CANTO XXXV

Entran los españoles en demanda de la nueva tierra; sáleles al paso Tunconabala; persuádeles a que se vuelvan; pero, viendo que no aprovecha, les ofrece una guía que los lleva por grandes despeñaderos, donde pasaron terribles trabajos.

UÉ cerros hay que el interés no allana,

y qué dificultad que no la rompa?

¿Qué pecho fiel, qué voluntad tan sana

que éste no le inficione y la corrompa?

Destruye el trato de la vida humana,

no hay orden que no altere y la interrompa,

ni estrecha entrada ni cerrada puerta

que no la facilite y deje abierta.

Este de parentescos y hermandades

desata el nudo y vínculo más fuerte,

vuelve en enemistad las amistades,

y el grato amor en desamor convierte;

inventor de desastres y maldades,

tropelía a la razón, cambia la suerte,

hace al hielo caliente, al fuego frío,

y hará subir por una cuesta un río.

Así por mil peligros y derrotas,

golfos profundos, mares no surcados,

hasta las partes últimas ignotas

trajo sin descansar tantos soldados,

y por vías estériles remotas,

del interés incitador llevados,

piensan escudriñar cuanto se encierra

en el círculo inmenso de la tierra.

Dije que don García había arribado

con prática y lucida compañía

al término de Chile señalado,

de do nadie jamás pasado había;

y en medio de la raya el pie afirmado,

que los dos nuevos mundos dividía,

presente yo y atento a las señales,

las palabras que dijo fueron tales:

«Nación, a cuyos pechos invencibles

no pudieron poner impedimentos,

peligros y trabajos insufribles

ni airados mares, ni contrarios vientos,

ni otros mil contrapuestos imposibles,

ni la fuerza de estrellas, ni elementos;

que, rompiendo por todo habéis llegado

al término del orbe limitado.

»Veis otro nuevo mundo, que encubierto

los cielos hasta ahora le han tenido,

el difícil camino y paso abierto

a sólo vuestros brazos concedido;

veis de tanto trabajo el premio cierto

y cuanto os ha, Fortuna, prometido,

que, siendo de tan grande empresa autores

habéis de ser sin límite señores.

»Y la parlera Fama discurriendo

hasta el extremo y término postrero,

las antiguas hazañas refiriendo,

pondrá esta vuestra en el lugar primero;

pues, en dos largos mundos no cabiendo,

venís a conquistar otro tercero,

donde podrán mejor sin estrecharse

vuestros ánimos grandes ensancharse.

»Y, pues, es la sazón tan oportuna

y poco necesarias las razones,

no quiero detener vuestra Fortuna,

ni gastar más el tiempo en oraciones;

¡sus!, tomad posesión todos a una

de esas nuevas provincias y regiones,

donde os tienen los hados a la entrada

tanta gloria y riqueza aparejada».

Luego, pues, de tropel toda la gente

a la plática apenas detenida,

pisó la nueva tierra libremente,

jamás del extranjero pie batida;

y con orden y paso diligente,

por una angosta senda mal seguida,

en larga retahíla y ordenada

dimos principio a la primer jornada.

Caminamos sin rastro algunos días

de sólo el tino por el sol guiados,

abriendo pasos y cerradas vías

rematadas en riscos despeñados.

Las mentirosas fugitivas guías

nos llevaron por partes engañados,

que parecía imposible al más gigante

poder volver atrás ni ir adelante.

Ya del móvil primero arrebatado

contra su curso el sol hacia el Poniente

al mundo cuatro vueltas había dado

calentando del Pez la húmeda frente,

cuando, al bajar de un áspero collado

vimos salir diez indios de repente

por entre un arcabuco y breña espesa,

desnudos, en montón, trotando apriesa.

Del aire, de la lluvia y sol curtidos

cubiertos de un espeso y largo vello,

pañetes cortos de cordel ceñidos,

altos de pecho y de fornido cuello,

la color y los ojos encendidos,

las uñas sin cortar, largo el cabello,

brutos campestres, rústicos salvajes

de fieras cataduras y visajes.

Venía un robusto viejo el delantero,

al cual el medio cuerpo le cubría

un roto manto de sayal grosero,

que mísera pobreza prometía;

este, pues, como dije allá, primero

era Tunconabal, que pretendía

mudar nuestros designios y opiniones

con fingidos consejos y razones.

Fuimos luego sobre ellos, recelando

ser gente de montaña fugitiva,

mas ellos, nuestros pasos atajando,

venían a más andar la cuesta arriba;

y al pie de una alta peña reparando,

por do un quebrado arroyo se derriba,

todos nos aguardaron sin recelo,

puestas sus flechas y arcos en el suelo.

Luego el anciano a voces y en extraña

lengua de nuestro intérprete entendida,

dijo: «¡Oh gente infeliz, a esta montaña

por falso engaño y relación traída,

do la serpiente y áspera alimaña

apenas sustentar pueden la vida,

y donde el hijo bárbaro nacido

es de incultas raíces mantenido!

»¿Qué información siniestra, qué noticia

incita así vuestro ánimo invencible?

¿Qué dañado consejo, o qué malicia

os ha facilitado lo imposible?

Frenad, aunque loable, esa codicia,

que la empresa es difícil y terrible,

y vais sin duda todos engañados,

a miserable muerte condenados.

»Que, cuando no encontréis gente de guerra

que os ponga en el pasaje impedimento,

hallaréis una sierra y otra sierra,

y una espesura y otra, y otras ciento,

tanto, que la aspereza de la tierra,

por la falta de yerba y nutrimento

y contagión del aire, no consiente

en su esterilidad cosa viviente.

»Y, aunque me veis en bruto transformado

a la silvestre vida reducido,

sabed que ya en un tiempo fui soldado

y que también las armas he vestido;

así que, por la ley que he profesado,

viendo que va este ejército perdido,

la lástima me mueve a aconsejaros,

que, sin pasar de aquí, queráis tornaros.

»Que estas yermas campañas y espesuras,

hasta el frígido Sur continuadas,

han de ser el remate y sepulturas

de todas vuestras prósperas jornadas;

mirad de estos salvajes las figuras,

de quien son (como fieras) habitadas,

y el fruto que nos dan escasamente

del cual os traigo un mísero presente».

En esto, de un fardel de ovas marinas,

a la manera de una red tejidas,

sacó diversas frutas montesinas,

duras, verdes, agrestes, desabridas,

carne seca de fieras salvajinas

y otras silvestres rústicas comidas:

langosta al sol, curada, y lagartijas,

con mil varias inmundas sabandijas.

Admironos la forma y la extrañeza

de aquella gente bárbara notable,

la gran selvatiquez y rustiqueza,

el fiero aspecto y término intratable;

la espesura de montes y aspereza

y el fruto de aquel suelo miserable,

tierra yerma, desierta y despoblada,

de trato y vecindad tan apartada.

Preguntámosle allí, si prosiguiendo

la tierra era adelante montuosa;

respondionos el viejo sonriendo,

ser más áspera, dura y más fragosa;

y que así la montaña iba creciendo,

que era imposible y temeraria cosa

romper tanta maleza y espesura

puesta allí por secreto de natura.

Pero visto nuestro ánimo ambicioso,

que era de proseguir siempre adelante,

y que el fingido aviso malicioso

a volvernos atrás no era bastante,

con un afecto tierno y amoroso,

mostrando en lo exterior triste semblante,

puesto un rato a pensar, afirmó cierto

haber cerca otro paso más abierto.

Que por la banda diestra del Poniente,

dejando el monte del siniestro lado,

había un rastro, cursado antiguamente

de la nacida yerba ya borrado,

por do podía pasar salva la gente,

aunque era el trecho largo y despoblado,

para lo cual el mismo nos daría

una prática lengua y fida guía.

Fue de nosotros esto bien oído,

que alguna gente estaba ya dudosa,

y el donoso presente recebido,

también la recompensa fue donosa:

un manto de algodón rojo teñido,

y una poblada cola de raposa,

quince cuentas de vidrio de colores,

con doce cascabeles sonadores.

La dádiva, del viejo agradecida

por ser joyas entre ellos estimadas,

y la guía solícita venida

con todas las más cosas aprestadas,

pusimos en efecto la partida,

siguiéndonos los indios dos jornadas,

dando vuelta después por otra senda,

dejándonos el indio en encomienda.

La cual nos iba siempre asegurando

gran riqueza, ganado y poblaciones,

los ánimos estrechos ensanchando

con falsas y engañosas relaciones,

diciendo: «Cuando Febo, volteando

seis veces alumbrare estas regiones,

os prometo, so pena de la vida

henchir del apetito la medida».

No sabré encarecer nuestra altiveza,

los ánimos briosos y lozanos,

la esperanza de bienes y riqueza,

las vanas trazas y discursos vanos:

el cerro, el monte, el risco y la aspereza

eran caminos fáciles y llanos,

y el peligro y trabajo exorbitante

no osaban ya ponérsenos delante.

Íbamos sin cuidar de bastimentos

por cumbres, valles hondos, cordilleras,

fabricando en los llenos pensamientos,

machinas levantadas y quimeras;

así ufanos, alegres y contentos

pasamos tres jornadas, las primeras,

pero a la cuarta, al tramontar del día,

se nos huyó la mentirosa guía.

El mal indicio, la sospecha cierta,

los ánimos turbó más esforzados

viendo la falsa trama descubierta

y los trabajos ásperos doblados;

mas, aunque sin camino y en desierta

tierra, del gran peligro amenazados

y la hambre y fatiga, todo junto

no pudo detenernos sólo un punto.

Pasamos adelante, descubriendo

siempre más arcabucos y breñales,

la cerrada espesura y paso abriendo

con hachas, con machetes y destrales;

otros con pico y azadón rompiendo

las peñas y arraigados matorrales,

do el caballo hostigado y receloso

afirmase seguro el pie medroso.

Nunca con tanto estorbo a los humanos

quiso impedir el paso la natura

y que así de los cielos soberanos

los árboles midiesen el altura;

ni ente tantos peñascos y pantanos

mezcló tanta maleza y espesura,

como en este camino defendido

de zarzas, breñas y árboles tejido.

También el cielo en contra conjurado

la escasa y turbia luz nos encubría

de espesas nubes lóbregas cerrado,

volviendo en tenebrosa noche el día

y de granizo y tempestad cargado,

con tal furor el paso defendía,

que era mayor del cielo ya la guerra

que el trabajo y peligro de la tierra.

Unos presto socorro demandaban

en las hondas malezas sepultados;

otros, «¡ayuda, ayuda!», voceaban

en húmedos pantanos atascados;

otros iban trepando; otros rodaban

los pies, manos y rostros desollados,

oyendo aquí y allí voces en vano

sin poderse ayudar ni dar la mano.

Era lástima oír los alaridos,

ver los impedimentos y embarazos,

los caballos sin ánimo caídos,

destroncados los pies, rotos los brazos:

nuestros sencillos débiles vestidos

quedaban por las zarzas a pedazos,

descalzos, desnudos, sólo armados,

en sangre, lodo y en sudor bañados.

Y demás del trabajo incomportable,

faltando ya el refresco y bastimento,

la aquejadora hambre miserable

las cuerdas apretaba del tormento,

y el bien dudoso y daño indubitable

desmayaba la fuerza y el aliento,

cortando un dejativo sudor frío

de los cansados miembros todo el brío.

Pero luego también, considerando

la gloria que el trabajo aseguraba,

el corazón, los miembros reforzando

cualquier dificultad menospreciaba;

y los fuertes opuestos contrastando

todo lo por venir facilitaba,

que el valor más se muestra y se parece

cuando la fuerza de contrarios crece.

Así, pues, nuestro ejército rompiendo,

de sólo la esperanza alimentado,

pasaba a puros brazos descubriendo

el encubierto cielo deseado;

íbanse ya las breñas destejiendo

y el bosque de los árboles cerrado,

desviando sus ramas intricadas

nos daban paso y fáciles entradas.

Ya por aquella parte, ya por ésta

la entrada de la luz desocupando,

el yerto risco y empinada cuesta

iban sus altas cumbres allanando;

la espesa y congelada niebla opuesta

el grueso vapor húmedo exhalando,

así se adelgazaba y esparcía

que penetrar la vista ya podía.

Siete días perdidos anduvimos

abriendo a hierro el impedido paso,

que en todo aquel discurso no tuvimos

do poder reclinar el cuerpo laso;

al fin una mañana descubrimos

de Ancud el espacioso y fértil raso

y, al pie del monte y áspera ladera,

un extendido lago y gran ribera.

Era un ancho arcipiélago, poblado

de innumerables islas deleitosas,

cruzando por el uno y otro lado

góndolas y piraguas presurosas;

marinero jamás desesperado

en medio de las olas fluctuosas

con tanto gozo vio el vecino puerto

como nosotros el camino abierto.

Luego, pues, en un tiempo arrodillados,

llenos de nuevo gozo y de ternura

dimos gracias a Dios, que así escapados

nos vimos del peligro y desventura;

y de tantas fatigas olvidados,

siguiendo el buen suceso y la ventura,

con esperanza y ánimo lozano,

salimos presto al agradable llano.

El enfermo, el herido, el estropeado,

el cojo, el manco, el débil, el tullido,

el desnudo, el descalzo, el desgarrado,

el desmayado, el flaco, el deshambrido[105]

quedó sano, gallardo y alentado

de nuevo esfuerzo y de valor vestido,

pareciéndole poco todo el suelo

y fácil cosa conquistar el cielo.

Mas con todo este esfuerzo a la bajada

de la ribera, en parte montuosa,

hallamos la frutilla coronada

que produce la murta virtuosa,

y aunque agreste, montes, no sazonada,

fue a tan buena sazón y tan sabrosa,

que el celeste maná y ollas de Egito

no movieran mejor nuestro apetito.

Cual banda de langostas enviadas

por plaga a veces del linaje humano,

que en las espigas fértiles granadas

con un sordo rozar no dejan grano,

así, pues, en cuadrillas derramadas,

suelta la gente por el ancho llano,

dejaba los murtales más copados,

de fruta, rama y hoja despojados.

A puñados la fruta unos comían,

de la hambre aquejados importuna,

otros ramos y hojas engullían,

no aguardando a cogerla una por una;

quien huye al repartir la compañía,

buscando en lo escondido parte alguna

donde comer la rama desgajada,

de las rapaces uñas escapada.

Como el montón de las gallinas, cuando

salen al campo del corral cerrado,

aquí y allí solícitas buscando

el trigo de la troj desperdiciado,

que con los pies y picos escarbando

halla alguna el regojo sepultado

y alzándose con él, puesta en huida

es de las otras luego perseguida,

así aquel que arrebata buena parte,

déste y de aquél, aquí y allí seguido,

huyendo se retira luego en parte

donde pueda comer más escondido;

ninguno, si algo alcanza, lo reparte,

que no era tiempo aquel de ser partido;

ni allí la caridad, aunque la había,

extenderse a los prójimos podía.

Estando con sabor de esta manera

gustando aquella rústica comida,

llegó una corva góndola ligera

de doce largos remos impelida,

que, zabordando recio en la ribera,

la chusma diestra y gente apercebida,

saltaron luego en tierra sin recato

con muestra de amistad y llano trato.

Mas si queréis saber quién es la gente

y la causa de haber así arribado,

no puedo aquí decíroslo al presente

que estoy del gran camino quebrantado;

así, para sazón más conveniente,

será bien que lo deje en este estado,

porque pueda entretanto repararme

y os dé menos fastidio el escucharme.