Alther solo
Mmientras las canoas devanaban su largo y complicado camino a través de los marjales, Alther seguía la ruta que su vieja barca, la Molly, solía tomar para regresar al Castillo.
Alther volaba del modo como le gustaba volar, bajo y muy rápido, y no tardó en alcanzar al barco bala. Era una penosa visión. Diez remeros hundían cansinamente los remos mientras el barco se arrastraba lentamente río arriba. Sentado en la popa estaba el cazador, encorvado, tiritando y ponderando en silencio su destino, mientras que en la proa, el aprendiz, para suprema irritación del cazador, no se estaba quieto ni un momento; de vez en cuando daba una patada a un costado del barco por aburrimiento y para recuperar la sensibilidad de los dedos de los pies.
Alther volaba sin ser visto por encima del barco, pues se aparecía solo a quienes él quería, y continuaba su viaje. Por encima de él, el cielo estaba cubierto de densas nubes y la luna había desaparecido, sumiendo en la oscuridad las refulgentes riberas del río cubiertas de nieve. Mientras Alther se acercaba al Castillo, gruesos copos de nieve empezaban a caer perezosamente del cielo y, al acercarse al último meandro del río, que le llevaría a rodear la roca del cuervo, el aire se espesó de repente debido a la nieve.
Alther aminoró el vuelo y descendió un poco, pues incluso a un fantasma le resulta difícil ver adonde se dirige en medio de una tormenta de nieve, y siguió volando con cautela hacia el Castillo. Pronto, a través de la gruesa cortina de nieve, Alther pudo ver las rojas ascuas, que eran todo lo que quedaba del salón de té y cervecería de Sally Mullin. La nieve crepitaba y chisporroteaba al caer en el carbonizado pontón y, mientras Alther revoloteaba un momento sobre los restos de lo que había sido el orgullo y la alegría de Sally, deseó que en algún lugar del gélido río el cazador estuviera disfrutando de la ventisca.
Alther voló por encima del vertedero, pasó la olvidada reja para ratas y ascendió abruptamente por encima de la muralla del Castillo. Le sorprendió lo tranquilo y silencioso que estaba; de algún modo esperaba muestras de agitación vespertina, pero ya era más de medianoche y un frío manto de nieve cubría los desiertos patios y los viejos edificios de piedra. Alther bordeó el palacio y se encaminó hacia la amplia avenida conocida como la Vía del Mago, que conducía a la Torre del Mago. Empezaba a ponerse nervioso. ¿Qué encontraría?
Ascendió por el exterior de la torre y pronto divisó la pequeña ventana en arco de la parte superior que había estado buscando. Se filtró por la ventana y se encontró de pie ante la puerta principal de Marcia, o al menos había sido de ella hasta hacía pocas horas. Alther hizo lo que para los fantasmas equivale a respirar hondo y recomponerse. Luego, con cuidado, se descompuso lo suficiente para pasar a través de los macizos tablones púrpura y las gruesas bisagras de plata de la puerta, y en el otro lado se rehízo como un experto. Perfecto. Volvía a estar de nuevo en los aposentos de Marcia.
Y también estaba el mago negro, el nigromante, DomDaniel.
DomDaniel dormía en el sofá de Marcia. Estaba tumbado boca arriba envuelto en sus túnicas negras, con el sombrero negro, bajo y cilíndrico, calado sobre los ojos, mientras su cabeza descansaba en la almohada del Muchacho 412. DomDaniel tenía la boca muy abierta y roncaba fuerte. No era un espectáculo agradable de ver.
Alther contempló a DomDaniel y le pareció extraño volver a ver a su antiguo maestro en el mismo lugar donde habían pasado tantos años juntos. Alther no recordaba aquellos años con ternura alguna, aunque había aprendido todo, mucho más de lo que preferiría saber, sobre la Magia. DomDaniel había sido un mago extraordinario arrogante y desagradable, completamente desinteresado por el Castillo y por la gente que necesitaba su ayuda, y solo vivía para satisfacer su deseo de poder absoluto y eterna juventud. O, mejor dicho, como DomDaniel había tardado un rato en comprender, para satisfacer su eterna mediana edad.
El DomDaniel que yacía roncando delante de Alther resultaba, a primera vista, muy parecido al que recordaba de todos aquellos años atrás, pero a medida que Alther lo examinaba de cerca, vio que no todo había permanecido inalterable. Había un matiz grisáceo en la piel del nigromante que revelaba los años pasados en el subsuelo, en compañía de sombras y espectros. Aún tenía adherida un aura del Otro lado y llenaba la habitación con un olor a moho pasado y tierra húmeda. Mientras Alther observaba, un fino hilo de baba manaba lentamente de la comisura de la boca de DomDaniel, bajaba por la barbilla y goteaba sobre su manto negro.
Con el acompañamiento de los ronquidos de DomDaniel, Alther inspeccionó la habitación. Parecía notablemente intacta, como si Marcia fuera a entrar en cualquier momento, sentarse y contarle cómo le había ido el día, tal y como siempre hacía. Pero entonces Alther notó la gran marca quemada donde el rayocentella había fulminado a la Asesina. En la preciada alfombra de seda de Marcia quedaba un agujero chamuscado con la forma de la Asesina.
«Así que realmente sucedió», pensó Alther.
El fantasma flotó sobre la escotilla del conducto de la basura que aún estaba abierta y miró por la helada negrura. Se estremeció y reflexionó sobre el terrible viaje que debieron de tener. Y luego, como Alther quería hacer algo, por pequeño que fuese, se deslizó por el límite entre el mundo de los fantasmas y el mundo de los vivos, e hizo que algo ocurriera.
Cerró la escotilla de un portazo. «¡Pam!».
DomDaniel se despertó sobresaltado. Se sentó muy tieso y miró a su alrededor, preguntándose por un momento dónde estaba. Pronto, con un pequeño suspiro de satisfacción, se acordó. Volvía a estar en el lugar que le pertenecía. Otra vez en los aposentos del mago extraordinario. Otra vez en lo alto de la torre. De regreso para vengarse. DomDaniel miró a su alrededor, esperaba ver a su aprendiz, que debía de haber regresado hacía horas, con noticias del fin de la princesa y de esa horrible mujer, Marcia Overstrand, por no hablar de un par de miembros de los Heap. Cuantos menos quedaran, mejor, pensó DomDaniel. Se estremeció en el aire helado de la noche y chasqueó los dedos con impaciencia para reavivar el fuego en la chimenea. El fuego flameó y… ¡puf!, Alther lo apagó. Luego sopló el humo hacia fuera de la chimenea e hizo toser a DomDaniel.
«Puede que el viejo nigromante esté aquí —pensó sombríamente Alther—, y puede que no haya nada que hacer al respecto, pero no va a disfrutarlo. No, si puedo evitarlo».
El aprendiz no regresó hasta primera hora de la mañana, después de que DomDaniel hubiera subido la escalera Para irse a la cama y le hubiera costado considerablemente conciliar el sueño, debido a que las sábanas parecían intentar estrangularle. El muchacho estaba aterido de frío y cansancio su túnica verde estaba rebozada de nieve y temblaba cuando el guardia que lo escoltaba hasta la puerta se marchó con presteza y lo dejó solo para enfrentarse a su maestro.
DomDaniel estaba de mal humor cuando la puerta se abrió y entró el aprendiz.
—Espero —se dirigió DomDaniel al tembloroso muchacho— que tengas alguna noticia interesante para mí.
Alther flotaba alrededor del chico, que casi no podía hablar de cansancio. Le daba pena ese muchacho; no era culpa suya ser el aprendiz de DomDaniel. Alther sopló el fuego y lo volvió a encender. El muchacho vio las llamas saltar en la chimenea e intentó acercarse al calor.
—¿Adónde vas? —le preguntó DomDaniel con voz atronadora.
—Te… tengo frío, señor.
—No te vas a acercar al fuego hasta que me cuentes lo que ha ocurrido. ¿Están «despachados»?
El chico parecía confundido.
—Le… le dije que era una proyección —murmuró.
—¿De qué estás hablando, muchacho? ¿Qué es lo que era una proyección?
—Su barco.
—Bien, tú te encargaste de eso, supongo. Es bastante pero ¿están despachados? ¿Muertos? ¿Sí o no? —La voz de DomDaniel se elevó de exasperación. Ya casi adivinaba la respuesta, pero quería oírla.
—No… —susurró el chico. Parecía aterrado. Sus ropas empapadas goteaban en el suelo mientras la nieve empezaba a fundirse en el débil calor que proporcionaba el fuego de Alther.
DomDaniel dirigió al muchacho una mirada fulminante.
—No eres más que una decepción. Me he tomado infinitas molestias para rescatarte de una familia desgraciada, darte una educación con la que muchos chicos solo pueden soñar Y ¿qué es lo que haces? ¡Actuar como un perfecto idiota! No lo comprendo. Un chico como tú debería haber encontrado a toda esa chusma en un santiamén. Y lo único que haces es volver con una historia sobre proyecciones y… ¡y salpicar todo el suelo!
DomDaniel decidió que si él estaba despierto, por qué el custodio supremo no iba a estarlo también. Y en cuanto al cazador, estaba muy interesado en saber lo que tenía que decir en su defensa. Salió cerrando la puerta de un portazo, y bajó las plateadas escaleras estáticas, pasando por interminables pisos oscuros que habían quedado vacíos y llenos de eco tras el éxodo de todos los magos ordinarios que había tenido lugar a primera hora de aquella noche.
La Torre del Mago estaba helada y sombría en ausencia de la Magia. Un viento frío gemía al ascender, como si soplara a través de una inmensa chimenea, y las puertas golpeaban lastimeras en las habitaciones vacías. Mientras DomDaniel descendía y empezaba a sentirse mareado por la interminable espiral de la escalera, notaba todos los cambios con aprobación. Así era como iba a estar la torre de ahora en adelante. Un lugar para la magia negra seria. Nada de aquellos irritantes magos ordinarios correteando a su alrededor con sus patéticos hechicitos. «Basta de incienso ñoño y del triquitraque feliz sonando en el aire», y ciertamente se habían acabado los colores frívolos y las luces. Su Magia se emplearía para cosas más grandes, con la excepción de arreglar la escalera.
DomDaniel salió por fin al oscuro y silencioso vestíbulo. Las puertas de plata de la torre colgaban desconsoladamente abiertas; la nieve había entrado y cubierto el suelo sin movimiento que ahora era una apagada piedra gris. Entró por las puertas y caminó a grandes zancadas por el patio.
Mientras DomDaniel pateaba furiosamente la nieve y caminaba por la Vía del Mago hasta el palacio, se percató de que le hubiera gustado cambiarse sus ropas de dormir antes de salir en estampida. Llegó a la verja del palacio con el aspecto de alguien empapado y poco atractivo, y un solitario guardia de palacio le negó la entrada.
DomDaniel fulminó al guardia con un rayocentella y entró. Enseguida el custodio supremo fue levantado de su cama por segunda vez consecutiva.
Atrás en la torre, el aprendiz se había acercado tambaleándose hasta el sofá y se había sumido en un sueño frío e infeliz. Alther se apiadó de él y mantuvo el fuego prendido, y mientras el chico dormía también aprovechó la oportunidad para hacer algunos cambios más. Aflojó el pesado dosel de la cama para que solo colgara de un hilo. Quitó las mechas de las velas, añadió agua verde turbia a los depósitos de agua e instaló una gran y agresiva colonia de cucarachas en la cocina. Puso una rata irritable bajo los tablones del suelo y aflojó las junturas de las sillas más cómodas. Y luego, como si se le hubiera ocurrido en el último momento, cambió el sombrero negro, cónico y rígido de DomDaniel que yacía abandonado sobre la cama por otro un poco mayor.
Al romper el alba, Alther dejó al aprendiz durmiendo y se dirigió al Bosque, donde siguió el camino que en otro tiempo había tomado con Silas para visitar a Sarah y a Galen muchos años atrás.