He intentado que los hechos del relato fuesen tan precisos como ha sido posible. En efecto, hubo un investigador ocasional contratado para investigar las circunstancias de casos castigados con la pena capital; fue seleccionado por el secretario de Estado, el cual, en 1817, era Henry Addington, primer vizconde de Sidmouth.
Aquél fue uno de los períodos más activos de la horca en Inglaterra y Gales (la ley escocesa era, y sigue siendo, diferente). Existía la creencia de que el castigo salvaje y extremo pondría freno al delito, y por ese motivo se forjó el «código sangriento»; hacia 1820 ya existían en el código civil más de 200 delitos castigados con la horca. La mayoría eran delitos contra la propiedad (robo, incendios o falsificación), pero el asesinato, el intento de asesinato y la violación también eran castigados con la muerte, al igual que la sodomía (entre 1805 y 1832 hubo 102 ejecuciones por violaciones en Inglaterra y Gales y 50 por sodomía). La mayoría de ejecuciones eran por robo (938 entre 1805 y 1832) y el asesinato era la segunda causa de pena capital (395 casos). En total, se llevaron a cabo 2.028 ejecuciones en Inglaterra y el Gales durante 1805 y 1832; las víctimas incluían a mujeres y, al menos, a un niño de tan sólo catorce años. Todo ello daba como resultado una media de 75 ejecuciones al año, de las cuales una quinta parte tuvo lugar en los exteriores de Newgate, mientras que el resto se llevó a cabo en diferentes condados con jurisdicción o en Horsemonger Lane, aunque durante algunos años la horca estuvo mucho más activa, y en el período entre 1816 y 1820 se realizaron más de 100 ejecuciones de media anuales. Sin embargo, y este punto es crucial, tan sólo alrededor de un diez por ciento de los condenados a muerte fueron finalmente ejecutados. La gran mayoría conseguía que les conmutaran la sentencia (ocurría prácticamente lo mismo con la deportación a Australia). De esa manera, entre 1816 y 1820, cuando se llevaron a cabo 518 ejecuciones en Inglaterra y Gales, en realidad se habían dictado 5.853 sentencias de muerte.
¿Cuál fue la causa de semejante discrepancia en las cifras? ¿La piedad? No es que fuese una época compasiva. Más bien, las cifras delatan un cínico ejercicio de control social. Los amigos y familiares del condenado a muerte invariablemente elevaban una petición a la Corona (lo cual significaba que llegaran al secretario de Estado) y hacían todo lo posible para asegurarse las firmas de prominentes miembros de la sociedad, como aristócratas, políticos o altos cargos eclesiásticos, a sabiendas de que al incluir tales nombres en su solicitud, sería más probable que les concediesen el indulto. Por tanto, se crearon vínculos de gratitud servil, lo cual nunca se hacía explícito, pero el proceso de condena, petición e indulto estaba tan bien aprendido y establecido que no puede haber otra explicación.
Muchos criminales no tenían esa suerte y sus peticiones eran rechazadas, o ni siquiera las hacían, y sus muertes se convirtieron en espectáculos públicos. En Londres, las ejecuciones solían llevarse a cabo en la famosa horca de Tyburn, «el árbol triple», que se alzaba en lo que actualmente es Marble Arch, pero a finales del siglo XIX el patíbulo se trasladó a Old Bailey. He intentado, en el primer y último capítulo, describir el proceso de una ejecución de Newgate tan fielmente como puede hacerse después de un lapso de doscientos años, y he utilizado los nombres reales de muchos de los participantes; así, el alcaide de Newgate era William Brown (y realmente ofrecía riñones picantes a los invitados que acudían a presenciar los ahorcamientos), el ordinario era Horace Cotton y el verdugo James Botting, más conocido como Jemmy, el cual carecía de ayudante en 1817. Charles Corday, por supuesto, es ficticio, pero bien podría haber sobrevivido a su ejecución. Muchas personas sobrevivían, habitualmente porque los soltaban demasiado pronto, y aún pasarían algunos años hasta que la «gran caída» fuese utilizada, la cual mataba más o menos instantáneamente. Debo expresar mi enorme agradecimiento a Donald Rumbelow, autor de, entre otros buenos libros, The Triple Tree, por su gran ayuda al aclarar algunos de los detalles más confusos del proceso de Newgate durante el período de Regencia. También les estoy tremendamente agradecido a Elizabeth Cartmale-Freedman, quien me ayudó en la investigación, y a James Hardy Vaux, el cual, en 1812, durante su exilio involuntario en Australia, compiló su Vocabulary of the Flash Language.
La inspiración original de El ladrón de la horca proviene del libro de V. A. C. Gatrell, The Hanging Tree (Oxford, 1994), una obra que combina el análisis académico del proceso de la ejecución en Inglaterra y Gales entre 1770 y 1868 con una elegante y contenida ira en contra de la pena capital. La sola imagen de la cubierta de The Hanging Tree, un esbozo de Gericault sobre un ahorcamiento público en 1820, es una contundente acusación contra un castigo primitivo. Le doy las gracias al profesor Gatrell y garantizo que los posibles errores de El ladrón de la horca no se deben ni a él ni a cualquier otra fuente, sino que son totalmente fruto de mi propia creación.