La plaza Scollay existió en la realidad, y de veras ocurrió su destrucción. Firmin, no obstante, es una obra de ficción. A veces he distorsionado —o he permitido a Firmin que distorsionara— los hechos y la geografía, porque así lo requería la narración. Por ejemplo: Edward Logue, supervisor de la «renovación», fue bombardero durante la Segunda Guerra Mundial, en Europa, pero nunca le pusieron por mote, que yo sepa, el Bombardero, ni creo que incluyera fotos de las ruinas de Stuttgart y Dresde en sus currículos. También es verdad que el tabernáculo original de los milleritas se convirtió en un teatro, pero el edificio ardió hasta los cimientos en 1846: el teatro Old Howard que Firmin pudo conocer se construyó en su lugar. Y, siendo verdad que existió un cine Rialto y que lo llamaban la Casa de los Picores, no me consta que en él se proyectaran películas pornográficas a partir de las doce de la noche. Debo a un libro de David Kruh, Always Something Doing: Boston's Infamous Scollay Square [Siempre algo entre manos: La plaza Scollay de Boston y su pésima reputación], gran cantidad de datos sobre la historia de esa plaza, pero, claro está, el señor Kruh no es responsable de las distorsiones y errores que puedan hallarse en mi texto. Me gustaría, por último, reconocer lo mucho que le adeudo al difunto George Gloss, propietario de la Librería Brattle de la plaza Scollay, que me vendió por cuatro cuartos unos libros que aún hoy poseo, que seguramente nunca tuvo ninguna caja llena de literatura prohibida y que, ante la inminente destrucción de su establecimiento, regaló todos los libros que cada cual pudiera llevarse en cinco minutos.