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El pueblo de nuestra manada se alza de un modo casi mágico en el nebuloso aire vespertino. El estrecho camino de tierra se ensancha entre los gigantescos árboles adornados con niebla, y de pronto ahí está. Cassian suspira a mi lado y la tensión de mi pecho se relaja un poco. Hemos llegado a casa.
A primera vista parece una imponente maraña de enredaderas y zarzas, pero tras una inspección minuciosa, se aprecia que en realidad es un muro. Tras él, mi mundo se oculta sano y salvo. Es el único lugar en el que siempre pensé que podría vivir. Por lo menos antes de Will.
Hay un draki montando guardia junto al arco de entrada. La niebla de Nidia fluye a su alrededor en forma de denso vapor. Reconozco a Ludo al instante. Es uno de los lacayos de Severin, un draki ónix al que le gusta exhibir sus músculos. Se le salen los ojos de las órbitas al vernos. Sin pronunciar ni una palabra, desaparece corriendo en el interior del pueblo.
Un guardia es una imagen insólita. La casita de Nidia está situada en la entrada con un propósito: para que ella pueda registrar la llegada y la partida de cualquiera. Tenemos a Nidia y las torres de vigilancia. Un guardia es una precaución adicional, y me pregunto por la razón de su presencia. ¿Nosotras hemos provocado eso? ¿Acaso nuestra marcha no autorizada ha desencadenado una hipervigilancia?
Cassian se detiene delante de la casa de Nidia. Ella ya está en la puerta, esperándonos, como si hubiera percibido nuestra llegada. Y supongo que así es. Después de todo, ese es su trabajo.
Nidia aguarda serenamente, abrazándose la cintura con las manos. La gruesa trenza de su cabello plateado desciende por uno de sus hombros. Es un cabello casi idéntico al de Tamra. Mi mirada se desvía involuntariamente hacia mi hermana, que sigue en el asiento de atrás; ahora también es una ocultadora. Mi madre toca un mechón de su pelo como para comprobar que es real. La he visto hacerlo varias veces.
—Habéis vuelto a casa con nosotros —murmura Nidia cuando salgo del coche. La sonrisa de sus labios no alcanza sus ojos, y yo recuerdo la noche en que huimos de la manada, recuerdo la sombra de Nidia en la ventana y mi certeza de que nos había dejado ir, escapar—. Sabía que volveríais. Sabía que, para poder quedaros, primero tendríais que iros y descubrir que este es el lugar al que pertenecéis.
Yo absorbo todo lo que me rodea; mi piel saborea el aire húmedo… y supongo que Nidia tiene razón. Mi cuerpo vibra con la energizante sensación que me produce notar la tierra bajo mis pies. Este es mi hogar. Examino las calles buscando a Az con la mirada, impaciente por ver a mi mejor amiga, pero no hay nadie.
Mamá rodea con un brazo protector a Tamra mientras ambas salen del coche. Nidia se acerca para ayudar, pues mi hermana, que apenas puede caminar, va arrastrando los pies.
—Así que por fin has decidido manifestarte, ¿eh? —Nidia retira dulcemente un mechón de pelo plateado de la pálida mejilla de Tamra—. Yo sabía que solo era cuestión de tiempo. Los gemelos son toda una rareza entre los de nuestra especie… Sabía que era imposible que Jacinda tuviese un talento y tú no.
Cassian lanza una mirada valorativa a mi hermana, a la chica que él —y la manada al completo— había despreciado por inútil. Puedo imaginarme sus pensamientos. Ahora, al poseer uno de los talentos más poderosos y codiciados en nuestra especie, Tamra representa la seguridad futura de la manada.
Como si hubiera notado que lo observo, Cassian me mira, pero yo devuelvo mi atención a las chicas y las sigo al interior.
Dentro de la casita, los familiares olores me envuelven. El persistente aroma a pescado salteado se mezcla con el reconfortante olor a hierbas puestas a secar en la ventana de la cocina. Me invade una calidez relajante, aunque me sacudo de encima esa sensación, recordándome que esta es una vuelta a casa complicada. Todavía he de enfrentarme a Severin y los veteranos. Cuando hui de aquí, estaban a punto de ordenar que me cortasen las alas. Eso es algo que no puedo permitirme olvidar.
—No es nada —le susurra Nidia a Tamra—. Tienes frío, ¿verdad? Recuerdo los primeros días de mi manifestación. Pensaba que jamás volvería a entrar en calor. —Posa una mano delicadamente surcada de venas en la frente de mi hermana—. Vamos a darte un poco de té de raíz. Los líquidos contribuirán a que te recuperes. Y el descanso.
Nidia va a la cocina y llena una taza con la humeante infusión de una tetera.
—¿Contribuirán a que recupere mi estado anterior? —pregunta Tamra desde el sofá con voz quebrada, ronca por la falta de uso.
Esas palabras son lo máximo que ha dicho desde que abandonamos Chaparral. Yo suelto un suspiro entrecortado, aliviada al oírla hablar de nuevo. Por absurdo que pueda parecer, eso me anima; me alegra comprobar que, por lo menos, esa parte de mi hermana no ha cambiado.
Nidia sostiene la humeante taza ante los labios de Tamra y le pregunta:
—¿Es eso lo que deseas?
La mirada de Tamra se posa en mí, luego en Cassian y por último en mamá; sus glaciales ojos parecen cautelosos.
—No lo sé —susurra al cabo. Después bebe un sorbo y hace una mueca.
—¿Está demasiado caliente? —replica Nidia, y agita una mano sobre la taza, lanzando una fresca niebla sobre el té ardiente.
Mi madre se sienta junto a Tamra, pegada a ella, casi como si quisiera resguardarla, y sus ojos se clavan en Cassian.
—¿Y ahora qué? —inquiere con voz desafiante, como si fuera él, y no yo, la razón por la que hemos vuelto—. Llegarán en cualquier momento. ¿Qué va a pasar? ¿Piensas permitir que nos castiguen?
Como hijo del alfa de la manada, Cassian tiene una influencia significativa. Está en la primera línea de sucesión, preparado para tomar el control del grupo.
Hundiéndome en una butaca, observo el rostro de Cassian. Algo se agita en sus ojos oscuros y líquidos.
—Le prometí a Jacinda que la protegería. Haría lo mismo por Tamra. Y por ti.
Entonces mi madre se echa a reír con un sonido hueco y seco.
—Gracias por incluirme en el lote, Cassian, pero no creo ni por un instante que realmente te preocupes por mí.
—Mamá… —empiezo, pero ella me corta.
—Y me parece bien, siempre que tenga tu palabra de que mantendrás a salvo a Jacinda y Tamra. Ellas son lo único que me importa.
—Te doy mi palabra —afirma Cassian—. Haré todo lo que esté en mis manos para proteger a tus hijas.
Mi madre asiente.
—Espero que con tu palabra baste.
Vuelve a mirar a Tamra, y parece llena de pena; sé que está llorando la pérdida de su única hija humana.
Yo cambio de posición, deslizo una mano debajo del muslo y la dejo atrapada entre mi pierna y la butaca. Me siento repentinamente incómoda por la convicción de que mamá también llora por mí. De que lo ha hecho durante años.
Resulta difícil oír cómo mi madre negocia y ruega por nuestra seguridad…, por la mía, porque soy yo quien lo ha estropeado todo. El recuerdo de mi última noche con Will se reproduce de nuevo en mi cabeza. La manada tiene todo el derecho del mundo a estar furiosa conmigo. Casi he conseguido que nos maten, a todos nosotros, a toda la tribu…, por un chico al que conozco desde hace muy poco. De no haber sido por el talento de Tamra, nuestro secreto estaría en manos enemigas y nuestra mayor defensa habría desaparecido.
Una ola de frío me sube por la espalda y se desliza por mi cuero cabelludo al sentir de pronto una aplastante certeza: Will no se acordará. Aunque estaba inconsciente en el coche, tuvo un estrecho contacto con la niebla. Sus recuerdos se habrán borrado. Espero ansiosamente que conserve en la memoria alguna parte de nuestra última noche juntos, lo suficiente para saber que no me he esfumado de su vida sin más. Tiene que recordar por qué me he marchado. Debe recordarlo.
Sigo temblando, enfrentándome a la idea de que Will no sabrá qué me ha sucedido, cuando llegan los veteranos, que irrumpen en casa de Nidia sin llamar. Llenan la sala de estar, abarrotando el pequeño espacio con sus imponentes figuras.
—Habéis regresado —declara Severin, y yo me sobresalto ante el profundo sonido de su voz, incluso aunque lo esperaba.
Desde que huimos de Chaparral, he estado oyéndolo en mi cabeza, imaginando cómo su voz retumba en mis oídos mientras sentencia que me corten las alas por mis crímenes. Me vuelvo hacia él con abatida aceptación.
Varios veteranos se yerguen detrás de Severin, con posturas igualmente rígidas. No llevan nada especial que señale su estatus. Lo que los identifica es su porte inherente, los rasgos adiestrados en la impasibilidad. No recuerdo un momento de mi vida en el que no supiera distinguir a un veterano del resto de nosotros.
Severin nos examina en un amplio barrido y su mirada se detiene en Tamra. Sus ojos centellean; es un movimiento mínimo, el único signo externo que delata su sorpresa por el nuevo aspecto de mi hermana. La inspecciona sin dejarse nada. Ni los ojos de un gris plateado ni el asombroso cabello de color perla. La mira como me miró a mí durante mucho tiempo y siento el descabellado impulso de interponerme entre ellos, de proteger a Tamra de la penetrante mirada de Severin.
—Tamra… —Severin pronuncia su nombre en un susurro, como si estuviera saboreándolo por primera vez. Se acerca para posar una mano en su hombro. Yo me quedo mirando esa mano sobre mi hermana, y se me revuelve el estómago—. Te has manifestado. Es maravilloso.
—Así que supongo que ahora Tamra te importa —digo, demasiado tarde para tragarme mis palabras, que brotan de mis labios con la velocidad de balas.
Severin me fulmina con la mirada. Sus ojos son estanques nocturnos, fríos y negros.
—Todo… y todos los de esta manada me importan, Jacinda —replica él.
Su posesiva mano sigue sobre Tamra, y me entran ganas de arrancarla de allí.
«Sí, claro —pienso—. Pero algunos de nosotros importamos más».
—Es muy injusto que insinúes lo contrario —añade, y yo reprimo el deseo de arrimarme a Cassian, pues detesto parecer intimidada cuando su padre me observa de arriba abajo.
Me quedo donde estoy y mantengo los ojos fijos en Severin. Me duele el corazón: es una masa retorcida dentro de mi pecho. He traicionado a mi especie y he perdido a Will, así que dejaré que me hagan lo que les plazca.
Severin levanta una comisura de la boca con gesto de amenaza y afirma:
—Es estupendo tenerte de vuelta, Jacinda.