1
A veces sueño que caigo.
Por supuesto, en esos sueños empiezo volando. Porque eso es lo que hago. Lo que soy. Lo que amo.
Hace poco habría dicho que es lo que más amo en el mundo, pero han cambiado muchas cosas. En realidad, ha cambiado todo.
En esos sueños voy a toda velocidad por el cielo, libre como se supone que soy, pero entonces ocurre algo, porque de repente empiezo a caer en barrena. Trato de agarrar el aire, aunque un viento furioso engulle mis gritos y caigo en picado. Soy una humana sin alas. Solo una chica, impotente y perdida, no una draki.
Ahora me siento así: estoy cayendo y no puedo hacer nada. No puedo detener lo que está ocurriendo. Estoy atrapada en la vieja pesadilla.
Siempre me despierto antes de chocar contra el suelo. Esa ha sido mi salvación, pero esta noche no estoy soñando. Esta noche choco contra el suelo, y es tan doloroso como esperaba.
Apoyo la mejilla contra el fresco cristal de la ventanilla y contemplo cómo la noche pasa corriendo ante mí. Cassian conduce, y yo, mientras tanto, en la oscuridad distingo jardines rocosos y casas de estuco y busco una respuesta, una razón para todo lo que ha sucedido.
El mundo parece contener la respiración cuando reducimos la velocidad por una señal de stop. Mi mirada se desvía hacia el cielo. Es un mar profundo y sin estrellas, un santuario atrayente y prometedor.
Oigo la voz de mi madre, baja y arrulladora, que en el asiento de atrás habla con Tamra, intentando obtener una reacción por parte de mi hermana. Entonces despego la mejilla del cristal y miro por encima del hombro. Tamra se estremece en los brazos de mi madre. Sus ojos miran hacia delante ausentes y vacíos, su piel tiene la palidez de un cadáver.
—¿Se encuentra bien? —vuelvo a preguntarle a mi madre, porque necesito decir algo. Tengo que saberlo. ¿Yo le he hecho esto a mi hermana? ¿Es esto, también, culpa mía?—. ¿Qué es lo que le ocurre?
Mamá frunce el entrecejo y sacude la cabeza a modo de respuesta, como si yo no debiera hablar. Les he fallado a las dos. Quebranté la norma inquebrantable. Revelé mi verdadera forma a unos humanos —peor aún: a unos cazadores— y todos vamos a pagar por ese error. Esa certeza me oprime, es un peso aplastante que me hunde más en mi asiento. Miro hacia delante de nuevo, temblando incontrolablemente. Cruzo los brazos, sujetándolos con las manos como si así pudiera paralizarlos.
Cassian me ha advertido que habrá consecuencias por lo sucedido esta noche, y yo me pregunto si ya habrán comenzado. He perdido a Will. Tamra está enferma, en estado de shock o quizá algo peor. Mi madre apenas puede mirarme. Mi propia respiración es un tormento; los acontecimientos de esta noche me arden bajo los párpados. Me he desprendido de mi piel humana para manifestarme delante de la familia de Will, he volado desesperadamente por un aire seco y crepitante para alcanzarle, pero si no me hubiera manifestado —si no hubiera volado junto a él—, Will estaría muerto y yo no podría soportar esa idea. No volveré a verlo nunca más, a pesar de su promesa de reunirse conmigo, pero por lo menos está vivo.
A mi lado, Cassian no abre la boca. Ya ha dicho todo lo que tenía que decir para lograr que mi madre se metiera en el coche con nosotros, para que comprendiera que la única opción viable era regresar con él al hogar del que habíamos huido. Aferra el volante con tanta fuerza que tiene los nudillos blancos. Dudo que afloje la presión hasta que estemos sanos y salvos lejos de Chaparral, probablemente hasta que estemos de nuevo en la seguridad de la manada. Seguridad… Ahogo una carcajada, o puede que haya sido un sollozo. ¿Volveré a sentirme segura alguna vez?
La ciudad pasa volando ante nosotros, y el número de casas va disminuyendo conforme nos acercamos a las afueras. Pronto nos habremos ido y estaremos libres de este desierto y de los cazadores. Y libres de Will. Este último pensamiento es como un nuevo zarpazo en la herida ya sangrante de mi corazón, pero no hay nada que se pueda hacer al respecto. ¿De verdad podría haber habido un futuro para nosotros? ¿Para una draki y un cazador de drakis? Un cazador de drakis con la sangre de mi especie en las venas…
Esa parte de la historia todavía va dando tumbos por mi cabeza, negándose a que la asimile. No puedo cerrar los ojos sin ver el destello de su reluciente sangre morada, igual que la mía. Me duele la cabeza, que se empeña en no aceptar la terrible verdad. No importa lo válida que sea la explicación de Will, no importa que yo todavía lo ame; eso no cambia el hecho de que una sangre robada a los míos recorre sus venas.
Cassian suelta aire despacio cuando cruzamos los límites de la ciudad.
—Bueno, ya está —murmura mi madre mientras aumenta la distancia entre nosotros y Chaparral.
Me giro y veo que está mirando hacia atrás por la ventanilla trasera. Mi madre está abandonando todas sus esperanzas de un futuro mejor en Chaparral. Allí era donde estábamos empezando de cero, lejos de la manada, y ahora nos dirigimos de nuevo hacia sus brumas.
—Lo siento, mamá —digo, no solo porque debería decirlo, sino porque es cierto.
Ella sacude la cabeza y abre la boca para hablar, pero no le sale nada.
—Tenemos problemas —anuncia entonces Cassian.
Más adelante, varios coches bloquean la carretera, obligándonos a aminorar la marcha.
—Son ellos —consigo decir con labios entumecidos cuando Cassian se acerca más.
—¡¿Ellos?! —exclama mi madre—. ¿Los cazadores?
Yo asiento con la cabeza. Los cazadores. La familia de Will.
Unos faros cegadores atraviesan la oscuridad e iluminan el rostro de Cassian. Él mira por el retrovisor y yo veo que está considerando la posibilidad de dar media vuelta y salir pitando en la dirección contraria, pero es demasiado tarde para eso: un automóvil se desplaza para cerrarnos el paso, y varias figuras se colocan delante de nuestro coche. Cassian da un golpe al acelerador, flexionando los dedos sobre el volante, y sé que está resistiendo el impulso de acabar con ellos. Yo intento vislumbrar a Will, pues noto su presencia: sé que está ahí, entre ellos, en alguna parte.
Unas voces duras y cortantes nos gritan que salgamos del coche, aunque yo no me muevo. Mis dedos me abrasan las piernas desnudas; aprietan tan fuerte como si trataran de alcanzar a mi draki, enterrado bajo mi piel.
Un puño golpea el capó, y entonces veo algo: la silueta de una escopeta en la penumbra.
Los ojos de Cassian se clavan en los míos, comunicándome lo que ya sé. Tenemos que sobrevivir, incluso aunque eso signifique hacer lo que solo nuestra especie puede hacer. Eso mismo que yo ya he hecho, lo que nos ha metido en este aprieto esta noche. Y ¿por qué no? Ya no podemos desvelar más nuestro secreto.
Asintiendo, me pongo en marcha y salgo del automóvil para enfrentarme a nuestros enemigos.
Xander, el primo de Will, se abre paso entre los demás y me acerca su engreída cara.
—¿De verdad pensabas que podrías escapar?
Siento en el pecho un dolor desgarrador, y una gran furia por el precio que estos bestias me han hecho pagar esta noche. Se me acumula ceniza en el fondo de la garganta y dejo que se forme el acre ardor, preparándome para lo que pueda ocurrir.
—¡Fuera del coche! —les grita entonces un cazador a mi madre y a mi hermana, dando un puñetazo en la ventanilla trasera.
Mi madre sale con toda la dignidad que puede reunir tirando de Tamra. Mi hermana está todavía más pálida que en Big Rock; su respiración resollante araña el aire. Sus ojos, de un castaño ámbar, igual que los míos, parecen turbios, casi peliculares, mientras miran al vacío. Separa los labios, pero no pronuncia ni una palabra. Yo me acerco para ayudar a mamá a sujetarla y compruebo que Tam está tan fría como el hielo. Su piel no es piel en absoluto, sino mármol helado.
Cassian se planta ante Xander, majestuoso como el príncipe que en esencia es. La luz se refleja y brilla en los mechones negros y morados de su cabello.
Yo me humedezco los labios, preguntándome cómo podría convencer a Xander de que no me ha visto manifestarme.
—¿Qué quieres? —le espeto.
El primo de Will me apunta con un dedo y dice:
—Comenzaremos contigo…, seas lo que diablos seas.
—Aléjate de ella —le exige Cassian.
La atención de Xander se desplaza entonces hacia él.
—Y luego seguiremos contigo y con el hecho de que hayas caído por ese precipicio con Will y no tengas ni un rasguño.
—¿Dónde está Will? —no puedo evitar preguntar. Tengo que saberlo.
Xander señala con un pulgar uno de los coches cercanos y responde:
—Inconsciente en el asiento de atrás.
Entorno los ojos inspeccionando la oscuridad y entreveo una figura echada en la parte trasera de un vehículo. Es Will. Está muy cerca, pero bien podría encontrarse a un océano de distancia. La última vez que lo vi me prometió que me encontraría. Estaba herido pero consciente. Me estremezco al pensar qué puede haber hecho su propia familia para cambiar eso.
—Necesita un médico —digo.
—Más tarde. Después de que me ocupe de vosotros dos.
—Mira —empieza Cassian, colocándose delante de mí—, no sé qué es lo que piensas…
—Lo que pienso es que tienes que cerrar el pico. Yo soy quien habla aquí —replica Xander, agarrándolo por un hombro. Craso error, pues Cassian gruñe y su piel centellea como carbón encendido. Se produce un rápido movimiento, y luego Xander está tirado en el suelo, con expresión tan sorprendida como la que tienen los seis tipos que nos rodean—. ¡Cogedlo! —aúlla Xander.
Los demás se abalanzan sobre Cassian y yo grito, vislumbrando su cara en medio de los cazadores. Me estremezco por el sonido de los puñetazos y voy hacia ellos, decidida a ayudar a Cassian, pero unas manos me retienen.
Un gruñido animal retumba en el aire. Es Cassian. Varios cazadores lo inmovilizan contra el suelo y Angus sonríe con suficiencia al plantar una bota sobre su espalda. Con la mejilla aplastada contra el asfalto, Cassian clava su mirada en la mía: sus ojos oscuros tiemblan, sus pupilas se estrechan, convirtiéndose en líneas verticales.
Un aliento humeante pasa entre mis labios, pero lo contengo y niego con la cabeza, indicándole a Cassian que resista, porque aún creo —aún espero— que podemos salir de esta dialogando, que él no necesita revelarse también como draki. Quizá todavía pueda protegerlo. Quizá él pueda escapar de aquí con mi madre y con Tamra.
El frío beso de una pistola se me clava entre las costillas y me quedo paralizada. Mi madre grita, pero yo levanto una mano para impedir que haga alguna insensatez por ayudarme.
—Quédate con Tamra, mamá. ¡Ella te necesita!
La oscura mirada de Xander me recorre despectivamente.
—Sé qué demonios he visto. Un monstruo con alas.
Tengo que luchar para que el miedo no me engulla en un torrente feroz, y me resulta asombroso no mudar de inmediato a mi piel draki.
—¡Jacinda! —grita Cassian, debatiéndose de nuevo.
—No te preocupes, que no voy a matarte —me aclara Xander—. Solo es una escopeta de dardos tranquilizantes. Te mantendremos con vida para averiguar qué narices eres.
Entonces vuelven a golpear a Cassian mientras él lucha por liberarse.
—¡Parad! —Doy un empujón a Xander, pero Angus se interpone en mi camino. Angustiada, veo cómo continúan dando patadas a Cassian—. ¡Parad! Por favor, ¡parad!
Se me encoge el corazón. Se trata de ellos o de nosotros, y justo en ese momento el fuego se enciende en mis pulmones contraídos y me sube por la tráquea.
No puedo permitir que nos atrapen. Antes de que suelte mi aliento abrasador, me envuelve una repentina ráfaga de frío. Es de una gelidez sobrenatural, y me estremezco por el rápido cambio de temperatura.
Me doy la vuelta y se me forma un nudo en la garganta al ver a Tamra. Se sostiene por su propio pie, y a varios pasos detrás de ella, mi madre la observa con ojos desorbitados.
El rostro de mi hermana muestra una palidez cadavérica y sus ojos ya no son los suyos. No son como los míos. Son de un gris hielo que me congela el corazón. Tamra desprende un vaho igual al vapor, solo que es frío. La gélida niebla aumenta, va creciendo en una nube interminable que nos rodea.
Tamra arquea el cuerpo con una ondulación sinuosa, desgarrando su blusa, que se arranca con un fiero tirón. De pronto, sus manos centellean y relucen con una lustrosa pátina perlada.
Solo he visto un color semejante en otro ser, en otro draki: Nidia, la ocultadora de nuestra manada.
Contemplo cómo las raíces del cabello de Tamra se tornan de un blanco plateado que decolora el resto de su melena. El vapor se intensifica, se transforma en una bruma heladora que me recuerda a mi hogar, a la niebla que cubre nuestro pueblo como una manta fría. Nos protege de los intrusos, de cualquiera que vaya a cazarnos y destruirnos, y oscurece la mente de quienes tropiezan con nuestro refugio.
—¡Tamra!
Alargo una mano hacia ella, pero Cassian se ha liberado de sus atacantes y me aparta con sus fuertes brazos.
—Déjala —dice.
Lo miro, y reconozco la satisfacción profunda y primaria que destella en sus ojos. Cassian está… contento, feliz por lo que está sucediendo. Lo que no puede estar sucediendo, en realidad. Tamra no se había manifestado jamás. ¿Cómo puede ocurrir esto ahora?
En el momento en que aparto la vista, todo concluye. Cuando vuelvo a mirar a mi hermana, ella se ha elevado varios palmos por encima del suelo. Sus vaporosas alas baten a su espalda: sus puntas irregulares asoman sobre sus hombros plateados.
—Tamra —digo con voz estrangulada, asimilando su aspecto, enfrentándome a esta nueva realidad.
Mi hermana es una draki. Después de tantísimo tiempo, después de pensar que nunca tendríamos eso en común… Más que eso: es una ocultadora.
Su mirada, escalofriantemente tranquila, se desliza por todos los que estamos en la carretera, como si supiera exactamente qué hacer. Y supongo que lo sabe. Es el instinto.
No puedo moverme mientras la contemplo, hermosa y aterradora a la vez, con su piel resplandeciente y su cabello desprovisto de todo pigmento. Tamra eleva sus delgados brazos y la niebla se cierne sobre nosotros como humo creciente. Es tan densa que apenas veo mi propia mano delante de mi cara. Los cazadores resultan completamente invisibles, pero los oigo gritar y vociferar, chocando entre ellos, tosiendo, cayendo al suelo como fichas de dominó. Primero uno, después otro y otro. Y luego nada.
Aguzo el oído para captar algo en el repentino silencio sepulcral, mientras la bruma de Tamra hace lo que se supone que tiene que hacer, y oculta, borra, anula… todo lo que encuentra en su camino, a todos los humanos que están cerca. A Will.
Me zafo de Cassian y me abro paso desesperadamente por el frío vapor que nubla el aire y la mente. Hay cazadores desparramados a mis pies, vencidos por obra de Tamra. No veo nada a través de la bruma que lo cubre todo y mis brazos se agitan como locos en el frío beso de la neblina, palpando a tientas, buscando el coche en el que está Will.
Por fin lo veo en el asiento trasero de un automóvil. La puerta del conductor está abierta de par en par, dejando entrar la niebla. El vapor humeante se enrosca en su cuerpo dormido casi con ternura. Durante un momento no puedo moverme, solo puedo mirar, ahogándome con mi propia respiración. Incluso magullado y vapuleado, Will es hermoso.
Luego la acción estimula mis extremidades. Abro la puerta trasera y alargo una mano hacia él. Mis temblorosos dedos le rozan la cara y retiran de su frente unos mechones de color miel. Es como seda contra mi mano.
Poco después, sin embargo, me sobresalto cuando Cassian ruge mi nombre.
—¡Jacinda! ¡Tenemos que irnos! ¡Ahora mismo!
Y luego me encuentra y me aparta a rastras del coche. Con la otra mano sujeta a Tamra y se la entrega a mi madre bruscamente. El reluciente y nuevo cuerpo de mi hermana ilumina la noche del desierto, abriéndonos un camino a través de la creciente niebla.
Pronto la bruma se disipará, se evaporará. Cuando Tamra se haya ido. Cuando hayamos escapado. «La niebla se esfumará, y con ella, los recuerdos de los cazadores».
Alguna vez le insinué a Tamra que su talento no se había manifestado todavía; que, simplemente, ella se manifestaría tarde. Se lo decía incluso aunque no lo creía, para darle esperanzas. Incluso aunque, en lo más profundo de mi ser, como el resto de la manada, yo creía que mi hermana era una draki extinta. Pero, en vez de eso, es un draki de los más escasos y apreciados de nuestra especie. Al igual que yo.
Una vez tras el volante, Cassian pone en marcha el motor y salimos disparados carretera abajo. Yo miro por la ventana trasera la gran nube blanca. Will está ahí. Clavo los dedos en el asiento hasta que la raída tapicería cede y se desgarra bajo la presión. No, ahora no puedo pensar en Will… Duele demasiado.
Desvío la vista, que se desliza por la pálida versión de mi hermana, y tengo que mirar hacia otro lado. Me alarma ver así a Tamra, ahora tan desconocida para mí como este desierto.
Respiro hondo, estremeciéndome. Vamos hacia nuestro hogar, a las montañas, las brumas y todo lo que nos resulta familiar. El único lugar seguro para mí. Voy a regresar a la manada.