CANTO XXVI

Dase noticia del fin de la batalla y retirada de los araucanos; la obstinación y pertinacia de Galbarino y su muerte. Asi mismo, se pinta el jardín y estancia del Mago Fitón.

ADIE puede llamarse venturoso

hasta ver de la vida el fin incierto,

ni está libre del mar tempestuoso

quien surto no se ve dentro del puerto:

venir un bien tras otro es muy dudoso,

Y un mal tras otro mal es siempre cierto;

jamás próspero tiempo fue durable,

ni dejó de durar el miserable.

El ejemplo tenemos en las manos,

y nos muestra bien claro aquí la historia

cuan poco les duró a los araucanos

el nuevo gozo y engañosa gloria;

pues, llevando de rota a los cristianos

y habiendo ya cantado la victoria,

de los contrarios hados rebatidos,

quedaron vencedores los vencidos.

Que, como os dije, el escuadrón postrero,

adonde por testigo yo venía,

ganando tierra siempre más entero

al bárbaro enemigo retraía;

que, aunque el fuerte Lincoya el delantero

a la adversa fortuna resistía,

no pudo resistir últimamente

el ímpetu y la furia de la gente.

Por una espesa y áspera quebrada,

que en medio de dos lomas se hacía,

la bárbara canalla, quebrantada

la dañosa soberbia y osadía,

ya del torpe temor señoreada,

esforzadas espaldas revolvía,

huyendo de la muerte el rostro airado,

que clara a todos ya se había mostrado.

Siguen los nuestros la victoria apriesa,

que aún no quieren venir en el partido,

y de la inculta breña y selva espesa

inquieren lo secreto y escondido;

el gran estrago y mortandad no cesa,

suena el destrozo y áspero ruïdo,

tirando a tiento golpes y estocadas

por la espesura y matas intricadas.

Jamás de los monteros en ojeo

fue caza tan buscada y perseguida,

cuando con ancho círculo y rodeo

es a término estrecho reducida,

que con impacientísimo deseo,

atajados los pasos y huida,

arrojan en las fieras montesinas

lanzas, dardos, venablos, jabalinas.

Como los nuestros, hasta allí cristianos

que, los términos lícitos pasando,

con crueles armas y actos inhumanos

iban la gran victoria deslustrando;

que ni el rendirse, puestas ya las manos,

la obediencia y servicio protestando,

bastaba aquella gente desalmada

a reprimir la furia de la espada.

Así el entendimiento y pluma mía,

aunque usada al destrozo de la guerra,

huye del grande estrago que este día

hubo en los defensores de su tierra;

la sangre, que en arroyos ya corría

por las abiertas grietas de las sierras,

las lástimas, las voces y gemidos

de los míseros bárbaros rendidos.

Los de la izquierda mano, que miraron

su mayor escuadrón desbaratado,

perdiendo todo el ánimo, dejaron

la tierra y el honor que habían ganado:

así, la trompa a retirar tocaron,

y con paso, aunque largo, concertado,

altas y campeando las banderas

se dejaron calar por las laderas.

No será bien pasar calladamente

la braveza de Rengo sin medida,

pues que, desbaratada ya su gente

y puesta en rota y mísera huida,

fiero, arrogante, indómito, impaciente,

sin mirar al peligro de la vida,

dando más furia a la ferrada maza,

solo sustenta la ganada plaza.

Y allí, como invencible y valeroso,

solo estuvo gran rato peleando,

pero viendo el trabajo infrutuoso

y gente ya ninguna de su bando,

con paso tardo, grave y espacioso,

volviendo el rostro atrás de cuando en cuando,

tomó a la mano diestra una vereda

hasta entrar en un bosque y arboleda.

Donde ya de la gente destrozada

había el temor algunos escondido,

pero, viendo de Rengo la llegada,

cobrando luego el ánimo perdido,

con nuevo esfuerzo y muestra confiada,

en escuadrón formado y recogido,

vuelven el rostro y pechos esforzados

a la corriente de los duros hados.

Yo, que de aquella parte discurriendo

a vueltas del rumor también andaba

la grita y nuevo estrépito sintiendo,

que en el vecino bosque resonaba,

apresuré los pasos, acudiendo

hacia donde el rumor me encaminaba,

viendo al entrar del bosque detenidos

algunos españoles conocidos.

Estaba a un lado Juan Remón gritando:

«Caballeros, entrad, que todo es nada».

Mas ellos el peligro ponderando

dificultaban la dudosa entrada;

yo, pues, a la sazón a pie arribando

donde estaba la gente recatada,

Juan Remón, que me vio luego de frente,

quiso obligarme allí públicamente,

diciendo: «¡Oh don Alonso! Quien procura

ganar estimación y aventajarse,

éste es el tiempo y ésta es coyuntura

en que puede con honra señalarse;

no impida vuestra suerte esta espesura

donde quieren los indios entregarse,

que el que abriere la entrada defendida

le será la victoria atribuida».

Oyendo, pues, mi nombre conocido

y que todos volvieron a mirarme,

del honor y vergüenza compelido,

no pudiendo del trance ya excusarme,

por lo espeso del bosque y más temido

comencé de romper y aventurarme,

siguiéndome Arias, Pardo, Maldonado,

Manrique, don Simón, y Coronado.

Los cuales de vivir desesperados,

los obstinados indios embistieron,

que en una espesa muela bien cerrados

las españolas armas atendieron;

en esto, ya al rumor por todos lados

de nuestra gente muchos acudieron,

comenzando con furia presurosa

una guerra sangrienta y peligrosa.

Renuévase el destrozo, reduciendo

a término dudoso el vencimento,

el menos animoso acometiendo

el más dificultoso impedimento.

¿Cuál será aquel que pueda ir escribiendo

de los brazos la furia y movimiento

y de este y de aquel otro la herida

y quién a cuál allí quitó la vida?

Unos hienden por medio, otros barrenan

de parte a parte los airados pechos,

por los muslos y cuerpo otros cercenan,

otros, miembro por miembro, caen deshechos;

los duros golpes todo el bosque atruenan,

andando de ambas partes tan estrechos

que vinieron algunos de impacientes

a los brazos, a puños y a los dientes.

Pero la muerte allí difinidora

de la cruda batalla porfiada,

ayudando a la parte vencedora,

remató la contienda y gran jornada;

que la gente araucana en poca de hora,

en aquel sitio estrecho destrozada,

quiso rendir al hierro antes la vida,

que al odioso español quedar rendida.

Tendidos por el campo amontonados

los indómitos bárbaros quedaron,

y los demás con pasos ordenados,

como ya dije atrás, se retiraron,

de manera que ya nuestros soldados,

recogiendo el despojo que hallaron

y un número copioso de prisiones[68],

volvieron a su asiento y pabellones,

Fueron entre estos presos escogidos

doce, los más dispuestos y valientes,

que en las nobles insignias y vestidos

mostraban ser personas preeminentes:

éstos fueron allí constituidos

para amenaza y miedo de las gentes,

quedando por ejemplo y escarmiento

colgados de los árboles al viento.

Yo, a la sazón, al señalar llegando,

de la cruda sentencia condolido,

salvar quise uno de ellos, alegando

haberse a nuestro ejército venido;

mas él luego los brazos levantando,

que debajo del peto había escondido,

mostró en alto la falta de las manos

por los cortados troncos aún no sanos.

Era, pues, Galbarino este que cuento,

de quien el canto atrás os dio noticia,

que, para ejemplo y público escarmiento

le cortaron las manos por justicia;

el cual, con el usado atrevimiento

mostrando la encubierta inimicicia[69],

sin respeto ni miedo de la muerte,

habló, mirando a todos, de esta suerte:

«¡Oh gentes fementidas, detestables,

indignas de la gloria de este día!

Hartad vuestras gargantas insaciables

en esta aborrecida sangre mía,

que, aunque los fieros hados varïables

trastornen la araucana monarquía,

muertos podremos ser, mas no vencidos,

ni los ánimos libres oprimidos.

»No penséis que la muerte rehusamos,

que en ella estriba ya nuestra esperanza,

que si la odiosa vida dilatamos

es por hacer mayor nuestra venganza;

que, cuando el justo fin no consigamos,

tenemos en la espada confianza

que os quitará en nosotros convertida,

la gloria de poder darnos la vida.

»¡Sus!, pues: ya ¿qué esperáis, o que os detiene

de no me dar mi premio y justo pago?

la muerte y no la vida me conviene,

pues con ella a mi deuda satisfago;

pero, si algún disgusto y pena tiene

este importante y deseado trago,

es no veros primero hechos pedazos

con estos dientes y troncados brazos».

De tal manera el bárbaro esforzado

la muerte en altavoz solicitaba,

de la infelice vida ya cansado,

que largo espacio a su pesar duraba;

y en el gentil propósito obstinado,

diciéndonos injurias, procuraba

un fin honroso de una honrosa espada

y rematar la mísera jornada.

Yo, que estaba a par del considerando

el propósito firme y osadía,

me opuse contra algunos, procurando

dar la vida a quien ya la aborrecía;

pero, al fin, los ministros porfiando

que a la salud de todos convenía,

forzado me aparté, y él fue llevado

a ser con los caciques justiciado.

A la entrada de un monte, que vecino

está de aquel asiento, en un repecho

por el cual atraviesa un gran camino

que al valle de Lincoya va derecho,

con gran solemnidad y desatino

fue el insulto y castigo injusto hecho,

pagando allí la deuda con la vida

en muchas opiniones no debida.

Por falta de verdugo, que no había

quien el oficio hubiese acostumbrado,

quedó casi por uso de aquel día

un modo de matar jamás usado:

que a cada indio de aquella compañía

un bastante cordel le fue entregado,

diciéndole que el árbol eligiese,

donde a su voluntad se suspendiese.

No tan prestos los prácticos guerreros

del cierto asalto la señal tocando

por escalas, por picas y maderos

suben a la muralla gateando,

cuanto aquellos caciques, que ligeros

por los más grandes árboles trepando,

en un punto a las cimas arribaron

y de las altas ramas se colearon.

Mas, uno de ellos, algo arrepentido

de su ligera prisa y diligencia,

a nuestra devoción ya reducido

vuelto pidió para hablar licencia;

y habiéndosela todos concedido,

con voz algo turbada y aparencia,

los ánimos cristianos conmoviendo,

habló contritamente diciendo:

«Valerosa nación, invicta gente,

donde el extremo de virtud se encierra,

sabed que soy cacique, y descendiente

del tronco más antiguo de esta tierra;

no tengo padre, hermano, ni pariente,

que todos son ya muertos en la guerra

y pues se acaba en mí la decendencia,

os ruego uséis conmigo de clemencia».

Quisiera proseguir, si Galbarino

que le miraba con airada cara,

de súbito saliéndole al camino,

la doméstica voz no le atajara,

diciendo: «Pusilánime, mezquino,

deslustrador de la progenie clara,

¿por qué a tan gran bajeza así te mueve

el miedo torpe de una muerte breve?

»Dime, infame traidor, de fe mudable,

¿tienes por más partido y mejor suerte

el vivir en estado miserable

que el morir como debe un varón fuerte?

Sigue el hado aunque adverso tolerable,

que el fin de los trabajos es la muerte;

y es poquedad que un afrentoso medio

te saque de la mano este remedio».

Apenas la razón había acabado,

cuando el noble cacique arrepentido,

al cuello el corredizo lazo echado,

quedó de una alta rama suspendido;

tras él fue el audaz bárbaro obstinado,

aún a la misma muerte no rendido,

y los robustos robles de esta prueba

llevaron aquel año fruta nueva.

Habida la victoria, como cuento

y el enemigo roto retirado,

dejando el infelice alojamiento

todo de cuerpos bárbaros sembrado,

llegamos sin desmán ni impedimento

a la bajada y sitio desdichado

do Valdivia fundó la casa fuerte

y le dieron después infame muerte.

Levantamos un muro brevemente

que el sitio de la casa circundaba,

donde el bagaje, chusma y remanente

con menos daño y más seguro estaba,

de allí el contorno y tierra inobediente

sin poderlo estorbar, se salteaba,

haciendo siempre instancia y diligencia

de traerla sin sangre a la obediencia.

Una mañana, al comenzar del día,

saliendo yo a correr aquella tierra,

donde por cierto aviso se tenía

que andaba gente bárbara de guerra,

dejando un trecho atrás la compañía,

cerca de un bosque espeso y alta sierra,

sentí cerca una voz envejecida,

diciendo: «¿Dónde vais, que no hay salida?»

Volví el rostro y las riendas hacia el lado

donde la extraña voz había salido,

y vi a Fitón el mágico, arrimado

al tronco de un gran roble carcomido,

sobre el herrado junco recostado,

que, como fue de mí reconocido,

del caballo salté ligeramente,

saludándole alegre y cortésmente.

Él me dijo: «Por cierto, bien pudiera

tomar de vos legítima venganza

y en esa vuestra gente que anda fuera

que habéis hecho en los nuestros tal matanza;

pero, aunque más razón y causa hubïera,

haciendo vos de mí tal confianza,

no quiero, ni será justo dañaros,

antes en lo que es lícito ayudaros.

»Que es orden de los cielos que padezca

esta indómita gente su castigo,

y antes que contra Dios se ensoberbezca

le abaje la soberbia el enemigo;

y aunque vuestra ventura ahora crezca,

no durará gran tiempo, porque os digo

que, como a los demás, el duro hado

os tiene su descuento aparejado.

»Si la Fortuna así a pedir de boca

os abre el paso próspero a la entrada,

grandes trabajos y ganancia poca

al cabo sacaréis de esta jornada;

y porque a mí decir más no me toca,

me quiero retirar a mi morada,

que también de esta banda tiene puerta,

pero a todos oculta y encubierta».

Yo, de le ver así maravillado,

y más de la siniestra profecía,

mi caballo en un líbano arrendado,

le quise hacer un rato compañía;

y al fin de muchos ruegos aceptado,

siendo el viejo decrépito la guía,

hendimos la espesura y breña extraña

hasta llegar al pie de la montaña.

En un lado secreto y escondido

donde no había resquicio ni abertura,

con el potente báculo torcido

blandamente tocó en la peña dura;

y luego, con horrísono ruïdo,

se abrió una estrecha puerta y boca oscura,

por do tras él entré, erizado el pelo,

pisando a tiento el peñascoso suelo.

Salimos a un hermoso y verde prado

que recreaba el ánimo y la vista,

do estaba en ancho cuadro fabricado

un muro de belleza nunca vista,

de vario jaspe y pórfido escacado[70],

y al fin de cada escaque una amatista;

en las puertas de cedro barreadas

mil sabrosas historias entalladas.

Abriéronse, en llegando el mago apunto,

y en un jardín entramos espacioso

do se puede decir que estaba junto

todo lo natural y artificioso;

hoja no discrepaba de otra un punto,

haciendo cuadro o círculo ingenioso,

en medio un claro estanque, do las fuentes

murmurando enviaban sus corrientes.

No produce Natura tantas flores,

cuando más rica primavera envía

ni tantas variedades de colores

como en aquel jardín vicioso había;

los frescos y suavísimos olores,

las aves y su acorde melodía,

dejaban las potencias y sentidos

de un ajeno descuido poseídos.

De mi fin y camino me olvidara,

según suspenso estuve una gran pieza,

si el anciano Fitón no me llamara

haciéndome señal con la cabeza;

Metiome por la mano en una clara

bóveda de alabastro, que a la pieza

del milagroso globo respondía,

adonde ya otra vez estado había.

Quisiera ver la bola, mas no osaba

sin licencia del mago avecinarme;

mas él, que mis deseos penetraba,

teniendo voluntad de contentarme,

asido por la mano me acercaba

y, comenzando él mesmo a señalarme,

el mundo me mostró, como si fuera

en su forma rëal y verdadera.

Pero para decir por orden cuanto

vi dentro de la gran poma lúcida,

es cierto menester un nuevo canto

y tener la memoria recogida;

así, Señor, os ruego que entre tanto,

que refuerzo la voz enflaquecida,

perdonéis si lo dejo en este punto

que no puedo deciros tanto junto.