Las contraventanas de la cabaña están cerradas, y las hojas negras sellan los marcos. La puerta principal está pintada de color negro y parece que esté cerrada herméticamente. Sissy da un paso adelante en el claro. Ahora está pisando el césped.
—¡Sissy! —susurra Epap.
Ella se da la vuelta y nos hace señas para que esperemos donde estamos. Mientras los chicos retroceden hacia el bosque, yo la alcanzo.
—Lo estás enfocando mal —le susurro.
Ella se detiene.
—¿Por qué?
—No vayas a la puerta principal.
—Oh, por favor, no iba a llamar.
—No te acerques al porche siquiera. Seguramente chirriará. —No responde pero sé que está escuchando—. Yo iré por la derecha y tú por la izquierda. Si después de cinco minutos no oímos nada, nos reuniremos detrás. Y sólo si la parte de atrás está despejada intentaremos entrar por la puerta de delante.
Ella asiente y se separa. La nieve forma una dura costra en el suelo, y yo voy con cuidado al pisar. Una vez me encuentro en la parte lateral de la casa, me desplazo con precaución hacia las contraventanas. Espero un rato antes de poner el oído. No se oye nada. Parece que la cabaña está vacía. Cinco minutos después, me dirijo a la parte de atrás con cautela. Sissy ya está allí con la oreja pegada a la contraventana. Niega con las manos y la cabeza. «No hay nadie dentro.» Arquea las cejas. «¿Entramos?»
A pesar de nuestros esfuerzos por pisar con suavidad, la puerta principal chirría con nuestro peso. Sissy coge el pomo de la puerta, se estremece por el frío, y después lo agarra con firmeza. Gira la mano, y la puerta se abre con un sorprendente silencio. Entramos y cerramos. Es preferible impedir cuanto antes que la luz entre. Mejor no enturbiar las aguas. Estamos en un pasillo estrecho y oscuro, esperando a que la vista se adapte a la oscuridad. Estamos a la espera de oír sonidos no deseados: saltos, arañazos, o silbidos. Pero sólo hay silencio. Las sombras aparecen de manera gradual. Entramos de puntillas en la habitación que hay a nuestra izquierda, y las tablas de madera del suelo crujen bajo nuestras botas. Primero le echamos una ojeada al techo. Al primer atisbo de que allí hay alguien durmiendo, saldremos corriendo. Pero está vacío, sólo hay vigas. Como única decoración se distinguen una mesa y un armario grande de almacenaje. Con prudencia, nos metemos en la habitación que hay al otro lado del pasillo. El techo también está despejado de cuerpos colgantes durmientes. En una esquina hay un taburete de madera; el asiento circular parece un ojo que nos observa. Es un cuarto destartalado, desprovisto de muebles, con olor a moho. En la parte superior hay unos aleros largos extrañamente siniestros. «En esta habitación ha pasado algo malo», pienso para mis adentros y me estremezco. Salimos.
Sólo queda una habitación, que se encuentra al fondo del pasillo. Sissy va dos pasos por delante y al entrar echa la cabeza hacia atrás. La cara se le ilumina de esperanza. Hay una cama. Un colchón muy fino sobre un estrecho armazón y una manta pequeña contra la almohada como si fuera una camisa de serpiente. Busco una palanca para abrir las contraventanas. Se levantan con un chirrido. Entra la luz del día, con mayor fuerza de lo que recordaba, aunque unos nubarrones cubren el cielo por completo. Me fijo en un curioso artilugio que cuelga de la pared. Parece una cometa descomunal, una polilla monstruosa clavada en la madera.
Sissy está en la cama inspeccionando el colchón.
—¿Qué te parece?
—Creo que este lugar lleva bastante tiempo vacío. —Se pone a olisquear intentando detectar algún residuo de olor—. Haremos un búnker aquí esta noche. Cazaremos algo, encenderemos una hoguera, recargaremos nuestras reservas de energía y dormiremos toda la noche. En cuanto mañana se haga de día, saldremos a ver qué hay en los alrededores, por si encontramos algo más.
—¿Y si es esto? ¿La Tierra de la Leche y de la Miel, de la Fruta y del Sol?
Ella mira por la ventana.
—Pues lo será.
Miro la cama.
—¿Y dónde está él, entonces?