Pompeyo limpia el Oriente

Pompeyo fue entonces un gran favorito del pueblo. Había obtenido victorias en Sicilia, Italia y España; había roto con la aristocracia y había demostrado ser un triunfal campeón del pueblo y la reforma. ¿Qué otros problemas había para que él los resolviera?

Ciertamente, el Este se hallaba aún agitado por obra del incansable Mitrídates. Por el momento Lúculo se hacía cargo de la situación y obtenía victorias en Ponto y Armenia (véase La dominación de Sila en esta misma sección). Pero había otros problemas más cerca de Roma.

Cuando Roma debilitó a la última ciudad comercial griega de importancia, Rodas, eliminó a una valiosa fuerza policial contra los piratas. Ahora todo el Mediterráneo estaba plagado de ellos, mucho más que en los tiempos de la piratería ilírica de casi dos siglos atrás (véase Pirro en la sección 4).

Era casi imposible que los barcos hiciesen la travesía desde un punto del ámbito romano hasta otro sin pagar tributo o ser destruidos. Los mismos cargamentos de cereales destinados a Roma eran interceptados, por lo que el precio de los alimentos en ésta subían constantemente. Peor aún, los piratas de tanto en tanto hacían correrías por las ciudades, raptando hombres, mujeres y niños, y vendiéndolos a los tratantes de esclavos, quienes se cuidaban de hacer muchas preguntas. Las mismas costas de Italia no eran inmunes a su cruel actividad. (Paradójicamente, los piratas eran a menudo esclavos escapados que se dedicaban a la piratería como único modo de permanecer en libertad).

Las guerras de Roma contra los aliados, contra los esclavos y sus propias guerras intestinas le habían impedido emprender una acción firme contra los piratas. En 74 antes de Cristo se había anexado la ciudad griega de Cirene, situada sobre la costa africana, al oeste de Egipto. Durante dos siglos, Cirene había formado parte del Egipto Tolemaico; finalmente se había convertido en una guarida de piratas, pero su anexión por Roma puso fin a esa situación.

Pero quedaban otros centros piratas. Uno de ellos estaba en la isla de Creta, al noroeste de Cirene, y otro estaba en Cilicia, en la costa sudoriental de Asia Menor.

En 68 a. C., Quinto Cecilio Metelo Pío (hijo del Metelo Numídico que había luchado con éxito contra Yugurta) se lanzó al mar contra los piratas. Había sido uno de los más triunfantes generales de Sila, y tampoco ahora le faltaron éxitos, pues conquistó Creta, y esta isla se convirtió en provincia romana en 67 a. C. Pero los piratas aún tenían Cilicia.

Por ello, en 67 a. C., Pompeyo fue llamado a terminar esa tarea. Se le dio el mando sobre toda la costa mediterránea hasta una distancia de ochenta kilómetros tierra adentro, por tres años, y se le dieron órdenes de destruir a los piratas. Tan grande era la confianza de Roma en Pompeyo que los precios de los alimentos cayeron apenas se hizo pública la noticia de su designación.

Y Pompeyo no defraudó a Roma. Tomó medidas de máximo rigor. En poquísimo tiempo limpió de piratas el Mediterráneo Occidental; luego navegó hacia el Este, derrotó a la flota pirata frente a Cilicia y logró la rendición con promesas de perdón y trato suave. Todo ello sólo le llevó tres meses.

Si antes Pompeyo era popular, ahora se convirtió en el niño mimado de Roma. Era evidente que Lúculo, dado el amotinamiento de su ejército, ya no era muy útil contra Mitrídates, y Pompeyo fue nombrado en su reemplazo. Pompeyo marchó al interior de Asia Menor, donde Lúculo había hecho todo el trabajo duro, pero fue nuevamente a Pompeyo a quien se atribuyó el mérito. Pompeyo derrotó fácilmente a Mitrídates, quien otra vez tuvo que retroceder hacia el Este y buscar seguridad en Tigranes de Armenia. Pero Tigranes ya tenía suficiente. Evitó problemas mayores negándole la entrada a Mitrídates y aceptando la dominación romana.

Mitrídates huyó al norte del mar Negro, donde Pompeyo no quiso seguirlo. Durante un tiempo, Mitrídates pensó en reunir una gran horda de bárbaros e invadir la misma Italia, pero los pocos seguidores que le quedaban empezaron a rebelarse contra sus inútiles guerras con Roma. Cuando su propio hijo pasó a la oposición, Mitrídates finalmente cedió y, en 63 a. C., se suicidó y puso fin a su largo reinado de cincuenta y siete años.

Mientras tanto, Pompeyo se dedicó a limpiar el Oriente. El Ponto fue convertido en provincia romana en 64 antes de Cristo, y Cilicia en otra ese mismo año. Ahora prácticamente toda la costa de Asia Menor era romana. En el interior había unas pocas regiones, como Capadocia y Galacia, que permanecían sujetas a la dominación nominal de gobernantes nativos. Pero estaban firmemente bajo el puño romano y treinta o cuarenta años más tarde también se convirtieron en provincias.

Fin de las guerras contra Mitrídates, 64 a. C.

Resueltos los problemas en Asia Menor, Pompeyo se dirigió al Sur y marchó a lo largo de la costa oriental del Mediterráneo. Allí encontró al último resto del Imperio Seléucida que, bajo Antíoco III, siglo y cuarto antes, había osado desafiar a Roma. Ahora estaba reducido a un pequeño reino que sólo poseía la región de Siria que rodeaba a su capital, Antioquía.

Durante un siglo, la historia seléucida había consistido casi enteramente en luchas entre diversos aspirantes a un trono cada vez más inútil. El poseedor del trono en ese momento era Antíoco XIII, puesto allí cuatro años antes por Lúculo.

Pompeyo decidió dar término a esa inútil confusión. Derrocó a Antíoco y anexó el territorio a Roma con el nombre de Provincia de Siria.

Al sur de Siria estaba la tierra de Judea. Un siglo antes, Judea se había rebelado contra el Imperio Seléucida y había conquistado su independencia bajo un linaje de gobernantes conocidos como los Macabeos. Judea prosperó bajo ellos, al principio, pero luego su historia también fue sólo una larga serie de querellas entre diferentes miembros de la familia gobernante.

Cuando llegó Pompeyo, dos hermanos de la familia macabea estaban librando una guerra civil: uno de ellos era Hircano y el otro Aristóbulo, ambos judíos pese a sus nombres griegos. Cada hermano trató de ganar para sí el apoyo del poderoso romano.

Pompeyo exigió la rendición de todas las fortalezas de Judea. Esta exigencia fue rechazada, y Jerusalén se negó a permitirle entrar en ella. Pompeyo la asedió durante tres meses, y luego los tercos judíos cedieron con renuencia.

Pompeyo tomó la ciudad y, por curiosidad, entró en el sanctasantórum del Templo, el recinto más sagrado del Templo, en el que sólo podía entrar el Sumo Sacerdote, y aun él sólo en el Día de la Expiación.

Sin duda, muchos judíos esperaban que Pompeyo muriese en el lugar, como resultado de la cólera divina, pero salió de allí totalmente indemne. Sin embargo, es interesante el hecho de que a partir de entonces, desde el momento de su violación del Templo, terminaron los éxitos de Pompeyo. El resto de su vida fue un largo y frustrante fracaso.

En 63 a. C., Pompeyo puso fin al linaje de los Macabeos como reyes, pero permitió a Hircano conservar el cargo de Sumo Sacerdote. Como poder real en Judea (bajo supervisión romana), Pompeyo puso a Antípatro, que no era judío de nacimiento, sino idumeo, esto es, oriundo de la región situada al sur de Judea. Antípatro fue un leal aliado de Roma, y desde ese momento Judea permaneció firmemente bajo la dominación romana.

Pompeyo estaba entonces en la cima del mundo. En 61 a. C., a la edad de cuarenta y cinco años, retornó a Italia y recibió el más magnífico triunfo que Roma había visto hasta esa época. El Senado tenía terror de que Pompeyo usase su ejército para imponerse como dictador en Roma, a la manera de Sila, pero Pompeyo no tenía el temperamento de Sila. En cambio, disolvió su ejército y pasó en Roma a ser un ciudadano más.

Indudablemente, Pompeyo supuso que ahora dominaría el mundo por la mera magia de su nombre, sin necesitar el apoyo de un solo soldado. Si fue así, estaba equivocado. Escipión el Africano no pudo dominar a Roma por la magia de su victoria sobre Aníbal, ni Mario por la magia de su victoria sobre cimbrios y teutones. Tampoco iba a lograrlo Pompeyo. Para dominar Roma hacía falta gran astucia, una cabeza fría, una gran capacidad para idear ardides… y un ejército.

Pompeyo no tenía ninguna de estas cosas.