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Horas más tarde sigo despierto. Me voy a la popa, lejos de los fuertes ronquidos que salen de la cabina, y de Sissy, que está en la proa. Necesito estar solo. Nada se mueve en las praderas iluminadas por la luna. Todo está tan inmóvil como en una fotografía en blanco y negro. Ahora el río es puro nervio. Sus tendones, que fluyen con velocidad, forman ondas a lo largo de su longitud. Ávido y airado a partes iguales, bulle y avanza.

Pienso en Ashley June. Incluso horas después, las palabras de Crimson Lips me resuenan en la cabeza. «Cuando todo terminó»… La última vez que la vi, estaba en la pantalla del monitor del Instituto de Hepers, encorvada sobre la cocina mientras escribía una nota frenéticamente. Empapada y gastada, aún la conservo en el bolsillo. Ella había arriesgado su vida, se había metido en las entrañas del Instituto por si existía la menor posibilidad de que regresara a rescatarla. He estudiado ese papel montones de veces. Conozco la forma de cada letra, de cada curva y de cada punto. Me lo sacó del bolsillo, se ve borroso por la humedad.

Estoy en la presa. T espero.

No olvides nunca.

Recorro la escritura con el dedo por última vez. Sopla un viento fuerte y frío, y ya sé qué voy a hacer. Cierro los ojos, incapaz de mirar mientras rompo un trocito de una esquina del papel. Lo suelto al viento. Se va revoloteando como una pequeña polilla que desaparece en medio de la noche. Rompo otro trozo, y otro, y otro más. La luna se alza en el cielo; libero cien millones de pedazos y el papel, en mi mano, cada vez es más pequeño. Hasta que sólo queda una porción del tamaño de un trozo de uña cortada, tan pequeño que ya no lo puedo romper más. Lo guardo durante un buen rato. Después, con un grito de dolor en silencio, lo suelto, se va, y ya no me queda nada en la mano.