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La cita

Más tarde, esa noche, el aprendiz se escapó por la gatera. A Bert, que aún conservaba todos los instintos de un gato, le gustaba vagar por la noche, y tía Zelda le dejaba la puerta abierta en un solo sentido gracias a un hechizo de cerrazón. Esto permitía a Bert salir, pero no dejaba que nada entrase, ni siquiera la propia Bert. Tía Zelda era muy cuidadosa con los Brownies descarriados y los espectros de los marjales.

Así que, cuando todo el mundo menos el aprendiz se había quedado dormido y Bert decidió salir a pasar la noche fuera, el aprendiz pensó que podía intentar seguirla. Era un poco estrecho, pero el aprendiz, que estaba delgado como una serpiente y era dos veces más retorcido, se arrastró hasta colarse por el exiguo espacio. Al hacerlo, la magia negra que impregnaba sus ropas desencantó la gatera y pronto su cara nerviosa asomó al frío aire nocturno.

Bert lo recibió con un fuerte picotazo en la nariz, pero eso no disuadió al aprendiz. Le daba más miedo quedarse atorado en la gatera, con los pies aún dentro de la casa y la cabeza fuera, que la propia Bert. Tenía la sensación de que nadie se daría demasiada prisa en sacarlo si se quedaba atorado. Así que no hizo caso a la furiosa pata y, con gran esfuerzo, se escurrió hasta liberarse.

El aprendiz fue directo al embarcadero, perseguido de cerca por Bert, que intentó volver a cogerlo del pescuezo, pero esta vez el aprendiz estaba preparado: le propinó un furioso manotazo que la envió al suelo con un ala malherida.

El Magog estaba tumbado cuan largo era en la canoa, durmiendo mientras hacía la digestión de los cincuenta y seis insectos escudo. El aprendiz pasó con precaución por encima de él Para su alivio, el Magog no rebulló. La digestión era algo que un Magog se tomaba muy en serio. El olor a baba de Magog se le pegaba detrás del paladar, pero cogió el remo cubierto de gelatinoso líquido y pronto se alejó río abajo, rumbo hacia el laberinto de canales serpenteantes que entrecruzaban los marjales Marram y que lo conducirían hasta el Dique Profundo.

A medida que dejaba la casa atrás y se internaba en la amplia extensión de los marjales iluminados por la luna, el aprendiz empezó a sentir cierta inquietud. Con el Magog durmiendo, el aprendiz se sentía horriblemente desprotegido y recordó todas las aterradoras historias que había oído sobre los pantanos de noche. Remaba en la canoa haciendo el menor ruido posible, temiendo molestar a algo que no quería ser molestado o, aún peor, algo que podía estar aguardando a que lo molestasen. A su alrededor oía los ruidos nocturnos del pantano; los amortiguados chillidos subterráneos de un puñado de Brownies mientras arrastraban a un desprevenido gato salvaje hasta las arenas movedizas del fondo. Y luego estaba ese horrible ruido como de escarbar y succionar cuando dos grandes chupones intentaban fijar sus ventosas en el fondo de la canoa y abrirse camino a mordiscos, aunque pronto resbalaban gracias a los restos de baba del Magog.

Poco tiempo después de que los chupones desaparecieran, apareció un espectro del marjal. Aunque solo era una pequeña voluta de niebla blanca, expelía un olor a frío y a humedad que al aprendiz le recordaba el túmulo del escondrijo de DomDaniel. El espectro del marjal se sentó detrás del aprendiz y empezó a canturrear de forma poco melodiosa la más lastimera e irritante canción que el aprendiz había oído en su vida. La canción le daba vueltas sin parar en su cabeza —«… Ueerrj-derr-uaaaah-duuuuuuuuu… Ueerrj-derr-uaaaah-duuuuuuuuu… Ueerrj-der-uaaaah-duuuuuuuuu…»—, hasta que el aprendiz sintió que iba a enloquecer.

Intentó espantar al espectro con el remo, pero atravesó el gimiente pedazo de niebla, se desequilibró la canoa y a punto estuvo de caer de bruces en las aguas negras. Y a pesar de eso, la horrible cantinela seguía, un poco burlona ahora que el espectro sabía que había captado la atención del aprendiz: «Ueerrj-derr-uaaaah-duuuuuuuuu… Ueerrj-der r-Uaaaah-duuuuuuuu… uuuuuu… uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu…».

—¡Basta! —vociferó el aprendiz, incapaz de soportar el ruido ni un momento más.

Se tapó los oídos con los dedos y empezó a cantar en voz lo bastante alta como para sofocar la fantasmal tonadilla.

—No estoy escuchando, no estoy escuchando, no estoy escuchando —cantaba el aprendiz a pleno pulmón mientras el triunfante espectro giraba alrededor de la canoa, satisfecho de su trabajo nocturno. Normalmente el espectro tardaba mucho más en reducir a un joven a una piltrafa balbuciente, pero aquella noche había tenido un golpe de suerte. Misión cumplida: el espectro de los marjales se convirtió en una delgada hoja de niebla que fue ondulándose, para pasar el resto de la noche flotando sobre su ciénaga favorita.

El aprendiz remó obstinadamente, sin preocuparse por la sucesión de llorones de los pantanos, insectos embotadores y una colección muy tentadora de fuegos de los marjales que danzaron en torno a su canoa durante horas. Para entonces, al aprendiz no le importaba lo que ninguno de ellos hiciera, mientras no cantase.

Cuando el sol se alzó sobre los distantes confines de los marjales Marram, el aprendiz se percató de que estaba absolutamente perdido. Se encontraba en una extensión informe de pantanos que le parecían todos iguales. Remó cansinamente hacia delante, sin saber qué otra cosa hacer, y ya era mediodía cuando llegó a una amplia y recta franja de agua que parecía como si fuera a dar a algún lugar, en vez de perderse en otra saturada ciénaga.

Exhausto, el aprendiz viró hacia lo que era el tramo alto del Dique Profundo y lentamente tomó rumbo hacia el río. Su descubrimiento de la pitón gigante de los marjales merodeando en el fondo del canal e intentando enderezarse, apenas le alteró; estaba demasiado cansado para importarle. También estaba muy decidido a que nadie le impidiera llegar a su cita con DomDaniel, y esta vez no iba a estropearlo. Muy pronto la Realicia lo lamentaría. Todos lo lamentarían, sobre todo el pato.

Aquella mañana, de nuevo en la casa, nadie podía creer que el aprendiz se las hubiera arreglado para escabullirse a través de la gatera.

—Yo pensaba que tenía la cabeza demasiado grande para colarse por la gatera —había dicho con sorna Jenna.

Nicko salió a inspeccionar la isla, pero regresó pronto.

—La canoa del cazador no está y era un barco rápido. Ahora ya estará bastante lejos.

—Tenemos que detenerlo —opinó el Muchacho 412, que sabía demasiado bien lo peligroso que podía ser un chico como el aprendiz— antes de que le cuente a alguien dónde estamos, lo que hará en cuanto pueda.

Y de este modo Jenna, Nicko y el Muchacho 412 tomaron el Muriel 2 y salieron en persecución del aprendiz. Mientras el pálido sol de primavera se alzaba sobre los marjales Marram, proyectando largas sombras de refilón sobre los lodazales y las ciénagas, la desgarbada Muriel 2 los llevó a través del laberinto de zanjas y canales. Navegaba lenta pero inexorablemente, demasiado lenta para Nicko, que sabía lo rápidamente que la canoa del cazador debía de haber cubierto la misma distancia. Nicko se mantuvo ojo avizor ante cualquier señal de la esbelta canoa negra, aunque esperaba verla volcada en unas arenas movedizas de los Brownies, o vacía y a la deriva en un canal, pero, para su decepción, no vio nada, salvo un madero largo y negro que solo por un momento había avivado sus esperanzas.

Se detuvieron un rato para comer un poco de queso de cabra y bocadillos de sardina junto a la ciénaga de los espectros de los marjales. Pero los dejaron en paz, pues los espectros hacía tiempo que se habían ido, evaporados en el calor del sol naciente.

Eran las primeras horas de la tarde y empezaba a caer una llovizna gris, cuando por fin entraron en el Dique Profundo. La pitón de los marjales dormitaba en el barro, medio cubierta por el agua turbia de la reciente marea alta. Ignoró al Muriel 2, para gran alivio de sus ocupantes, y se quedó esperando la nueva afluencia de pescado que traería consigo la marea alta. La marea estaba muy baja y la canoa se asentaba muy abajo de las inclinadas riberas que se levantaban a cada lado de ellos, así que, hasta que hubieron doblado el último recodo del Dique Profundo, Jenna, Nicko y el Muchacho 412 no vieron lo que les estaba aguardando.

La Venganza.