La caza
Todos, salvo el Muchacho 412, que aún estaba dormido, contemplaban la oscuridad. Mientras, el haz del proyector barrió otra vez el horizonte distante, iluminando la amplia extensión del río y las riberas bajas a uno y otro lado. Nadie tenía ninguna duda de lo que era.
—Es el cazador, ¿verdad, papá? —susurró Jenna.
Silas sabía que Jenna tenía razón, pero dijo:
—Bueno, podría ser cualquier cosa, tesoro. Un barco que está pescando… o cualquier otra cosa —añadió con poca convicción.
—Claro que es el cazador. En un barco bala de persecución rápida si no me equivoco —espetó Marcia, que de repente dejó de sentirse mareada.
Marcia no se percataba, pero ya no estaba mareada porque el Muriel había dejado de cabecear en el agua. En realidad el Muriel había dejado de hacer cualquier cosa, salvo deslizarse lentamente a la deriva hacia ningún lugar en concreto.
Marcia miró de manera acusadora a Nicko.
—Sigamos, Nicko. ¿Por qué te has detenido?
—Yo no puedo hacer nada, el viento ha cesado —rezongó Nicko con preocupación. Acababa de dirigir el Muriel hacia los marjales Marram para descubrir que el viento había perdido ímpetu y las velas colgaban flácidamente.
—Bueno, no podemos quedarnos aquí sentados —dijo Marcia mirando con ansiedad cómo la luz del proyector se acercaba cada vez más rápido—. El barco bala estará aquí dentro de pocos minutos.
—¿Puedes generar un poco de viento para nosotros? —le pidió Silas a Marcia, inquieto—. Creía que estudiabais Control de los Elementos en el curso avanzado. O haznos invisibles. Vamos, Marcia, haz algo.
—No puedo «generar» un poco de viento, como tú has dicho. No hay tiempo. Y tú sabes que la Invisibilidad es un hechizo personal. No puedo hacerlo para nadie más.
La luz del proyector volvió a barrer el agua, cada vez más grande, más brillante y más cerca, y avanzaba hacia ellos cada vez más rápido.
—Tendremos que usar los remos —sugirió Nicko, que, como capitán, había decidido tomar el mando—. Podemos remar hasta la marisma y escondernos allí. Vamos, rápido.
Marcia, Silas y Jenna cogieron un remo cada uno. El Muchacho 412 se despertó sobresaltado cuando Jenna dejó bruscamente su cabeza sobre la cubierta en su prisa por coger un remo. Miró tristemente a su alrededor. ¿Por qué estaba aún en el barco con los magos y los extraños niños? ¿Para qué lo querían?
Jenna le embutió el remo restante en la mano.
—¡Rema! —le ordenó—. ¡Tan rápido como puedas! —El tono de voz de Jenna le recordó al Muchacho 412 el de su maestro de instrucción. Metió el remo en el agua y remó tan rápido como pudo.
Despacio, demasiado despacio, el Muriel se arrastraba hacia la seguridad de los marjales Marram mientras el reflector del barco bala oscilaba sobre el agua hacia delante y hacia atrás, implacablemente, en busca de su presa.
Jenna echó una ojeada a su espalda y, para su horror, vio la silueta negra del barco bala. Como un escarabajo largo y repulsivo, sus cinco pares de finas patas negras cortaban silenciosamente el agua una y otra vez, mientras los preparadísimos remeros se esforzaban al límite y el barco atrapaba a los ocupantes del Muriel, que remaban frenéticamente.
Sentada en la proa estaba la inconfundible figura del cazador, tenso y presto para saltar. Jenna sorprendió la calculadora mirada del cazador y, de repente, sintió el valor suficiente como para dirigirse a Marcia.
—Marcia —dijo Jenna—, no vamos a llegar a los marjales a tiempo. Debes hacer algo, ¡rápido!
Aunque Marcia parecía sorprendida de que le hablasen así tan directamente, estaba de acuerdo con ella. «Habla como una auténtica princesa», pensó.
—Muy bien —aceptó Marcia—. Podría intentar una niebla. Puedo hacerlo en cincuenta y tres segundos. Si se dan el frío y la humedad suficientes.
La tripulación del Muriel estaba segura de que no habría problemas con el frío y la humedad. Solo esperaban disponer de esos cincuenta y tres segundos.
—Que todo el mundo deje de remar —fueron las instrucciones de Marcia—. Quedaos quietos y callados. Muy callados.
La tripulación del Muriel hizo lo que le ordenaban y, en medio del silencio reinante, oyeron a lo lejos un nuevo sonido: el rítmico golpeteo de los remos del barco bala en el agua.
Marcia se puso en pie con cautela y con la esperanza de que el suelo no se balanceara mucho a su alrededor. Luego se reclinó sobre el mástil para mantenerse erguida, respiró hondo y abrió los brazos, mientras su capa ondeaba como un par de alas púrpura.
—¡Despierta, tiniebla! —susurró la maga extraordinaria tan alto como se atrevió—. ¡Despierta, tiniebla, y crea cueva!
Era un hechizo precioso. Jenna vio cómo se congregaban gruesas nubes blancas en el flamante cielo nocturno, cubriendo rápidamente la luna y aportando un frío glacial al aire de la noche. En la oscuridad todo se quedó mortalmente quieto mientras la primera y delicada voluta de niebla empezó a alzarse del agua negra hasta donde alcanzaba la vista. Las volutas crecieron cada vez más rápido, juntándose y aglomerándose en gruesas franjas de niebla, mientras la neblina de los marjales rodaba sobre el agua y se unía a ellas. En el mismo centro, en el ojo de la niebla, se sentaba el Muriel, inmóvil, aguardando pacientemente a que la neblina cayera, se arremolinara y se espesara a su alrededor.
Pronto el Muriel estuvo cubierto por una profunda y blanca espesura que caló con un helor húmedo hasta los huesos de Jenna. Junto a ella notaba que el Muchacho 412 empezaba a tiritar salvajemente; aún estaba aterido del tiempo que había pasado bajo la nieve.
—Cincuenta y tres segundos para ser exactos —murmuró la voz de Marcia entre la niebla—. No está mal.
—Chitón —le ordenó Silas.
Un silencio espeso y blanco cayó sobre el pequeño barco. Lentamente Jenna levantó la mano y la colocó delante de sus ojos abiertos. No podía ver nada más que la blancura, pero lo oía todo.
Oía el sincronizado golpe de los diez remos afilados como cuchillos hundiéndose en el agua y volviendo a salir y volviendo a entrar una y otra vez. Oía el susurro de la proa del barco bala cortando el río y ahora… ahora el barco bala estaba tan cerca que incluso podía oír la respiración fatigada de los remeros.
—¡Alto! —atronó la voz del cazador surgiendo de entre la niebla.
El chapoteo de los remos cesó y el barco bala se detuvo. Dentro de la niebla, los ocupantes del Muriel contuvieron el aliento, convencidos de que el barco bala estaba muy cerca. Tal vez lo bastante cerca para alargar el brazo y tocarlos, o lo bastante cerca incluso para que el cazador saltara a la abarrotada cubierta del Muriel…
Jenna notó que el corazón le latía fuerte y rápido, pero se obligó a respirar despacio, en silencio, y quedarse completamente quieta. Sabía que aunque no podían ser vistos, podían ser oídos. Nicko y Marcia hacían lo mismo. Y Silas, que se ocupaba de tapar con una mano el largo hocico húmedo de Maxie para evitar que aullase mientras con la otra acariciaba lenta y pausadamente al inquieto perro lobo, que estaba muy asustado por la niebla.
Jenna notaba el constante temblor del Muchacho 412. Extendió el brazo despacio y lo atrajo hacia ella para intentar calentarlo. El Muchacho 412 parecía tenso; Jenna podía asegurar que se esforzaba por escuchar la voz del cazador.
—¡Los tenemos! —decía el cazador—. Es una niebla de maleficio si es que he visto alguna. ¿Y qué es lo que siempre encuentras en medio de una niebla de maleficio? Un mago maléfico y a sus cómplices. —Su carcajada de satisfacción consigo mismo se elevó en medio de la niebla e hizo estremecerse a Jenna.
—Ren… di… os. —La voz incorpórea del cazador envolvió el Muriel—. La Real… la princesa no tiene nada que temer, ni tampoco el resto de vosotros. Solo nos preocupa vuestra seguridad y deseamos escoltaros hasta el Castillo antes de que tengáis un desafortunado accidente.
Jenna odiaba la voz pringosa del cazador. Odiaba no poder escapar de ella, odiaba tener que quedarse allí sentados escuchando sus mentiras suaves como la seda. Tenía ganas de increparle, decirle que ella era la que mandaba, que no escucharía sus amenazas, que pronto él lo lamentaría, y entonces notó cómo el Muchacho 412 respiraba hondo y supo exactamente lo que se disponía a hacer: gritar.
Jenna apretó fuerte la mano sobre la boca del Muchacho 412, que forcejeó con ella intentando apartarla, pero Jenna le sujetó los brazos con la otra mano y se los inmovilizó contra los costados. Jenna era fuerte para su estatura y muy rápida. El Muchacho 412 no era oponente para ella, tan flacucho y débil como se encontraba.
El Muchacho 412 estaba furioso. Su última oportunidad para redimirse se había esfumado. Podía haber regresado al ejército joven como un héroe, tras haber frustrado valientemente el intento de fuga de los magos. En cambio, tenía la manita regordeta de la princesa tapándole la boca y eso le ponía enfermo. Y ella era más fuerte que él. ¡No había derecho! Él era un chico y ella solo una estúpida chica. En su ira, el Muchacho 412 dio una patada a la cubierta, provocando un fuerte golpe. De inmediato Nicko saltó sobre él, bloqueándole las piernas y sujetándoselas tan fuerte que era completamente incapaz de moverse o hacer cualquier ruido.
Pero el daño ya estaba hecho. El cazador estaba cargando su pistola con una bala de plata. La furiosa patada del Muchacho 412 era todo lo que necesitaba el cazador para localizar con exactitud dónde estaban. Se sonrió para sí y giró el trípode de la pistola hacia la niebla. En realidad, apuntaba directamente hacia Jenna.
Marcia había oído el sonido metálico de la bala de plata al ser cargada, un sonido que ya había oído una vez antes y nunca olvidaría. Pensó con celeridad; podía hacer un ceñir y proteger, pero conocía al cazador lo bastante como para saber que se limitaría a vigilar y a esperar a que el hechizo se desvaneciese. La única solución, pensó Marcia, era una proyección. Esperaba tener la suficiente energía para mantenerla.
Marcia cerró los ojos y proyectó. Proyectó una imagen del Muriel y todos sus ocupantes saliendo de la niebla a toda velocidad. Como todas las proyecciones, era una imagen especular, pero esperaba que, en la oscuridad y con el leiruM alejándose ya deprisa, el cazador no se daría cuenta.
—¡Señor! —Gritó un remero—. ¡Intentan dejarnos atrás, señor!
El sonido de la pistola al ser cargada cesó. El cazador soltó una maldición.
—¡Seguidlos, idiotas! —rugió a los remeros.
Lentamente el barco bala arrancó de la niebla.
—¡Más deprisa! —gritó furioso el cazador, incapaz de soportar la visión de su presa escabulléndose por tercera vez en aquella noche.
Dentro de la niebla, Jenna y Nicko sonrieron. Uno a cero a su favor.