Es de noche. El aire helado entra por el pozo estrecho. Me encuentro mal. Tengo la cabeza congestionada. De la frente me sale el calor evaporado y funde el hielo de las paredes, como ocurre en el interior de la nariz, que me gotea. Nos hemos dividido por parejas: Ben y Sissy, Jacob y yo por debajo de ellos, y Epap y David, debajo de nosotros. Ante mí al otro lado de la escalera, Jacob ronca. La cuerda lo mantiene seguro y yo lo sujeto por debajo de las axilas. Además, el poco espacio que hay entre nuestros cuerpos y las paredes nos ayuda a estar más protegidos.
—¿Estás bien? —susurra Sissy. Transcurre un largo silencio—. Chist, Gene, ¿estás despierto?
—Sí, pensaba que le hablabas a Ben.
—No, ha caído redondo. Como un bebé. ¿Cómo está Jacob?
—Durmiendo como un tronco. Epap y David, también.
—Estupendo. ¿Están bien sujetos?
—Sí. Lo he comprobado dos veces.
—Bien, bien. —Al moverse para ajustar su posición, se oye un leve crujido de la cuerda—. Mañana ya habremos salido de aquí.
—¿Tú crees?
—Estoy bastante segura. Yo sé algo que tú no sabes.
—Cuéntame.
—Copos de nieve.
—Nah. ¿En serio?
—Sí. Han empezado a caer hace unos diez minutos. Sólo unos cuantos. Los he notado en la cara, como pinchazos en la nariz. Debemos de estar más cerca de lo que creemos. La nieve no llega tan abajo.
—Yo no he notado nada.
—Creo que yo lo bloqueo.
—Sí, tu culo de hipopótamo obstruye el paso.
—Ja, ja, qué gracioso.
—Desde aquí abajo se te ven tan grandes las caderas que has provocado un eclipse total. —No dice nada, y yo añado—: Un poco más grandes y cortaría la circulación del aire.
La escalera se agita con suavidad. Al final, Sissy no se puede contener más y explota:
—¡Para! —suplica con risa floja—. Mira quién habla. Tu culo es tan grande que es como si tuviera vida propia.
—Ése es Jacob.
—He dicho que pares —me dice riendo en voz baja.
Nos quedamos callados. Ben y Epap roncan al mismo ritmo que las respiraciones de Jacob en mi hombro.
—Oye —susurra Sissy un rato después.
—¿Sí?
—Creo que hay más luz.
—¿Ya es de día?
—No, tiene un tono plateado. Debe de ser la luna.
Se queda callada unos minutos. Cuando miro hacia arriba, sólo veo oscuridad.
—Ahora sí que se nota.
—¿La luz o la nieve?
—Las dos. Espera. —Al cambiar de posición, las cuerdas se mueven—. Ya está, mira arriba. Dime si ves algo.
Veo la silueta de sus piernas contra la pared permitiendo que se filtre un poco de luz. Por el pequeño agujero caen copos. Uno aterriza sobre mi mejilla. Me da un pinchazo; lo toco, siento la gota de agua. Pasan los minutos. Siguen cayendo más, como en sueños, como virutas plateadas de la luna. Me quito un peso de encima. El espacio que me rodea se expande, y se vuelve más lento. El mundo es más puro, y los ángulos están más limpios.
—Oye, ¿puedes contarme una cosa? —Ahora su voz es tan suave como la luz de la luna.
—Dime.
—Cuando nos atacaron en el río, uno de los cazadores mencionó a una chica.
Entonces hace una pausa. Guardo silencio durante un rato largo.
—Lo siento. No era mi intención meterme en tus asuntos.
—No, no es eso. Estoy intentando encontrar las palabras.
—No debería haberte preguntado. Es tu…
—Se llamaba Ashley June. Como yo, había sobrevivido en la metrópolis fingiendo ser una de ellos. —Las palabras fluyen con rapidez, como si las hubiera contenido durante mucho tiempo—. Nos conocíamos desde hacía muchos años, y no nos habíamos dado cuenta de que los dos éramos humanos. Hasta hace unos días, cuando estábamos en el Instituto. Cuando descubrieron nuestra verdadera naturaleza, dio su vida para salvarme.
—Lo siento mucho, Gene. No sé qué decir.
—Yo no quería abandonarla. Intenté volver a buscarla. Pero no tenía otra salida, no podía hacer nada. Había demasiados, y regresar habría sido un suicidio…
—Ésa es la verdad. No podías hacer nada. Yo estaba allí, Gene. Vi las olas de gente que venían por nosotros. Hiciste lo único que podías hacer, fue escapar.
Oigo que Jacob se queja. Me doy cuenta de que lo estoy apretando demasiado. Disminuyo la fuerza alrededor del pecho. Después de un momento, Sissy me dice con ternura:
—No podías hacer nada, Gene.
—Ya lo sé.
—Lo siento de veras.
Después nos quedamos un rato en silencio. La cuerda chirría, y se paraliza.
—Sissy.
—¿Sí?
—Voy a contarte una cosa, ¿de acuerdo?
Se hace el silencio.
—¿Qué pasa?
—Es sobre el científico.
—Sigue.
—Os he estado ocultando algo.
—Creo que sé lo que es.
—No, no lo creo. Esto no.
—Es tu padre, ¿verdad?
Se me afloja la mandíbula, y es como si cayera al fondo del pozo.
—¿Cómo lo…? ¡¿Cómo?!
—Chist. Despertarás a los demás.
—¿Te habló de mí?
—No, nunca.
—Entonces, ¿cómo lo…?
—Por tu manera de moverte. Tan parecida a la suya. Cómo te sientas en el suelo, con una pierna estirada y la otra doblada, y apoyas la barbilla sobre la rótula. El color y la forma de los ojos. La expresión que pones cuando estás concentrado. Hasta la manera de hablar.
—¿Lo sospechan los demás?
—¡Claro! Se lo imaginaron en cuanto te vieron.
—No puede ser.
Sissy ríe un poco.
—Puede que hayamos vivido protegidos de todo, pero no estamos ciegos a lo evidente. —La cuerda se balancea ligeramente cuando ella cambia de postura—. ¿Crees que está arriba?
—¿Te refieres al cielo?
—No. Arriba, donde sea que desemboca el pozo.
—Más le vale. No hay nada que me importe más que encontrarlo. —Hago una pausa, me sorprendo a mí mismo por la declaración inesperada. Pero es verdad. Desde que encontré la lápida, desde que vi mi nombre grabado en la piedra, no logro pensar en otra cosa. Miro arriba y digo con suavidad—: Iría hasta el fin del mundo para encontrarlo, Sissy.
Ella permanece en silencio, como si esperara que continuara.
—¿Me puedes contar una cosa?
—¿El qué?
Entonces duda.
—Dime cómo era. Vuestra vida juntos. ¿Tenías hermanos? ¿Vivía tu madre? ¿Erais una familia feliz? Cuéntame cosas de vuestra vida entre todos esos monstruos.
Pasamos un minuto en silencio.
—Mi hermana y mi madre murieron cuando yo era pequeño. Salieron una mañana, y ya no regresaron. Se las comieron. La gente hablo de ello durante años, sobre el extraordinario descubrimiento milagroso de una niña heper y de su madre justo ahí, en las calles de la ciudad, al anochecer. Contaban que la niña se había roto las piernas debido a una caída accidental y que su madre, en un alarde de poca inteligencia, se quedó a su lado, negándose a abandonarla. Y cómo, cuando la masa las alcanzó, la madre había tapado a la niña con su propio cuerpo. Todo terminó en cuestión de segundos. Lo de comérselas, al menos.
Se oye un chirrido de la cuerda.
—Lo siento, Gene. No hace falta que sigamos hablando de esto.
Estoy convencido de que ése es el final de la conversación. No obstante, me sorprendo a mí mismo cuando vuelvo a hablar. Al principio, las palabras me salen entrecortadas e indecisas: una palabra, dos, una frase. Entonces cojo ímpetu, y los pensamientos y los recuerdos fluyen hacia el exterior. Hasta que ya no parece que empuje las palabras, sino que se trata de un desahogo, un catarsis, una confesión. Cuando termino, y la voz se me va apagando, ella no dice nada. Temo que se haya quedado dormida. Entonces susurra:
—Ojalá pudiera cogerte de la mano.
Los copos de nieve descienden con suavidad. Me pasan por delante de la cara y siguen bajando hacia la oscuridad hasta los pies.