, convencida de que mi madre ha sido abducida por extraterrestres.
—¿Hablas en serio?
—La manada lo olvidaría todo si Cassian y tú…
—¡No, mamá, no! —exclamo, resistiendo la tentación de taparme los oídos. No estoy oyendo esto. No de boca de mi madre.
—No digo inmediatamente. Con el tiempo…
—¡No puedo creer que estés diciendo eso!
Me agarra una mano y habla con tono duro:
—Yo ya no puedo protegerte, Jacinda. Ya no tengo ningún poder aquí.
—¿Y que Cassian sí lo tenga es razón suficiente para entregarme a él?
—No estoy sugiriendo nada que tú no hayas contemplado ya. Te he visto con él. Entre vosotros hay algo.
Asiento lentamente.
—Quizá. En el pasado. —Cuando no había nadie más, ninguna alternativa que me tentara. Antes de conocer a Will—. Pero ya no.
—Por culpa de Will. —Los ojos de mi madre centellean un instante con su antigua vitalidad—. Pero no puedes estar con él. Es imposible, Jacinda. No hay ninguna posibilidad. Will no es uno de nosotros.
«Will no es uno de nosotros…». Lo cierto es que he evitado pensar en eso, he evitado aceptarlo, pero esas palabras me encuentran ahora, se clavan en lo más hondo y hieren mi ya dolorido corazón.
Tomo aire con dificultad.
—Sea imposible o no, no puedo considerar la idea de estar con otro. Preferiría estar sola.
—¡Oh, no seas ingenua! ¡Will es un humano! ¡Un cazador! ¡Déjalo ir! Encontrarás a otro.
Durante un momento, la conversación me recuerda extrañamente a cuando mi madre intentaba convencerme de que dejara ir a mi draki, de que lo dejara marchitarse. Ahora quiere que me aferre a mi draki y me olvide de Will.
Pero el caso es que tiene razón, mucho más de lo que cree. Quedarme colgada de Will es una insensatez. No está bien, y lo sé. Él es mucho más que un humano intocable. Más que un cazador. Es mucho peor.
Por sus venas corre sangre draki. Un draki —puede que varios— murió para conservar la vida de Will. Aunque el culpable de ese espantoso acto sea su padre, ¿cómo podría yo volver a mirar a los ojos a Will? ¿Cómo podría volver a tocarlo, abrazarlo, besarlo?
Supongo que es bueno que no vaya a encontrarme nunca más con él. Debo dejar de esperar, en las profundidades más oscuras de mi corazón, que Will cumpla su promesa de reunirse conmigo.
—Lo he dejado ir —murmuro con voz débil.
Mi madre me examina con expresión poco convencida, pero lo cierto es que no debo convencerla a ella tanto como a mí misma.
Esa noche, en mi cama, me quedo mirando las relucientes estrellas con las que mi padre me ayudó a decorar el techo hace años y, poco a poco, empiezo a sentirme segura de nuevo. Tal como me sentía cuando era una chiquilla, con mis padres durmiendo cerca, al otro lado del pasillo. Muy segura y protegida.
Doy rienda suelta a mis pensamientos y encuentro a Will. Él está aguardando en mi desprevenido corazón.
Medio adormilada, recuerdo. Lo recuerdo a él —a nosotros— en aquellos momentos anteriores a que el mundo estallara a mi alrededor. Una sonrisa me toca los labios mientras lo rememoro todo. Sigo recordando hasta que la añoranza se vuelve excesiva, hasta que el doloroso deseo de recuperar a Will se vuelve demasiado profundo, tan salado como las cálidas lágrimas que me bajan por las mejillas.
«Esto no se ha acabado. Nosotros no hemos terminado, Jacinda… Te encontraré. Lo haré. Volveremos a estar juntos».
—No —susurro en el silencio de mi habitación, aunque me sangra el corazón. Una traicionera parte de mí sigue queriendo creerlo—. No volveremos a estarlo.
Sin embargo, de pronto recuerdo de nuevo la espantosa verdad, siseo ante el repentino y lacerante dolor de mi corazón. Will no tendrá esos recuerdos, no recordará haberme hecho esa promesa.
Rozo con los dedos mis temblorosos labios. «No te acordarás de mi partida —pienso—. No recordarás por qué tuve que marcharme. Pensarás solo que abandoné Chaparral. Que te abandoné a ti».
Giro la cara y muerdo la almohada, sofocando el sollozo que quiere brotarme del pecho.
¿Seguirá Will pensando en mí? Desesperadamente, me pregunto cuánto, hasta dónde puede recordar. ¿Cuánto de mí se habrá borrado? Tamra es una ocultadora novata… ¿Podrá haberme eliminado por completo de la memoria de Will? Sacudo la cabeza ante esa idea y me muerdo el labio hasta que noto el sabor de mi propia sangre. Libero la piel desgarrada y me digo a mí misma que estoy siendo paranoica. Jamás he oído que un draki ocultador pudiera borrar semanas de la mente de una persona. No es posible. No puede serlo.
En ese preciso momento, lo sé: tengo que preguntárselo a Tamra. Tengo que averiguar si sabe cuánta memoria le arrebató a Will. Qué cantidad de mí ha borrado de su corazón.
Ruedo de costado y siento un pequeño consuelo. Mañana. Se lo preguntaré mañana.
De algún modo, esta decisión hace que me sienta mejor. Me da algo que esperar con ganas, incluso aunque nada de lo que diga Tamra vaya a cambiar las cosas.
Will está a kilómetros de distancia, en Chaparral. Y yo seguiré estando aquí.
Cuando salgo al porche a la mañana siguiente, suelto un profundo resoplido de alivio, contenta de ver que nuestros cancerberos se han retirado. Supongo que Severin ha llegado a la conclusión de que nuestra charla de ayer bastará para mantenerme a raya.
Todavía es temprano. Una densa niebla cubre el suelo. Se aferra a mis pantorrillas y va ascendiendo en forma de neblina más ligera mientras echo a andar hacia la casa de Nidia, decidida a preguntarle a Tamra si cree que fue efectiva al nublar la mente de Will y los demás. Después de todo, fue su primera vez. ¿Cómo puede estar segura de que sabía lo que estaba haciendo?
El perro de Jabel empieza a ladrar. Yo aprieto el paso, imaginando que veo cómo se mueve la persiana de la tía de Cassian; no quiero tener que pararme a hablar con ella. Miro por encima del hombro, preguntándome si Jabel será la razón de que Severin haya prescindido de nuestros guardaespaldas. Al fin y al cabo, resulta muy conveniente tener los vigilantes ojos de su hermana enfrente de nuestra casa.
Como no voy mirando por dónde camino, se me escapa un grito al chocar con fuerza contra otro cuerpo.
Unas manos me sostienen. Yo me aparto el revuelto pelo de la cara y me encuentro con Corbin, el hijo de Jabel.
—Jacinda… —me saluda—. Es genial que estés de vuelta.
Su boca se curva en una sonrisa que no parece real, pero es que nunca lo ha parecido.
Corbin y yo tenemos la misma edad. Hemos ido a las mismas clases desde primaria, pero jamás hemos sido amigos. Él era un muchacho malvado, tramposo en la escuela y en los juegos, que gastaba bromas crueles a los más pequeños. Cuando se supo que yo era una draki piroexhaladora, Corbin cambió repentinamente de sintonía e intentó intimar conmigo, pero, para entonces, yo ya conocía su verdadera personalidad.
Se parece a su tío Severin, mucho más que el propio Cassian. Es por los ojos. Corbin y Severin poseen los mismos ojos sin vida. Si acaso es posible, ha crecido durante mi ausencia. Ahora es casi tan alto como Cassian. Me zafo del garfio de su mano y procuro no mostrarme intimidada.
—¿Adónde ibas? —me pregunta.
Yo me sulfuro, pensando que, probablemente, su madre nos esté espiando mientras estamos aquí plantados. Y que, probablemente, él habrá estado esperando a que yo saliera de casa.
—¿Por qué? —le espeto—. ¿Es que te han encargado que seas mi escolta?
Él me dedica lo que supongo que quiere ser una sonrisa coqueta.
—¿Acaso necesitas un guardaespaldas, Jacinda?
Sacudo la cabeza, lamentando de pronto haberme puesto a la defensiva. Si me comporto como una prisionera, así es como me tratarán ellos.
—Voy a ver a mi hermana —contesto, y añado mentalmente: «Para satisfacer mi morboso temor de que Will no recuerde nuestra última noche juntos. Quizá, en lo que a él respecta, me he esfumado sin más».
—Oh. —Corbin se mete las manos en los bolsillos y añade—: Pues iré contigo.
No veo cómo puedo negarme a eso, así que me encojo ligeramente de hombros y continúo, con la niebla enroscada en mis tobillos. Pasamos ante casas que tienen las ventanas cerradas a la luz de la mañana. No recuerdo que el pueblo fuera tan silencioso antes, tan inmóvil. Incluso a una hora tan temprana como esta, solía haber cierta actividad. Me provoca una sensación escalofriante. De pronto, el muro cubierto de hiedra que bordea el pueblo ya no parece estar protegiéndonos, sino cercándonos.
—Qué tranquilo está todo —murmuro.
—Sí. Todavía no ha terminado el toque de queda. No se puede salir de casa hasta las siete.
—Entonces, ¿qué haces tú deambulando por…?
—Yo formo parte de la patrulla matutina —me explica, señalando la banda azul que le rodea el brazo. Yo no había reparado en ella.
—Patrulla —repito aturdida, observando la tela—. No lo sabía. ¿Debo volver a casa hasta que…?
—No. No daré parte de esto.
¿Que no dará parte?
Corbin sonríe como si estuviera haciéndome un regalo, pero yo no puedo devolverle la sonrisa. No quiero regalos de su parte. Mañana me aseguraré de salir después de las siete.
Me giro y sigo andando.
—Qué pasada lo de tu hermana —dice Corbin, caminando a mi lado.
—Ajá.
Él me mira de soslayo con sus ojos negros como la noche.
—Pues no pareces muy contenta.
—Para ser sincera, no he tenido tiempo de procesarlo.
Corbin asiente como si lo comprendiera.
—Será un gran cambio —declara.
—Sí. Nidia ayudará a Tamra a superarlo todo…
—Quería decir que será un gran cambio para ti —añade suavemente, con una voz tan untuosa como el aceite. En el cuello, el pulso me late erráticamente. Los zapatos de Corbin crujen sobre la grava suelta del camino. Ese sonido me crispa los nervios—. Sí, ya no eres la número uno aquí.
Aprieto el paso por el centro de la aldea, dejando atrás la escuela y el salón de actos, ansiosa por llegar a la casa de Nidia.
—Nunca ha sido así —contesto.
—Sí que lo era. Pero ahora sois dos. Tienes competencia. —Me detengo para encararme a él, aunque una parte de mí solo quiere caminar más deprisa y dejarlo atrás. Eso, o darle un puñetazo. Corbin arquea una ceja dorada—. Lo único que digo —empieza, ondeando una mano— es que Cassian no puede teneros a las dos.
Yo lo miro con dureza, pero él ni se inmuta. Ni siquiera aparta la vista.
Cruzo los brazos sobre el pecho y decido ir al grano.
—¿Estás insinuando que tienes una posibilidad con alguna de nosotras?
Corbin esboza de nuevo su sonrisa hueca, y de repente lo aborrezco…, aborrezco a este joven ambicioso y ávido que nos ve a mi hermana y a mí como una manera de ascender de categoría. Desprecio que piense que puede poseer todo lo que Cassian no quiere, porque lo ve tan simple como si Cassian escogiera y él se quedara con las sobras, como un perro hambriento. Se me tensan los músculos de rabia. Tremendamente.
Suelto un resoplido y reanudo la marcha, con pasos rápidos y duros, como si le diera dentelladas al suelo.
—Eso no va a pasar —le espeto por encima del hombro.
—No puedes escapar de eso, Jacinda. Ya no.
—¿De qué? —le pregunto, girando sobre mis talones, pues quiero saber exactamente qué está insinuando.
—Si tú no te emparejas con Cassian, mi tío pondrá sus ojos en mí. Podríamos estar muy bien juntos, Jacinda.
—Estás de broma.
—Mi linaje ha liderado la manada durante los últimos cuatro siglos —dice, hinchando el pecho con autosuficiencia—. Ni siquiera tu padre pudo arrebatarle el poder a mi familia.
—¿Qué es lo que sabes de mi padre?
—Solo lo que me han contado. Antes de desaparecer, estaba desafiando a Severin constantemente en vano. Mi familia es la mejor preparada para dirigir esta manada. Siempre hemos sido los más fuertes…, y lo seremos todavía más añadiendo a una piroexhaladora y a una ocultadora a nuestro linaje.
—Estás chiflado —replico, y continúo andando, sintiendo un gran alivio al comprobar que Corbin no me sigue.
—¡Tú ya no decides nada aquí, Jacinda! —exclama a mi espalda—. Perdiste tu oportunidad. Será Cassian o seré yo.
Sé que eso no es una amenaza infundada. Al fin y al cabo, Corbin es el sobrino preferido de Severin. Seguro que sabe cosas; cosas que yo ignoro. Y, al contrario que Cassian, no intenta ayudarme entre bambalinas.
Me digo que debo alegrarme por que me haya contado sus planes, pues ahora puedo asegurarme de que no se llevarán a cabo. Tamra y yo no nos veremos forzadas a emparejarnos con nadie. Solo lo haremos si lo deseamos, por supuesto. Me estremezco al pensar que, sin duda, Tamra querría unirse a Cassian.
La voz de Corbin me sigue a través de la niebla:
—¡Dile a Tamra que luego pasaré a verla!
Y eso me provoca un escalofrío.
Supongo que debería desear que Corbin se emparejara con Tamra para librarme del espantoso panorama de estar con él, pero yo no le desearía eso ni a mi peor enemiga, así que muchísimo menos a mi propia hermana.
Me dirijo a la casa de Nidia con zancadas decididas, intentando convencerme a mí misma de que la manada no es una especie de régimen fascista cuyos habitantes sufren una represión absoluta. No lo es. Este es el único sitio en el que mi draki puede vivir en libertad. Reduzco el paso al acercarme a mi destino, y reparo en una figura que monta guardia en la entrada en forma de arco que da acceso al pueblo. Al acercarme, reconozco a Gil, un amigo de Cassian.
Lo saludo con la mano.
—¿Vas a ver a tu hermana? —me pregunta él.
Yo asiento, y luego frunzo el entrecejo al ver la sonrisa bobalicona que asoma a su cara.
—Salúdala —dice.
—De tu parte.
Gil jamás le había prestado ni la más mínima atención a Tamra. Por lo que yo sé, ni siquiera había hablado con ella. Es uno de los muchos que la miraban como si fuera invisible. ¿Y ahora quiere que le dé recuerdos suyos?
Siento una oleada de repugnancia. Al igual que sucedía conmigo, a nadie le importa Tamra realmente. No les interesa mi hermana, solo su talento.
Llamo a la puerta y me abre Nidia. Me hace una seña para que entre en su casa, que siempre huele a hierbas y pan recién hecho. Fue mi refugio en muchísimas ocasiones, sobre todo tras la muerte de mi padre, y ahora es el refugio de Tamra.
Me interno en la acogedora calidez y me detengo, helada.
No soy la única visita de esta mañana.
Mi hermana está instalada en el sofá. Está bien arropada con una manta y sujeta una humeante taza. Ya no parece en absoluto mi gemela. Su cabellera nevada, ya sin ningún toque de rojo, le baja por los hombros. Tamra sigue llevándola perfectamente peinada, mucho mejor de lo que yo me arreglo la mía, y me pregunto si Nidia tendrá una plancha para el pelo. Es asombroso cómo el nuevo color de su melena cambia todo lo demás. Incluso su rostro resulta distinto; guarda muy poco parecido con el mío. Sobre todo con esos ojos de un gris escarchado…
Mi mirada se desvía a su visitante, que está relajadamente sentado en un escabel junto al sofá. Cassian sonríe a mi hermana de un modo natural y abierto. Exhibe la sonrisa que mostraba a menudo cuando éramos niños sin preocupaciones.
Un pequeño escalofrío me sube por la columna vertebral, se cuela por mi nuca y me recorre el cuero cabelludo. Me abrazo a mí misma como para calentarme, pero lo que necesito es otra cosa.
Me quedo mirando cómo mi hermana sonríe embelesada a Cassian y noto un peso en la boca del estómago. En ese segundo, me siento más sola de lo que me he sentido jamás. No podría haber echado más de menos a Will.
Will entendía de soledad. De estar aparte, separado del mundo en el que se habita, de ser un desconocido entre los tuyos. Will comprendía eso. Me comprendía a mí.