4

Cassian y yo no hemos estado a solas desde Chaparral. De camino hacia aquí, como estábamos los cuatro atrapados en los estrechos confines del coche, apenas cruzamos palabra. Solamente nos detuvimos a poner gasolina, ir al servicio y comer algo. Pero ahora estamos los dos solos.

Lo único que puedo hacer es mirarlo fijamente, temiendo el torrente de reprimendas que seguro va a lanzarme.

Y lo hará por las razones obvias: haberme expuesto ante nuestro mayor enemigo; amar a uno de esos enemigos; y, peor aún, seguir amando a Will después de haber visto su sangre. ¿Cómo puedo explicarle a Cassian que Will no es el malo de la película? Él no es más que una víctima. Le hicieron las transfusiones de sangre sin su conocimiento cuando estaba enfermo. Pero ¿en realidad importa que explique algo? No voy a volver a verlo nunca más.

En el silencio, capto las voces apagadas de su padre y mi madre. El tono es acalorado.

—¿Qué le has contado a tu padre? —le pregunto a Cassian, y me levanto de la cama, repentinamente consciente de que estoy en mi cama…, de que él está muy cerca, alzándose ante mí.

Cassian no se mueve, y tengo que rozarlo para llegar hasta la mullida butaca que hay junto a la ventana.

—¿Quieres decir que si les he contado que revelaste tu naturaleza a unos humanos? —Me taladra con la mirada—. ¿A unos cazadores?

Hago un esfuerzo por no encogerme. Suena mucho más horrible cuando lo dice él. Ojalá pudiera negarlo.

—Sí. Eso. —Me acomodo en la butaca de la ventana. Intento actuar con despreocupación, indiferente al recuerdo de mis actos, indiferente a todo. En especial a Cassian. Está en mi dormitorio, observándome de esa manera avasalladora y ardiente que provoca que mis pulmones se dilaten y contraigan—. ¿Le has contado a tu padre todo eso?

«¿Que he hecho la única cosa que podría destruirnos a todos? No solo a la manada, sino a nuestra especie al completo…».

Su mirada me recorre sin perderse nada. Ni la enredada melena que me baja por los hombros, ni los pies descalzos que asoman por debajo de mis piernas cruzadas. Si les ha contado lo sucedido, si se lo ha contado todo, ¿cómo podrían ellos dejar de castigarme? Incluso una parte de mí cree que me lo merezco. He traicionado a mi especie.

No es que quisiera cambiar nada, incluso aunque pudiese. Eso lo sé. Es una extraña certeza. Que me sienta culpable no significa que me arrepienta de nada. Hay algo más fuerte que la culpabilidad que siento: el dolor de corazón por haber perdido a Will. No puedo ni imaginarme qué clase de dolor sentiría si no lo hubiese salvado, si él hubiese muerto en medio del desierto.

Cassian responde por fin:

—No podía ocultárselo, Jacinda. Eso no. Eso nos afecta a todos.

Me hundo un poco más en los cojines, casi como si estuviese decepcionada con Cassian.

A pesar de nuestra antigua amistad, no espero ninguna lealtad de su parte. La manada es lo primero y principal para Cassian. Aun así, Tamra borró la memoria de los cazadores. No van a recordar nada. ¿Cassian no podría haber guardado el secreto? ¿Tan malo habría sido que lo hubiera hecho?

Me invade la desolación, se desliza en mi interior como agua helada. Casi había llegado a creer que Cassian se preocupaba por mí, que me protegería. Tal y como prometió. En vez de eso, me ha lanzado a los lobos.

—Tenía que contarles que te habías manifestado ante unos cazadores, pero no les he contado todo. No he dicho nada sobre él.

Lo miro fríamente, y pronuncio la palabra que él es incapaz de pronunciar.

—¿Will? ¿Te refieres a Will?

Algo cruza su rostro. Durante un segundo, sus pupilas tiemblan, se encogen y se reducen a simples líneas. Y luego nada. Vuelve a ser el impávido Cassian de siempre.

—Sí. No les he contado lo de la sangre.

Eso me atraviesa como un balazo de vergüenza impotente. La sangre de Will. La sangre que tiene el mismo color que la mía.

—La manada lo aniquilaría si lo supiera —digo—. Supongo que estoy en deuda contigo por eso.

—Tú no estás enamorada de él —afirma Cassian, tan deprisa y con tanta fuerza que me sobresalto—. Ni siquiera lo conoces. Y él no te conoce a ti, no como yo.

Su pecho sube y baja con respiraciones entrecortadas.

Yo no digo nada en el incómodo silencio que sigue. La tensión nos envuelve, tan densa como la niebla de Nidia que se adhiere a mi ventana. Me miro las manos, y reparo en las diminutas medias lunas que mis uñas han marcado sin darme cuenta siquiera.

Cassian suelta un profundo suspiro.

—Mírame, Jacinda. Di algo.

Me obligo a mirarlo. ¿Acaso espera que admita que no amo a Will? Decidida a no discutir mis sentimientos hacia Will, replico por fin:

—Tamra eliminó los recuerdos de los cazadores. ¿Por qué tenías que contarles nada a los veteranos? Me miran como si fuera una criminal. —Agito un brazo y añado—: ¡Prácticamente estoy bajo arresto domiciliario! No me perdonarán jamás.

—Tenía que contárselo. ¿Y si alguno de los cazadores acaba recordando? Tamra todavía no sabe cómo usar sus poderes. ¿Y si el efecto no dura? ¿Y si Tamra no les borró lo bastante la memoria?

—Lo entiendo —respondo—. Está bien.

—Es evidente que no está bien. Estás alterada.

—¿Y tú no lo estarías, Cassian? —le pregunto, poniéndome una mano sobre el pecho—. Van a tratarme como a una traidora el resto de mi vida.

Él sacude la cabeza lentamente; un músculo se tensa en sus mandíbulas apretadas.

—Perdonarán y olvidarán. Acabarán haciéndolo.

—No puedes saberlo.

Cassian me dijo que intentaría hacer todo lo posible para mantenerme a salvo, pero incluso yo sé que no tiene un control absoluto.

—El hecho de que Tamra esté aquí, de que sea una ocultadora, los ha aplacado en gran medida. Y también que tú hayas regresado.

«¿Incluso después de que les hayas contado lo que he hecho?», me pregunto. Me quedo mirándolo dubitativa, temiendo bajar la guardia.

—Entonces, ¿no estoy metida en un lío?

—Yo no he dicho eso. —Algo se relaja en su rostro al pronunciar esas palabras y la insinuación de una sonrisa asoma a su boca—. Has revelado tu naturaleza a un humano, Jacinda, y a su familia de cazadores. Tienes muchas cosas que compensar —añade, serio de nuevo.

—¿Y si no puedo?

No estoy segura de poder demostrar lo que valgo ante nadie. Ahora mismo, la idea de no volver a ver a Will jamás me está desgarrando y hace que me sienta herida y cansada. Incluso aunque una parte de mí está aliviada por haber regresado con la manada, no estoy exactamente en las mejores condiciones para dar coba a nadie.

—Entonces las cosas serán difíciles para ti —me advierte Cassian—. Más de lo que tienen que ser. Y respecto a tu madre… —Su voz se desvanece, pero la amenaza que transmite no.

Entrecierro los ojos, con la piel tensa y hormigueante.

—¿Qué pasa con mi madre?

Cassian mira por encima del hombro, como si pudiera verla dondequiera que esté.

—Nadie siente ningún aprecio por ella. La culpan por haberos sacado de aquí, a ti y a Tamra. Han hablado de destierro…

Yo doy un respingo.

—Eso no es justo. Soy yo quien…

—Ella te llevó lejos de aquí. Tú no te habrías marchado por tu cuenta. Venga, Jacinda, ¿habría sucedido algo de todo esto si tu madre no os hubiera arrastrado a ese desierto? —Yo trago saliva a duras penas y miro por la ventana. Detesto no poder rebatirle ese punto. Detesto ver su lógica, por cruel que sea—. Ninguno de nosotros somos una isla. Piensa en eso. Los actos de uno afectan a todos.

Supongo que por eso mismo yo no soy como los demás. Por eso soy la que nos ha puesto en peligro a todos.

Me froto ligeramente la boca y a continuación hablo a través de los dedos.

—¿Y eso no te repatea? ¿Nunca quieres lo que tú quieres? ¿No piensas que te mereces eso de vez en cuando? ¿Por qué has de poner a la manada primero, por encima de todas las cosas? ¿Alguna vez has trazado una línea divisoria? Puedes racionalizar el sacrificio de uno, pero ¿qué pasa cuando son dos? ¿O tres? ¿Cuándo dices basta? —añado, sacudiendo la cabeza.

—Así es como somos —contesta Cassian, mirándome sin pestañear—. Así es como hemos sobrevivido tanto tiempo. El hecho de que tú te lo cuestiones cuando nadie más lo hace… Pero supongo que eso es lo que te hace tan especial. Por eso estoy aquí hablando contigo. Por eso me importa.

Yo trago saliva para deshacer el nudo que se me ha formado en la garganta y sostengo su mirada.

—Así que… —empiezo, buscando la palabra correcta, la palabra que no haga que me arda la cara de un modo insoportable, y continúo—… te gusto porque soy la clase de persona que lo pone todo en peligro, ¿es eso?

La insólita sonrisa ronda sus labios de nuevo.

—No eres aburrida, eso seguro.

—Cassian —se oye entonces, y mis nervios se tensan cuando el mismísimo Severin entra en mi dormitorio para colocarse junto a su hijo.

Ellos dos… en mi habitación. Es algo que no me habría imaginado jamás. Cassian es una cosa, pero Severin es otra muy distinta.

Mi madre se detiene detrás de Severin, con rostro duro y desafiante.

Sea lo que sea lo que han discutido, no le ha caído muy bien.

—Ya hemos terminado aquí, Cassian.

La mirada de Severin se posa en mí y noto cómo me encojo interiormente, pero no lo demuestro. Me obligo a sostenerle la mirada y finjo que no hace que me sienta débil y temblorosa por dentro, que no merezco su censura.

Severin señala la puerta.

—Cassian, espérame fuera —le ordena a su hijo, y este me dirige una larga mirada y luego sale.

Mamá entra del todo en la habitación, con los delgados brazos cruzados sobre el pecho. Ha perdido peso. Me pregunto cómo no he reparado antes en eso. Ella siempre tenía curvas.

Severin la mira con frialdad.

—Querría tener unas palabras con Jacinda.

—Puedes tenerlas delante de mí —replica mi madre.

Severin alza un labio sobre sus dientes blancos como los huesos.

—Zara, ya has demostrado ser una madre de discutible competencia. No hace falta que actúes como si ahora tu hija te importara.

Una expresión dolida asoma al rostro de mamá antes de que logre disimularla, pero la palidez no desaparece y hace que sus ojos sobresalgan como gigantescos estanques relucientes.

Desde que mataron a papá, Tamra y yo somos lo único que tiene. Todas las decisiones que toma van dirigidas a lo que más nos conviene…, a lo que ella piensa que más nos conviene. Puede haber cometido algunos errores, pero yo jamás he dudado de su amor por mí.

Un rápido hervor borbotea en mis entrañas.

—No le hables así a mi madre —le advierto a Severin.

Él se vuelve a mirarme por encima, como si yo fuese algo sucio tirado a sus pies.

—Ten cuidado, Jacinda. Hemos perdonado tus infracciones, y eso es algo que debes agradecerle a Cassian. Yo te habría castigado al instante… —Mira de nuevo a mi madre—. Y a ti te habría desterrado, Zara.

—No me hagas favores, Severin —le espeto, incapaz de adoptar el adecuado tono de arrepentimiento.

—Jacinda —dice mi madre en voz baja, agarrándome el brazo con dedos helados.

Los rasgos de Severin se endurecen y replica:

—Escucha bien lo que te digo. Estás andando en terreno pantanoso, Jacinda. A partir de ahora, espero un comportamiento perfecto por tu parte… —Enmudece lentamente, dejando la amenaza implícita. Prácticamente puedo oírlo decir: «O, de lo contrario, te cortaremos las alas».

Me niego a revelar que me afecta, que la amenaza funciona: siento que me atraviesa un rayo de miedo que me tensa la piel y me estremece el corazón; es como una serpiente que me recorre las venas y se retuerce buscando la libertad.

—Jacinda no causará problemas —afirma mi madre con una voz que nunca le había oído. Suena casi derrotada.

Entonces Severin curva la boca en una sonrisa de suficiencia y le espeta:

—Quizá esta vez te salga mejor lo de mantener a tu hija a raya.

Con un seco gesto de la cabeza, se marcha, retirándose de nuestra casa con sonoras pisadas.

Esto ya no parece nuestro hogar, solo una casa que ya no es nuestra. No lo es si Severin puede entrar y repartir órdenes como si tuviera derecho a hacerlo.

Por primera vez, me pregunto si la manada se ha convertido en esto… o si acaso siempre ha sido así.