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Desaparecidos en el suelo

—¡Puedes hablar! —exclamó Jenna frotándose el chichón de la cabeza.

—Claro que puedo hablar —protestó el Muchacho 412.

—Pero ¿por qué no has hablado hasta ahora? Nunca has dicho nada. Salvo tu nombre. Quiero decir, tu número.

—Eso es todo lo que se suponía que debíamos decir si nos capturaban. Rango y número, nada más. Así que eso es lo que hice.

—No habías sido capturado. Habías sido salvado —especificó Jenna.

—Lo sé —aceptó el Muchacho 412—. Bueno, ahora lo sé. Entonces no lo sabía.

A Jenna le parecía muy extraño estar realmente manteniendo una conversación con el Muchacho 412 después de todo aquel tiempo. Y aún más extraño mantenerla en el fondo de un hoyo en la más completa oscuridad.

—Me gustaría que tuviéramos alguna luz —declaró Jenna—. Sigo pensando que el cazador nos está acechando —dijo estremeciéndose.

El Muchacho 412 rebuscó en su sombrero, sacó el anillo y se lo puso en el índice de la mano derecha. Le encajaba perfectamente. Puso la otra mano sobre el anillo del dragón, calentándolo, deseoso de que despidiera su resplandor dorado. El anillo respondió y un suave destello partió de las manos del Muchacho 412, hasta que pudo ver claramente el rostro de Jenna mirándole a través de la oscuridad. El Muchacho 412 se sintió muy feliz. El anillo brillaba más que nunca, más brillante que antes, y pronto despidió un cálido círculo de luz alrededor de ellos, mientras se sentaban en el arenoso suelo del túnel.

—Es sorprendente —se admiró Jenna—. ¿Dónde lo encontraste?

—Aquí abajo —indicó el Muchacho 412.

—¿Qué? ¿Lo acabas de encontrar? ¿Precisamente ahora?

—No, lo encontré antes.

—¿Antes de qué?

—Antes… ¿Recuerdas cuando nos perdimos en medio del haar?

Jenna asintió.

—Bueno, entonces me caí en este agujero. Y pensé que aquí me iba a quedar para siempre, hasta que encontré el anillo. Es mágico; se encendió y me mostró el camino de salida.

«Así que eso es lo que ocurrió», pensó Jenna; ahora tenía sentido. El Muchacho 412 se había sentado con aires de petulancia a esperarlos, mientras que ella y Nicko, después de vagar durante horas buscándolo, encontraban por fin el camino de regreso, helados y empapados. Sabía que guardaba algún tipo de secreto. Y todo aquel tiempo había estado guardando el anillo tan campante, sin mostrárselo a nadie. Había más en el Muchacho 412 de lo que aparentaba a primera vista, pensó Jenna.

—Es un anillo precioso —comentó mirando el dragón de oro enroscado alrededor del dedo del muchacho 412—. ¿Puedo cogerlo?

Con cierta reticencia, el Muchacho 412 se quitó el anillo y se lo dio a Jenna. Lo sostuvo con cuidado en las manos, pero la luz empezó a extinguirse y la oscuridad creció a su alrededor. Pronto la luz del anillo se hubo apagado por completo.

—¿Se te ha caído? —preguntó acusadoramente el Muchacho 412.

—No —le respondió Jenna—, aún lo tengo en la mano, pero conmigo no funciona.

—Claro que funciona, es un anillo mágico —le explicó el Muchacho 412—. Venga, devuélvemelo. Te lo enseñaré. —Cogió el anillo y de inmediato el túnel se inundó de luz—. ¿Lo ves? Es fácil.

—Fácil para ti —refunfuñó Jenna—, pero no para mí.

—No veo por qué —manifestó el Muchacho 412 perplejo.

Pero Jenna había visto por qué. Lo había visto una y otra vez, al crecer en una casa de magos. Y aunque Jenna sabía demasiado bien que ella no tenía Magia, podía distinguir quién la tenía.

—No es el anillo lo que es mágico. Eres tú —le dijo al Muchacho 412.

—Yo no soy mágico —respondió el Muchacho 412. Parecía tan convencido, que Jenna ni discutió.

—Bueno, seas lo que seas, es mejor que guardes bien el anillo. Entonces, ¿cómo saldremos de aquí?

El Muchacho 412 se puso el anillo del dragón y partió hacia el túnel, guiando con seguridad a Jenna a través de los giros y curvas que tanto le habían confundido antes, hasta que por fin llegaron a lo alto de los escalones.

—Cuidado. La última vez me caí y casi pierdo el anillo.

Al llegar al pie de los escalones, Jenna se detuvo. Algo hizo que se le pusieran los pelos de punta.

—Yo he estado aquí antes —susurró.

—¿Cuándo? —preguntó el Muchacho 412 un poco molesto. Aquel era su lugar.

—En mis sueños —murmuró Jenna—. Solía soñar con este sitio en verano, cuando estaba en casa, pero era más grande que esto…

—Vamos —la instó con tono enérgico el Muchacho 412.

—Me pregunto si esto es más grande, si hay eco. —Jenna levantó la voz al hablar.

«Hay eco, hay eco, hay eco, hay eco, hay eco, hay eco, hay eco, hay eco…», sonó a su alrededor.

—Chist —susurró el Muchacho 412—. Él podría oírnos. A través del suelo. Los entrenan para que tengan un oído tan fino como el de un perro.

—¿A quién?

—A los cazadores.

Jenna guardó silencio. Se había olvidado del cazador y ahora no quería que se lo recordaran.

—Hay cuadros en todas las paredes —susurró Jenna al Muchacho 412— y sé que he soñado con ellos. Parecen realmente viejos, es como si contaran una historia.

El Muchacho 412 no había reparado demasiado en los cuadros antes, pero ahora que levantaba el anillo hasta las lisas paredes de mármol que conformaban aquella parte del túnel, podía ver formas sencillas y casi primitivas en intensos azules, rojos y amarillos, que mostraban lo que parecían ser dragones, un barco en construcción, luego un faro y un naufragio.

Jenna señaló algunas figuras más a lo largo de la pared.

—Y esto parece los planos de una torre o algo así.

—Es la Torre del Mago —expuso el Muchacho 412—. Mira la pirámide de la parte de arriba.

—No sabía que la Torre del Mago fuera tan antigua —comentó Jenna, pasando el dedo por encima de la pintura y sabiendo que tal vez era la primera persona que veía los cuadros en miles de años.

—La Torre del Mago es muy antigua —explicó el Muchacho 412—. Nadie sabe cuándo fue construida.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Jenna, sorprendida de que el Muchacho 412 estuviera tan seguro.

El Muchacho 412 respiró hondo y recitó con voz cantarina:

—«La Torre del Mago es un monumento antiguo. El mago extraordinario despilfarró preciosos recursos para mantener la torre en su chabacano estado de opulencia, recursos que podrían haberse empleado para sanar a los enfermos o hacer del Castillo un lugar más seguro en el que vivir». ¿Lo ves?, aún lo recuerdo. Solíamos recitar cosas como esta cada semana en nuestra lección de «Conoce a tu enemigo».

—¡Puaj! —Se compadeció Jenna—. Oye, apuesto a que tía Zelda estará interesada en todo esto de aquí abajo —susurró mientras seguía al Muchacho 412 por el túnel.

—Ya conoce todo esto —le explicó el Muchacho 412, recordando la desaparición de tía Zelda en el armario de las pociones—. Y creo que ella sabe que yo lo conozco también.

—¿Por qué? ¿Te lo ha dicho ella? —indagó Jenna, preguntándose cómo podía haberse olvidado de todo aquello.

—No —le respondió el Muchacho 412—, pero me dirigió una mirada divertida.

—Dirige miradas divertidas a todo el mundo —indicó Jenna—. Eso no significa que ella piense que todo el mundo ha estado en algún túnel secreto.

Avanzaron un poco más. La hilera de pinturas se acababa y llegaron a unos escalones empinados. Una roca que estaba alojada junto al pie de los escalones llamó la atención de Jenna. La cogió y se la enseñó al Muchacho 412.

—¡Eh, mira esto! ¿No es preciosa?

Jenna sostenía una gran piedra verde en forma de huevo. Era tan lisa que parecía que alguien la acabara de pulir, y brillaba con un pálido lustre a la luz del anillo. El verde poseía una cualidad iridiscente, como el ala de una libélula, y descansaba pesada, pero perfectamente equilibrada, en la palma de sus dos manos juntas.

—¡Es tan lisa! —exclamó el Muchacho 412 acariciándola delicadamente.

—Toma, cógela —le ofreció Jenna como por un impulso—. Puede ser tu piedra mascota. Como Petroc Trelawney, solo que mucho más grande. Podemos pedir a papá que haga un hechizo para eso cuando volvamos al Castillo.

El Muchacho 412 cogió la piedra verde. No estaba seguro de qué decir. Nadie le había hecho nunca un regalo. Guardo la piedra en su bolsillo secreto en el interior de su chaqueta de borreguillo. Luego recordó lo que tía Zelda le había dicho cuando le había llevado algunas hierbas del jardín:

—Gracias.

Había algo en su manera de hablar que a Jenna le recordaba a Nicko.

¡Nicko!

Nicko y el cazador.

—Tenemos que volver —dijo Jenna con preocupación.

El Muchacho 412 asintió con la cabeza. Sabía que tenían que ir y enfrentarse con lo que fuera que los estuviera aguardando en el exterior. Había disfrutado sintiéndose a salvo durante un rato. Pero sabía que no podía durar.