3
Me conducen a mi antigua casa como a una prisionera. Los veteranos abren la marcha y la cierran. No parece importarles que haya regresado voluntariamente, aunque Cassian se ha encargado de remarcar ese detalle. Lo ha dicho más de una vez, pero lo único que importa es que hui, que tuve el descaro de escaparme… Soy una valiosa mercancía que se atrevió a marcharse cuando la manada tenía planes específicos para mí.
Al entrar en la casa de mi niñez… tengo una sensación extraña. El espacio parece menor, más reducido, y me enfado conmigo misma. Antes, esta casa era más que suficiente. Inhalo el aire enrarecido. Es probable que nadie haya estado aquí desde que nos escabullimos en mitad de la noche.
Me quedo mirando el sofá, el cojín del centro con su hueco permanente. Es el sitio de Tamra, su refugio. Rechazada por la manada como una draki extinta, mi hermana se abstraía durante horas delante del televisor. No me gusta que no esté aquí, aunque comprendo que, por ahora, ha de ser así. Severin ha ordenado que Tamra permanezca con Nidia. Mi madre no ha protestado, y sé que se debe a que piensa que una ocultadora sabrá cuidar mejor de Tamra mientras ella se adapta a su nuevo talento.
—¿También vais a arroparnos en la cama? —les espeta mi madre a los veteranos que siguen dentro de nuestra casa.
Los rostros que me resultaban tan familiares e inofensivos mientras crecía me observan ahora con censura.
Poco a poco, dan media vuelta y salen.
—¿Has visto si Cassian se marchaba con Severin? —me pregunta mi madre corriendo hacia la ventana. Yo asiento con la cabeza mientras ella abre las cortinas—. Espero que Cassian lo convenza para que no… nos imponga un castigo demasiado duro por habernos marchado.
—Ajá.
Recordando el arrobo de Severin por lo de Tamra, creo que podría ser indulgente con nosotras por una razón distinta.
Con un gruñido, mamá deja caer de nuevo las cortinas.
—Ahí fuera quedan dos.
Yo miro por la ventana a los dos veteranos que están plantados en nuestro porche delantero.
—No da la impresión de que vayan a irse enseguida. Supongo que quieren asegurarse de que no nos largamos de nuevo.
—Tamra está con Nidia.
Mi madre lo dice como si fuera razón suficiente para no movernos. Y lo es. Incluso aunque yo quisiera abandonar la manada, jamás lo haría sin mi hermana. Especialmente ahora. Se me contrae el pecho de golpe al pensar en lo que estará pasando Tamra. Debe de estar tan confundida…, tan perdida…
—Yo nunca me iría de aquí sin Tamra —declara mi madre, haciéndose eco de mis pensamientos, y me lanza una vehemente mirada, como si yo hubiera insinuado que nos marcháramos.
Desvío la vista a mis manos, a la ventana, a cualquier cosa excepto a mi madre. No quiero que vea que percibo lo que no está diciendo; que comprendo lo que me dice su furiosa mirada: «Pero sí me iría sin ti».
A lo mejor estoy siendo injusta. A lo mejor está hablando mi culpabilidad y mi madre no piensa así en absoluto.
Luego ella suspira y yo vuelvo a mirarla; observo cómo se pasa las manos por el pelo: hay algunas hebras grises en su melena rizada. Eso es una novedad.
—No puedo creer que estemos aquí otra vez —masculla—. En el mismo sitio en el que empezamos, y mucho peor que antes.
Hago una mueca, sintiendo como si fuera un golpe contra mí, porque es culpa mía que estemos de nuevo en casa. Todo esto es culpa mía. Lo sé, y ella también lo sabe.
—Estoy cansada —digo, y no es mentira.
Creo que no he dormido desde que salimos de Chaparral, pues mis pensamientos estaban demasiado enredados en todo lo que había sucedido. En mis tremendos errores. En Will…, preguntándome dónde está, qué estará haciendo, pensando, recordando. O mejor: qué no puede recordar.
Me encamino hacia mi habitación, sintiéndome mayor de lo que me he sentido jamás.
—Jacinda. —Al oír mi nombre, me detengo a mirar por encima de mi hombro. El rostro de mi madre es indescifrable, sombrío—. ¿Vas a…? —Oigo cómo toma aliento antes de continuar—: Ese chico. Will…
—¿Qué pasa con él?
Aunque Will es la última cosa en la que quiero pensar en este preciso momento, le debo a mi madre unas cuantas respuestas. Incluso aunque eso signifique hurgar en una herida reciente.
—¿Vas a poder olvidarlo? —pregunta con un inconfundible timbre de esperanza en la voz.
Mis pensamientos regresan a Big Rock, a la imagen de Will resbalando por la pendiente rocosa, directo a la ávida y expectante noche. No había elección. Tenía que manifestarme. Tenía que salvarlo. Aunque los cazadores me vieran.
Entonces no tuve elección. Y no la tengo ahora.
—Debo olvidar —respondo.
La mirada ámbar de mi madre destella con complicidad.
—Pero ¿puedes?
Esta vez no contesto porque las palabras no significan nada. Tengo que demostrarle a mi madre que puede volver a confiar en mí. Tengo que demostrárselo a todo el mundo.
Me dirijo hacia mi dormitorio, pasando ante fotografías enmarcadas de la familia que fuimos. Una familia que estaba completa, con un padre guapo, una madre sonriente y dos felices hermanas que jamás supieron lo diferentes que llegarían a ser. ¿Cómo íbamos a saber qué futuro nos aguardaba?
Me quito los zapatos con los pies y me cambio la ropa por una vieja camiseta y unos pantalones cortos que saco de mi cómoda. Mis ojos vislumbran apenas las relucientes estrellas que salpican el techo antes de que se me cierren los párpados.
Tengo la sensación de que solo han transcurrido unos pocos minutos cuando alguien empieza a zarandearme, arrancándome del reconfortante abrazo del sueño.
—¡Jacinda! ¡Despierta!
Agarro una de mis almohadas y, bizqueando, veo a Az sobre mí. Por mucho que me ilusione verla de nuevo, preferiría volver a ponerme la almohada bajo la cabeza y sumirme otra vez en el sueño, donde no pueden alcanzarme ni la culpabilidad ni el dolor.
—Az… —digo, frotándome la legañosa comisura de un ojo—. ¿Cómo has entrado aquí?
—Mi tío Kel está de guardia en el porche de tu casa. Él me ha dejado entrar.
Es cierto. El tío de Az era uno de los veteranos que me miraban como si fuera una especie de criminal. Y supongo que lo soy. Después de todo, estoy en arresto domiciliario, en efecto.
—Me alegro de verte —musito cansada.
—¿Me alegro de verte? —Az me atiza con una almohada—. ¿Eso es todo lo que se te ocurre después de largarte y dejarme aquí sola mientras tú te ibas quién sabe adónde?
—Mi madre fue bastante insistente.
Este no es el momento de explicarle por qué nos marchamos, ni qué es lo que la manada tenía reservado para mí. Lo que quizá todavía me tenga reservado…
Luego recuerdo que Az estaba conmigo la mañana en que Will y su familia casi nos capturaron. Las dos quebrantamos normas sagradas al escaparnos del pueblo para volar a la luz del día. Me incorporo y la miro de arriba abajo, preocupada.
—No habrás tenido problemas por escaparte del pueblo conmigo, ¿verdad?
Az pone los ojos en blanco y contesta:
—Apenas me hicieron caso después de descubrir que te habías ido. Excepto para interrogarme, claro. —Suelto el aire y vuelvo a tumbarme en la cama, aliviada. Por lo menos, no tengo también eso sobre mi conciencia. Az se coloca tras el hombro un largo mechón de pelo negro con reflejos azules y se inclina hacia mí, con ojos brillantes y vehementes—. No tienes ni idea de cómo ha sido esto desde que te marchaste. ¡Porque te marchaste!
Yo ruedo en la cama y abrazo una almohada.
—Lo lamento, Az.
Al parecer, mi conciencia no se va a ir de rositas. Reconozco que he pensado poco en Az mientras estaba fuera, pero tenía bastantes preocupaciones intentando superar un día tras otro en Chaparral.
Un suspiro de cansancio crece en mi interior. Da la impresión de que lo único que hago últimamente es disculparme.
—Bueno, por lo menos ya estás en casa —replica Az, sorbiéndose la nariz—. A lo mejor ahora las cosas vuelven a la normalidad.
Yo pienso en Will y en cómo traicioné a mi propia especie por él; en mi hermana y en lo perdida que debe de sentirse; en los veteranos que montan guardia en mi porche… Dudo que nada vuelva a ser normal nunca. Y, sin embargo, pese a todo, me alivia estar donde mi draki puede florecer.
—La verdad es que esto ha sido una porquería. Severin ha impuesto un toque de queda. ¡Y nos ata en corto en nuestro tiempo de descanso! No te lo vas a creer: nos permiten jugar al balonaire una vez por semana. ¡Una sola vez! Únicamente tenemos clase y trabajo, trabajo y clase. ¡Es un dictador! —¿Y todo eso por mi causa? ¿Porque mi madre nos alejó de aquí? ¿Temían que los demás pudieran hacer lo mismo?—. Por lo menos todavía podemos volar —murmura Az—. No sé qué haría sin eso. En grupos programados, por supuesto; eso no ha cambiado, pero Severin ha reducido nuestro tiempo de vuelo.
—¿Has visto a Cassian? —le pregunto.
Az arquea una elegante ceja.
—¿Desde cuándo te dedicas a vigilarlo?
—Desde que él nos encontró y nos trajo de vuelta.
—¿Cassian os localizó? ¿Ahí es donde ha estado todo este tiempo? Se decía que estaba haciendo su viaje por el mundo humano. —Az suelta una risita—. Vaya, vaya, vaya, todavía está colado por ti.
—De eso nada —me apresuro a corregirla—. No está colado por mí. Si alguna vez le he gustado…
—¿Perdón?
Le lanzo una mirada asesina y continúo:
—Si le gusto es solo porque soy la piroexhaladora de la manada.
Una mercancía, la mejor arma de la manada, pienso, aunque en realidad ya no. Eso ha cambiado. Ahora está Tamra. Tamra, que siempre ha suspirado por Cassian. Quizá él termine correspondiendo a esos sentimientos. Siento una nueva esperanza ante esa posibilidad, y otra emoción, algo que no puedo identificar, algo que no había sentido antes.
—Sea cual sea la razón —dice Az—, cualquier chica de esta manada mataría por que Cassian la mirara como te mira a ti. —Pone morritos y se tumba de espaldas en la cama—. Tal vez incluso yo.
—¿Tú? —pregunto con un parpadeo.
—Sí, pero no te preocupes, esto no es una confesión culpable. Nunca he pensado que tuviera ninguna posibilidad con él. Ni yo ni nadie. —Me guiña un ojo y añade—: No contigo cerca.
Yo suelto un gemido. Az dice lo mismo que Tamra, que la antigua Tamra, la que ansiaba la atención de Cassian y la aceptación de la manada. La que observaba desde la línea de banda cómo yo obtenía ambas cosas, hasta que nos trasladamos a Chaparral y descubrió una nueva vida allí. Una vida que yo le arrebaté la noche que me lancé por un precipicio en pos de un cazador de drakis.
Az mira a nuestro alrededor como si me hubiera leído el pensamiento.
—¿Dónde está Tamra?
—¿Quieres decir que no te has enterado?
—¿De qué?
—Tamra está con Nidia. —Mis labios esbozan una sonrisa a la vez que se me revuelve el estómago al pensar en el revuelo que provocará el hecho de que mi hermana vaya a convertirse en la próxima ocultadora de la manada—. Recuperándose.
—¿Recuperándose de qué?
—Tamra se ha manifestado. Es una draki ocultadora.
A Az se le ponen los ojos como platos.
—¡No puede ser! —Silba entre dientes y se tira de un labio—. Supongo que, entonces, tú ya no eres el único tesoro que hay por aquí.
—Supongo que no —murmuro, y de repente ya no estoy segura de si eso es algo bueno o malo.
Antes quería ser una draki del montón, nada extraordinario. No deseaba ser la fantástica piroexhaladora de la manada, siempre bajo escrutinio y presión. Ahora valoro que mi singularidad pueda ser lo único que me mantenga a salvo. También sé que el talento recién descubierto de Tamra significa que la manada se aferrará a nosotras dos con mayor intensidad.
—Me pregunto si ahora Cassian se fijará en ella —dice Az, y en ese momento el suelo cruje, alertándonos de la presencia de alguien.
Levanto la mirada, con la cara ardiendo por si mi madre ha oído nuestra conversación, pero no se trata de ella. Es peor.
El calor me desciende a la garganta.
—¿Cómo has entrado aquí? —exijo saber, pues mamá nunca le habría dejado pasar a mi dormitorio sin más. Al menos no sin avisarme primero. Cassian me mira de hito en hito. Ahora mismo, sus ojos son más negros que morados. El morado solo aparece cuando lo embarga alguna emoción. Por lo visto, eso es toda una rareza—. ¿Cómo has entrado aquí? —repito, y luego comprendo que es una pregunta absurda. Cassian es uno de ellos. Uno de mis captores. El futuro líder de esta manada, el príncipe que puede ir y venir como le plazca—. ¿Dónde está mi madre? —le pregunto, intentando ver algo más allá de su corpulenta figura.
—Está hablando con mi padre.
Me estremezco al oírlo. Severin y mi madre nunca han hecho buenas migas, y debo reprimir el deseo de salir corriendo en busca de mi madre para protegerla. Es ridículo, desde luego, porque ella es la gran protectora: siempre está cuidando de mí, incluso cuando yo no quiero que lo haga.
De modo que me quedo donde estoy, impaciente por saber qué ha venido a decirme Cassian. Por lo menos espero que me cuente qué está sucediendo, qué va a sucederme. Preferiría oírlo de su boca antes que de la de Severin. Desde Big Rock, estamos juntos en esto. Debo creer en eso.
Cassian mira fijamente a Az, como esperando que se marche. ¿Para qué? ¿Para quedarse a solas conmigo? No, gracias. Me acerco más a Az y él entorna los ojos: mensaje recibido.
—Bueno —empiezo—, has hablado con tu padre, ¿no? ¿Cuál es el veredicto?
Respiro hondo, lista para terminar con esta agonía y averiguar si tendré que sufrir o no que me corten las alas. ¿Sabe Severin que he revelado mi condición a unos cazadores? ¿Le habrá contado Cassian eso? Siento una comezón abrasadora ante esa idea. Es imposible que mi madre le haya dado esa información.
—Todo va a ir bien, Jacinda —asegura Cassian.
Yo ladeo la cabeza.
—Entonces, ¿no van a castigarme?
—Les he convencido de que querías regresar. Les he dicho que estabas ansiosa por reincorporarte a la vida de la manada. Que te comportarás y serás más dócil.
Su labio superior se curva levemente, y recuerdo lo que me dijo en Chaparral el día que apareció en mi casa: que yo le gustaba porque era diferente a todos los de aquí. Sin embargo, ahora quiere que sea igual a todos.
Doy un respingo. Dócil. Sumisa. Mansa. Obediente. ¿Es que hay algo de eso en mí?
—¿Dócil? ¿Jacinda? —Az ríe entre dientes, ajena a la tensión—. ¿Y se lo han tragado?
Cassian le lanza una dura mirada y luego me observa a mí. Está esperando. ¿Qué? ¿Acaso espera que esté de acuerdo?
—Oh. —Az se pone seria al ver nuestra expresión ceñuda—. Bueno, desde luego, estoy convencida de que Jacinda será más… Quiero decir que estoy segura de que se ha dado cuenta de que pertenece a este lugar. Tu padre tiene que ver eso, Cassian. ¿Por qué iba Jacinda a querer quedarse ahí fuera…, en un mundo en el que jamás podría encajar?
Ante mi silencio, Az me lanza una mirada inquisitiva. Ojalá pudiera explicarle que podría haber encontrado una razón para vivir entre los humanos. Necesitaría bastante poder de convicción para que Az comprendiera cómo he podido enamorarme de Will, pero, sea cual sea el motivo, no quiero hablar de eso delante de Cassian.
Por el modo en que se le dilatan las ventanas de la nariz, creo que Cassian está pensando más o menos en lo mismo que yo. Bajo la atezada piel de su rostro hay destellos de carbón encendido, como si hubiese una criatura nadando bajo la superficie del agua, una bestia a la que debo apaciguar.
Eso me recuerda su fuerza animal, su corpulenta figura enfrentándose a Will en lo alto de Big Rock. La violencia desenfrenada mientras ambos rodaban enzarzados y caían por el borde del precipicio… Me estremezco y me aprieto el estómago, sintiendo náuseas ante ese recuerdo. Querían matarse el uno al otro. Y casi lo consiguen.
Cassian sigue hablando cuando queda claro que no voy a decirle que seré una pequeña draki dócil y obediente. No es que no quiera pronunciar esas palabras, es solo que temo prometer algo que no puedo cumplir.
—Tú te quedarás aquí con tu madre —anuncia él por fin—. Puedes volver a ir a la escuela. Y al trabajo. Clases, trabajo y a casa. Tu hermana permanecerá con Nidia.
Me sobresalto al oír eso. No pensaba que la separación fuera a ser permanente. No recuerdo ni un día en el que Tamra y yo hayamos dormido a más de una habitación de distancia. Por mucho que eso me trastorne, supongo que tiene sentido. Nidia cuidará de mi hermana; le dará el apoyo y la guía que necesita en estos momentos, todo lo que mi madre y yo no podemos darle.
Me digo a mí misma que eso es lo único que sucede, que la manada no está intentando separarnos.
—Tamra es una ocultadora —dice Az, moviendo la cabeza maravillada—. Espera a que se lo cuente a todo el mundo. Es algo asombroso. —Entonces me aprieta un brazo con alegre entusiasmo y añade—: Eh, tengo que irme.
Salta de mi cama, evidentemente deseosa de propagar la noticia de que el futuro de nuestra manada está asegurado. Tenemos una nueva ocultadora que podrá ocupar el puesto de Nidia algún día.
Siempre que a Tamra no le importe quedar ligada a nuestro pueblo el resto de su vida, claro. ¿Y por qué habría de importarle? Cuando haya tenido tiempo de asimilar el cambio, se dará cuenta de que ya no es invisible en la manada…, y de que tiene una posibilidad con Cassian.
Az sale por la puerta saltando y exclama por encima del hombro:
—¡Volveré más tarde!
Y, después de todo, me quedo a solas con Cassian. Gracias, Az.