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La bruja de Wendron

A medianoche… todo el mundo en la casa estaba durmiendo, salvo Marcia.

El viento del este volvía a soplar, esta vez trayendo consigo la nieve. A lo largo de los alféizares los tarros de conserva tintineaban lastimeramente, mientras las criaturas se movían en su interior, inquietas por la tormenta de nieve que soplaba fuera.

Marcia estaba sentada en el escritorio de tía Zelda con una pequeña vela parpadeante para no despertar a los que dormían junto al fuego. Estaba enfrascada en su libro La eliminación de la Oscuridad.

Fuera, flotando justo por debajo de la superficie del Mott para guarecerse de la nieve, el Boggart hacía una solitaria guardia de medianoche.

Lejos, en el Bosque, Silas también pasaba una solitaria vigilia de medianoche en medio de la tormenta de nieve, que era lo bastante pesada como para abrirse camino a través de las ramas desnudas y enmarañadas de los árboles. Estaba de pie, tiritando, bajo un olmo alto y robusto, aguardando la llegada de Morwenna Mould.

Morwenna Mould y Silas se conocían desde hacía mucho tiempo. Silas era solo un joven aprendiz que una noche hacía un recado para Alther en el Bosque, cuando oyó los escalofriantes sonidos de una manada de zorros aulladores. Sabía lo que significaba: habían encontrado una presa nocturna y se acercaban para matarla. Silas se compadeció del pobre animal, él sabía muy bien lo terrorífico que era estar rodeado por un círculo de centelleantes ojos amarillos de zorro. Le había ocurrido una vez y nunca lo había olvidado, pero, al ser un mago, había tenido suerte: le había bastado con formular un rápido congelar y se había escapado corriendo.

Sin embargo, la noche de su recado, Silas oyó una débil voz en su cabeza: «¡Socorro…!».

Alther le había enseñado a prestar atención a estas cosas, así que Silas fue a donde la voz le llevaba y se encontró en el exterior de un círculo de zorros. En el interior había una joven bruja. Congelada.

Al principio Silas había creído que la joven bruja estaba simplemente helada de miedo. Estaba plantada en mitad del círculo, con los ojos muy abiertos de terror, el pelo enredado de correr a través del Bosque para escapar de la manada de zorros y su pesada capa negra muy pegada a ella.

Silas tardó unos instantes en darse cuenta de que, en un momento de pánico, la joven bruja se había congelado a sí misma en lugar de congelar a los zorros, dejándoles la cena más fácil que la manada había tenido desde el último ejercicio nocturno a vida o muerte del ejército joven. Mientras Silas estaba allí mirando, los zorros empezaron a acechar para matar a su presa. Lenta y deliberadamente, disfrutando de la perspectiva de una buena comida, rodeaban a la joven bruja, estrechando cada vez más el cerco. Silas aguardó hasta tener a los zorros a la vista, y luego congeló a toda la manada. Sin saber cómo se deshacía un hechizo de bruja, Silas aupó a la bruja, que por suerte era una de las más pequeñas y ligeras de Wendron, y la llevó a lugar seguro. Luego esperó toda la noche a que se descongelara.

Morwenna Mould nunca había olvidado lo que Silas había hecho por ella. A partir de entonces, siempre que se aventuraba en el Bosque, Silas sabía que tenía a las brujas Wendron de su lado. Y también sabía que Morwenna Mould estaría allí para ayudarle si la necesitaba. Lo único que tenía que hacer era aguardar junto a su árbol a medianoche. Que era lo que, después de todos aquellos años, estaba haciendo.

—Bueno, creo que es mi querido y valiente mago. Silas Heap, ¿qué te trae por aquí esta noche entre todas las noches, la víspera de nuestra fiesta del invierno? —Una voz bajita con un leve acento del Bosque, que era como el rumor de las hojas de los árboles, habló desde la oscuridad.

—Morwenna, ¿eres tú? —preguntó Silas un poco nervioso, poniéndose en pie y mirando a su alrededor.

—Claro que sí —confirmó Morwenna, surgiendo de la noche rodeada de una ráfaga de copos de nieve.

Su manto negro de piel estaba cubierto de nieve, como también su largo cabello negro, que sujetaba la tradicional cinta de piel verde de las brujas de Wendron. Sus brillantes ojos azules resplandecían en la oscuridad, como hacen los ojos de todas las brujas; habían estado observando a Silas apostado bajo el olmo durante algún tiempo, antes de que Morwenna decidiera que era seguro aparecer.

—Hola, Morwenna —saludó Silas con una repentina timidez—. No has cambiado nada.

En realidad Morwenna había cambiado mucho. Había mucho más de ella desde la última vez que Silas la había visto. Ciertamente ya no podría auparla y sacarla de un babeante círculo de zorros.

—Tú tampoco, Silas Heap. Veo que aún tienes tu alocado pelo trigueño y esos adorables y profundos ojos verdes. ¿Qué puedo hacer por ti? He esperado mucho tiempo para devolverte el favor. Una bruja de Wendron nunca olvida.

Silas estaba muy nervioso. No estaba seguro de por qué, pero tenía que ver con el hecho de que Morwenna se acercara a él. Esperaba haber hecho lo correcto reuniéndose con ella.

—Esto… ejem… ¿Recuerdas a mi hijo mayor, Simón?

—Bueno, Silas, recuerdo que tuviste un bebé llamado Simón. Me lo contaste todo mientras yo me descongelaba. Recuerdo que tenía problemas con los dientes. Y que tú no podías dormir. ¿Cómo están sus dientes ahora?

—¿Los dientes? ¡Oh, bien!, por lo que yo sé. Ahora tiene dieciocho años, Morwenna. Y hace dos noches desapareció en el Bosque.

—¡Ah! Eso no es bueno. Ahora andan cosas foráneas por el Bosque. Cosas que vienen del Castillo. Cosas que no habíamos visto antes. No es bueno para un chico andar por ahí fuera entre ellas, ni para un mago, Silas Heap. —Morwenna posó la mano en el brazo de Silas y este dio un salto.

Morwenna bajó la voz hasta que no fue más que un hondo suspiro.

—Nosotras, las brujas, somos sensibles, Silas.

Silas no consiguió hacer más que un leve ruidito como respuesta. Morwenna era realmente embriagadora. Había olvidado lo poderosa que puede ser una verdadera bruja de Wendron adulta.

—Sabemos que una terrible Oscuridad ha entrado en el centro del Castillo. Nada menos que en la Torre del Mago. Puede haber capturado a tu hijo.

—Tenía la esperanza de que lo hubieras visto —le explicó Silas abatido.

—No —se lamentó Morwenna—, pero lo buscaré. Si lo encuentro te lo devolveré sano y salvo, no temas.

—Gracias, Morwenna —le dijo Silas agradecido.

—No es nada, Silas, comparado con lo que tú hiciste por mí. Estoy muy contenta de estar aquí para ayudarte, si puedo.

—Si… si tienes alguna noticia, puedes encontrarnos en la casa del árbol de Galen. Me estoy alojando allí con Sarah y los niños.

—¿Tienes más niños?

—Esto… sí. Cinco más. En total tenemos siete, pero…

—Siete. Un regalo. El séptimo hijo del séptimo hijo. Realmente mágico.

—Murió.

—¡Oh! Lo siento, Silas. Una gran pérdida. Para todos nosotros. Nos haría falta ahora.

—Sí.

—Ahora me voy, Silas. Tomaré la casa del árbol, y a todos los que están dentro, bajo nuestra protección. Vale la pena hacerlo, con toda la Oscuridad que nos rodea. Y mañana, todos los de la casa del árbol estáis invitados a nuestra fiesta del invierno.

Silas estaba conmovido.

—Gracias, Morwenna. Eres muy amable.

—Hasta la próxima vez, Silas. Te deseo una buena marcha y un alegre día de fiesta mañana. —Y diciendo esto, la bruja de Wendron desapareció de nuevo en el Bosque, dejando a Silas solo y plantado bajo el alto olmo.

—Adiós, Morwenna —susurró en la oscuridad, y corrió a través de la nieve, de regreso a la casa del árbol, donde Sarah y Galen esperaban oír lo que había ocurrido.

A la mañana siguiente Silas había decidido que Morwenna tenía razón. Simón debía de haber sido capturado y llevado al Castillo. Algo le decía que Simón estaba allí.

Sarah no estaba convencida.

—No veo por qué vas a hacerle tanto caso a esa bruja, Silas. No lo sabe todo a ciencia cierta. Suponiendo que Simón esté en el Bosque y tú acabaras capturado, entonces, ¿qué?

Pero Silas no se dejó convencer. Cambió sus ropas por la túnica corta y gris con capucha de obrero, se despidió de Sarah y de los chicos y bajó de la casa del árbol. El olor a comida de la fiesta del invierno de las brujas de Wendron casi persuadió a Silas de quedarse, pero partió resueltamente en busca de Simón.

—¡Silas! —le llamó Sally cuando llegaba al suelo del Bosque—, ¡cógelo!

Sally le lanzó el mantente a salvo que Marcia le había dado. Silas lo cogió.

—Gracias, Sally —gritó.

Sarah miró cómo Silas se calaba la capucha hasta los ojos y partía a través del Bosque hacia el Castillo, pronunciando las palabras de despedida por encima del hombro:

—No te preocupes, volveré pronto. Con Simón.

Pero Sarah se preocupó.

Y él ya no estaba.