43

Como una cortina en llamas, el rojo anaranjado de su cabello le cubre el cuerpo pálido. Sus ojos, unas motas gemelas de diamante verde, me perforan. Lentamente, empieza a aproximarse hacia nosotros, a cuatro patas. Sissy me coge de la mano, me empuja hacia ella. Sin embargo, yo permanezco firme. Es demasiado tarde para eso.

—Ve tú —le susurro.

—No. —Se queda a mi lado, cogiéndome aún de la mano.

—Vete.

—No. —Me la coge más fuerte.

Ashley June se pasea como si nada. A cada paso que da le sobresalen los omoplatos. Tiene una silueta relajada, como la de un guepardo de zoológico que recorriera su jaula en una calurosa noche de verano. Aun así, sus ojos se ven descarnados por el deseo. A treinta metros, emite un silbido; encoge las patas traseras, y de repente es puro músculo y energía. Extiende los brazos al saltar hacia delante, se aferra al suelo que tiene debajo y avanza con su cuerpo esbelto. Su mirada me traspasa con obsesión y desesperación.

—¡Soy yo! —grito—. ¡Soy yo!

Ni un pestañeo de reconocimiento por su parte. Ni una señal de reducir el paso. Corre hacia mí y revela los colmillos al gruñir. Sissy tiene el instinto de agarrar un puñal del cinturón, pero ya es demasiado tarde. Llega Ashley June, piernas y brazos borrosos debajo de las zancadas de su cuerpo. Diez pasos más y se me lanzará al cuello.

—¡Ashley June!

En su mirada se ve una señal de reconocimiento. Chasquea la cabeza. Vuelve a mirarme a los ojos, pero ahora hay un atisbo de contradicción. Reduce la marcha y se detiene. Como gelatina, la saliva le cuelga de las comisuras de los labios y casi llega a los adoquines. Ladea la cabeza. Frunce el ceño.

—Soy yo. Soy Gene.

Me examina el rostro como si tratara de ubicarme. Algo cambia en su mirada, se suaviza. Le tiemblan los labios. Está empezando a recordar.

—Ashley June.

Pese a que estoy muerto de miedo, le hablo con ternura. Y con sentimiento de culpabilidad. De su garganta sale un suave gruñido. Da patadas al suelo, pero no anula la distancia que hay entre nosotros. De repente, la luz arde en sus ojos y la sacude. Se acuerda de mí. Cohibida de pronto, se limpia la saliva.

—¿Gene? —Mi nombre susurrado sale revoloteando, afeminado y tímido.

Doy un respingo. El choque entre su cuerpo salvaje y la manera dulce en que ha pronunciado mi nombre es demasiado. Aparto la mirada. Ahora se pone de pie, y levanta brazos y manos hasta que se mantiene recta con las piernas. Como si intentara reclamar su condición humana. Aun así, se está librando una batalla; en lo más profundo de su ser quiere abalanzarse sobre mí como un guepardo. Lo veo en la saliva que le gotea de los colmillos aún visibles, en los músculos de sus muslos temblorosos. Se vuelve a limpiar la boca. Entonces enfoca la mirada en algo en concreto. En mi mano. Que está agarrando la de Sissy. Recorre con la mirada la longitud de su brazo y, cuando finalmente llega a sus ojos, es como si acabara de advertir su presencia. Al instante, vuelve a ponerse a cuatro patas. La dureza le embrutece el cuerpo, y sus ojos adquieren el aspecto del mármol. Sacude la cabeza y los hilos de saliva se le enredan y le salpican la melena. Cada vez con más energía, se agacha, cede a los instintos animales. Entonces estalla contra Sissy. Parece un remolino borroso, un dardo lanzado con fuerza. Los músculos tensos se le marcan en los brazos y las piernas. Y después se precipita sobre Sissy. La empuja y le salta encima. Me tira al suelo. Para cuando he logrado levantarme, Ashley June está sobre mi amiga, clavándole la boca en el cuello. Tiene los dientes y los colmillos hundidos, y sólo se le ven las rojas encías. Sin dejar de chupar, me dirige una mirada lánguida. Sissy intenta escaparse, pero su atacante la tiene sujeta de los brazos. Da patadas, pero es inútil. Pierde fuerza. Se retuerce en vano. Como manos posesivas, el pelo rojo en llamas de Ashley June cubre el cuerpo de su víctima.

—¡NOOO! —Y entonces cargo contra mi ex compañera con todas las fuerzas que logro reunir.

Me aparta de un manotazo. Siento que me araña la sien, pero no me duele. Las molestias llegarán más tarde. Salgo volando; abajo, el suelo da vueltas sin control. El golpe me quita el aire de los pulmones. Inseguro, me levanto y me caigo. Empiezo a arrastrarme hacia Sissy. Veo los ojos de Ashley June pasar por mi lado, por encima del hombro. De las sombras de una casa ha emergido otro crepuscular. Cuando me ve, pone una mirada extasiada. Se agacha y avanza como un cangrejo, clava las piernas y los brazos en el suelo como pinzas. Ashley June levanta la cabeza del cuello de Sissy, la sangre le chorrea por la barbilla. Gruñe al otro crepuscular.

Acto seguido, éste pasa de arrastrarse como un cangrejo a correr a toda velocidad como un puma. Hacia mí. Cuando salta al lado de Sissy, que está inconsciente, Ashley June extiende la mano y lo agarra del pelo. Oigo el sonido de las raíces arrancadas del cuero cabelludo. Las piernas del crepuscular salen disparadas, tropieza, y cae al suelo. Antes de que pueda recuperar el equilibrio, Ashley June ya está encima de él. A horcajadas, baja la cara hasta que casi le toca con la nariz. Gruñe, abre la mandíbula y deja ver los largos sables que componen sus afilados dientes. El crepuscular también refunfuña, de la furia junta las cejas. Pero también del miedo. Intenta morderla. Ella echa la cabeza hacia atrás para evitar el choque de dientes. Entonces, en un movimiento fluido y con gran ímpetu, lanza a su contrincante al otro lado de la plaza. Da unas vueltas sin garbo por los aires. Con el torso choca contra la ventana de una casa. Queda colgado con medio cuerpo dentro y el otro medio fuera.

Ashley June se vuelve hacia mí. Respira agitadamente. Sus ojos de color esmeralda, claros y feroces, aunque de algún modo suavizados, contienen un brillo inquisitivo y anhelante. Retrocedo. De repente el otro crepuscular, cubierto de esquirlas, la golpea desde atrás. Ambos caen y se enredan en un ataque de colmillos y garras. Aprovecho estos preciados segundos para correr hasta Sissy. Tiene los ojos cerrados y murmura algo incomprensible. La cojo en brazos y empiezo a correr. Hago caso omiso del ruido de la pelea que se está produciendo entre Ashley June y el otro crepuscular. Hago caso omiso del cansancio de mis piernas mientras corro por los prados hasta el otro lado de la aldea. Incluso hago caso omiso de la visión del tren que empieza a irse de la estación. Asimismo hago caso omiso de la estampida atronadora que sé que se me acerca, la horda de cazadores que tras pasar por el despacho de Krugman me quiere alcanzar. Y sobre todo, hago caso omiso del calor que emana de Sissy, del sudor que le empapa la cara, de su palidez. Hago caso omiso del hecho de que ha empezado a convertirse. Se está transformando en mis brazos.

Grito y salen de mí unos sonidos que habían estado ocultos durante años, que no conocía; son unos sonidos estrangulados de angustia que he guardado dentro durante toda mi vida. Salen como una ola de furia, y son más fuertes que las lágrimas que me caen por la cara, más que el ácido láctico que me sacude las piernas. El suelo se ablanda, y forma ondas bajo mis pies; no logro encontrar solidez, no encuentro tracción. Y entonces me desplomo, porque ya no me quedan fuerzas, porque ya no puedo dar ni un paso más, porque las carreras y las huidas constantes me han quitado hasta la última gota de fuerza. Caigo sobre el césped. Basta. Basta. Acuno la cabeza febril de Sissy, y miro las estrellas que brillan en el firmamento. Siento que el suelo tiembla debajo de mí. Oigo que se aproximan, ya están muy cerca. Las patadas, los gritos, las voces agudas e histéricas. Entonces, unas manos me agarran las piernas, los brazos, me desgarran. No, no, me levantan. Me ponen las manos en las axilas, me aúpan.

—¡Gene! ¡Levántate! ¡Levántate!

Veo las caras de David y Jacob. Recogen a Sissy y la llevan a rastras. Más pisadas que se acercan. Es Epap, que me coloca el brazo sobre su espalda.

—Gene, tienes que ayudarme. No te puedo llevar yo solo. ¡Maldita sea, corre! ¡El tren está a punto de salir!

Le hago caso. Corro tan rápido como puedo, pero estoy agotado. Llego al andén, pero apenas puedo subir los escalones. El tren está en mitad de la estación, yéndose. Veo a David y a Jacob que suben en el vagón que tienen más próximo y dejan a Sissy en el suelo. El tren va cogiendo velocidad. Epap y yo vamos a tener que correr para montarnos en él. Desde atrás, un grito de rabia. Echo un vistazo rápido. Hay una docena de crepusculares que encabezan el grupo. Nos alcanzarán en menos de diez segundos.

Jacob salta del último vagón y corre a toda velocidad hasta donde estamos Epap y yo. Me coge del brazo y lo pasa por su espalda. Me arrastra.

—Vamos, Gene, ayúdanos.

—Dejadme. No hay tiempo.

Tengo razón, y lo saben. Nunca llegaremos a tiempo al tresno, si yo actúo como un lastre. Los crepusculares nos alcanzarán antes. De repente, Jacob me suelta y empieza a correr.

—Seguid, no paréis. ¡Subid al tren! —nos grita. Entonces se agacha y coge una manguera que hay en el andén. Al pasar al lado del generador, pulsa el botón de encendido. Se pone en marcha. El agua sale con toda la fuerza.

Los crepusculares suben los peldaños que llevan al andén. A su vez, Jacob apunta la manguera en su dirección. El chorro de agua choca contra sus cuerpos deformes. Su piel, en parte fundida y flexible por su exposición al sol, se les despega de los huesos en cuestión de segundos y los trozos salen despedidos como en una explosión. Ni su estructura ósea se salva. El agua les destroza el esqueleto, y los pedazos salen volando por los aires. Desaparecen entre una neblina de hueso y carne. Jacob deja caer la manguera, y corre para reunirse con nosotros. Pero entonces tropieza con otra. Cae desparramado en el andén. Un trío de cazadores sube la escalera. Al cabo de unos segundos, están encima de él.

—¡No! —grita Epap.

Me deja caer. Aunque sortea un contenedor y coge una manguera que hay cerca, los tres atacantes ya están agazapados sobre el cuerpo del chico. Con los ojos desorbitados por el gozo, le hunden los colmillos en el cuello. Epap enciende la manguera. Al momento, los crepusculares quedan eliminados. Corre hacia el chico, lo recoge y se lo sube a la espalda. No parece ver el daño que le han causado.

Mientras tanto, yo he recuperado fuerzas. Al menos las necesarias para apartar los tubos del andén y evitar que Epap tropiece con ellos. Él llega hasta donde estoy y juntos corremos hacia el tren. Noto el calor intenso que desprende Jacob. Incluso sin mirarlo, sé que se está convirtiendo, y rápido. Mordido e infectado por tres crepusculares, la transformación se acelerará de manera exponencial.

—¡Más rápido! ¡El tren se va! —grita David, que cuelga del último vagón.

El miedo nos inyecta un chute de adrenalina a Epap y a mí. Avanzamos a gran velocidad. A medida que nos acercamos, David extiende su brazo por la puerta medio abierta. Consigue meter a Epap, a Jacob, a mí, y después nos tiramos en el suelo. Sissy está tumbada a nuestro lado, aún inconsciente, rodeada por un grupo de chicas de la aldea arrodilladas. La chica pecosa me mira a mí, y después, presa del pánico, a los crepusculares que nos persiguen.

—¡No, no, no! —se queja Jacob. Está empezando a temblar, el sudor le cae por la frente. Veo que tiene el cuello perforado; no sólo dos agujeros diminutos, sino una serie de marcas de colmillos. Se está convirtiendo a una velocidad vertiginosa. Él también lo sabe. Asustado, mira a Epap.

—¡Te pondrás bien! —le anima Epap acariciándole el pelo—. Todo irá bien.

Procedentes del exterior, oímos los gritos desenfrenados de los crepusculares al arremeter contra el tren, que poco a poco gana velocidad, pero las puertas siguen abiertas.

—¡¿Dónde está Ben?! —grita David mientras mira hacia atrás.

Jacob tiene espasmos. Una capa de sudor le reluce por el cuerpo frío.

—¡¿Cuánta velocidad más se necesita?! —le grito a la chica pecosa—. Antes de que se cierren las puertas.

—¡Ya casi está! Creo que hemos llegado al nivel.

Y entonces, en efecto, se oye un clic mecánico y la puerta empieza a cerrarse. Jacob se vuelve a mirar. Su aspecto es cadavérico, su expresión es terrible y atormentada.

—Me estoy convirtiendo.

Observa la puerta que se cierra. Cae en la cuenta de lo que ninguno de nosotros ha logrado comprender. Si se transforma dentro del tren, todo el mundo que hay en el interior morirá. Se levanta de un brinco. Al momento, me doy cuenta de lo que está a punto de hacer. Alargo la mano para detenerlo, para inmovilizarlo. Sin embargo, me quedo paralizado. Durante mi momento de vacilación, da tres zancadas y salta por el hueco cada vez más reducido. Y después ya no está. La puerta se cierra.

—¡No! —grita David mientras se acerca a la puerta e intenta abrirla. Pero está bloqueada, y así seguirá hasta que lleguemos a nuestro destino—. ¡Jacob! ¡Jacob, Jacob!

El infectado se levanta del suelo, tiembla del miedo y la conmoción. Está solo en el mundo por primera y única vez, en su vida. Es más de lo que puede soportar, y corre a nuestro lado, aunque sólo sea para estar unos segundos más con nosotros. David saca un brazo entre los barrotes y, por un instante, Jacob logra correr lo suficiente como para cogerle la mano. El pelo se le agita, las mejillas le rebotan, tiene los ojos llenos de lágrimas. Este chico soñaba con carruseles repletos de caballitos galopantes, ranas saltarinas y delfines voladores. Fuera se ve muy pequeño, está solo y no podemos hacer nada por él. El tren coge velocidad y Jacob no puede mantener el ritmo. Empiezan a separar las manos.

—¡Jacob!

Se despiden.

Y aun así, continúa corriendo tan rápido como puede. Balancea los brazos sin control, y sus piernas se ven borrosas. No quiere estar solo, no quiere desaparecer en la noche, no quiere perder de vista a la única familia que ha conocido. Pero va perdiendo terreno, el tren ya acelera. Y entonces tropieza y cae. Apenas puedo mirar. Es una mota pálida en una playa de tinieblas. Desde atrás, la marea se lo traga.

Las barras metálicas del vagón empiezan a vibrar. No lo hacen con vigor, sino más bien como un zumbido que ronronea. El sonido va en aumento hasta que los barrotes tiemblan entre mis manos, como si cobraran vida. Y eso no es todo: el tren entero empieza a tambalearse por los lados. Un fuerte tamborileo invade la noche, el sonido de miles de caballos al galope. Sin embargo, no los hay. Los caballos no muestran un destello pálido en la piel, ni silban, ni escupen, ni babean, ni aúllan. No surgen de la oscuridad con el blanco de los ojos resplandeciendo como lunas dementes.

Un grito. Un crepuscular ha saltado al tren y ha atrapado por sorpresa a una niña que estaba apoyada contra las barras. La arranca más o menos de una pieza, le rompe los huesos, y le disloca las articulaciones. Una vez en el suelo, fuera, la rodea, y silencia sus quejidos.

—¡Apartaos de los lados! —grito.

La chica pecosa empieza a empujar a las otras hacia el centro del vagón. De repente un crepuscular salta desde la oscuridad, se pega a un costado y con la destreza de un mono se agarra a las barras. Después mueve el brazo por el aire.

—¡Agachaos! ¡Manteneos abajo! —grita la chica de pecas.

Acto seguido, aterriza un crepuscular sobre el techo. Acobardados, nos lanzamos al suelo justo cuando mete el brazo desde arriba como una enredadera venenosa. Frustrado, silba; sus gotas de saliva nos caen encima. Me acerco a Sissy, quien sigue inconsciente. Se cubre las heridas del cuello y encoge brazos y piernas para protegerse del crepuscular, para que no estén a su alcance. Tiene la piel fría como el hielo; los brazos se le sacuden con espasmos.

Otro crepuscular más se pega a un lado del vagón, y después otro. El vagón traquetea como si fuera una jaula de pájaro. Siguen cayendo encima, y cubren el exterior del vagón hasta que su colectiva piel pálida envuelve todo el tren. La manta de carne membranosa y traslúcida es una visión infernal. De manera intermitente, a través de esta capa uniforme, hay una cara crepuscular que emite silbidos y chasquidos con los ojos bien abiertos. El tren sigue su curso hacia el puente.

Debajo de mí, Sissy murmura. Se esfuerza por hablar y tiene los ojos cerrados, como si pronunciara una oración. Por ahora me duele la sien, y cuando voy a tocarla, me mancho Ion dedos de sangre. Donde Ashley June me clavó las garras. Con las uñas mojadas de su propia saliva. El tren avanza, los crepusculares nos lanzan sus extraños aullidos, y lo único que soy capaz de hacer es colocarle a Sissy los mechones de pelo por detrás de la oreja con cuidado, de manera obsesiva. Las vías empiezan a traquetear a un ritmo distinto. Estamos cruzando el puente. Truc-truc, truc-truc. Debajo se oye el golpeteo de las vías. Después ya hemos cruzado el valle y bajamos por una pendiente pronunciada, cada vez a más velocidad. Truc-truc-truc, truc-truc-truc, truc-truc-truc.

Entre los huecos que dejan los crepusculares colgantes miro hacia el puente. Del otro lado, veo enjambres de perseguidores que se agolpan. Se empujan y abarrotan el cañón. Nosotros, cada vez a más velocidad, nos alejamos, hasta que doblamos en una curva, y el puente y la Misión dejan de verse.