La Liga Aquea libraba una guerra constante contra Esparta, que estaba recuperando algo de su antiguo vigor y disputaba a la Liga el dominio de la Grecia Meridional. En efecto, tan mortal era esa rivalidad que la Liga Aquea llegó a pedir ayuda contra Esparta al enemigo común, Macedonia. Ésta aplastó a Esparta en una batalla el año anterior a la subida al trono de Filipo, y por entonces la Liga Aquea era poco más que un títere macedónico.
Filipo entró en guerra con la Liga Etolia, que mantenía su postura antimacedónica, y pronto obtuvo victorias sobre ella. Pero esta guerra fue interrumpida en 217 a. C. con un apresurado acuerdo de paz, porque Filipo deseaba tener las manos libres para emprender una acción contra Roma, que acababa de perder sus dos primeras batallas contra Aníbal. Después de Cannas, Filipo selló una alianza con Aníbal, pero no pudo enviar refuerzos mientras la flota romana dominara los mares.
Roma no se contentó con una defensa pasiva solamente. Formó una alianza con los etolios y los espartanos, ansiosos de devolver a Macedonia las humillaciones pasadas, y envió un pequeño contingente al otro lado del Adriático. Así comenzó la Primera Guerra Macedónica.
En verdad, no llegó a ser una guerra, pero sirvió para mantener atareado a Filipo, mientras cambiaba la marea de la guerra contra Cartago. En 206 a. C., los aliados griegos estaban cansados y dispuestos a llegar a un arreglo con Filipo, quien a su vez estaba deseoso de librarse de ellos. Roma decidió hacer una paz de compromiso en 205 a. C.
Mas para Roma las cosas no terminaron allí. Filipo había ayudado a Aníbal; en efecto, envió un pequeño destacamento a luchar al lado de Aníbal en Zama, después del fin de la Primera Guerra Macedónica. Debía ser castigada severamente por ello; Roma estaba decidida a aplicar tal castigo.
Roma tenía también otro motivo de enemistad con Macedonia. Desde que derrotó a Pirro y absorbió a las ciudades griegas de la Magna Grecia, Roma quedó expuesta a las bellezas y atractivos de la cultura griega. Las familias nobles romanas hacían educar a sus hijos por griegos. Y esos hijos, una vez que aprendían griego, leían literatura e historia griegas y se enamoraban de ellas.
Los romanos aprendían los mitos griegos y adaptaban su propia religión a esos mitos. Empezaron a tratar de relacionarse con el mundo griego mediante Eneas y la Guerra Troyana (véase La fundación de Roma en la sección 1). Nació una literatura latina en imitación de la griega.
El primer autor teatral romano de importancia fue Tito Maccio Plauto, nacido por el 254 a. C. Compuso sus obras principales en la década anterior y la posterior a la batalla de Zama. Escribió robustas y bufonescas comedias, en número de unas 130, de las que sólo sobreviven veinte. Usó los argumentos que encontró en las comedias griegas.
Un contemporáneo más joven, Quinto Ennio, nacido en 239 a. C., había luchado en Cerdeña durante la Segunda Guerra Púnica y había llegado a Roma en 204 antes de Cristo. Escribió tragedias y poemas épicos, usando también originales griegos como inspiración. Fue muy estimado por muchos aristócratas romanos, entre ellos Escipión el Africano.
Con esta creciente popularidad de la cultura griega era natural que muchos aristócratas romanos odiasen a Filipo, que oprimía a los griegos. Para algunos, la guerra contra Filipo era casi una cruzada santa en defensa de la causa griega.
Pero quedaba en pie la cuestión de si un intento romano de ajustar cuentas con Filipo no pondría a todo el mundo helenístico contra Roma. Según veían la situación los romanos, esto parecía dudoso.
El Egipto Tolemaico había sido poderoso bajo los tres primeros Tolomeos, pero el tercero había muerto en 221 antes de Cristo. Tolomeo IV fue un monarca débil, y cuando murió, en 203 a. C., poco antes de la batalla de Zama, subió al trono un niño de ocho años, Tolomeo V. No había peligro de que Egipto interviniera en contra de Roma. Apenas podía defender su propia existencia. Además, Egipto había sido aliado de Roma desde poco después de la derrota de Pirro, cuando el juicioso Tolomeo II comprendió que era conveniente ser amigo de Roma, y Egipto fue desde entonces fiel a esa alianza.
Asia Menor estaba dividida en una cantidad de pequeños reinos helenísticos. El más occidental de ellos —que estaba del otro lado del Egeo con respecto a Grecia— era Pérgamo. Los grandes enemigos de Pérgamo eran los reinos helenísticos mayores vecinos a él, entre ellos Macedonia. Por ello, el rey de Pérgamo, Atalo I, se alió con Roma, a la que juzgaba como su protectora natural.
La única región griega que mantenía su independencia y su prosperidad, ahora que Siracusa había desaparecido como Estado independiente, era Rodas, isla del sudoeste del mar Egeo. Se alió con Roma por las mismas razones de Pérgamo. También Atenas formó una alianza con Roma.
Quedaba el Imperio Seléucida, que justamente por entonces estaba llegando a la cúspide de su poder y era el único reino helenístico amigo de Macedonia. Antíoco III había llegado al trono seléucida en 223 a. C. y obtenido una serie de éxitos. Por ejemplo, sus predecesores habían perdido las vastas regiones de Asia Central, que antaño habían formado parte del Imperio Persa y que Alejandro Magno había conquistado. Ahora, Antíoco, después de algunas difíciles guerras, las reconquistó. En 204 a. C., el Imperio Seléucida se extendía desde el Mediterráneo hasta la India y Afganistán.
Era un reino de impresionante extensión. Antíoco fue llamado «el Grande» por sus cortesanos, y él mismo llegó a creer en su propia propaganda y se consideró otro Alejandro. Pero el dominio de las regiones orientales era muy precario, y la fuerza real de Antíoco estaba en Siria y Babilonia.
Cuando el joven Tolomeo V subió al trono egipcio, Antíoco pensó que se le brindaba una magnífica oportunidad para poner fin a una guerra que duraba intermitentemente hacía un siglo entre seléucidas y tolomeos. En 203 a. C., Antíoco formó una alianza con Filipo V contra Egipto e inició la guerra contra este país.
Pérgamo y Rodas, temerosos de que Antíoco obtuviese la victoria y se hiciese demasiado poderoso para los restantes reinos helenísticos, apelaron a Roma. Ésta tenía conciencia del peligro, y también recordaba su larga alianza con Egipto. Los romanos se enteraron, asimismo, que Aníbal, después de huir de Cartago, se dirigió a los dominios seléucidas, y Antíoco había dado refugio a este gran enemigo de Roma. Por todas estas razones, Roma señaló la cuestión para resolverla en el futuro.
Por el momento tenía prioridad el enfrentamiento con Filipo V. Al menos no era probable que Antíoco interviniese contra los romanos en Macedonia mientras se hallase ocupado en Egipto.
En 200 a. C., pues, los romanos, después de recibir de Rodas un pedido de ayuda, envió una embajada a Filipo V ordenándole desistir de actividades juzgadas perjudiciales para Rodas y Pérgamo. Al negarse Filipo a aceptar la intimación dio comienzo la Segunda Guerra Macedónica.
En un principio, los resultados fueron decepcionantes para Roma. Ésta esperaba que toda Grecia se rebelase y se le uniese en la lucha contra Filipo, pero esto no ocurrió. Pero aún Filipo demostró poseer considerable capacidad como general. Así, durante dos años, la lucha se mantuvo en un punto muerto frustrante para los romanos.
Luego, los romanos pusieron al frente del ejército a Tito Quinto Flaminio. Había servido bajo las órdenes de Marcelo, el conquistador de Siracusa, y era uno de aquellos romanos que admiraban la cultura griega.
Flaminio asumió el mando con energía, y en 197 a. C. obligó a los macedonios a presentar batalla en Cinoscéfalos, en Tesalia, región del noreste de Grecia. Fue la primera vez que la falange macedónica se enfrentó con la legión romana desde la época de Pirro, casi un siglo antes. Los ejércitos eran casi iguales en número, pero los romanos tenían de su parte una excelente caballería griega y también un grupo de elefantes.
El ejército de Filipo estaba formado por dos falanges que se desempeñaron muy bien durante un tiempo. Pero el terreno era un poco desigual, por lo que las falanges cayeron en cierta confusión. Además, la flexibilidad de la legión demostró ser decisiva. El ala izquierda romana estaba siendo derrotada por la falange que la enfrentaba cuando un oficial romano del ala derecha (que estaba actuando mejor) logró separar una parte de sus tropas y atacar por la retaguardia a la triunfante falange. Ésta no pudo maniobrar con suficiente rapidez para hacer frente a la nueva amenaza y fue aplastada.
La legión había demostrado su superioridad, y Filipo V se vio obligado a hacer la paz, sobre todo dado que otros ejércitos macedónicos fueron derrotados por los griegos en Grecia y por Pérgamo en Asia Menor.
Como en el caso de Cartago, Macedonia se vio entonces limitada a sus propios territorios. Tuvo que ceder su flota, disolver la mayor parte de su ejército y pagar un gran tributo. Se permitió a Filipo mantener su corona, pero éste había aprendido la lección. Durante el resto de su vida no iba a intentar ninguna nueva acción contra Roma.
Flaminio pasó entonces a ocuparse de lo que para él debe de haber sido la mejor parte de su victoria. En 196 antes de Cristo, un año después de Cinoscéfalos, asistió a una celebración de los Juegos Istmicos (fiesta religiosa y atlética que se realizaba en la gran ciudad griega de Corinto cada dos años). Allí, con gran solemnidad, declaró libres e independientes a todas las ciudades griegas, después de un siglo y medio de dominación macedónica.
Los griegos aplaudieron cálidamente, pero para demasiados de ellos la libertad sólo significaba la posibilidad de dedicarse más libremente a sus rencillas. Esparta se hallaba bajo un gobernante llamado Nabis, que había introducido drásticas reformas en la ciudad y bajo el cual estaba adquiriendo fuerza rápidamente. La Liga Aquea pidió a Roma que desempeñase el viejo papel de Macedonia y derrotase a Esparta.
Con renuencia, Flaminio llevó a los ejércitos romanos contra Esparta. Ésta resistió con sorprendente vigor, y Flaminio, al parecer, no quiso destruir la ciudad. Obligó a todos los griegos a sellar una paz de compromiso, y en 194 a. C. volvió a Roma con su ejército, dejando en el poder a Nabis. Pero una vez que Flaminio se hubo marchado, los griegos guerrearon nuevamente. En 192 antes de Cristo, Nabis fue asesinado y Esparta perdió su última batalla. Nunca volvería a combatir.