28

Cuando Lilly se despertó ya era casi mediodía. La tenue luz que entraba por la ventana la hizo pestañear, aturdida. Después de unos minutos fue consciente de que se había pasado la noche en blanco leyendo el diario de Rose Gallway. Se había quedado dormida encima del cuaderno, y le había dejado una marca en la cara. Sin embargo, había dormido como hacía tiempo. ¡Menuda historia! Gabriel iba a alucinar cuando tuviera el cuaderno entre las manos. ¡Y ahora ella tenía una pista! Rose Gallway había desaparecido de golpe porque dejó de llamarse así para pasar a ser Rose de Vries. Tras ese descubrimiento, tal vez podría encontrar más documentación. Además, se había casado con el dueño de una plantación, así que muy probablemente alguien tendría constancia de su fallecimiento.

Como ya había perdido la mitad del día, se apresuró a meterse en la ducha y decidió que, después, lo primero que haría sería llamar a Verheugen para contarle lo del diario.

Pero no llegó a hacerlo, pues abajo, en la recepción, le esperaba una nota suya.

Seguro que está hecha polvo después del viajecito de ayer, pero me encantaría que asistiera a una pequeña fiesta esta noche. La persona de la que le hablé ha venido al fin y me gustaría mucho presentársela. Atentamente, D. V.

Su chica ha vuelto, pensó Lilly, y una sonrisa se esbozó en su rostro. A ella también le apetecía conocerla.

Al final, la honestidad se había acabado imponiendo al egoísmo, así que Lilly se dirigió con el cuaderno a una especie de locutorio que había cerca del hotel e hizo fotocopias del diario. Después fue al museo y se lo entregó a la directora adjunta, que lo miró con asombro.

—Se trata de un documento muy valioso, es posible que la Faraday School of Music contacte con usted para intentar comprarlo.

Iza Navis sonrió amablemente y se lo devolvió.

—Hágalo llegar a esa escuela con mis mejores deseos. Me llena de orgullo que una hija de esta tierra haya dejado una huella tan profunda en Inglaterra. Quién sabe, puede que de esto surja alguna cooperación.

—Es usted muy generosa, muchas gracias —repuso Lilly, abrumada. Y de pronto tuvo una idea—: ¿Podría echar un vistazo a los periódicos y al registro de defunciones de entre 1909 y 1915? El diario me ha dado una nueva pista para mi investigación.

—Por supuesto, ahora mismo pido que le saquen los documentos —respondió Iza Navis acompañándola a la sala de lectura.

La enorme pila de papeles que le trajo el asistente desanimó un poco a Lilly, pero enseguida sacó fuerzas de flaqueza. Tenía la sensación de que faltaba una pieza en el puzle que componía el misterio de Rose, y era muy posible que estuviera entre esas páginas.

Mientras las hojeaba, le vino Helen a la cabeza. ¿Habría llegado a enterarse de quién era realmente su madre? En el diario no constaba que Rose se lo hubiera dicho. Lilly se imaginó la profunda confusión que habría provocado en la niña una noticia así.

Aunque no podía entender esos artículos en neerlandés, finalmente se topó con una foto que hablaba por sí misma y no requería mayor explicación. Aardbeving, rezaba el titular. Tal vez significara terremoto, pues la foto mostraba casas derrumbadas y grúas de carga volcadas y la gente mirando horrorizada ese mar de ruinas.

Lilly buscó la fecha y acabó encontrándola: 6 de junio de 1910. Pocos meses después de que Rose encontrara a Helen.

De pronto sintió una rara inquietud y recorrió apresuradamente todas esas palabras extrañas, algunas muy parecidas a las alemanas. Ni un nombre. Siguió pasando páginas febrilmente, en busca de esquelas o algo parecido. Había algunas, pero ninguna pertenecía a Rose de Vries. Al final vio un listado de nombres.

¡La lista de las víctimas!

Lilly vio un terrible hormigueo en el estómago. Casi con miedo, fue pasando el dedo por todos esos nombres. La mayoría eran de nativos y de holandeses, aunque también figuraba algún inglés.

—¡Oh, Dios! —se le escapó antes de que pudiera taparse la boca.

Ahí estaba: «Rose de Vries, esposa de Johan de Vries».

Impactada, se dejó caer en el respaldo de la silla. ¡Rose perdió la vida en ese terremoto! ¿Iría de camino a ver a su hija? ¿Sería Helen el último pensamiento que pasó por su mente antes de quedar sepultada bajo un montón de escombros? Sus ojos se llenaron de lágrimas. No solo lloraba por el trágico final de Rose sino por toda su vida. ¿Cómo se podía tener tanta mala suerte?

Sin embargo, cuando sus lágrimas se secaron, experimentó un gran alivio, y también un sentimiento cercano a la alegría. Gabriel había vuelto a ocupar su mente. Se quedaría pasmado cuando supiera que había resuelto el misterio de la relación entre Rose Gallway y Helen Carter. Solo con pensar en la sonrisa que pondría y en el brillo de sus ojos se puso contentísima. ¡Cuánto lo echaba de menos! Casi más que a Ellen.

Unas páginas más adelante encontró la esquela de Rose. Puede que su marido accediera a no anunciar su boda en la prensa, pero no había podido resistirse a publicar su triste pérdida, y con una elegancia que dejaba a las claras lo mucho que la quería. ¿Llegaría a enterarse de que el corazón de Rose pertenecía a otro hombre?

Tras sacar copias de todos aquellos documentos, Lilly abandonó el museo. Su melancólica sonrisa, al verse bañada por los rayos del sol, que ahora asomaba entre las nubes, se tornó en una de alegría. Tal vez Rose pueda ahora descansar en paz, pensó. Y por lo que a ella se refería, aunque no llegara nunca a saber por qué el violín había llegado a sus manos al menos se sentía reconfortada por haber descubierto la historia de su primera dueña.

Por la tarde, Lilly se presentó en la dirección que le había dado Verheugen. No podía evitar sentirse un poco incómoda. En todo ese tiempo no había logrado librarse de la sensación de que él estaba interesado en ella. ¿Y si esa nota no era más que una excusa? Tonterías, se dijo a sí misma. Un hombre así de extrovertido no necesita ese tipo de argucias.

Las risas de los asistentes se oían desde fuera, lo que la cohibió un poco más, pues no estaba segura de que aquella gente estuviera avisada de su asistencia a la fiesta. ¿Cómo iba a explicarle a quien le abriera la puerta que venía de parte de Verheugen? Al final, sin embargo, fue él quien acudió a recibirla.

—¿Qué, ha dormido bien? —le dijo con una amplia sonrisa mientras la invitaba a entrar—. Cuando pregunté por usted en el hotel me dijeron que había colgado el cartel de «no molestar». Y como soy un optimista empedernido, no quise creer que se encontraba mal, sino que solo estaba cansada.

—Y lo estaba —dijo Lilly, devolviéndole la sonrisa mientras se abrían paso entre otros invitados—. Ayer pasé la noche en vela leyendo un documento.

—Espero que haya sacado algo en claro.

—Ya lo creo. Y además hoy he estado en el museo y he hecho un gran descubrimiento. Luego si quiere se lo cuento.

—Le tomo la palabra —repuso el dentista—. Pero antes déjeme presentarle a alguien.

Verheugen se separó de ella y se acercó a un grupo de hombres. Habló con uno de ellos un momento y luego regresó con él; era un moreno apuesto y musculoso de pelo rizado y ojos oscuros.

—Este es Setiawan, mi pareja. Setiawan, esta es Lilly Kaiser, la nueva amiga de la que te hablé.

Lilly se quedó tan sorprendida que no pudo evitar arquear las cejas, aunque por suerte reaccionó a tiempo para que su gesto no se malinterpretara.

—¡Encantada de conocerle!

—El gusto es mío.

—Setiawan trabaja para una importante empresa informática e imparte seminarios en el extranjero. —Verheugen sonrió orgulloso mientras su novio asentía tímidamente.

—Un trabajo muy interesante, aunque lo cierto es que lo mío no son los ordenadores. Algún día tendré que reciclarme. Hasta ahora no he necesitado poner uno en la tienda.

—Si se decide, le ayudaré encantado —dijo Setiawan—. Pero ahora vayamos a comer algo.

Setiawan es minangkabau —le explicó Verheugen a Lilly poco después de la cena, y acto seguido sonrió a su novio, que acababa de darse la vuelta para mirarlo con cara de querer librarse de los hombres con los que estaba charlando—. Lo conocí hace diez años, durante unas vacaciones. Fue un auténtico flechazo.

—Qué suerte tuvo —comentó Lilly un poco nostálgica—. No es fácil encontrar a alguien que te guste y además ser correspondido.

—¿Usted no lo ha encontrado?

—Sí, tal vez —vaciló Lilly—. Pero en cierto modo…, aún sigo pensando mucho en mi marido, así que no estoy tan abierta a una nueva relación como quisiera.

—Que comience una nueva relación no quiere decir que tenga que olvidar a su marido. Seguro que él vería con buenos ojos que volviera a tener pareja.

—Lo sé, pero…

—Haga siempre lo que le dicte su corazón. Mírenos a nosotros… Durante un tiempo mantuvimos en secreto nuestra relación por miedo a lo que pudiera decir su familia. Y después, sin embargo, me acogieron con los brazos abiertos. En Aceh hay extremistas que promulgan que la homosexualidad debe ser perseguida, pero en gran parte del país es aceptada, lo cual es todo un alivio. Lo que quiero decir es que a veces las cosas nos dan más miedo del que deberían. Así que vaya a ver a su nuevo chico e inténtelo; puede que se sorprenda de lo fácil que resulta.

Lilly asintió y se quedó pensativa por unos instantes.

—Setiawan viene de visitar a su hermana, que vive con su madre y el resto de la familia. Si tiene tiempo y le apetece, quizá podamos llevarla allí y podrá ver de cerca las casas matriarcales.

—Sería estupendo. Pero por desgracia solo dispongo de dos días.

—No hay problema. Yo mismo la traeré de vuelta. ¡Merece mucho la pena ver esas aldeas!

Lilly se mostró entusiasmada.

—Un amigo de Inglaterra descubrió que Rose Gallway era medio minangkabau. Por lo tanto su hija lo fue al menos un cuarto.

Aún no podía creerse que Helen fuera hija de Rose y que esta hubiera llegado a encontrarla.

—Pues entonces es posible que ambas tuvieran derecho a una herencia —señaló Verheugen—, ya que la propiedad se hereda por línea materna. Si tuvieran descendientes…

—Desgraciadamente no —repuso Lilly con cierta melancolía—. Helen murió junto a su familia cuando atacaron el barco en el que viajaban.

—Una verdadera lástima —respondió apenado Verheugen—. ¿Sabe al menos de qué pueblo eran? Sería un brillante colofón a su viaje visitar la aldea de la madre de Rose.

—Sí, sé que el pueblo se llama Magek.

—¡No me diga! —exclamó él—. ¡Setiawan es de Magek! ¡Su hermana, su madre y su abuela viven allí! Puede que en el pueblo conozcan a esas dos mujeres.

Lilly recibió aquella noticia con gran sorpresa, pero meneó la cabeza.

—Lo dudo. Rose no se atuvo al Adat. Nunca quiso ocupar el lugar de sus predecesoras. —Pero podrían conocer a Adit, recapacitó enseguida. Ella sí que regresó a la aldea. Quizá sus parientes puedan contarme algo sobre ella.

—Magek está a un día de viaje, así que habrá que darse prisa —prosiguió el dentista—. ¿Tiene algo mejor que hacer mañana?

—La verdad es que no.

—¿Se anima entonces a conocer el pueblo?

—¿Y qué dirá su pareja?

—Estará encantado de poder enseñarle todo aquello. Y su familia de volver a verlo tan pronto. El trabajo solo le permite ir allí un par de veces al año como mucho.

—No quisiera ser una molestia. Debería preguntarle primero a Setiawan.

—No hace falta. Sé lo que me va a decir —respondió Verheugen con una sonrisa—. Que será un placer para él enseñarle su pueblo. Y que allí será muy bienvenida.

Esa noche, la ilusión y los nervios no le dejaron pegar ojo. Los recuerdos de la velada se intercalaban con los hallazgos que había hecho sobre Rose Gallway y Helen Carter. Lilly no podía dar crédito a lo mucho que había descubierto en tan poco tiempo.

Al alba se levantó y se sentó junto a la ventana para ver cómo la ciudad despertaba lentamente a la vida. ¿Qué le esperaría en la jungla? ¿Habría allí un «jardín a la luz de la luna»?

Cuando Verheugen y Setiawan aparecieron delante del hotel con su coche, llevaba dos horas sentada en el vestíbulo releyendo la copia del diario, que en realidad, como tenía también el original, no necesitaba.

—Esto es para usted, es el diario —le dijo a Verheugen dándole las hojas. La noche anterior, en la fiesta, Lilly ya había tenido la oportunidad de disculparse por su comportamiento, pero quiso insistir—: Como ya le dije, me siento un poco avergonzada por habérmelo llevado a escondidas de casa del gobernador, pero…, en fin, por suerte todo ha acabado bien. También hay una copia del artículo sobre el terremoto.

—Supongo que necesitará que se lo traduzca —sugirió él, sin darle importancia al asunto del cuaderno.

—Sería muy amable por su parte. Aunque no tiene por qué hacerlo si va a resultarle un engorro.

Mientras hablaba, Lilly recordó que aún no había tenido noticias del historiador amigo de Enrico, el hombre que estaba intentando buscar un código secreto en la partitura. Si hubiera descubierto algo, seguro que Ellen le habría escrito. ¿Qué secreto ocultaría la partitura, si es que realmente ocultaba algo?

—¿Engorro? —Verheugen se echó a reír—. Como si no me conociera… Pues claro que no será un engorro. Al contrario, será un placer. —Acto seguido le guiñó un ojo y añadió—: Al principio me tomó por un chiflado, ¿verdad?

Con una sonrisa pícara, Lilly se apartó un mechón de pelo de la cara y lo dejó prendido detrás de la oreja.

—Un poco sí. Pero he de confesarle que ha sido una inmensa suerte conocerlo.

Poco después ya estaban en camino, atravesando la jungla. Las carreteras se conservaban en buen estado, aunque a veces había tramos de terreno pedregoso en los que el coche iba dando brincos. Tras unas cuantas horas de viaje llegaron a Magek, que se encontraba en el corazón de las montañas, justo detrás de uno de los picos más altos del país, el Gunung Singgalang.

El pueblo, en mitad de la jungla, parecía sacado de un cuento. Las casas, grandes y con el tejado de cuerno de búfalo, se erigían entre el verde cada una del color correspondiente a los distintos clanes.

Lilly observó cautivada las construcciones y también la vegetación, que allí era especialmente exuberante y a buen seguro hubiera hecho las delicias de cualquier botánico.

Setiawan fue recibido por todo lo alto por su familia; parecía que no lo hubieran visto en años.

—La reputación de un hombre minangkabau crece entre los suyos cuando pasa mucho tiempo en el rantau, es decir, en el extranjero. Setiawan es muy popular aquí, y a buen seguro algún día le nombrarán datuk y pasará a ser el portavoz de la familia. Hoy en día es su tío quien ostenta ese título.

—¿Y él quiere ocupar ese cargo?

—¡Por supuesto! Ser datuk supone defender los intereses del clan puertas afuera. Para los hombres es un gran honor al que ni siquiera un reputado informático puede resistirse. Además, no interferirá lo más mínimo en su trabajo.

Después de que todos los parientes le dieran una calurosa bienvenida a Setiawan y luego a Verheugen, le llegó el turno a Lilly. Algunas de esas mujeres hablaban muy bien inglés y, según le dijeron, incluso lo habían estudiado. Cómo había sido aquello cien años atrás era algo que Lilly no podía saber, pero empezaba a sospechar que los miedos de Rose hacia los minangkabau eran infundados. A juzgar por cómo era aquella gente, la unidad familiar la habría acogido y habría podido vivir en paz allí con su hijita.

Finalmente, Lilly fue presentada a la matriarca, una anciana llamada Indah. Como el resto de las mujeres, vestía unos ropajes muy vistosos. Y por ser un día especial, llevaba un tocado en la cabeza que recordaba a los tejados de las casas, aunque era menos picudo y estaba cubierto por una tela muy delicada. La anciana le preguntó con vivo interés por el motivo de su viaje, a lo que Lilly respondió que estaba siguiendo el rastro de dos mujeres cuyos orígenes se remontaban a ese pueblo. Le habló de Rose y de Helen, pero enseguida se dio cuenta de que esa gente no sabía nada de ellas.

—¿Podría preguntarle si conoció a una mujer llamada Adit? Era la madre de Rose, y al parecer volvió a la aldea.

Setiawan, que oficiaba de intérprete, asintió y le hizo la pregunta a la anciana. Esta sonrió y dijo algo.

—Según parece, Indah la conoció. Dice que cuando ella nació la madre Adit era quien gobernaba en el pueblo. Entonces ya era una mujer de unos ochenta años.

Las mejillas de Lilly se iluminaron.

—¡Qué maravilla! ¿Puede preguntarle cómo era Adit y por qué volvió al pueblo?

Lilly supo entonces que fue una matriarca muy estricta pero muy buena. Al parecer, se había hecho mucho de rogar antes de ocupar su cargo, pero, una vez lo asumió, lo hizo con gran escrupulosidad y consiguió que aumentara la riqueza de su clan.

—Se dice que viajó a Londres en busca de su nieta —tradujo Setiawan—. Y que incluso la encontró, pero la joven, como ella misma en su día, se negó a regresar a la aldea. Sin embargo, más adelante, Adit recibió cartas de la nieta en las que le prometía venir aquí, a su lado. Pero por desgracia no pudo ser, ya que ella y su familia murieron durante la guerra.

Eso conectaba con la información que Gabriel tenía de Helen Carter. Ahora se completaba el círculo. La violinista, que vivía en Londres, había querido ir a Sumatra para encontrarse con su abuela, lo cual evidenciaba que Helen llegó a saber que Rose era su madre.

Un poco más tarde, Lilly subió tres terrazas por encima del jardín y recordó la melodía de El jardín a la luz de la luna. Si finalmente Rose era quien había compuesto esa pieza, sin duda había tenido en mente ese lugar.

El jardín que se extendía ante ella no era obra de la mano del hombre como el de la residencia del gobernador. Allí había sido la naturaleza por sí sola la que había logrado una sutil y perfecta armonía: contaba con árboles, arbustos, flores y hierba, y se podían ver en él todos los colores imaginables. Ni un jardín sacado de un cuento de hadas podría competir con su belleza.

¿Cuántas veces habría contemplado Rose aquella maravilla? ¿Cuántas veces habría caminado entre esas flores? ¡Qué pena que Adit estuviera muerta y no pudiera contarle a Lilly cosas de su hija! En ese instante, y sin saber muy bien por qué, se sintió extrañamente cercana a Rose.

Tal vez luego pueda subir aquí de nuevo y ver el jardín a la luz de la luna, pensó mientras hacía un par de fotos para enseñarle a Ellen lo hermoso que era.

Iba ya de camino a la aldea cuando Verheugen y Setiawan salieron a su encuentro.

—¡La estábamos buscando! —exclamó el dentista haciéndole señas con la mano.

—Quería ver el jardín desde arriba. Una vista espectacular. Lástima que no pueda verlo a la luz de la luna.

—Prometo mandarle una foto. Aunque quizá un día pueda regresar y contemplarlo con toda la calma del mundo. —Verheugen sonrió animadamente—. Pero ahora tenemos que volver. A Indah le daría algo si usted se marchara sin comer como Dios manda.