29

Los chicos se instalan para pasar la noche. Los tres más jóvenes comparten la cama, Sissy se tumba en el sofá, y Epap, en la alfombra. Yo cojo un taburete de madera, me lo llevo al pasillo, y lo coloco al lado de la ventana. Quiero hacer guardia, les explico, por si acaso. Oigo sus voces murmurando en la habitación: sus bromas sombrías y discretas. Al final sus palabras se transforman en silencio, y después en ronquidos ligeros. Sus respiraciones están sincronizadas incluso durante la inconsciencia del sueño. Pienso en entrar en la habitación y tumbarme en la cama. Me harán un sitio como siempre han hecho. Sin embargo, me quedo clavado al taburete mirando por la ventana. Necesito estar solo.

La lluvia, que cae con la intensidad de cuarenta días y cuarenta noches, llega bruscamente a su fin. Después de una hora, cuando la escorrentía deja de caer de los aleros, un silencio limpio se apodera de la noche. Las nubes se rompen imperfectas. La luz de la luna fluye por el cielo hecho añicos en una salpicadura fragmentada por la cordillera.

«Gene.»

«Gene.»

«¿Te contó por qué te puso Gene?»

Mis pensamientos se ven interrumpidos por el crujir de las tablas del suelo. Sissy, pálida como un fantasma, aparece casi flotando por el tramo oscuro del pasillo. Lleva el edredón sobre los hombros a modo de chai.

—¿Por qué no vuelves a la habitación? —me pregunta en voz baja. Se acerca cuando ve que no respondo. Casi nos rozamos con los hombros mientras miramos por la ventana. Tiene la manga subida, y las sombras le tapan el antebrazo.

Con ternura, le pongo las manos sobre el brazo y la llevo hacia la luz de la luna. La herida de la marca tiene ahora peor aspecto, y de la piel arrugada sale una descarga de pus.

—Ay, Sissy.

La mirada se le endurece, pero esta vez de manera distinta. Los ojos le servían de escudos reflectantes para que los chicos no percibieran su dolor. En cambio, ahora logro ir más allá de la acritud y veo charcos de dolor profundo y de rabia. Me cuenta que no recuerda gran cosa. Tan sólo lo aturdida que se sintió después de tomarse la sopa, la sensación de que se la llevaban, y después nada más hasta que regresó a mi habitación. Y allí se encontró con la marca.

—Estoy convencida de que también me examinaron. —Aunque lo dice en un susurro, soy capaz de oír la rabia—. No sé qué es peor: si saber que lo hicieron o no poder acordarme de si ocurrió.

—Lo siento. Intenté encontrarte. Lo conseguí con Epap, pero…

—No podemos dejar que esto nos afecte —me dice tranquilamente, aunque de nuevo veo su mirada llena de rabia—. A ver, no me malinterpretes: quiero darles un buen escarmiento, pero no podemos permitirnos el lujo de desviarnos. Nuestra prioridad número uno —me explica mientras se vuelve para mirarme a los ojos— es averiguar todo lo posible sobre el tren. Ir de acá para allá con mi venganza personal sólo será un obstáculo.

Las gotas de su aliento condensado brillan en la ventana. El brazo le tiembla ligeramente entre mis manos.

—¿Seguro que estás bien, Sissy? —Le aparto el pelo de los ojos—. Oye, quizá deberíamos irnos. Hacer las mochilas y marcharnos. Arriesgarnos a adentrarnos en el bosque.

—No. ¿Adónde iríamos? ¿Cómo sobreviviríamos? Se acerca el invierno. Además, Jacob tiene razón. Es posible que el tren sí nos lleve a la tierra prometida. No podemos descartar la posibilidad tan rápido. Puede que sea la mejor opción que tengamos.

Nos quedamos en silencio. Las nubes se vuelven finas y después se dispersan, lo que permite que la luz de la luna llegue a la aldea. Poco a poco, Sissy empieza a relajarse, y su expresión se suaviza. Se apoya en mí. Ahora nos rozamos los hombros ligeramente. De repente soy consciente de la sensación de su piel contra la mía. Durante todo este rato he estado cogiéndole los brazos; lentamente retiro las manos. Ella deja caer el brazo.

—¿Qué pasa?

Trago saliva.

—Nada. —Volvemos a mirar al exterior. El sonido de los ronquidos flota por el pasillo.

—Vamos, deberíamos descansar un poco. Vuelve a la habitación, hay espacio de sobra y se está calentito. —Me pone la mano en el codo—. El sueño nos ayudará a despejar la mente. Mañana por la mañana se nos ocurrirá algo.

Niego con la cabeza.

Ella se me queda mirando.

—Gene, el lobo solitario.

—No es eso.

—¿Y qué es?

—La respuesta está ahí fuera, en algún lugar. En la aldea. No en la mente. —Me meto las manos en los bolsillos de la parka—. Una vez me contaste que mi padre jugaba contigo al escondite. Y también lo hacía conmigo. Todo el tiempo. Escondía un premio y dejaba pequeñas pistas alrededor para ayudarme a encontrarlo.

Los ojos se le iluminan por el recuerdo.

«Tienes la respuesta delante de tus narices.»

Asiento.

—No me puedo quitar de encima la sensación de que me ha dejado una pista en algún lugar de esta aldea. Justo delante de mí. Delante de las narices. Y sólo tengo que encontrarla. —Me vuelvo para mirarla—. Ahí fuera hay respuestas. Y están esperando a que las encontremos.

Ella me toma la mano con delicadeza.

—Creo que sé dónde deberíamos mirar.