Cambio de marea

La batalla de Cannas puso a Roma al borde del desastre. Los contemporáneos, al observar estos sucesos y ver a los romanos sufrir tres gigantescas derrotas, pensaron que estaban presenciando el derrumbe de la advenediza Roma.

Algunos de los aliados italianos, juzgando que Roma estaba acabada, pensaron que sería mejor unirse a Aníbal y estar del lado vencedor antes de que fuese demasiado tarde. Capua fue una de las ciudades más importantes que abrieron sus puertas a los cartagineses. En el exterior, algunos aliados de Roma desertaron; el más notable de ellos fue Siracusa.

En Sicilia, Hierón II de Siracusa moría por la época de la batalla de Cannas. Su nieto, Hierónimo, le sucedió en el trono y decidió cambiar de partido. Si los romanos eran obligados a hacer la paz, ciertamente tendrían que ceder Sicilia a Cartago, y los cartagineses serían implacables con una Siracusa que hubiese estado del lado romano. Hizo lo único que, pensó, podía hacer: unirse a Cartago para asegurarse un buen tratamiento posteriormente.

Otro golpe para Roma fue que Macedonia selló una alianza con Aníbal. Hacia donde mirase, Roma veía hostilidad frente a ella.

Ante un mundo hostil, Roma dio un ejemplo de firmeza como raramente se vio antes o después. No quiso oír hablar de paz; no quiso escuchar los consejos de la desesperación; hasta prohibió toda señal pública de duelo por los miles de muertos de Cannas. Ceñudamente, pese a sus tres derrotas y a sus cien mil muertos, comenzó a construir un nuevo ejército y a planear acciones enérgicas, aun en esa hora de desastre, contra todo enemigo.

Nunca, en ninguna de sus victorias, antes o después, se mostró Roma tan admirable como en el momento del desastre.

Comprendió que Aníbal, aunque invencible en el campo de batalla, con el tiempo debía desgastarse si Roma lograba impedir que le llegasen refuerzos. Por esta razón, no hizo ningún nuevo intento de combatir a los cartagineses en Italia, pero redobló sus esfuerzos para combatirlos fuera de Italia.

En España, los ejércitos romanos lucharon bajo dos Escipiones, el general que había sido derrotado en el río Tesino (véase De España a Italia en esta misma sección) y su hermano. No tuvieron mucho éxito en la lucha, pero ésta fue útil, pues el hermano de Aníbal, Asdrúbal, que tenía el mando en España, estaba demasiado ajetreado para enviar refuerzos cartagineses a Italia.

En 212 a. C., ambos Escipiones murieron en batalla, pero el hijo y tocayo del general, el joven que había salvado a su padre en el Tesino, asumió el mando de las tropas. Demostró ser un dinámico general, y mantuvo en jaque a Asdrúbal durante varios años más.

Mientras tanto, la flota romana del Adriático cuidó de que Aníbal no recibiera refuerzos de Macedonia. (En verdad, uno de los grandes defectos de la estrategia de Aníbal fue que éste no comprendió la importancia de destruir el control romano del Mediterráneo. Era extraño que un cartaginés fuese tan espléndido en tierra y tan insensible frente al mar). Roma hasta envió un ejército a Macedonia para asegurarse de que los macedonios estuviesen atareados en su país.

Luego le llegó el turno a Siracusa. Inmediatamente después de Cannas, los romanos eligieron cónsul a Marco Claudio Marcelo. Éste había sido uno de los principales artífices de la derrota de los galos cisalpinos, pocos años antes de que Aníbal penetrase en Italia. Luego se había hecho muy popular entre los romanos al lograr rechazar a las fuerzas de Aníbal que trataron de capturar la ciudad de Nola (cerca de Nápoles), poco después de Cannas. Para Aníbal no fue un fracaso muy importante, pero cualquier victoria sobre los cartagineses, por insignificante que fuese, era causa de regocijo entre los romanos.

Marcelo marchó a Sicilia, derrotó a un ejército cartaginés invasor y puso sitio a Siracusa.

Las cosas no marcharon muy bien. Muchos de los soldados siracusanos habían servido antaño en las legiones romanas y sabían que, si eran capturados, serían azotados y luego ejecutados como traidores, por lo que lucharon desesperadamente. Además, era ciudadano de Siracusa un científico llamado Arquímedes. A la sazón tenía más de setenta años, pero fue el más grande científico e ingeniero del mundo antiguo.

Arquímedes se puso a construir máquinas de diversos tipos: catapultas para arrojar proyectiles, piedras o líquidos en combustión contra los barcos romanos. Se decía que había inventado grúas que levantaban los barcos y los volcaban y lentes que concentraban la luz solar y los incendiaban. Sin duda, estas historias del enfrentamiento de un hombre contra un ejército, del cerebro griego frente al músculo romano, fueron exageradas en generaciones posteriores, sobre todo por los historiadores griegos. Sin embargo, Marcelo tuvo que mantenerse apartado de Siracusa y someter a la ciudad a un asedio distante durante dos años. Mientras tanto, los cartagineses se apoderaron de una serie de ciudades sicilianas.

Finalmente, en parte por traición, en parte por negligencia —una parte de la muralla quedó sin vigilancia durante una fiesta nocturna—, las tropas romanas pudieron entrar en la ciudad en 212 a. C.

Dio comienzo el habitual saqueo, en el que las tropas victoriosas se entregaron al pillaje, incendiando y matando. Marcelo dio órdenes estrictas de que Arquímedes fuese tomado vivo, pues tenía suficiente caballerosidad como para respetar a un enemigo digno. Pero Arquímedes, sin parar mientes en el saqueo que se estaba llevando a cabo a su alrededor, estaba trazando figuras en la arena, tratando de resolver un problema geométrico (al menos así cuenta la tradición). Un soldado romano le ordenó que fuese con él, a lo que el científico griego respondió imperiosamente: «¡No destruyas mis círculos!», tras lo cual el soldado le mató.

Marcelo, afligido por esto, dio a Arquímedes un honroso funeral y tomó medidas para que su familia estuviese a salvo. Luego se dedicó a limpiar Sicilia de cartagineses.

Y mientras tanto, ¿qué ocurría en Italia y con Aníbal?

Los romanos finalmente aprendieron la lección. No libraron más batallas en Italia contra los cartagineses. La política de Fabio fue adoptada durante trece años y Aníbal fue acosado en todas partes. Lo hostigaban, le ponían obstáculos y lo atacaban por sorpresa; pero siempre que Aníbal se volvía para combatir, los romanos se retiraban rápidamente.

No era una acción muy garbosa y noble, pero dio resultado; poco a poco, Aníbal fue desgastándose. Muchos dicen que Aníbal perdió su oportunidad al no marchar sobre Roma y atacarla inmediatamente después de Cannas. Pero Aníbal estaba allí y ciertamente fue uno de los más capaces, osados e intrépidos generales que hayan existido. Si él pensó que no era el momento de atacar a Roma, probablemente tenía razón.

A fin de cuentas, Roma aún era fuerte y la mayor parte de Italia no había roto con ella. Las tropas iniciales de Aníbal habrían obrado milagros, pero la mayoría de los viejos veteranos habían muerto, y para las batallas futuras Aníbal tenía que depender de mercenarios o desertores romanos[6]. Después de dos años de proezas enormes, bien puede haber pensado que merecía un reposo, por lo que después de Cannas invernó en Capua.

Se dice que las comodidades y el lujo de Capua debilitó a los endurecidos veteranos de Aníbal y los echó a perder. Pero esto probablemente no sea más que un desatino romántico. Su ejército era lo suficientemente bueno como para permanecer invicto durante trece años, y si no ganó nuevas grandes victorias fue sólo porque los romanos prudentemente rehusaban brindarle la oportunidad de hacerlo.

En 212 a. C., Aníbal marchó al Sur, a Tarento, y con ayuda de los mismos tarentinos tomó la ciudad y asedió a la guarnición romana en la ciudadela. Los romanos aprovecharon la oportunidad para poner sitio a Capua, con la que estaban particularmente furiosos por su rápida rendición a Aníbal después de Cannas. Aníbal tuvo que elegir entre acabar su faena en Tarento o volver en socorro de Capua.

Se abalanzó hacia Capua, y los romanos se esfumaron ante su aproximación. Cuando volvió a Tarento, los romanos reaparecieron en Capua. Era muy frustrante para Aníbal, y en 211 a. C. decidió efectuar una suprema demostración: haría como si estuviese por atacar a la misma Roma. Así lo hizo y llegó hasta el borde mismo de la ciudad. Según la tradición, arrojó una lanza sobre ella. Pero los romanos no se inmutaron, sino que se dispusieron a soportar un asedio; ni siquiera llamaron a sus tropas de Capua.

Además, llegó a oídos de Aníbal que el terreno sobre el que había acampado su ejército había sido puesto en venta y comprado por un romano en todo su valor. Así, parecía inconmovible la confianza en que la tierra seguiría siendo romana, pese a todo lo que Aníbal pudiera hacer.

Aníbal se vio obligado a retirarse, y ésta fue una gran victoria moral para Roma. Su firmeza impresionó a todos aquellos que creían que la ciudad se desplomaría ante los golpes de Aníbal. Una serie de victorias romanas en diferentes teatros de la guerra reforzó esa impresión.

En 211 a. C., poco después del infructuoso ataque de Aníbal contra Roma, los romanos retomaron Capua y se vengaron terriblemente de los líderes y la población de esta ciudad. En 210 a. C. tomaron Agrigento, en Sicilia, y barrieron allí el poder cartaginés. En 209 a. C., el joven Escipión se adueñó de Nueva Cartago, en España, mientras el viejo Fabio recuperaba Tarento.

Entre Roma y la victoria completa sólo se interponía el mismo Aníbal. Aún estaba en Italia, aún invicto, aún peligroso. Pese a todas sus victorias, los romanos no osaban atacarlo ni siquiera entonces.

Mas para que Aníbal pudiese hacer algo, tenía que recibir refuerzos. No pudo obtenerlos de Cartago; nunca los recibió de ella. Los líderes cartagineses sentían muchos recelos contra Aníbal, pues temían (como ocurre a menudo con los gobiernos, y a veces con razón) que un general de tanto éxito constituyese un peligro tan grande como un enemigo victorioso. Por ello, Cartago se abstuvo de ayudarlo y trató de ganar la guerra combatiendo en otras partes, fuera de Italia, dejando a Aníbal sólo su genio.

Aníbal tuvo que apelar a España, donde estaba al mando su hermano Asdrúbal. En respuesta a la creciente desesperación de Aníbal, en 208 a. C. Asdrúbal decidió repetir la hazaña que había llevado a cabo su hermano diez años antes. Eludió a los romanos, atravesó España y la Galia, trepó por los Alpes y descendió sobre Italia con un nuevo ejército. Era tiempo, pues Aníbal, pese a sus heroicos esfuerzos, perdía terreno constantemente. Casi el único suceso favorable a los cartagineses en 208 antes de Cristo fue la muerte de Marcelo en una pequeña escaramuza.

Aníbal, que estaba en el sur de Italia, debía ahora unir sus fuerzas con las de su hermano, que estaba en el norte. Y los romanos debían impedir que ello sucediera.

Un ejército romano permaneció en el Norte para seguir los pasos de Asdrúbal, mientras otro estuvo rondando a Aníbal. Los ejércitos romanos no osaron unirse para atacar a Aníbal en ninguna circunstancia; tampoco osaron unirse para atacar a Asdrúbal, por temor de que Aníbal, al no estar vigilado, se reuniese con su hermano antes de terminar la batalla.

Entonces se produjo un gran cambio en el curso de la guerra. Asdrúbal envió mensajes a Aníbal en los que fijaba un plan de marcha y un punto de reunión. Por una serie de accidentes, los mensajeros fueron capturados y los mensajes cayeron en manos de los romanos. El general que vigilaba a Aníbal sabía exactamente por dónde iba a marchar Asdrúbal, ¡y Aníbal no lo sabía! En esas circunstancias, el general romano Cayo Claudio Nerón (un hombre capaz que había servido bajo las órdenes de Marcelo) pensó que estaba justificado desobedecer las órdenes. Abandonó la vigilancia de Aníbal y marchó apresuradamente hacia el Norte.

El ejército romano unido enfrentó a las fuerzas de Asdrúbal a orillas del río Metauro, a unos 190 kilómetros al noreste de Roma, cerca del Adriático. Asdrúbal trató de retirarse, pero no pudo hallar un vado por donde atravesar el río y perdió tiempo en la búsqueda. Cuando finalmente halló uno era demasiado tarde. Los romanos cayeron sobre él y tuvo que luchar.

Los cartagineses combatieron heroicamente, pero Aníbal no estaba allí y los romanos obtuvieron una completa victoria. Asdrúbal murió junto con su ejército, y la noticia de esto le llegó a Aníbal de horrible manera. Los romanos hallaron el cadáver de Asdrúbal, le cortaron la cabeza, la llevaron al Sur, adonde estaba el ejército de Aníbal, y la arrojaron al campamento de éste.

Al contemplar con profundo dolor el rostro de su leal hermano, Aníbal comprendió que la guerra estaba perdida. No iba a recibir refuerzos, y los romanos no cejarían hasta que él mismo tendría que ceder.

Pero no tenía intención de ceder sin una derrota en una batalla campal. Se retiró a Bruttium, la punta de la bota italiana, donde estuvo acorralado cuatro años más. Pero ni siquiera entonces los romanos osaron atacarlo directamente.