CANTO V

Contiénese la reñida batalla que entre los españoles y los araucanos hubo en la cuesta de Andalicán, donde, por la astucia de Lautaro y el demasiado trabajo de los españoles, fueron los nuestros desbaratados, y muertos más de la mitad de ellos, juntamente con tres mil indios amigos.

IEMPRE el benigno Dios, por su clemencia,

nos dilata el castigo merecido,

hasta ver sin enmienda la insolencia

y el corazón rebelde endurecido;

y es tanta la dañosa inadvertencia,

que, aunque vemos el término cumplido

y ejemplo del castigo en el vecino,

no queremos dejar el mal camino.

Dígolo, porque viene muy contenta

nuestra gente española a las espadas,

que en el fin de Valdivia no escarmienta,

ni mira haber seguido sus pisadas;

presto la veréis dar estrecha cuenta

de las culpas presentes y pasadas,

que el verdugo Lautaro ardiendo en saña,

se muestra con su gente en la campaña.

Villagrán con la suya a punto puesto,

en el estrecho llano se detiene;

plantando seis cañones en buen puesto,

ordena aquí y allí lo que conviene;

estuvo sin moverse un rato en esto

por ver el orden que Lautaro tiene,

que ocupaba su gente tanto trecho,

que mitigó el ardor de más de un pecho.

De muchos fue esta guerra deseada,

pero sabe ora Dios sus intenciones;

viendo toda la cuesta rodeada

de gente en concertados escuadrones,

la sangre, del temor ya resfriada

con presteza acudió a los corazones,

los miembros, del calor desamparados

fueron luego de esfuerzo reformados.

Con nuevo encendimiento están bramando

porque la trompa del partir no suena,

tanto el trance y batalla deseando,

que cualquiera tardanza les da pena:

de la otra parte el araucano bando,

sujeto a lo que su caudillo ordena,

rabiaba por cerrar; mas la obediencia

le pone duro freno y resistencia.

Como el feroz caballo que, impaciente,

cuando el competidor ve ya cercano,

bufa, relincha y, con soberbia frente,

hiere la tierra de una y otra mano,

así el bárbaro ejército obediente,

viendo tan cerca el campo castellano,

gime por ver el juego comenzado;

mas no pasa del término asignado.

De esta manera, pues, la cosa estaba,

ganosos de ambas partes por juntarse;

pero ya Villagrán consideraba

que era dalles más ánimo el tardarse:

tres bandas de jinetes apartaba

de aquellos codiciosos de probarse,

que a la seña, sin más amonestallos

ponen las piernas recio a los caballos.

El campo con ligeros pies batiendo,

salen con gran tropel y movimiento;

Rauco se estremeció del son horrendo

y la mar hizo extraño sentimiento;

los corregidos bárbaros, temiendo

de Lautaro el expreso mandamiento,

aunque por los herir se deshacían,

el paso hacia delante no movían.

Con el concierto y orden que en Castilla

juegan las cañas en solene fiesta,

que parte y desembraza una cuadrilla

revolviendo la darga al pecho puesta,

así los nuestros, firmes en la silla,

llegan hasta el remate de la cuesta

y vuelven casi en cerco a retirarse

por no poder romper sin despeñarse.

Toman al retirar la vuelta larga,

y de esta suerte muchas vueltas prueban;

pero todas las veces una carga

de flecha, dardo y piedra espesa llevan:

a algunos vale allí la buena adarga,

las celadas y grebas bien aprueban,

que no pueden venir al corto hierro

por ser peinado en torno el alto cerro.

Firme estaba Lautaro sin mudarse

y cercada de gente la montaña;

algunos que pretenden señalarse

salen con su licencia a la campaña:

quieren uno por uno ejercitarse

de la pica y bastón con los de España,

o dos a dos, o tres a tres soldados,

a la franca eleción de los llamados.

Usando de mudanzas y ademanes,

vienen con muestra airosa y contoneo,

más bizarros que bravos alemanes,

haciendo aquí y allí gentil paseo;

como los diestros y ágiles galanes

en público ejercicio del torneo,

así llegan gallardos a juntarse

y con las duras puntas a tentarse.

Quien piensa de la pica ser maestro

sale a probar la fuerza y el destino,

tentando el lado diestro y el siniestro,

buscando lo mejor con sabio tino;

cuál acomete, vanle y hurta presto,

hallando para entrar franco el camino;

cuál hace el golpe vano, y cuál tan cierto

que da con su enemigo en tierra muerto.

Otros, de estas posturas no se curan

ni paran en el aire y gentileza,

que el golpe sea mortal sólo procuran

y en el cuerpo y los pies llevar firmeza;

con ánimo arrojado se aventuran

llevados de la cólera y braveza;

ésta a veces los golpes hace vanos,

y ellos venir más juntos a las manos.

Pero por más veloz en la corrida

el mozo Curiomán se señalaba,

que con gallarda muestra y atrevida

larga carrera sin temor tomaba:

y blandiendo una lanza muy fornida

en medio de la furia la arrojaba,

que nunca de ballesta al torno armada

jara con tal presteza fue enviada.

Había siete españoles ya heridos,

mas nadie se atraviesa a la venganza,

que era el valiente bárbaro temido

por su esfuerzo, destreza y gran pujanza:

en esto Villagrán, algo corrido,

viéndole despedir la octava lanza,

dijo con voz airada: «¿No hay alguno

que castigue este bárbaro importuno?».

Diciendo esto miraba a Diego Cano,

el cual de osado crédito tenía,

que una asta gruesa en la derecha mano

su rabicán preciado apercebía,

y al tiempo cuando el bárbaro lozano

con fuerza extrema el brazo sacudía,

en la silla los muslos enclavados

hiere al caballo a un tiempo entre ambos lados.

Con menudo tropel y gran ruïdo

sale el presto caballo desenvuelto

hacia el gallardo bárbaro atrevido,

que en esto las espaldas había vuelto;

pero el fuerte español, embebecido

en que no se le fuese, el freno suelto,

bate al caballo a prisa los talones

hasta los enemigos escuadrones.

Ni el araucano y fiero ayuntamiento

con las espesas picas derribadas,

ni el presuroso y recio movimiento

de mazas y de bárbaras espadas,

pudieron resistir al duro intento,

del airado español, que las pisadas

del ligero araucano iba siguiendo,

la espesa turba y multitud rompiendo.

Donde a pesar de tantos y a despecho

con grande esfuerzo y valerosa mano,

rompe por ellos, y la lanza el pecho

de aquel que dilató su muerte en vano:

y glorioso del bravo y alto hecho

al caballo picó a la diestra mano,

abriendo con esfuerzo y diestro tino

por medio de las armas el camino.

Luego se arroja el escuadrón jinete

al araucano ejército llamando,

que a esperarle parece que acomete

y vase luego al borde retirando;

una, cuatro y diez veces arremete,

poco el arremeter aprovechando,

que en aquella sazón ninguna espada

había de sangre bárbara manchada.

Los cansados caballos trabajaban,

mas poco del trabajo se aprovecha,

que los nuestros en vano les picaban

heridos y hostigados de la flecha;

las bravezas de algunos aplacaban

viéndose en aquel punto y cuenta estrecha,

ellos laxos, los otros descansados,

los pasos y caminos ya cerrados.

La presta y temerosa artillería

a toda furia y prisa disparaba,

y así en el escuadrón indio batía,

que cuanto topa enhiesto lo allanaba;

de fuego y humo el cerro se cubría,

el aire cerca y lejos retumbaba,

parece con estruendo abrirse el suelo

y respirar un nuevo Mongibelo.

Visto Lautaro serle conveniente

quitar y deshacer aquel nublado

que lanzaba los rayos en su gente

y había gran parte de ella destrozado,

al escuadrón que a Leucotón valiente

por su valor le estaba encomendado,

le manda arremeter con furia presta,

y en alta voz diciendo le amonesta:

«¡Oh fieles compañeros victoriosos

a quien fortuna llama a tales hechos!

Ya es tiempo que los brazos valerosos

nuestras causas aprueben y derechos;

¡sus!, ¡sus!, calad las lanzas animosos,

rompan los hierros los contrarios pechos

y por ellos abrid roja corriente

sin respetar a amigo ni a pariente.

»A las piezas guiad, que si ganadas

por vuestro esfuerzo son, con tal victoria

célebres quedarán vuestras espadas,

y eterna al mundo de ellas la memoria:

el campo seguirá vuestras pisadas,

siendo vos los autores de esta gloria».

Y con esto la gente envanecida,

hizo la temeraria arremetida.

Por infame se tiene allí el postrero,

que es la cosa que entre ellos más se nota;

el más medroso quiere ser primero

al probar si la lanza lleva bota;

no espanta ver morir al compañero,

ni llevar quince o veinte una pelota,

volando por los aires hechos piezas,

ni el ver quedar los cuerpos sin cabezas.

No los perturba y pone allí embarazo,

ni punto los detiene el temor ciego;

antes, si el tiro a alguno lleva el brazo,

con el otro la espada esgrime luego:

llegan sin reparar hasta el ribazo

donde estaba la máquina del fuego;

viéranse allí las balas escupidas

por la bárbara furia detenidas.

Los demás arremeten luego en rueda

y de tiros la tierra y sol cubrían,

pluma no basta, lengua no hay que pueda

figurar el furor con que venían;

de voces, fuego, humo y polvareda

no se entienden allí, ni conocían;

mas poco aprovechó este impedimento,

que ciegos se juntaban por el tiento.

Tardaron poco espacio en concertarse,

las enemigas haces ya mezcladas;

lo que allí se vio más para notarse

era el presto batir de las espadas;

procuran ambas partes señalarse,

y así vieran cabezas y celada

en cantidad y número partidas

y piernas de sus troncos divididas.

Unos por defender la artillería,

con tal ímpetu y furia acometida;

otros por dar remate a su porfía,

traban una batalla bien reñida;

para un solo español cincuenta había:

la ventaja era fuera de medida;

mas cada cual por sí tanto trabaja,

que iguala con valor a la ventaja.

No quieren que atrás vuelva el estandarte

de Carlos Quinto Máximo glorioso;

mas que, a pesar del contrapuesto Marte,

vaya siempre adelante victorioso,

el cual, terrible y fiero, a cada parte

envuelto en ira y polvo sanguinoso,

daba nuevo vigor a las espadas,

de tanto combatir aún no cansadas.

Renuévase el furor y la braveza,

según es el herir apresurado,

con aquel mismo esfuerzo y entereza

que si entonces lo hubieran comenzado;

las muertes, el rigor y la crueza,

esto no puede ser significado,

que la espesa y menuda yerba verde

en sangre convertida, el color pierde.

Villagrán la batalla en peso tiene,

que no pierde una mínima su puesto;

de todo lo importante se previene;

aquí va, y allí acude, y vuelve presto;

hace de capitán lo que conviene

con osada experiencia, y fuera de esto,

como usado soldado y buen guerrero,

se arroja a los peligros el primero.

Andando envuelto en sangre a Torbo mira

que en los cristianos hace gran matanza,

lleva el caballo, y él, llevado de ira,

requiere en la derecha bien la lanza,

en los estribos firme al pecho tira;

mas la codicia y sobra de pujanza

desatentó la presurosa mano,

haciendo antes de tiempo el golpe en vano.

Hiende el caballo desapoderado

por la canalla bárbara enemiga,

revuelve a Torbo el español airado

y en bajo el brazo la jineta abriga;

pásale un fuerte peto tresdoblado

y el jubón de algodón, y en la barriga

le abrió una gran herida, por do al punto

vertió de sangre un lago y la alma junto.

Saca entera la lanza, y derribando

el brazo atrás, con ira la arrojaba;

vuela la furiosa asta rechinando

del ímpetu y pujanza que llevaba,

y a Corpillán, que estaba descansando,

por entre el brazo y cuerpo le pasaba,

y al suelo penetró sin dañar nada,

quedando media braza en él fijada.

Y luego Villagrán, la espada fuera,

por medio de la hueste va a gran priesa,

haciendo con rigor ancha carrera

adonde va la turba más espesa;

no menos Pedro de Olmos de Aguilera

en todos los peligros se atraviesa,

habiendo él solo muerto por su mano

a Guancho, Canio, Pillo y Titaguano.

Hernando y Juan, entre ambos de Alvarado,

daban de su valor notoria muestra,

y el viejo gran jinete Maldonado

voltea el caballo allí con mano diestra,

ejercitando con valor usado

la espada, que en herir era maestra,

aunque la débil fuerza envejecida

hace pequeño el golpe y la herida.

Diego Cano, a dos manos, sin escudo,

no deja lanza enhiesta ni armadura,

que todo por rigor de filo agudo

hecho pedazos viene a la llanura;

pues Peña, aunque de lengua tartamudo,

se revuelve con tal desenvoltura,

cual Cesio entre las armas de Pompeo,

o en Troya el fiero hijo de Peleo.

Por otra parte, el español Reinoso,

de ponzoñosa rabia estimulado,

con la espada sangrienta va furioso

hiriendo por el uno y otro lado;

mata de un golpe a Palta y, riguroso,

la punta enderezó contra el costado

del fuerte Ron, y así acertó la vena,

que la espada de sangre sacó llena.

Bernal, Pedro de Aguayo, Castañeda,

Ruiz, Gonzalo Hernández y Pantoja

tienen hecha de muertos una rueda,

y la tierra de sangre toda roja;

no hay quien ganar del campo un paso pueda,

ni el espeso herir un punto afloja,

haciendo los cristianos tales cosas

que las harán los tiempos milagrosas.

Mas eran los contrarios tanta gente,

y tan poco el remedio y confianza,

que a muchos les faltaban juntamente

la sangre, aliento, fuerza y la esperanza;

llevados, pues, al fin de la corriente

sin poder resistir la gran pujanza,

pierden un largo trecho la montaña

con todas las seis piezas de campaña.

Del antiguo valor y fortaleza

sin aflojar los nuestros siempre usaron;

no se vio en español jamás flaqueza

hasta que el campo y sitio les ganaron,

mas viéndose a tal hora en estrecheza

que pasaba de cinco que empezaron,

comienzan a dudar ya la batalla,

perdiendo la esperanza de ganalla.

Dudan por ver al bárbaro tan fuerte,

cuando ellos en la fuerza iban menguando,

representoles el temor la muerte,

las heridas y sangre resfriando;

algunos desaniman de tal suerte,

que se van al camino retirando,

no del todo, Señor, desbaratados,

mas haciéndoles rostro y ordenados.

Pero el buen Villagrán, haciendo fuerza,

se arroja y contrapone al paso airado

y con sabias razones los esfuerza,

como de capitán escarmentado,

diciendo: «Caballeros, nadie tuerza

de aquello que a su honor es obligado;

no os entreguéis al miedo, que es, yo os digo,

de todo nuestro bien gran enemigo.

»Sacudilde de vos, y veréis luego

la deshonra y afrenta manifiesta;

mirad que el miedo infame, torpe y ciego

más que el hierro enemigo aquí os molesta;

no os turbéis, reportaos, tened sosiego,

que en este solo punto tenéis puesta

vuestra fama, el honor, vida y hacienda,

y es cosa que después no tiene enmienda.

»¿A do volvéis sin orden y sin tiento,

que los pasos tenemos impedidos?

¿Con cuanto deshonor y abatimiento

seremos de los nuestros acogidos?

La vida y honra está en el vencimiento;

la muerte y deshonor en ser vencidos;

mirad esto, y veréis huyendo cierta

vuestra deshonra y más la vida incierta».

De la plaza no ganan cuanto un dedo

por esto y otras cosas que decía,

según era el terror y extraño miedo

en que el peligro puesto los había.

«¿Dónde quedar mejor que aquí yo puedo?»,

diciendo Villagrán, con osadía

temeraria arremete a tanta gente,

sólo para morir honradamente.

La vida ofrece, de acabar contenta,

por no estar al rigor de ser juzgado;

teme más que a la muerte alguna afrenta

y el verse con el dedo señalado;

no quiere andar a todos dando cuenta

si volver las espaldas fue forzado,

que por dolencia o mancha se reputa

tener puesto el honor hombre en disputa.

Cuán bien de esto salió, que del caballo

al suelo le trujeron aturdido;

cuál procura prendello, cuál matallo

pero las buenas armas le han valido;

otros dicen a voces: «¡Desarmallo!»;

acude allí la gente y el ruïdo;

mas quien saber el fin de esto quisiere,

al otro canto pido que me espere.