Septimus Heap
Inadvertidamente, en el sombrerete de la chimenea de la casa de la conservadora se posó un petrel. Había sido arrastrado por el viento la noche anterior y observaba la cena del aprendiz con gran interés. Y ahora, advirtió con una sensación de ternura, tía Zelda estaba a punto de hacer algo para lo que el petrel siempre había considerado que tenía un don particular.
—Es una noche perfecta para esto —estaba diciendo tía Zelda mientras se encontraba en el puente sobre el Mott—, hay una hermosa luna llena y nunca había visto el Mott tan calmado. ¿Puede todo el mundo acomodarse en el puente? Muévete un poco, Marcia, y hazle sitio a Simón.
Simón no parecía querer que le hicieran sitio.
—¡Oh, no os molestéis por mí! —murmuró—. ¿Por qué perder la costumbre de toda una vida?
—¿Qué dices, Simón? —preguntó Silas.
—Nada.
—Déjalo en paz, Silas —dijo Sarah—. Últimamente lo ha pasado mal.
—Todos lo hemos pasado mal últimamente, Sarah. Pero no vamos por ahí lamentándonos por ello.
Tía Zelda tamborileó, irritada, con los dedos sobre la barandilla del puente.
—Si todo el mundo ha terminado de discutir, me gustaría recordaros que estamos a punto de intentar resolver una importante pregunta. ¿De acuerdo todo el mundo?
Se hizo silencio entre el grupo. Junto con tía Zelda, el Muchacho 412, Sarah, Silas, Marcia, Jenna, Nicko y Simón estaban apretados en el pequeño puente tendido sobre el Mott. Detrás de ellos estaba la nave Dragón, con la cabeza levantada y arqueada por encima de ellos, mirando atentamente con sus profundos ojos verdes el reflejo de la luna bañándose en las tranquilas aguas del Mott.
Delante de ellos, un poco apartado para permitir ver el reflejo de la luna, estaba el Molly con Alther sentado en la proa, observando la escena con interés.
Simón se reclinó hacia atrás en el borde del puente. No entendía a qué venía tanto alboroto. ¿A quién le importaba de dónde había salido un mocoso del ejército joven? En especial un mocoso del ejército joven que le había arrebatado el sueño de toda su vida. Lo último que le preocupaba a Simón era el parentesco del Muchacho 412, y no era probable que le importara nunca, por lo que alcanzaba a imaginar. Así que, mientras tía Zelda empezaba a convocar la luna, Simón le dio deliberadamente la espalda.
—Hermana luna, hermana luna —proclamó tía Zelda en voz baja—. Muéstranos, si es tu voluntad, a la familia del Muchacho 412 del ejército joven.
Tal y como había ocurrido antes en el estanque de los patos, el reflejo de la luna empezó a crecer hasta que un enorme círculo blanco llenó el Mott. Al principio, comenzaron a aparecer vagas sombras en el círculo, que lentamente fueron cobrando definición hasta que todo el mundo vio… su propio reflejo.
Hubo un murmullo de desilusión por parte de todos menos de Marcia, que había notado algo que nadie más había percibido, y del Muchacho 412, cuya voz parecía haber dejado de sonar. Tenía el corazón latiéndole en la garganta y notaba las piernas como si fueran a convertirse en puré de chirivía en cualquier momento. Deseó no haber pedido nunca ver quién era. No pensaba que realmente quisiera saberlo. Supongamos que su familia era horrible. Supongamos que era el ejército joven, tal como ellos le habían dicho. Supongamos que era el propio DomDaniel. Justo cuando estaba a punto de decirle a tía Zelda que había cambiado de idea y que ya no le importaba saber quién era, tía Zelda habló.
—Las cosas —recordó tía Zelda a todos los que se encontraban en el puente— no son siempre lo que parecen. Recordad, la luna siempre nos muestra la verdad. Cómo veamos la verdad, es cosa nuestra, no de la luna. —Se dirigió al Muchacho 412, que estaba de pie junto a ella—. Dime —le preguntó—, ¿qué te gustaría realmente ver?
La respuesta que dio el Muchacho 412 no era la que él mismo esperaba dar.
—Quiero ver a mi madre —susurró.
—Hermana luna, hermana luna —dijo tía Zelda con voz suave—. Muéstranos si es tu voluntad a la madre del Muchacho 412 del ejército joven.
El disco blanco de la luna llenó el Mott. Una vez más, vagas sombras empezaron a aparecer, hasta que vieron… de nuevo sus propios reflejos.
Hubo un gemido de protesta colectivo, pero pronto fue atajado. Estaba sucediendo algo distinto. Una a una, las personas fueron desapareciendo del reflejo.
Primero desapareció el Muchacho 412, luego Simón, Jenna, Nicko y Silas. Luego se desvaneció el reflejo de Marcia, seguido del de tía Zelda.
De repente Sarah Heap se encontró mirando su propio reflejo en la luna, esperando que se desvaneciera, como habían hecho todos los demás, pero no se esfumó. Se hizo cada vez más grande y más definido, hasta que Sarah Heap estuvo de pie, sola, en medio del disco blanco de la luna y todo el mundo pudo ver que ya no era solo un reflejo: era la respuesta.
El Muchacho 412 miró la imagen de Sarah paralizado. ¿Cómo podía ser Sarah Heap su madre? ¿Cómo?
Sarah levantó la vista del Mott y miró al Muchacho 412.
—¿Septimus? —medio susurró.
Había algo que tía Zelda quería mostrar a Sarah.
—Hermana luna, hermana luna —clamó tía Zelda—. Muéstranos, si es tu voluntad, al séptimo hijo de Sarah y Silas Heap. Muéstranos a Septimus Heap.
Lentamente la imagen de Sarah Heap se desvaneció y fue reemplazada por la de… el Muchacho 412.
Todos lanzaron una exclamación, incluso Marcia que había adivinado quién era el Muchacho 412 unos minutos antes. Solo ella había notado que su imagen había desaparecido del reflejo de la familia del Muchacho 412.
—¿Septimus? —Sarah se arrodilló junto al Muchacho 412 y le lanzó una mirada inquisitiva. Los ojos del Muchacho 412 se fijaron en los suyos y Sarah dijo—: ¿Sabes?, creo que tus ojos empiezan a volverse verdes, como los de tu padre y los míos y los de tus hermanos.
—¿Sí? —preguntó el Muchacho 412—. ¿En serio?
Sarah colocó la mano en el sombrero rojo de Septimus.
—¿Te importa si te quito esto? —le preguntó.
El Muchacho 412 sacudió la cabeza. ¿Para eso estaban las madres? ¿Para toquetearte el sombrero?
Sarah levantó con cuidado el sombrero del Muchacho 412 por primera vez desde que Marcia se lo encasquetara en la barraca de Sally Mullin. Mechones trigueños de cabello rizado aparecieron cuando Septimus sacudió la cabeza como un perro se sacude el agua y un muchacho se sacude su antigua vida, sus antiguos temores y su antiguo nombre.
Se estaba convirtiendo en quien realmente era: Septimus Heap.