CANTO XXXI

Cuenta Andresillo a Reinoso lo que con Pran dejaba concertado; habla con Caupolicán cautelosamente, el cual, engañado, viene sobre el fuerte, pensando hallar a los españoles durmiendo.

A más fea maldad y condenada,

que más ofende a la bondad divina,

es la traición sobre amistad forjada,

que al cielo, tierra y al infierno indina;

que aunque el señor de la traición se agrada

quiere mal al traidor y le abomina;

tal es este nefario maleficio

que indigna al que recibe el beneficio.

Raras veces veréis que el alevoso

en estado seguro permanece,

de nadie amado, a todo el mundo odioso,

que el mismo interesado le aborrece;

amigo en todo tiempo sospechoso,

aunque trate verdad, no lo parece,

y al cabo no se escapa del castigo

que la misma maldad lleva consigo.

Si en ley de guerra es pérfido el que ofende

debajo de seguro al enemigo,

¿qué será aquel que al enemigo vende

la libertad y sangre del amigo,

y el que con rostro de leal pretende

ser traidora su patria, como digo,

poniéndole con odio y rabia tanta

el agudo cuchillo a la garganta?

Guardarse puede el sabio recatado

del público enemigo conocido,

del perverso, insolente, del malvado,

pero no del traidor nunca ofendido,

que en hábito de amigo disfrazado,

el desnudo puñal lleva escondido;

no hay contra el desleal seguro puerto,

ni enemigo mayor que el encubierto.

La prueba es Andresillo, que dejaba

al amigo engañado y satisfecho,

el cual, con la gran prisa que llevaba,

en poco espacio atravesó gran trecho,

y puesto ante Reinoso, el cual estaba

seguro y descuidado de aquel hecho,

preciándose el traidor de su malicia

de ella y de la traición le dio noticia,

diciéndole: «Sabrás que usando el hado

hoy de piadoso término contigo,

las cosas de manera ha rodeado,

que puedo serte provechoso amigo,

pues en mi voluntad libre ha dejado

la muerte o salvación de tu enemigo,

remitiendo a las manos de Andresillo

la arbitraria sentencia y el cuchillo.

»Mas negando la deuda y fe debida

a mi tierra y nación, por tu respeto,

quiero, señor, sacrificar la vida

por escapar la tuya de este aprieto,

y en contra de mi patria aborrecida

volver las armas y áspero decreto,

desviando gran número de espadas

que están a tu costado enderezadas».

Tras esto allí le dijo todo cuanto

con Pran le sucedió y habéis oído,

que, si me acuerdo, en el pasado canto,

lo tengo largamente referido;

quedó Reinoso atónito de espanto,

y con ánimo y rostro agradecido,

los brazos amorosos le echó al cuello,

dándole encarecidas gracias de ello.

Y alabando la astucia y artificio

con que del trato doble usado había,

exageró el famoso y gran servicio

que a todo el reino y cristiandad hacía,

diciendo que tan grande beneficio

siempre en nuestra memoria duraría,

y con honroso premio de presente

sería remunerado largamente.

Quedaron, pues, de acuerdo que otro día,

sin que noticia de ello a nadie diese,

en el tiempo y lugar que puesto había

con el vecino capitán se viese,

que de la vista y habla entendería

lo que más al negocio conviniese,

trayéndole por mañas y rodeo

al esperado fin de su deseo.

Hízolo, pues, así; pero antes de esto,

a la salida de un espeso valle

halló al amigo en centinela puesto,

esperándole ya para guialle[96],

donde Caupolicán con ledo gesto

saliendo algunos pasos a encontralle[97],

adelantado un trecho de su gente

le recibió amorosa y cortésmente,

diciendo: «¡Oh capitán!, hoy por el cielo

en esta dignidad constituido,

a quien la redención del patrio suelo

justa y méritamente ha cometido;

bien sé que sólo con honrado celo,

de virtud propia y de valor movido,

aspiras a arribar do ningún hombre

tendrá puesto adelante más su nombre.

»Y habiendo de tu pecho penetrado

el intento y designio valeroso,

de tu Fortuna próspera guiado,

que promete suceso venturoso,

estoy resuelto, estoy determinado

que con golpe de gente numeroso,

demos, siendo tú sólo nuestra guía,

sobre el fuerte español a mediodía.

»Para lo cual ha sido mi venida

sorda y secretamente en esta parte,

donde, siendo tu boca la medida

quiero del justo premio asegurarte

y ver si, a ti esta empresa cometida,

quieres de ella y nosotros encargarte,

dando, como cabeza y dueño, en todo

el orden, la instrución, la traza y modo.

»Que demás de las honras, te aseguro

de parte del senado un señorío,

y por el fuerte Eponamón te juro

que éste será escogido a tu albedrío;

en tus manos me pongo y aventuro

y a tu buen parecer remito el mío,

para que des el orden que convenga

y el esperado bien no se detenga.

»Pues con tu ayuda y mi esperanza cierta,

que me prometen próspera jornada,

en una parte oculta y encubierta

tengo cerca de aquí mi gente armada

y antes que sea de alguno descubierta,

y la plaza enemiga preparada,

que es el peligro sólo que esto tiene,

apresurar la ejecución conviene.

»Resuélvete ¡oh varón!, y determina

como de ti se espera, brevemente,

que detrás de este monte a la marina

está el copioso ejército obediente,

y porque puedas ver la disciplina,

los ánimos, las armas y la gente,

podrás llegar allá, que aquí te aguardo

con esperanza y ánimo gallardo».

El traidor pertinaz, que atento estaba

a cuanto el general le prometía,

no la oferta ni el premio le mudaba

de la fea maldad que cometía;

bien que, algún tanto tímido, dudaba

viendo de aquel varón la valentía,

el ser gallardo, y el feroz semblante,

la proporción y miembros de gigante.

Venía el robusto y grande cuerpo armado

de una fuerte coraza barreada,

con un drago escamoso relevado

sobre el alto crestón de la celada;

en la derecha su bastón ferrado,

ceñida al lado una tajante espada,

representando en talle y apostura

del furibundo Marte la figura.

Visto por Andresillo cuan barato

podía salir con el malvado hecho,

teniendo en su traición y doble trato

andado en poco tiempo tanto trecho,

con alegre semblante y rostro grato,

aunque con doble y engañoso pecho,

hincando ambas rodillas en el llano,

tal respuesta volvió a Caupolicano:

«¡Oh gran Apó! No pienses que movido

por honra, por riqueza o por estado

a tus pies y obediencia soy venido

a servirte y morir determinado,

que todo lo que aquí me has ofrecido

y lo que puede más ser deseado

no me provoca tanto ni me instiga

cuanto la gran razón que a ello me obliga.

»Gracias al cielo doy, pues mi esperanza

en tu prudencia y gran valor fundada,

la siento ya con próspera bonanza

ir al derecho puerto encaminada;

y porque no nos dañe la tardanza,

será bien que apresures la jornada,

siguiendo la fortuna, que se muestra

declarada en favor de parte nuestra.

»Que nuestros enemigos sin recelo

a las armas de noche acostumbrados

cuando va el sol en la mitad del cielo

descansan en sus toldos desarmados;

y desnudos y echados por el suelo

en vino y dulce sueño sepultados,

pasan la ardiente siesta en gran reposo,

hasta que el sol declina caluroso.

»Y si estás, como dices, prevenido

y la gente vecina en ordenanza,

que goces luego la ocasión te pido

no dejando pasar esta bonanza,

que el tiempo es malo de cobrar, perdido,

mayormente si dáñala tardanza,

y pues no te detiene cosa alguna,

no detengas tus hados y fortuna.

»Que a darte la victoria yo me obligo,

no por el galardón que de ello espero,

que la virtud la paga trae consigo

y ella misma es el premio verdadero;

basta lo que en servirte yo consigo

y así graciosamente me prefiero

de ponerte sin pérdida en la mano

la desnuda garganta del tirano.

»Mañana, disfrazado al tiempo cuando

vaya el sol en la mitad de su jornada,

vendrá a mi estancia Pran, donde aguardando

estaré su venida deseada;

y en el presidio y franca plaza entrando,

verá la gente entonces entregada

al ordinario y descuidado sueño,

sin prevención y, al parecer, sin dueño.

»Esta noche, callada y quietamente

desviada a la diestra del camino,

venga a ponerse en escuadrón la gente

una milla del fuerte y más vecino;

y cuando asome el sol por el Oriente,

echada en recogido remolino,

bajas las armas por la luz del día,

aguarde allí el aviso y orden mía.

»Quiero ver, pues, que de ello eres servido,

por ir del todo alegre y satisfecho,

tu dichoso escuadrón, constituido,

para tan alto y señalado hecho,

por quien Arauco ya restituido

en sus primeras fuerzas y derecho,

echada la española tiranía,

extenderá su nombre y monarquía».

Quedó Caupolicano de manera

que tuvo el trato y hecho por seguro,

diciéndole razones, que moviera

no un corazón movible, pero[98] un muro;

y en señal de firmeza verdadera

le dio un lucido llauto de oro puro

y un grueso mazo de chaquira prima,

cosa entre ellos tenida en grande estima.

Y del alegre Pran acompañado,

al pie de un alto cerro montuoso,

vio el araucano ejército emboscado,

de brava gente y número copioso;

quedó el traidor de verlo algo turbado

y en la falsa y mudable fe dudoso,

que en el ánimo vario y movedizo

hace el temor lo que virtud no hizo.

Pero ya la maldad apoderada,

dándole espuelas y ánimo bastante,

la duda tropelló representada

llevando el mal propósito adelante;

y así, encubriendo la intención dañada,

con mentirosas muestras y semblante,

loó el traidor encarecidamente

el sitio, el orden, armas y la gente.

Y después de inquirir y haber notado

lo que notar entonces convenía,

visto el grande aparato, y tanteado

la gente armada y cantidad que había,

advertido de todo y enterado,

llegó al presidio al rematar del día,

adonde le esperaba ya Reinoso

de su larga tardanza sospechoso.

Hizo con singular advertimiento

de su jornada relación copiosa,

dándole mayor ánimo y aliento

nuestra llegada a tiempo provechosa,

que si estuvistes a mi canto atento,

por la montaña y costa montuosa,

al socorro llegué aquel mismo día

con los treinta que dije en compañía.

Gastose aquella noche previniendo

las armas e instrumentos militares,

el foso, muro y plaza requiriendo,

señalando a la gente sus lugares,

hasta que fue la aurora descubriendo

con turbia luz los hondos valladares,

dando triste señal del día esperado

por tanta sangre y muerte señalado.

Jamás se vio en los términos australes

salir el sol tan tardo a su jornada,

rehusando de dar a los mortales

la claridad y luz acostumbrada;

al fin salió cercado de señales,

y la luna delante del menguada,

vuelto el mudable y blanco rostro al cielo

por no mirar al araucano suelo.

Hecha la prevención en confianza

por una y otra parte ocultamente,

con iguales designios y esperanza,

aunque con hado y suerte diferente;

veis aquí a Pran, que solo, y a la usanza

de los mitayos indios diligente,

cargado con un haz de blanco trigo

viene a buscar al alevoso amigo,

Que a la salida de su rancho estaba

mirando a los caminos ocupado,

pareciéndole ya que se pasaba

el tiempo del concierto aún no llegado;

tanto ya la maldad le aceleraba,

de una furia maligna espoleado,

que siempre en lo que mucho se desea

no hay brevedad que dilación no sea.

Llegado Pran, le aseguró de cierto

que la gente en dos tercios dividida

había el murado sitio descubierto

sin ser de nadie vista ni sentida;

y con paso callado y gran concierto,

doméstica, ordenada y recogida,

los pechos y las armas arrastrando

venía derecha al fuerte caminando.

Con muestra del designio diferente

dio Andresillo señal de su alegría,

diciendo que sin duda nuestra gente

ya, según su costumbre, dormiría;

luego, disimulada y quietamente,

sin más se detener, de compañía,

entraron en el fuerte preparado

el falso engañador y el engañado.

Vieron en sus estancias recogidos

todos los oficiales y soldados,

sobre sus lechos sin dormir, dormidos,

con aviso y cuidado descuidados;

los arneses acá desguarnecidos,

los caballos allá desensillados,

todo de industria al parecer revuelto,

en un mudo silencio y sueño envuelto.

Visto el reposo, Pran, visto el sosiego

y poca guardia que en el fuerte había,

alegre de ello tanto, cuanto ciego

en no ver la sospecha que traía,

sin detenerse un sólo punto, luego,

por una corta senda que él sabía,

haciendo de sus pies y aliento prueba,

fue a dar al campo la esperada nueva.

Apenas había el bárbaro traspuesto,

cuando Andresillo, en tono levantado

dijo: «¡Oh fuertes soldados, en quien puesto

está el fin de la guerra deseado!,

tomad las vencedoras armas presto

y romped el silencio ya excusado,

saliendo a toda prisa, porque os digo

que a las puertas tenéis al enemigo».

Marinero jamás tan diligente

de entre la vedijosa bernia salta

cuando los gritos del piloto siente

y la borrasca súbita le asalta,

como nosotros, que ligeramente,

oyendo de Andresillo la voz alta,

de los toldos con ímpetu salimos

y a las vecinas armas acudimos.

Quién al usado peto arremetía,

quién encaja la gola y la celada,

quién ensilla el caballo, y quién salía

con arcabuz, con lanza o con espada;

fue en un punto la gruesa artillería

a las abiertas puertas asestada,

llenos de tiros mil, de mil maneras

los traveses, cortinas y troneras.

Puesta en orden la plaza, y encargado

según el puesto a cada cual su oficio,

el silencio importante encomendado,

trabó las lenguas y aquietó el bullicio

quedando aquel presidio tan callado,

que la gente extramuros de servicio,

visto el sosiego y gran quietud, juzgaba

que todo en igual sueño reposaba.

No fue Pran en el curso negligente,

pues apenas estábamos armados,

cuando los enemigos de repente

se descubrieron cerca por dos lados:

venían tan escondida y sordamente,

bajas las armas y ellos inclinados,

que entraran, si la vista ya no fuera

más presta que el oído y más ligera.

Como el cursado cazador, que tiene

la caza y el lugar reconocido,

que poco a poco el cuerpo bajo viene

entre la yerba y matas escondido;

ya apresura el andar, ya le detiene,

mueve y asienta el paso sin ruïdo,

hasta ponerse cerca y encubierto,

donde pueda hacer el tiro cierto.

Con no menor silencio y mayor tiento

los encubiertos indios parecieron,

y sobre nuestro fuerte en un momento

a treinta y menos pasos se pusieron,

de do sin son de trompa, ni instrumento

en callado tropel arremetieron

mas de dos mil en número a las puertas,

con más cuidado que descuido abiertas.

No sé con qué palabras, con qué gusto

este sangriento y crudo asalto cuente,

y la lástima justa y odio justo,

que ambas cosas concurren juntamente;

el ánimo, ahora humano, ahora robusto,

me suspende y me tiene diferente,

que si al piadoso celo satisfago,

condeno y doy por malo lo que hago.

Si del asalto y ocasión me alejo,

dentro de ella y del fuerte estoy metido,

si en este punto y término lo dejo,

hago y cumplo muy mal lo prometido:

así, dudoso el ánimo y perplejo

de estos juntos contrarios combatido,

lo dejo al otro canto reservado,

que de consejo estoy necesitado.