~~ 22 ~~

Magia

Aquella noche, el viento del este sopló en los marjales.

Tía Zelda cerró los postigos de madera de las ventanas y cerró con hechizo la puerta de la gatera, asegurándose antes de que Bert estuviera a salvo dentro. Luego caminó alrededor de la casa, encendió las lámparas y colocó velas de tormenta en las ventanas para mantener el viento a raya. Estaba deseando pasar una tarde tranquila en su escritorio, poniendo al día la lista de pociones.

Pero Marcia había llegado primero. Estaba hojeando algunos libros pequeños de Magia y tomando notas afanosamente. De vez en cuando probaba un hechizo para ver si aún funcionaba, y se producía un chasquido y una nube de humo con un olor peculiar. A tía Zelda tampoco le gustaba ver lo que Marcia había hecho con su mesa. Marcia había puesto a la mesa patas de pato para que dejara de cojear y un par de brazos que ayudaban a organizar los papeles.

—Cuando acabes, Marcia, me gustaría recuperar mi escritorio —comentó tía Zelda irascible.

—Todo tuyo, Zelda —respondió Marcia alegremente.

Cogió un pequeño libro cuadrado y se lo llevó junto a la chimenea, dejando una montaña desordenada en el escritorio. Tía Zelda tiró la montaña al suelo antes de que los brazos pudieran cogerla y se sentó a la mesa con un suspiro.

Marcia hizo compañía a Jenna, Nicko y al Muchacho 412 al lado del fuego. Se sentó junto a ellos y abrió el libro, que según Jenna pudo comprobar, se llamaba:

Hechizos seguros

y amuletos inocuos

para el uso del principiante

y de las mentes sencillas

Compilado y garantizado por

la Liga de Seguros de los Magos

—¿Mentes sencillas? —preguntó Jenna—. Es un poco grosero, ¿no?

—No prestes atención a eso —le recomendó Marcia—, está muy anticuado, pero los antiguos son siempre los mejores. Bonitos y sencillos, antes de que todos los magos intentaran Poner su nombre a los hechizos solo con retocarlos un poco, que es cuando te dan problemas. Recuerdo que una vez encontré lo que parecía un fácil hechizo para traer. La última edición con montones de amuletos nuevos y sin usar, lo cual supongo, debería haberme servido de advertencia. Cuando una mañana lo usé para traer mis zapatos de pitón, me trajo también una horrible pitón de verdad. No es exactamente lo primero que quieres ver al despertarte. —Marcia estaba ocupada hojeando el libro—. Hay una versión fácil de hazte invisible a ti mismo en alguna parte, la encontré ayer… ¡Ah, sí, aquí está!

Jenna miraba de reojo, por encima del hombro de Marcia, la página amarilla que tenía abierta. Como todos los libros de Magia, cada página contenía un hechizo o sortilegio diferente y, en los libros más antiguos, estaban escritos a mano en varias tintas de extraños colores. Debajo de cada hechizo la página estaba plegada sobre sí misma, formando un bolsillo en el que se colocaban los amuletos. El amuleto contenía la impronta mágica del hechizo. Solía ser un trozo de pergamino, aunque podía ser cualquier cosa. Marcia había visto amuletos escritos en trocitos de seda, madera, conchas e incluso tostadas, aunque ese último no había funcionado bien, pues los ratones habían roído el final.

Y así era como funcionaba un libro de Magia: el primer mago que creaba el hechizo escribía las palabras e instrucciones donde tenía a mano. Era mejor escribirlo de inmediato, pues los magos son criaturas notoriamente olvidadizas y también la Magia se desvanece si no la capturas cuanto antes. Así que con toda probabilidad, si están en medio del desayuno cuando piensan el hechizo, podían usar un trozo de tostada (preferiblemente sin mantequilla). Este era el amuleto. El número total de amuletos dependería del número de veces que el mago escribiera el hechizo o del número de tostadas que hubieran hecho para desayunar.

Cuando un mago había recopilado suficientes hechizos normalmente los encuadernaba en un libro para salvaguardarlos, aunque muchos libros de Magia eran colecciones de libros más antiguos que se habían disgregado y remezclado de diversas formas. Un libro de Magia completo con todos sus amuletos aún en sus bolsillos era un raro tesoro; era mucho más corriente encontrar un libro prácticamente vacío con uno o dos amuletos de los menos populares aún en su sitio.

Algunos magos solo hacían uno o dos amuletos para sus hechizos más complicados y estos resultaban muy difíciles de encontrar, aunque la mayoría de los amuletos se podían encontrar en la biblioteca de la pirámide, en la Torre del Mago. Marcia añoraba la biblioteca más que ninguna otra cosa de la torre, pero le sorprendió y le complació mucho la colección de libros de Magia de tía Zelda.

—Aquí estás —dijo Marcia pasándole el libro a Jenna—. ¿Por qué no sacas un amuleto?

Jenna cogió el libro pequeño aunque sorprendentemente pesado. Estaba abierto en una página mugrienta y muy desgastada, escrita en una tinta púrpura desvaída y una caligrafía alargada y pulcra, muy fácil de leer.

Las palabras decían:

Hágase usted mismo invisible.

Un valioso y estimado hechizo

para todas aquellas personas que deseen

(por razones que solo conciernen a su

propietario o para salvaguardar la seguridad de otros)

perderse de la vista de aquellos

que les quieren causar daño.

Jenna leyó las palabras con un sentimiento de aprehensión, no quería pensar en quién quería causarle daño, y luego palpó el interior del grueso bolsillo de papel que contenía los amuletos. Dentro del bolsillo había lo que parecía un montón de fichas lisas y planas. Los dedos de Jenna se cerraron alrededor de una de las fichas y sacó una pequeña pieza de ébano pulido.

—Muy bonito —dijo Marcia en tono de aprobación—. Negro como la noche. Perfecto. ¿Puedes ver las palabras en el amuleto?

Jenna entornó los ojos en un esfuerzo por ver lo que estaba escrito en la esquirla de ébano. Las palabras eran pequeñas, escritas en una caligrafía antigua con tinta dorada desvaída. Marcia sacó una gran lupa plana de su cinturón que desplegó y tendió a Jenna.

—Prueba a ver si esto te ayuda.

Jenna lentamente pasó la lupa sobre las letras doradas y a medida que le saltaban a la vista las leyó en voz alta:

Que desaparezca en la atmósfera,

que mis enemigos no sepan adónde he ido,

que quienes me buscan a mi lado pasen,

que su mal de ojo no me alcance.

—Bonito y sencillo —opinó Marcia—. No demasiado difícil de recordar si las cosas se ponen peliagudas. Aunque algunos hechizos son coser y cantar, recordarlos en un momento de crisis, no es tan fácil. Ahora necesitas grabar la impronta en el hechizo.

—¿Hacer qué? —preguntó Jenna.

—Sostén el amuleto cerca de ti y di las palabras del hechizo mientras lo aguantas. Necesitas recordar las palabras exactas. Y mientras dices las palabras, tienes que imaginar que el hechizo realmente sucede, esa es la parte verdaderamente importante.

No era tan fácil como Jenna esperaba, sobre todo con Nicko y el Muchacho 412 mirándola. Si recordaba las palabras correctas se olvidaba de imaginar el trozo de desaparecer en la atmósfera y si pensaba demasiado en desaparecer en la atmósfera se olvidaba de las palabras.

—Prueba otra vez —la alentó Marcia después de que, para su desesperación, Jenna hubiera hecho todo bien salvo pronunciar una palabrita—. Todo el mundo cree que los hechizos son fáciles, pero no lo son. Aunque tú casi lo tienes.

Jenna respiró hondo.

—Dejad de mirarme —les ordenó a Nicko y al Muchacho 412.

Sonrieron y deliberadamente miraron a Bert. Bert se movió incómoda en su sueño. Siempre sabía cuándo alguien la estaba mirando.

Así que Nicko y el Muchacho 412 se perdieron la primera desaparición de Jenna.

Marcia aplaudió.

—¡Lo hiciste!

—¿Lo hice? ¿Yo? —La voz de Jenna salía del aire.

—Eh, Jen, ¿dónde estás? —preguntó Nicko riéndose.

Marcia miró su reloj.

—Ahora no lo olvides: la primera vez que haces un hechizo no dura mucho; reaparecerás en un minuto más o menos. Después de eso debería durar tanto como quisieras.

El Muchacho 412 miraba la forma borrosa de Jenna materializarse lentamente de las sombras parpadeantes que proyectaban las velas de tía Zelda. La contemplaba boquiabierto. Él quería hacer eso.

—Nicko —dijo Marcia—, tu turno.

El Muchacho 412 se enfadó consigo mismo. ¿Qué le hacía creer que Marcia se lo pediría a él? Claro que no. No pertenecía a su clase. Era solo un prescindible del ejército joven.

—Yo tengo mi propio desaparecer, gracias —le respondió Nicko—. No quiero armarme un lío con este.

Nicko tenía una aproximación muy funcional de la Magia. No tenía ninguna intención de ser mago, aunque procediera de una familia mágica y le hubieran enseñado Magia básica. No veía por qué necesitaba más de un hechizo de cada clase. ¿Por qué aturullarse el cerebro con todas esas cosas? Él opinaba que ya tenía en la cabeza todos los hechizos que iba a necesitar en su vida. Prefería usar el resto de su cerebro para cosas útiles, como el calendario de las mareas y las jarcias de los veleros.

—Muy bien —replicó Marcia, que lo conocía lo bastante como para no insistir en que Nicko hiciera algo que no le interesaba—, pero recuerda que solo aquellos con el mismo invisible pueden verse entre sí. Si tienes un hechizo diferente, Nicko, no serás visible para quienes tengan un hechizo distinto del tuyo, aunque ellos también sean invisibles. ¿De acuerdo?

Nicko asintió con la cabeza vagamente. No veía qué importancia tenía realmente eso.

—Entonces, ahora —Marcia se dirigió al Muchacho 412— es tu turno.

El Muchacho 412 se sonrojó. Se miró los pies. Se lo había pedido. Quería probar el hechizo más que nada en el mundo, pero odiaba la manera en que todos le miraban y estaba seguro de que iba a parecer estúpido si lo intentaba.

—Realmente deberías intentarlo —le aconsejó Marcia—. Quiero que todos vosotros seáis capaces de hacer esto.

El Muchacho 412 levantó la vista sorprendido. ¿Marcia quería decir que él era tan importante como los otros dos niños? ¿Los dos que pertenecían a su clase?

La voz de tía Zelda llegó desde el otro extremo de la habitación:

—Claro que lo intentará.

El Muchacho 412 se puso en pie torpemente. Marcia sacó otro amuleto del libro y se lo dio.

—Ahora grábale la impronta —le instó.

El Muchacho 412 sostuvo el amuleto en la mano. Jenna y Nicko le miraban, curiosos por ver lo que iba a hacer.

—Di las palabras —le animó amablemente Marcia.

El Muchacho 412 no dijo nada, pero las palabras del hechizo resonaban en su cabeza y se la llenaban de una extraña sensación zumbante. Por debajo de su sombrero rojo se le erizó el vello de la nuca. Podía notar el cosquilleo de la Magia en la mano.

—¡Se ha ido! —exclamó Jenna.

Nicko silbó de admiración.

—No se anda con chiquitas, ¿verdad?

El Muchacho 412 estaba enojado. No había necesidad de burlarse de él. ¿Y por qué le miraba Marcia de forma tan extraña? ¿Había hecho algo malo?

—Ahora vuelve —dijo Marcia muy bajito. Algo en su voz asustó un poco al Muchacho 412. ¿Qué había ocurrido?

Entonces una idea sorprendente cruzó por la mente del Muchacho 412. Con mucho sigilo, pasó por encima de Bert pasó junto a Jenna sin tocarla y deambuló por la habitación. Nadie le veía andar. Aún estaban mirando el lugar donde él acababa de estar.

El Muchacho 412 sintió un escalofrío de emoción. Podía hacerlo. Podía hacer Magia. ¡Podía desaparecer en la atmósfera! Nadie podía verlo, ¡era libre!

El Muchacho 412 dio un saltito de emoción. Nadie lo notó. Levantó los brazos y los movió por encima de su cabeza. Nadie lo notó. Se puso los pulgares en las orejas y movió los dedos. Nadie lo notó. Luego, en silencio, saltó para apagar una vela, se tropezó con la alfombra y chocó contra el suelo.

—Ahí estás —dijo Marcia enojada.

Y allí estaba, sentado en el suelo sujetándose la rodilla amoratada y apareciendo lentamente ante su impresionado público.

—Eres bueno —dijo Jenna—. ¿Cómo te ha salido tan fácil?

El Muchacho 412 sacudió la cabeza. No tenía ni idea de cómo lo había hecho. Simplemente había ocurrido, pero le parecía fantástico.

Marcia estaba de un humor extraño. El Muchacho 412 pensó que estaría complacida con él, pero no parecía estarlo.

—No debes grabar la impronta de un hechizo tan deprisa. Puede ser peligroso. Podrías no haber regresado adecuadamente.

Lo que Marcia no dijo al Muchacho 412 era que nunca había visto a un novato dominar un hechizo tan rápido. Eso la turbó. Y se sintió aún más turbada cuando el Muchacho 412 le devolvió el amuleto y sintió el zumbido de la Magia, como una pequeña descarga de electricidad estática, saltar de su mano.

—No —le dijo, devolviéndoselo—, quédate el amuleto. Y Jenna también. Es mejor para los principiantes guardar los amuletos de los hechizos que quieran usar.

El Muchacho 412 se guardó el amuleto en el bolsillo del pantalón. Estaba confuso. Aún le daba vueltas la cabeza de la emoción de la Magia y sabía que había hecho el hechizo a la perfección. Entonces, ¿por qué estaba enfadada Marcia? ¿Qué había hecho mal? Tal vez el ejército joven tuviera razón. Tal vez la maga extraordinaria estuviera realmente loca… ¿Qué era lo que solían cantar todas las mañanas en el ejército joven, antes de ir a montar guardia a la Torre del Mago y espiar las idas y venidas de todos los magos, y en particular de la maga extraordinaria?

¡Loca como una cabra,

mala como una rata,

metedla en una lata

y echádsela a la gata!

Pero la rima ya no le hacía gracia al Muchacho 412 y no parecía tener nada que ver con Marcia. En realidad, cuanto más pensaba en el ejército joven, más se percataba de la verdad: el ejército joven sí estaba loco.

Marcia era mágica.