CANTO XXVIII

Cuenta Glaura sus desdichas y la causa de su venida; Asaltan los araucanos a los españoles en la quebrada de Purén; pasa entre ellos una recia batalla; saquean los enemigos el bagaje; retíranse alegres, aunque desbaratados.

UIEN tiene libre y sosegada vida

le conviene vivir más recatado,

que siempre es peligrosa la caída

del que está del peligro descuidado;

y vemos muchas veces convertida

la alegre suerte en miserable estado,

en dura sujeción las libertades,

y tras prosperidad adversidades.

Es Fortuna tan varia, es tan incierta,

ya que se muestra alguna vez amiga,

que no ha llamado el bien a nuestra puerta

cuando el mal dentro en casa nos fatiga:

y pues sabemos ya por cosa cierta

que nunca hay bien a quien un mal no siga,

ruguemos que no venga y, si viniere,

que sea pequeño el mal que le siguiere.

Que yo, de acuchillado en esto, siento

que es de temer en parte la ventura;

el tiempo alegre pasa en un momento

y el triste hasta la muerte siempre dura;

y porque viene bien a nuestro cuento,

a la bárbara oíd, que en la espesura

alcancé, como os dije, que en su traje

mostraba ser persona de linaje.

Era muchacha grande, bien formada,

de frente alegre y ojos extremados,

nariz perfeta, boca colorada,

los dientes en coral fino engastados,

espaciosa de pecho y relevada,

hermosas manos, brazos bien sacados,

acrecentando más su hermosura

un natural donaire y apostura.

Yo, queriendo saber a qué venía

sola por aquel bosque y aspereza,

con más seguridad que prometía

su bello rostro y rara gentileza,

la aseguré del miedo que traía,

la cual, dando un suspiro, que a terneza

al más rebelde corazón moviera,

comenzó su razón en tal manera:

«No sé si ya me queje desdichada

o agradezca a los hados y a mi suerte,

que me abren puerta y que me dan entrada

para que pueda recibir la muerte;

pero si ya la historia desastrada

quieres saber y mi dolor tan fuerte,

que aún le agravia mi poco sentimiento,

te ruego que al proceso estés atento.

»Mi nombre es Glaura, en fuerte hora nacida,

hija del buen cacique Quilacura,

de la sangre de Friso esclarecida,

rica de hacienda, pobre de ventura;

respetada de muchos y servida

por mi linaje y vana hermosura;

mas ¡ay de mí!, cuánto mejor me fuera

ser una simple y pobre ganadera.

»En casa de mi padre a mi contento

como única heredera yo vivía,

que su felicidad y pensamiento

en sólo darme gusto lo ponía;

mi voluntad en todo y mandamiento

como inviolable ley se obedecía,

no habiendo de contento y gusto cosa

que fuese para mí dificultosa.

»Mas, presto el invidioso amor tirano,

turbador del sosiego, adredemente,

trajo a mi tierra y casa a Fresolano,

mozo de fuerzas y ánimo valiente;

de mi infelice padre primo hermano,

y mucho más amigo que pariente,

a quien la voluntad tenía rendida

no habiendo entre los dos cosa partida.

»Mi padre, como amigo aficionado

que yo le regalase me mandaba

y así yo con llaneza y gran cuidado

por hacerle placer lo procuraba;

mas él luego el propósito estragado,

cuya fidelidad ya vacilaba,

corrompió la amistad, salió de tino

echando por ilícito camino.

»O fue el trato que tuvo allí conmigo,

o, por mejor decir, mi desventura,

que esta sería más cierto, como digo,

que no la mal juzgada hermosura,

que ingrato al hospedaje del amigo,

del deudo y deuda haciendo poca cura,

me comenzó de amar y buscar medio

de dar a su cuidado algún remedio.

»Visto yo que por muestras y rodeo

muchas veces su pena descubría,

conocí que su intento y mal deseo

de los honestos límites salía;

mas ¡ay!, que, en lo que yo padezco, veo

lo que el mísero entonces padecía,

que a término he llegado al pie del palo

que aún no puedo decir mal de lo malo.

»Hallábale mil veces suspirando,

en mí los engañados ojos puestos,

otras andaba tímido tentando

entrada a sus osados presupuestos;

yo, la ocasión dañosa desviando,

con gravedad y términos honestos

(que es lo que más refrena la osadía)

sus erradas quimeras deshacía.

»Estando sola en mi aposento un día,

temerosa de algún atrevimiento,

ante mí de rodillas se ponía

con grande turbación y desatiento,

diciéndome temblando: "¡Oh Glaura mía!,

ya no basta razón ni sufrimiento,

ni de fuerza una mínima me queda

que a la del fuerte amor resistir pueda.

»Tú, señora, sabrás que el día primero

de mí felice y próspera venida

me trajo amor al término postrero

de esta penosa y desdichada vida;

mas ya que por tu amor y causa, muero

quiero saber si de ello eres servida,

porque, siéndolo tú, no sé yo cosa

que pueda para mí ser tan dichosa".

»Viéndole al parecer determinado

a cualquiera violencia y desacato,

disimuladamente por un lado

salí de él sin mostrar algún recato,

diciéndole de lejos: "¡Oh malvado,

incestuoso, desleal, ingrato,

corrompedor de la amistad jurada

y ley de parentesco conservada!"

»Iba éstas y otras cosas yo diciendo

que el repentino enojo me mostraba,

cuando con prisa súbita y estruendo

un cristiano escuadrón nos salteaba,

que en cerrado tropel arremetiendo,

nuestra alta casa en torno rodeaba,

saltando Fresolano en mi presencia

a la debida y justa resistencia,

»diciendo: ¡Oh fiera tigre endurecida,

inhumana y cruel con los humanos!,

vuelve, acaba de ser tú la homicida,

no dejes que hacer a los cristianos,

vuelve, verás que acabo aquí la vida

(pues no puedo a las tuyas) a sus manos,

que aunque no sea la muerte tan honrosa,

a lo menos será más piadosa.

»Así furioso, sin mirar en nada

se arroja en medio de la armada gente,

donde luego una bala arrebatada

le atravesó el desnudo pecho ardiente;

cayó, ya la color y voz turbada,

diciendo: "Glaura, Glaura, últimamente

recibe allá mi espíritu, cansado,

de dar vida a este cuerpo desdichado".

»Llegó mi padre en esto al gran ruïdo,

sólo armado de esfuerzo y confianza,

mas luego en el costado fue herido

de una furiosa y atrevida lanza:

cayó el cuerpo mortal descolorido,

y vista mi fortuna y malandanza

por el postigo de una falsa puerta,

salí a mi parecer más que ellos muerta.

»Acá y allá turbada, al fin, por una

montaña comencé luego a emboscarme

dejándome llevar de mi fortuna,

que siempre me ha guiado a despeñarme;

así que, ya sin tino y senda alguna

procuraba cuitada de alejarme,

que con el gran temor me parecía

que, yendo a más correr, no me movía.

»Mas como suele acontecer contino[91],

que, huyendo el peligro y mal presente

se suele ir a parar en un camino

que nos coge y anega la creciente,

así a mí, desdichada, pues me avino,

que, por salvar la vida impertinente,

de un mal en otro mal, de lance en lance

vine a mayor peligro y mayor trance.

»Iba, pues, siempre mísera corriendo

por espinas, por zarzas, por abrojos,

aquí y allí, acá y allá, volviendo

a cada paso los atentos ojos,

cuando por unos árboles saliendo

vi dos negros cargados de despojos,

que luego en el instante que me vieron

a la mísera presa arremetieron.

»Fui de ellos prestamente despojada

de todo cuanto allí venía vestida,

aunque yo, triste, no estimaba en nada

el perder los vestidos y la vida;

pero el honor y castidad preciada

estuvo a punto ya de ser perdida,

mas mis voces y quejas fueron tantas

que a lástima y piedad movía las plantas.

»Usó el cielo conmigo de clemencia

guiando a Cariolán a mis clamores,

que, visto el acto enorme y la insolencia

de aquellos enemigos violadores

corrió con provechosa diligencia,

diciendo: "Perros, bárbaros, traidores,

dejad, dejad al punto la doncella;

si no, la vida dejaréis con ella".

»Fueron sobre él los dos encontinente,

mas él, flechando el arco que traía,

al más adelantado y diligente,

la flecha hasta las plumas le escondía;

hízose atrás dos pasos diestramente

y al otro la segunda flecha envía

con brújula tan cierta y diestro tino,

que al bruto corazón halló el camino.

»Cayó muerto, y el otro mal herido,

cerró con él furioso y emperrado;

mas Cariolán valiente y prevenido,

en la arte de la lucha ejercitado,

aunque el negro era grande y muy fornido,

de su destreza y fuerzas ayudado,

alzándole en los brazos hacia el cielo

le trabucó de espaldas en el suelo.

»Y sacando una daga acicalada,

queriendo a hierro rematar la cuenta,

por el desnudo vientre y por la ijada

tres veces la metió y sacó sangrienta;

huyó por allí la alma acelerada

y libre Cariolán de aquella afrenta,

se vino para mí con gran crianza,

pidiéndome perdón de la tardanza.

»Supo decir allí tantas razones,

haciendo amor conmigo así el oficio,

que medrosa de andar en opiniones,

que es ya dolencia de honra y ruin indicio,

por evitar al fin murmuraciones

y no mostrarme ingrata al beneficio

en tal sazón y tiempo recebido,

le tomé por mi guarda y mi marido.

»Y temiendo que gente acudiría,

por el espeso monte nos metimos,

donde sin rastro ni señal de vía

un gran rato perdidos anduvimos;

pero, señor, al declinar del día

a la ribera de Lauquen salimos,

por do venía una escuadra de cristianos

con diez indios atrás, presas las manos.

»Descubriéronnos súbito en saliendo,

que en todo al fin nos perseguía la suerte,

sobre nosotros de tropel corriendo:

"Aguarda, aguarda, ten", gritando fuerte:

pero mi nuevo esposo allí temiendo

mucho más mi deshonra que su muerte,

me rogó que en el bosque me escondiese

mientras que él con morir los detuviese.

»Luego el temor, a trastornar bastante

una flaca mujer inadvertida,

me persuadió poniéndome delante

la horrenda muerte y la estimada vida;

así cobarde, tímida, inconstante,

a los primeros ímpetus rendida,

me entré viéndolos cerca a toda priesa

por lo más agrio de la selva espesa.

»Y en lo hueco de un tronco; que tejido

de zarzas y maleza en torno estaba,

me escondí sin aliento ni sentido,

que aún apenas de miedo resollaba;

de donde escuché luego un gran ruïdo

que el bosque cerca y lejos atronaba,

de espadas, lanzas y tropel de gente

como que combatiesen fuertemente.

»Fue poco a poco, al parecer, cesando

aquel rumor y grita que se oía,

cuando la obligación ya calentando

la sangre que el temor helado había,

revolví sobre mí, considerando

la maldad y traición que cometía

en no correr con mi marido a una

un peligro, una muerte, una fortuna.

»Salí de aquel lugar, que a Dios pluguiera

que en él quedara viva sepultada,

corriendo con presteza a la ribera

adonde le dejé desatinada;

mas, cuando no vi rastro ni manera

de le poder hallar sola y cuitada,

podrás ver qué sentí, pues era cierto

que no pudo escapar de preso o muerto.

»Solté ya sin temor la voz; en vano,

llamando al sordo cielo injusto y crudo

preguntaba: ¿Do está mi Cariolano?»,

y todo al responderlo hallaba mudo;

ya entraba a la espesura, ya en lo llano

salía corriendo, que el dolor agudo

en mis entrañas siempre más furioso,

no me daba momento de reposo.

»No te quiero cansar ni lastimarme

en decirte las bascas que sentía;

no sabiendo qué hacer ni aconsejarme,

frenética y furiosa discurría;

muchas veces propuse de matarme,

mas, por torpeza y gran maldad tenía

que aquel dolor en mí tan poco obrase

que a quitarme la vida no bastase.

»En tanta pena y confusión envuelta,

de contrarios y dudas combatida,

al cabo ya de le buscar resuelta,

pues no daba el dolor fin a mi vida,

hacia el campo español he dado vuelta

de noche y desde lejos escondida

por el honor, que mal me le asegura

mi poca edad y mucha desventura.

»Y teniendo noticia que esta gente

era la vuelta de Cautén pasada,

también que había de ser forzosamente

por este paso estrecho la tornada,

quise venir en traje diferente,

pensando que entre tantos, disfrazada

alguna nueva o rastro hallaría

de este que la fortuna me desvía.

»¿Qué remedio me queda, ya cautiva,

sujeta al mando y voluntad ajena?

Que, para que mayor pena reciba

aún la muerte no viene, porque es buena;

pero aunque el cielo cruel quiera que viva,

al fin me ha de acabar ya tanta pena,

bien que el estado en que me toma es fuerte;

mas nadie escoge el tiempo de su muerte».

Así la bella joven lastimada

iba sus desventuras recontando,

cuando una gruesa bárbara emboscada,

que estaba a los dos lados aguardando,

alzó al cielo una súbita algarada,

las salidas y pasos ocupando,

creciendo indios así, que parecían

que de las yerbas bárbaros nacían.

Llegó al instante un yanacona mío,

ganado no había un mes en buena guerra,

diciéndome: «Señor, échate al río,

que yo te salvaré, que sé la tierra,

que pensar resistir es desvarío

a la gente que cala de la sierra;

bien puedes, ¡oh señor!, de mí fiarte,

que me verás morir por escaparte».

Yo, que al mancebo el rostro revolvía

a agradecer la oferta y buen deseo,

vi a Glaura que sin tiento arremetía,

diciendo: «¡Oh justo Dios!, ¿qué es lo que veo?

¿Eres mi dulce esposo? ¡Ay vida mía!,

en mis brazos te tengo y no lo creo.

¿Qué es esto? ¿Estoy soñando o estoy despierta?

¡Ay, que tan grande bien no es cosa cierta!».

Yo, atónito de tal acaecimiento,

alegre tanto de él como admirado,

visto de Glaura el mísero lamento

en felice suceso rematado,

no habiendo allí lugar de cumplimiento

por ser revuelto el tiempo y limitado,

dije: «Amigos, adiós, y lo que puedo,

que es daros libertad, yo os la concedo».

Sin otro ofrecimiento ni promesa

piqué al caballo, que salió ligero;

pero aunque más los indios me den priesa

quiero, Señor, que aquí sepáis primero

cómo a la entrada de la selva espesa

Cariolán vino a ser mi prisionero,

cuando medrosa de perder la vida,

en el tronco quedó Glaura escondida.

Sabed, sacro Señor, que yo venía

con algunos amigos y soldados,

después de haber andado todo el día

en busca de enemigos desmandados;

mas, ya que a nuestro asiento me volvía

con diez prisiones[92] bárbaros atados,

a la entrada de un monte y fin de un llano,

descubrimos muy cerca a Cariolano.

Corrió luego sobre él toda la gente

pensando que alas le prestara el miedo;

pero con gran desprecio y alta frente

apercibiendo el arco, estuvo quedo;

llegando, pues, a tiro, diestramente

hirió a Francisco Osorio y Azebedo,

arrancando una daga, desenvuelto,

el largo manto al brazo ya revuelto.

Tanta fue la destreza, tanta el arte

del temerario bárbaro araucano,

que no fue el gran tropel de gente parte

a que dejase un solo paso el llano;

que, saltando de aquella y de esta parte

todos los golpes hizo dar en vano,

unos hurtando el cuerpo desmentidos,

otros del manto y daga rebatidos.

Yo que ver tal batalla no quisiera

al animoso mozo aficionado,

en medio me lancé diciendo: «Afuera,

caballeros, afuera, haceos a un lado,

que no es bien que el valiente mozo muera,

antes merece ser remunerado

y darle así la muerte ya sería

no esfuerzo ni valor, mas villanía».

Todos se detuvieron conociendo

cuan mal el acto infame les estaba;

sólo el indio no cesa, pareciendo

que de alargar la vida le pesaba;

al fin, la daga y paso recogiendo,

pues ya la cortesía le obligaba,

revuelto a mí me dijo: «¿Qué te importa

que sea mi vida larga o que sea corta?

»Pero de mí será reconocida

la obra pía y voluntad humana,

pía por la intención, pero entendida

se puede decir impía e inhumana,

que a quien ha de vivir mísera vida

no le puede estar mal muerte temprana,

así que en no matarme, como digo,

crüel misericordia usas conmigo.

»Mas porque no me digan que ya niego

haber de ti la vida recibido,

me pongo en tu poder y así me entrego

a mi fortuna mísera rendido».

Esto dicho, la daga arrojó luego

doméstico el que indómito había sido,

quedando desde allí siempre conmigo,

no en figura de siervo, mas de amigo.

Ya el ejercicio y belicoso estruendo

de las armas y voces resonaban,

unos van en montón allá corriendo,

otros acá socorro demandaban;

era la senda estrecha, y no pudiendo

ir atrás ni adelante, reparaban

que el bagaje, la chusma y el ganado

tenía impedido el paso y ocupado.

Es el camino de Purén derecho

hacia la entrada y paso del Estado,

después va en forma oblica largo trecho

de dos ásperos cerros apretado;

y vienen a ceñirle en tanto estrecho

que apenas pueden ir dos lado a lado,

haciendo aún más angosta aquella vía

un arroyo que lleva en compañía.

Así a trechos en partes del camino

revueltos, unos y otros voceando

andaban en confuso remolino,

la tempestad de tiros reparando;

no basta de la pasta el temple fino,

grebas, petos, celadas abollando,

la furia que zumbaba a la redonda

de galga, lanza, dardo, flecha y honda.

Unos al suelo van descalabrados,

sin poder en las sillas sostenerse,

otros, cual rana o sapo, aporreados

no pueden, aunque quieren, removerse;

otros a gatas, otros derrengados,

arrastrando procuran acogerse

a algún reparo o hueco de la senda

que de aquel torbellino los defienda.

Que en este paso estrecho el enemigo,

la gente y munición por orden puesta,

tenía a nuestros soldados, como digo,

de ventaja las piedras y la cuesta,

donde puedo afirmar como testigo

que era la lluvia tan espesa y presta

de las piedras, que, cierto, parecía

que el cerro abajo en piezas se venía.

Como cuando se ve el airado cielo

de espesas nubes lóbregas cerrado

querer hundir y arruïnar el suelo

de rayos, piedra y tempestad cargado;

las aves mata en medio de su vuelo,

la gente, bestias, fieras y ganado

buscan corriendo acá y allá, perdidas

los reparos, defensas y guaridas.

Así los españoles constreñidos

de aquel granizo y tempestad furiosa,

buscan por todas partes mal heridos

algún árbol o peña cavernosa

do reparados algo y defendidos,

con la virtud antigua generosa,

cobrando nuevo esfuerzo y esperanza

a la victoria aspiran y venganza.

Y desde allí con la presteza usada,

las apuntadas miras asestando,

les comienzan a dar una rociada,

muchos en poco tiempo derribando;

ya por la áspera cuesta derrumbada

venían cuerpos y peñas volteando

con un furor terrible y tan extraño,

que muertos aún hacían notable daño.

Así andaba la cosa, y entretanto

que en esta estrecha plaza peleaban,

con no menor revuelta al otro canto,

donde mayores voces resonaban,

se habían los indios desmandado tanto,

que ya el bagaje y cargas saqueaban,

haciendo grande riza y sacrificio

en la gente de guarda y de servicio.

Quién con carne, con pan, fruta o pescado

sube ligeramente a la alta cumbre;

quién de petaca o de fardel cargado

corre sin embarazo y pesadumbre;

del alto y bajo, de uno y otro lado

al saco[93] acude allí la muchedumbre,

cual banda de palomas al verano

suele acudir al derramado grano.

Viéndonos ya vencidos sin remedio

por la gran multitud que concurría,

procuré de tentar el postrer medio

que en nuestra vida y salvación había;

y así, rompiendo súbito por medio

de la revuelta y empachada vía,

llegué do estaban hasta diez soldados

en un hueco del monte arrinconados,

Diciéndoles el punto en que la guerra

andaba de ambas partes tan reñida,

que ganada la cumbre de la sierra

la victoria era nuestra conocida;

porque toda la gente de la tierra

andaba ya en el saco embebecida,

y sólo en ver así ganado el alto

los bastaba a vencer el sobresalto.

Luego, resueltos a morir, de hecho

todos los once juntos de cuadrilla,

los caballos lanzamos al repecho,

cada cual solevado alto en la silla;

y, aunque el fragoso cerro era derecho,

por la tendida y áspera cuchilla

llegamos a la cumbre deseada,

de breña espesa y árboles poblada.

Saltamos a pie todos al momento,

que ya allí los caballos no prestaban,

que, llenos de sudor, faltos de aliento,

no pudiendo moverse, jadeaban,

donde, sin dilación ni impedimento

al lado que los indios más cargaban,

en un derecho y gran derrumbadero

nos pusimos a vista y caballero.

Dándoles una carga de repente

de arcabuces y piedras, que os prometo

que, aunque llevó de golpe mucha gente,

hizo el súbito miedo más efecto,

y así, remolinando torpemente,

les pareció, según el grande aprieto,

moverse en contra de ellos cielo y tierra,

viendo por alto y bajo tanta guerra.

Luego, con animosa confianza,

en nuestra ayuda algunos arribaron,

que, deseosos de áspera venganza,

el daño y miedo en ellos aumentaron;

tanto que, ya perdida la esperanza,

a retirarse algunos comenzaron,

poniendo prestos pies en la huida,

remedio de escapar la ropa y vida.

Cuál por aquella parte, cuál por ésta,

cargado de fardel o saco guía;

cuál por lo más espeso de la cuesta

arrastrando el ganado sé metía;

cuál con hambre y codicia deshonesta

por sólo llevar más se detenía,

costando a más de diez allí la vida

la carga y la codicia desmedida.

Así la fiesta se acabó, quedando

saqueados en parte y vencedores,

la victoria y honor solemnizando,

con trompetas, clarines y atambores;

al rumor de las cuales, caminando

con buena guardia y diestros corredores,

llegamos al rëal todos heridos,

donde fuimos con salva recebidos.

Los bárbaros, a un tiempo retirados

por un áspero risco y monte espeso,

se fueron a gran paso, consolados

con el sabroso robo del suceso;

y adonde estaba el general llegados,

que, sabido el desorden y el exceso

que rindió la victoria al enemigo,

hizo de algunos ejemplar castigo.

Y habiendo en Talcamávida juntado

del destrozado campo el remanente,

a consultar las cosas del Estado

llamó a la principal y digna gente;

donde, después de haber allí tratado

de lo más importante y conveniente,

les dijo libremente todo cuanto

podrá ver quien leyere el otro canto.