A Celestina, mi madre.
A Carlo, mi padre.
A Manuel, mi hermano.
A Caterina, Michele, Stefano, faros de día y de noche.
A Silvia, guía preciosa.
A toda la editorial Rizzoli, del primer al último piso.
A Laura y Al, presencias importantes.
A todos mis amigos, incondicionalmente.
A Diana y Annamaria, tías en el corazón y en el alma.
A Filippo P. y al tren de regreso.
A las dieciséis horas y diez minutos del catorce de septiembre de dos mil doce.
A Venecia.
Al destino.