Estamos de nuevo en la guardería nocturna del ejército joven. En la penumbra de la guardería la comadrona mete al bebé Septimus en una cuna y se sienta, dando muestras de cansancio. Sigue mirando nerviosa la puerta, como si esperase que entrara alguien. Nadie aparece.
Al cabo de un minuto o dos se levanta de la silla y se acerca a la cuna, donde su propio bebé está llorando, y coge al niño en brazos. En ese momento la puerta se abre y la comadrona se da media vuelta, con el rostro demudado, asustada.
Una mujer alta, vestida de negro, está de pie en el umbral. Encima de las negras y planchadas ropas lleva un delantal de enfermera blanco, almidonado, pero ciñe su cintura un cinturón de color rojo como la sangre con las tres estrellas negras de DomDaniel.
Ha venido a buscar a Septimus Heap.
La enfermera llega tarde. Se ha perdido de camino a la guardería y ahora está nerviosa y asustada. DomDaniel no tolera los retrasos. Ve a la comadrona con un bebé, tal como le habían dicho. Lo que no sabe es que la comadrona está sosteniendo a su propio niño en brazos y que Septimus Heap está dormido en una cuna en las oscuras sombras de la guardería. La enfermera corre hacia la comadrona y le quita al bebé. La comadrona protesta. Intenta arrancarle el bebé a la enfermera, pero su desesperación es superada por el empeño de la enfermera en volver al barco de DomDaniel a tiempo para la marea.
La enfermera, más alta y joven, gana. Envuelve al bebé en una larga tela negra con las tres estrellas negras y sale corriendo, perseguida por la comadrona, que grita y sabe ahora exactamente cómo se sintió Sarah Heap solo unas horas antes. La comadrona se ve obligada a abandonar la persecución en la verja, donde la enfermera, mostrando sus tres estrellas rojas, hace que la arresten y desaparece en la noche, triunfante, llevando al niño de la comadrona a DomDaniel.
Otra vez en la guardería, la vieja que se supone que es la cuidadora de los niños se despierta. Tosiendo y resollando, se levanta y prepara los cuatro biberones de la noche para los niños que tiene a su cargo. Una botella para cada uno de los trillizos, los Muchachos 409, 410 y 411 y una botella para el más reciente recluta del ejército joven, Septimus Heap, de doce horas de vida, destinado, durante los próximos diez años, a ser conocido como el Muchacho 412.
Tía Zelda suspira. Aquello era tal como esperaba. Luego pide a la luna que siga al hijo de la comadrona. Había algo más que necesitaba saber.
La enfermera consigue volver al barco a tiempo. Una cosa se yergue en la popa de la barca y la cruza al otro lado del río remando a la manera de los viejos pescadores, con un solo remo. En el otro lado se encuentra con un jinete negro, a lomos de un enorme caballo negro. Monta a la enfermera y al niño a la grupa de su caballo y se internan a medio galope en la noche. Tienen por delante una larga e incómoda cabalgata.
Cuando llega a la guarida de DomDaniel, en lo alto de las viejas canteras de pizarra de las Malas Tierras, el bebé de la comadrona está llorando y la enfermera tiene un terrible dolor de cabeza. DomDaniel está aguardando para ver su trofeo, que confunde con Septimus Heap, el séptimo hijo de un séptimo hijo. El aprendiz con el que sueña todo mago y todo nigromante. El aprendiz que le dará el poder para regresar al Castillo y tomar lo que legítimamente le pertenece.
Mira al bebé berreante con desagrado. Los llantos le dan dolor de cabeza y le resuenan en los oídos. Es un bebé grande para ser un recién nacido, piensa DomDaniel, y feo. No le gusta demasiado. El nigromante tiene un aire de desilusión mientras le dice a la enfermera que se lleve al bebé.
La enfermera deja al niño en la cuna que le aguardaba y se va a la cama. Al día siguiente se siente demasiado enferma para levantarse y nadie se molesta en alimentar al hijo de la comadrona hasta bien entrada la noche siguiente. No hay cena del aprendiz para este aprendiz.
Tía Zelda se sienta junto al estanque de los patos y sonríe. El aprendiz está libre de su oscuro maestro. Septimus Heap está vivo y ha encontrado a su familia. La princesa está a salvo. Recuerda algo que Marcia siempre dice: «Las cosas tienen la costumbre de salir bien finalmente».