10

Sissy tiene razón. Al día siguiente llegamos a la superficie, pues la abertura del túnel vertical estaba sorprendentemente cerca. Pocos minutos después de que la cámara se llene de la luz del sol y nos despierte de una sacudida, empezamos a escalar. Tenemos los brazos y las piernas frías y rígidas, pero la claridad nos hace entrar en calor y nos lubrica las articulaciones. Pronto nos olvidamos de los callos de las manos, y de los dedos sangrantes, y nos concentramos en llegar al siguiente escalón. Y después, al otro. Hasta que, como recién nacidos, salimos por el agujero, llegamos a un claro, respiramos el aire fresco de la montaña, y entrecerramos los ojos por el sol. Nos encontramos en la explanada de un valle verde. Los acantilados de granito se erigen por todos los lados como dedos al acecho. Una neblina difusa se cierne sobre el interior del valle, y se filtra por los bosques tupidos que nos rodean. De la niebla se levantan unos árboles, como si fueran acólitos del área remota que vienen a saludarnos. O a ahuyentarnos.

El pico de la montaña, alto y arrogante, se eleva por encima de todo. Tiene una cara escarpada y retorcida, como si, molesto, entrecerrara los ojos por el brillo del sol. O por nosotros, que caminamos por su espalda ancha. A medio camino de la cima, surge una cascada de una pared y el agua cae a miles de metros transformándose en neblina al tocar fondo. Entre las salpicaduras se forma un tenue arcoíris. Al estar expuestos a este espacio abierto, la gélida temperatura se nos mete en los huesos. Aunque la brisa es ligera, se nos cuela por la ropa y nos congela el tórax. Vuelvo a tener otro ataque de tos que hace que me doble. La flema me destroza las tuberías como si fueran chinchetas con ácido. Me toco la frente: arde como un hierro de marcar que lanza llamaradas. La tierra se mueve, se inclina, y la montaña y el cielo dan vueltas a mí alrededor: mi propio alud.

—Hacia el bosque, lejos del viento —ordeno.

—Un momento —interrumpe Sissy. Se arrodilla en la abertura del túnel y empieza a examinar la circunferencia.

—¿Qué haces? —pregunta Ben.

—Aquí, mirad. —Señala el único trozo donde la hierba está más mate—. Quien haya usado este túnel ha estado yendo y viniendo en esta dirección. Encaminémonos por aquí hacia el bosque.

El bosque es un nido de calidez. El viento desaparece prácticamente en cuanto nos adentramos. Un delicioso aroma a dulce de mantequilla y azúcar nos hace rugir el estómago. Damos vueltas hasta que encontramos las marcas más tenues de un camino en medio de un lecho de agujas de pino que hay en el suelo. Lo seguimos y aumenta nuestro entusiasmo. Sin embargo, un cuarto de hora después, nos paramos a recuperar el aliento y nos apoyamos en un árbol cubierto de líquenes. No estamos acostumbrados al aire de montaña. Un arrendajo que nos divisa desde unas ramas sacude la cabeza de un lado a otro bruscamente. Emite un sonido chirriante y recriminador, «escaric, escaric», como si nos abucheara por nuestra falta de energía. No tardamos en dejarlo atrás, a un ritmo deliberadamente más ágil. Al cabo de veinte minutos, paramos.

—Se nos ha esfumado la senda —confiesa Sissy mientras mira a su alrededor con preocupación.

—Deberíamos encontrar un lugar donde pasar la noche, ¿no? ¿Y qué tal hacer un fuego? —propone Epap con los dientes castañeteando.

—Debemos darnos prisa porque este frío va muy en serio.

—Tú y yo vamos por leña. Ben y Gene, os quedáis aquí…

—No —lo interrumpe Sissy—. Lo haremos todos juntos. No nos separemos ni un segundo, ¿de acuerdo? Este bosque nos quiere destruir, lo percibo.

Y nosotros también. Caminamos apelotonados; a veces nos rozamos los brazos o chocamos con los codos. No nos importa. Entonces, justo cuando el bosque amenaza con condensarse en la espesa negrura del alquitrán, vamos a parar a un claro. La cortina de árboles y oscuridad se atenúa. A lo lejos, la tierra desaparece y desemboca en un acantilado. Incluso desde donde estamos, puedo ver los lagos glaciares y las praderas del valle que hay abajo. Aun así, la vista se me distrae con otra cosa. En medio del claro, bañada por la luz del sol, hay una cabaña.