Me despierto con el sonido de las gotas de lluvia que caen sobre el cristal. Fuera está completamente oscuro. El fuego se ha reducido a brasas ardientes y la habitación se ha enfriado. Como una muda de piel, el edredón yace en el suelo. Sissy no está. Pongo la mano en el hueco aún marcado del sofá donde se quedó dormida. El cuero está frío. Me levanto. Las tablas del suelo crujen al compás de mis huesos doloridos. La habitación da vueltas, se tambalea adelante y atrás. Voy hacia el cuarto de baño a trompicones, le doy una patada a la mesa de centro, y caen los boles de arcilla.
El agua fría me ayuda. Me mojo el pelo con las manos, tanto que cuando levanto la cabeza los hilos de agua fría me bajan por el cuello, el pecho y la espalda. Cunde la alarma en mi interior.
—¡Sissy! —grito por el pasillo oscuro al salir de la habitación, y después, de nuevo, fuera, en la calle. El chaparrón ha hecho que todo el mundo se quede en casa. Las calles están desiertas. El suelo está fangoso y se ven pisadas de pies de pato. Son demasiado grandes para pertenecer a los pequeños pies de loto de las chicas de la aldea. Deben de ser de hombres. De los superiores. A juzgar por la forma, son tres, por lo menos. Sigo el rastro, pero desaparece en cuanto llego al camino adoquinado. Miro por la calle arriba y abajo.
—¡Sissy! —vuelvo a gritar. Sólo el repiqueteo de la lluvia y los techos de paja responden a mi llamada. Corro por el ambiente tenebroso hacia la plaza de la aldea. Normalmente es el centro neurálgico, pero ahora está despojada de todo movimiento, sonido e incluso color. Toda la animación se ha evaporado. Las ventanas de las casas están cerradas, como si fueran ojos.
—¡Sissy! —llamo de nuevo, esta vez ahuecando las manos—. ¡Sissy!
Se abre la puerta de una de las casas. Aparece una figura, de pie debajo de un toldo. Se trata de Epap. Tiene la camisa abotonada hasta la mitad, como si se la hubiera puesto apresuradamente.
—¿Qué ha pasado? —pregunta con mirada amenazadora—. ¿Dónde está Sissy?
—¡Ha desaparecido! ¡Ayúdame a encontrarla!
Es difícil interpretar su expresión. Desde las sombras me estudia, reacio a dar un paso hacia la lluvia.
—¿Epap?
Sacude la cabeza dos veces y pestañea lentamente. Se vuelve a meter dentro de la casa, una retirada que revela el rencor que aún le guarda a la chica. Me doy la vuelta, furioso y decepcionado. Esperaba algo más de él. Pero en seguida sale corriendo por la puerta. Se pone una sudadera y va saltando entre los charcos de barro. Cuando me alcanza, ya se ha puesto la capucha.
—Cuéntame qué ha pasado. —Parece preocupado.
—Ha hecho cabrear a los superiores. Y ahora se la han llevado a algún sitio.
Centra sus ojos en los míos, en busca de la verdad.
—Qué locura. ¿Por qué piensas algo así?
—Le pusieron algo en la sopa y se quedó grogui. Yo no tomé tanta, y por eso… ¡Oye! ¿Vas a ponerte a hacer preguntas o a ayudarme a encontrarla? Creo que se ha metido en un buen lío.
—¿No estarás exagerando? —me pregunta mientras sacude la cabeza—. Se han portado extraordinariamente bien con nosotros. ¿Por qué no te relajas y dejas de ponerte paranoico? —Hace una mueca con la boca—. ¿Qué? ¿Te crees que si Sissy no está contigo eso significa necesariamente que la han raptado? ¿No podría ser que, no sé, lo único que pasa es no quiere estar contigo? —Mueve los brazos bajo la lluvia y resopla—. ¿Me has hecho salir con este tiempo horrible sólo por esto?
No tengo tiempo para explicaciones ni para dramas. Doy una vuelta para decidir por qué dirección sigo. Epap me coge del hombro. Me vuelvo, a punto de soltarme, pero su mirada hace que me detenga.
—Espera. —Espira con gran frustración—. ¿De verdad crees que le ha pasado algo?
Asiento.
—¿Cómo lo sabes?
—Epap, ¿estás conmigo o no? No voy a perder el tiempo con explicaciones.
Entonces cede:
—Vamos a buscarla.
Cuando me pongo a correr, él ya está a mi lado. Corremos en tándem. El barro nos salpica los pies como pequeñas explosiones.
***
Sin embargo, las calles vacías y las casas oscuras no nos revelan nada.
—¿Dónde se ha metido todo el mundo? —pregunta Epap, jadeando, cuando nos detenemos. Se apoya sobre la pared de una casa, doblado, con las manos en las rodillas.
—Vamos —lo animo mientras intento recuperar también la respiración—. Sigamos buscando.
El asiente y se impulsa con la pared.
—Espera. —Señala a la derecha con un gesto de la barbilla.
Una chica encapuchada sale a toda prisa de una casa. Examina la calle vacía, y después empieza a correr hacia nosotros tan rápido como sus pies de loto se lo permiten. Epap y yo nos miramos y después corremos hacia ella. Ella se para, espera a que lleguemos hasta dónde está y sigue observando la calle nerviosa. Al cogerme del brazo para conducirnos hacia un estrecho callejón, se engancha la manga con la mía y se le ve el brazo. Tiene tres marcas en el antebrazo. Se quita la capucha de la cara. Se trata de la chica de pecas.
—Ya es demasiado tarde —susurra—. Volved a casa.
—¿Dónde está? ¿Adónde se la han llevado?
—Todo ha terminado. No ganaréis nada buscándola. Tenéis mucho que perder. Por vuestro bien y el suyo, volved.
—¿Está bien? ¿Le han hecho daño? —le pregunta Epap dando un paso adelante.
—Volverá a su debido tiempo.
La cojo del brazo, con cuidado pero de manera firme. Es muy delgada, pero sus huesos son duros y rígidos debajo de la capa de carne. Se le ve una mirada inteligente.
—Has venido a ayudarnos, ¿no? Pues hazlo. ¿Dónde está?
Ella duda, pero después susurra:
—Ya es tarde, pero id a la clínica. Sabéis dónde está, ¿no?
—¿La clínica? —pregunta Epap—. Sé dónde está, pero¿por qué diablos tenemos que ir ahí?
Ella retira el brazo.
—Ya es demasiado tarde.
Desaparece caminando como un pato y se mete en la casa de la que salió. La cara de Epap es un poema. No entiende nada, y cada vez está más asustado.
—¿La clínica? —Se vuelve a mí—. Gene, ¿qué está pasando?
No respondo, aunque tengo una horrible sospecha. Me pongo a correr, esta vez más rápido que en ningún otro momento de esta noche.
***
Llegamos sin aliento, pero no perdemos tiempo. Epap revienta la puerta con el hombro. Ve algo y al instante pone rígida la espalda, como una marioneta a la que súbitamente le hubieran tirado de las cuerdas hacia arriba. Sissy está en el centro de una habitación vacía, tumbada en un artefacto que parece una silla de dentista, pero con correas. Tiene los brazos y las piernas separadas sin gracia, los ojos cerrados y la boca floja. El olor a piel quemada flota en el aire.
—¡Sissy! —grita Epap mientras corre a su lado. Tiene la manga del brazo izquierdo levantada, y se le puede ver la parte interna del antebrazo. En medio de la piel suave, como una entidad separada forjada con hierro, tiene un bulto en forma de equis del que supura pus. La han marcado.
No decimos nada. Le quitamos las correas a toda prisa. Tiene la respiración entrecortada y murmura algo absurdo con los labios. Con ternura, Epap le enrolla la manga más arriba para que la lana no le roce la quemadura recién hecha. Voy a levantarla, pero Epap me aparta. Es él quien lo hace, con una fuerza y una gracia que se contradicen con sus brazos delgados. Con firmeza, la acuna contra el pecho. Como si eso lo aliviara de momento, cierra los ojos, y roza sus labios entre su pelo.
—Ya te tengo. Ya estás a salvo, Sissy —susurra. Al auparla para poder sujetarla mejor por debajo de las piernas, la cabeza de ella cae y le golpea la nariz. El no se queja, sino se limita a sostenerla con mayor cuidado hasta que se le pasa el dolor. Me perfora el corazón un pinchazo de celos inesperados. Epap se lanza a la lluvia, que ahora tiene la fuerza de una cascada, y nos empapa en cuestión de segundos. A pesar del peso añadido, corre a una velocidad que es difícil de mantener.
—¡Epap! —Le agarró del brazo para que pare—. ¿Adónde vas?
—A mi casa. —Intenta soltarse.
—No —le ordeno mirándole a los ojos—. Está al otro lado de la aldea. A diez minutos. Sissy no debería pasar tanto rato bajo la lluvia. No en su estado. Llévala a mi habitación. Está mucho más cerca.
Le empiezan a temblar los brazos. El efecto de la adrenalina se le está pasando y está calado hasta los huesos. Asiente de inmediato.
—Llévanos allí.
Pero entonces me detengo. Se me ocurre una idea.
—Tenemos que ir por los chicos.
Epap lo comprende de inmediato. No es seguro que estén solos. Un ataque contra uno de nosotros es un ataque contra todos.
—Pásame a Sissy. Tú ve a buscar a los chicos. Yo no sé dónde están, pero tú sí.
Me mira desconfiado.
—No, ya la llevo yo…
—¿Por toda la aldea? —Le pongo una mano en el hombro—. Llegará sana y salva, te lo prometo. —Se me queda mirando, y la indecisión se extiende por su rostro—. Querrá ver a los chicos cuando se despierte. Ve a buscarlos.
Eso lo convence y me pasa a Sissy. No me había dado cuenta de lo mucho que deseaba esto: que dejara caer su cabeza contra mi pecho, que su piel cediera sobre la mía. Tengo que hacer un gran esfuerzo por no abrazarla más fuerte, por no hundir la cara en su cabello y absorber su almizcle. Epap me mira con recelo. Le doy la dirección de mi casa y, después, ambos salimos corriendo en direcciones opuestas. De repente ya no estoy cansado. Como si Sissy me insuflara fuerzas, los pies cada vez me van más rápido. Choco contra las gotas de lluvia que caen y las hago estallar en mil millones de partículas de llovizna.