CANTO XXIII

Llega Galbarino adonde estaba el Senado Araucano: hace en el consejo una habla, con la cual desbarata los pareceres de algunos; salen los españoles en busca del enemigo; pintase la cueva del hechicero Fitón y las cosas que en ella había.

AMÁS debe, señor, menospreciarse

el enemigo vivo, pues sabemos

puede de una centella levantarse

fuego, con que después nos abrasemos;

y entonces es cordura recelarse

cuando en mayor felicidad nos vemos,

pues los que gozan próspera bonanza

están aún más sujetos a mudanza.

Sólo la muerte próspera asegura

el breve curso del felice hado,

que, mientras que la incierta vida dura

nunca hay cosa que dure en un estado;

Así, pues, quien jamás tuvo ventura

podrá llamarse bienaventurado

y sin prosperidad vivir contento,

pues no teme infelice acaecimiento.

Y pues que ya tenemos certidumbre

que nunca hay bien seguro ni reposo,

que es ley usada, es orden y costumbre

por donde ha de pasar el más dichoso,

gastar el tiempo en esto es pesadumbre,

y así, por no ser largo y enojoso,

sólo quiero contar a lo que vino

el despreciar al mozo Galbarino.

El cual, aunque herido y desangrado,

tanto el coraje y rabia le inducía,

que llegó a Andalicán, donde alojado

Caupolicán su ejército tenía;

era al tiempo que el ínclito senado

en secreto consejo proveía

las cosas de la guerra y menesteres,

dando y tomando en ello pareceres.

Cuál con justo temor dificultaba

la pretensión de algunos imprudente;

cuál, por mostrar valor, facilitaba

cualquier dificultoso inconveniente;

cuál un concierto lícito aprobaba,

cuál era de este voto diferente,

procurando unos y otros con razones

esforzar sus discursos y opiniones.

En esta confusión y diferencia

Galbarino arribó apenas con vida,

el cual, pidiendo para entrar licencia,

le fue graciosamente concedida;

donde con la debida reverencia,

esforzando la voz enflaquecida,

falto de sangre, y muy cubierto de ella,

comenzó de esta suerte su querella:

«Si solíades vengar, sacros varones,

las ajenas injurias tan de veras

y en las extrañas tierras y naciones

hicieron sombra ya vuestras banderas;

¿cómo ahora en las propias posesiones

unas bastardas gentes extranjeras

os vienen a oprimir y conquistaros

y tan tibios estáis en el vengaros?

»Mirad mi cuerpo aquí despedazado,

miembro del vuestro, que por más afrenta

me envían lleno de injurias al Senado,

para que de ellas sepa daros cuenta;

mirad vuestro valor vituperado,

y lo que en mí el tirano os representa

jurando no dejar cacique alguno

sin desmembrarlos todos, uno a uno.

»Por cierto bien en vano han adquirido

tantas glorias y honor vuestros abuelos

y el araucano crédito subido

en su misma virtud hasta los cielos;

si ahora infame, hollado y abatido

anda de lengua en lengua por los suelos

y vuestra ilustre sangre resfriada

en los sucios rincones derramada.

»¿Qué provincia hubo ya que no temiese

de vuestra voz en todo el mundo oída,

ni nación que las armas no rindiese

por temor o por fuerza compelida?

Arribando a la cumbre, porque fuese

tanto de allí mayor vuestra caída

y al término llegase el menosprecio

donde de los pasados llegó el precio.

»Pues unos extranjeros enemigos,

con título y con nombre de clemencia,

ofrecen de aceptaros por amigos,

queriéndoos reducir a su obediencia,

y si no os sometéis, que con castigos

prometen oprimir vuestra insolencia,

sin quedar del cuchillo reservado

género, religión, edad ni estado.

»Volved, volved en vos, no deis oído

a sus embustes, tratos y marañas,

pues todas se enderezan a un partido

que viene a deslustrar vuestras hazañas;

que la ocasión que aquí los ha traído,

por mares y por tierras tan extrañas,

es el oro goloso, que se encierra

en las fértiles venas de esta tierra.

»Y es un color, es aparencia vana

querer mostrar que el principal intento

fue el extender la religión cristiana,

siendo el puro interés su fundamento;

su pretensión de la codicia mana,

que todo lo demás es fingimiento,

pues los vemos que son más que otras gentes

adúlteros, ladrones, insolentes.

»Cuando el siniestro hado y dura suerte

nos amenacen cierto en lo futuro,

podemos elegir honrada muerte,

remedio breve, fácil y seguro;

poned a la fortuna el hombro fuerte,

a dura adversidad corazón duro,

que el pecho firme y ánimo invencible

allana y facilita aún lo imposible».

No pudo decir más de desmayado

por la infinita sangre que perdía,

que el laso cuello ya debilitado

sostener la cabeza aún no podía;

así, el rostro mortal desfigurado

en el sangriento suelo se tendía,

dejando aún a los más endurecidos,

de su esperada muerte condolidos.

Mas como no tuviese tal herida

que pudiese hallar la muerte entrada,

retuvo luego la dudosa vida

en siéndole la sangre restañada;

y la virtud con tiempo socorrida

fue de tantos remedios confortada

y el mozo se ayudó de tal manera

que recobró su sanidad primera.

Fueron de tanta fuerza sus razones

y el odio que a los nuestros concibieron,

que los más entibiados corazones

de cólera rabiosa se encendieron;

así las diferentes opiniones

a un fin y parecer se redujeron,

quedando para siempre allí excluido

quien tratase de medio y de partido.

Los impacientes mozos, deseosos

de venir a las armas, braveaban,

y con muestras y afectos hervorosos,

el espacioso tiempo apresuraban;

pero los más maduros y espaciosos

aquella ardiente cólera templaban

y el término de algunos indiscreto,

no reprobando el general decreto.

Dejémoslos un rato, pues, tratando

de dar, no una batalla, sino ciento,

del orden, la manera, dónde y cuándo,

con varios pareceres y un intento;

que me voy poco a poco descuidando

de nuestro alborotado alojamiento,

donde estuvimos todos recogidos

con buena guardia y bien apercebidos.

Mas, cuando el esperado sol salía,

la gente de caballo en orden puesta

marchó, quedando atrás la infantería,

y del campo después toda la resta

con tal velocidad, que a medio día

subimos la temida y agria cuesta

de blancos huesos de cristianos llena,

que despertó el cuidado y nos dio pena.

El araucano valle, pues, bajamos,

que el mar le bate al lado del Poniente,

donde en llano lugar nos alojamos

de comidas y pasto suficiente;

y luego con promesas enviamos

de aquella vecindad alguna gente

a requerir la tierra comarcana

con la segura paz y ley cristiana.

Mas, como al tiempo puesto no volviesen,

y pasasen después algunos días,

ni por astucia y maña no supiesen

de su resolución nuestras espías,

fue acordado que algunos se partiesen

por los vecinos pueblos y alquerías,

al salir tardo de la escasa luna,

a tomar relación y lengua alguna.

Así yo, apercebido sordamente

en medio del silencio y noche oscura,

di sobre algunos pueblos de repente

por un gran arcabuco[61] y espesura,

donde la miserable y triste gente

vivía por su pobreza en paz segura,

que el rumor y alboroto de la guerra

aún no la había sacado de su tierra.

Viniendo, pues, a dar al Chaillacano,

que es donde nuestro campo se alojaba,

vi en una loma, al rematar de un llano,

por una angosta senda que cruzaba,

un indio laxo, flaco y tan anciano,

que apenas en los pies se sustentaba,

corvo, espacioso, débil, descarnado,

cual de raíces de árboles formado.

Espantado del talle y la torpeza

de aquel retrato de vejez tardía,

llegué, por ayudarle en su pereza,

y tomar lengua dél, si algo sabía;

mas, no sale con tanta ligereza

sintiendo los lebreles por la vía

la temerosa gama fugitiva,

como el viejo salió la cuesta arriba.

Yo, sin más atención ni advertimiento,

arrimando las piernas al caballo,

a más correr salí en su seguimiento,

pensando, aunque volaba, de alcanzallo[62];

mas el viejo, dejando atrás el viento,

me fue forzoso a mi pesar dejallo,

perdiéndole de vista en un instante

sin poderle seguir más adelante.

Halleme a la bajada de un repecho

cerca de dos caminos desusados,

por donde corre Rauco más estrecho

que le ciñen dos cerros los costados,

y mirando a lo bajo y más derecha,

en una selva de árboles copados,

vi una mansa corcilla junto al río

gustando de las yerbas y rocío.

Ocurrió luego a la memoria mía

que la razón en sueños me dijera

cómo había de topar acaso un día

una simple corcilla en la ribera,

y así yo, con grandísima alegría,

comencé de bajar por la ladera,

paso a paso, siguiendo el un camino,

hasta que de ella vine a estar vecino.

Púdelo bien hacer, que en las quebradas

era grande el rumor de la corriente

y con pasos y orejas descuidadas

pacía la tierna yerba libremente,

pero cuando sintió ya mis pisadas

y al rumor levantó la altiva frente,

dejó el sabroso pasto y arboleda

por una estrecha y áspera vereda.

Comencela a seguir a toda prisa,

labrando a mi caballo los costados,

mas, tomando otra senda, que atraviesa

se entró por unos ásperos collados;

al cabo enderezó a una selva espesa

de matorrales y árboles, cerrados,

adonde se lanzó por una senda

y yo también tras ella a toda rienda.

Perdí el rastro y cerróseme el camino,

sobreviniendo un aire turbulento,

y así, de acá y de allá, fuera de tino,

de una espesura en otra andaba a tiento:

vista, pues, mi torpeza y desatino,

arrepentido del primer intento,

sin pasar adelante me volviera,

si alguna senda o rastro yo supiera.

Gran rato anduve así descarriado,

que la oculta salida no acertaba,

cuando sentí por el siniestro lado

un arroyo que cerca murmuraba;

y al vecino rumor encaminado,

al pie de un roble que a la orilla estaba

vi una pequeña y mísera casilla

y, junto a un hombre anciano la cortilla.

El cual dijo: «¿Qué hado o desventura

tan fuera de camino te ha traído

por este inculto bosque y espesura

donde jamás ninguno he conocido?

Que si por caso adverso y suerte dura

andas de tus banderas forajido,

haré cuanto pudiere de mi parte

en buscar el remedio y escaparte».

Viendo el ofrecimiento y acogida

de aquel extraño y agradable viejo,

más alegre que nunca fui en mi vida

por hallar tal ayuda y aparejo;

le dije la ocasión de mi venida,

pidiéndole me diese algún consejo

para saber la cueva do habitaba

el mágico Fitón, a quien buscaba.

El venerable viejo y padre anciano

con un suspiro y tierno sentimiento,

me tomó blandamente por la mano

saliendo de su frágil aposento;

y por ser a la entrada del verano

buscamos a la sombra un fresco asiento

en una pedregosa y tosca fuente,

do comenzó a decirme lo siguiente:

«Mi tierra es en Arauco, y soy llamado

el desdichado viejo Guaticolo,

que en los robustos años fui soldado,

en cargo antecesor de Colocolo;

y antes por mi persona en estacado

siete campos vencí de solo a solo,

y mil veces de ramos fue ceñida

esta mi calva frente envejecida.

»Mas, como en esta vida el bien no dura

y todo está sujeto a desvarío,

mudose mi fortuna en desventura,

y en deshonor perpetuo el honor mío,

que por extraño caso y suerte dura

perdí con Ainavillo en desafío

la gloria en tantos años adquirida,

quitándome el honor y no la vida.

»Viéndome, pues, con vida y deshonrado,

que mil veces quisiera antes ser muerto,

de cobrar el honor desesperado

me vine, como ves, a este desierto,

donde más de veinte años he morado

sin ser jamás de nadie descubierto,

sino ahora de ti, que ha sido cosa

no poco para mi maravillosa.

»Así que tantos tiempos he vivido

en este solitario apartamiento,

y pues que la Fortuna te ha traído

a mi triste y humilde alojamiento,

haré de voluntad lo que has pedido,

que tengo con Fitón conocimiento,

que, aunque intratable y áspero, es mi tío,

hermano de Guarcolo, padre mío.

»Al pie de una asperísima montaña,

pocas veces de humano pie pisada,

hace su habitación y vida extraña

en una oculta y lóbrega morada,

que jamás el alegre sol la baña,

y es a su condición acomodada,

por ser fuera de término inhumano,

enemigo mortal del trato humano.

»Mas su saber y su poder es tanto

sobre las piedras, plantas y animales,

que alcanza por su ciencia y arte cuanto

pueden todas las causas naturales;

y en el oscuro reino del espanto

apremia a los callados infernales

a que digan por áspero conjuro

lo pasado, presente y lo futuro.

»En la furia del sol y luz serena

de nocturnas tinieblas cubre el suelo,

y, sin fuerza de vientos, llueve y truena

fuera de tiempo el sosegado cielo;

el raudo curso de los ríos enfrena,

y las aves en medio de su vuelo

vienen de golpe abajo amodorridas,

por sus fuertes palabras compelidas.

»Las yerbas en su agosto reverdece

y entiende la virtud de cada una,

el mar revuelve, el viento le obedece

contra la fuerza y orden de la luna;

tiembla la firme tierra y se estremece

a su voz eficaz, sin causa alguna

que la altere y remueva por de dentro,

apretándose recio con su centro.

»Los otros poderosos elementos

a las palabras de este están sujetos,

y a las causas de arriba y movimientos

hace perder la fuerza y los efectos;

al fin por su saber y encantamientos

escudriña y entiende los secretos,

y alcanza por los astros influentes

los destinos y hados de las gentes.

»No sé, pues, cómo pueda encarecerte

el poder de este mágico adivino;

sólo en tu menester quiero ofrecerte

lo que ofrecerte puede un su sobrino;

mas, para que mejor esto se acierte,

será bien que tomemos el camino,

pues es la hora y sazón desocupada

que podremos tener mejor entrada».

Luego de allí los dos nos levantamos,

y, atando a mi caballo de la rienda,

a paso apresurado caminamos

por una estrecha e intricada senda;

la cual seguida un trecho, nos hallamos

en una selva de árboles horrenda,

que los rayos del sol y claro cielo

nunca allí vieron el umbroso suelo.

Debajo de una peña socabada,

de espesas ramas y árboles cubierta,

vimos un callejón y angosta entrada,

y más, adentro una pequeña puerta

de cabezas de fieras rodeada,

la cual de par en par estaba abierta,

por donde se lanzó el robusto anciano

llevándome trabado de la mano.

Bien por ella cien pasos anduvimos,

no sin algún temor de parte mía,

cuando a una grande bóveda salimos

do una perpetua luz en medio ardía:

y a cada banda en torno de ella vimos

poyos puestos por orden, en que había

multitud de redomas sobreescritas

de ungüentos, hierbas y aguas infinitas.

Vimos allí del lince preparados

los penetrantes ojos virtuosos,

en cierto tiempo y conjunción sacados,

y los del basilisco ponzoñosos;

sangre de hombres bermejos, enojados,

espumajos de perros, que rabiosos,

van huyendo del agua, y el pellejo

del pecoso chersidros cuando es viejo.

También en otra parte parecía

la coyuntura de la dura hiena,

y el meollo del cencris, que se cría

dentro de Libia en la caliente arena;

y un pedazo del ala de una arpía,

la hiel de la biforme anfisibena,

y la cola del áspide revuelta,

que da la muerte en dulce sueño envuelta.

Moho de calavera destroncada

del cuerpo que no alcanza sepultura,

carne de niña por nacer, sacada

no por donde la llama la natura;

y la espina también descoyuntada

de la sierpe cerastas, y la dura

lengua de la emorrois, que aquel que hiere

suda toda la sangre hasta que muere.

Vello de cuantos monstruos prodigiosos

la superflua natura ha producido;

escupidos de sierpes venenosos;

las dos alas del jáculo temido

y de la seps los dientes ponzoñosos,

que el hombre o animal de ella mordido,

de súbito hinchado como un odre,

huesos y carne se convierte en podre.

Estaba en un gran vaso transparente

el corazón del grifo atravesado,

y ceniza del fénix, que en Oriente,

se quema él mismo de vivir cansado;

el unto de la scítala serpiente,

y el pescado echineis, que en mar airado

al curso de las naves contraviene

y, a pesar de los vientos, las detiene.

No faltaban cabezas de escorpiones

y mortíferas sierpes enconadas,

alacranes, y colas de dragones

y las piedras del águila preñadas;

buches de los hambrientos tiburones,

menstruo y leche de hembras azotadas,

landres, pestes, venenos, cuantas cosas

produce la Natura ponzoñosas.

Yo, que con atención mirando andaba

la copiosa botica embebecido,

por una puerta, que a un rincón estaba

vi salir un anciano consumido

que sobre un corvo junco se arrimaba;

el cual luego de mí fue conocido

ser el que había corrido por la cuesta,

que apenas le alcanzara una ballesta.

Diciéndome: «No es poco atrevimiento

el que, siendo tan mozo, has hoy tomado

de venir a mi oculto alojamiento,

do sin mi voluntad nadie ha llegado;

mas, porque sé que algún honrado intento

tan lejos a buscarme te ha obligado

quiero, por esta vez, hacer contigo

lo que nunca pensé acabar conmigo».

Visto por mi apacible compañero

la coyuntura y tiempo favorable,

pues el viejo, tan áspero y severo,

se mostraba doméstico y tratable,

se detuvo mirándome primero

con un comedimiento y muestra afable,

por ver si responderle yo quería:

mas, viéndome callar, le respondía:

Diciendo: «Oh gran Fitón, a quien es dado

penetrar de los cielos los secretos

que del eterno curso arrebatado

no obedecen la ley, a ti sujetos;

tú, que de la Fortuna, y fiero hado

revocas cuando quieres los decretos,

y el orden natural turbas y alteras

alcanzando las cosas venideras.

»Y por mágica ciencia y saber puro,

rompiendo el cavernoso y duro suelo,

puedes en el profundo reino oscuro

meter la claridad y luz del cielo;

y atormentar con áspero conjuro

la caterva infernal, que con recelo

tiembla de tu eficaz fuerza, que es tanta,

que sus eternas leyes le quebranta.

»Sabrás que a este mancebo le ha traído

de tu espantoso nombre la gran fama,

que, en las indias regiones extendido

hasta el ártico polo se derrama;

el cual por mil peligros ha rompido

tras su deseo corriendo, que le llama

a celebrar las cosas de la guerra

y el sangriento destrozo de esta tierra.

»Que, estando así una noche retirado,

escribiendo el suceso de aquel día,

súbito fue en un sueño arrebatado,

viendo cuanto en la Europa sucedía;

donde le fue asimismo revelado

que en tu escondida cueva entendería

extraños casos, dignos de memoria,

con que ilustrar pudiese más su historia.

»Y que noticia le darías de cosas

ya pasadas, presentes y futuras,

hazañas y conquistas milagrosas,

peregrinos sucesos y aventuras,

temerarias empresas espantosas,

hechos que no se han visto en escrituras;

este encarecimiento le molesta

y nos tiene suspensos tu respuesta».

Holgó el mago de oír cuán extendida

por aquella región su fama andaba,

y, vuelta a mí la cara envejecida,

todo de arriba abajo me miraba;

al fin, con voz pujante y expedida,

que poco con las canas conformaba,

aunque con muestra y gravedad severa,

la respuesta me dio de esta manera:

«Aunque, en razón, es cosa prohibida

profetizar los casos no llegados,

y es menos alargar a uno la vida

contra los estatutos de los hados;

ya que ha sido a mi casa tu venida

por incultos caminos desusados,

te quiero complacer, pues mi sobrino

viene aquí por tu intérprete y padrino».

Diciendo así, con paso tardo y lento,

por la pequeña puerta cavernosa,

me metió de la mano a otro aposento,

y luego, en una cámara hermosa,

que su fábrica extraña y ornamento

era de tal labor y tan costosa,

que no sé lengua que contarlo pueda,

ni habrá imaginación a que no exceda.

Tenía el suelo por orden ladrillado

de cristalinas losas transparentes

que el color entrepuesto y varïado

hacía labor y visos diferentes;

el cielo alto, diáfano, estrellado,

de innumerables piedras relucientes,

que toda la gran cámara alegraba

la varia luz que de ellas revocaba.

Sobre colunas de oro sustentadas

cien figuras de bulto en torno estaban,

por arte tan al vivo trasladadas,

que un sordo bien pensara que hablaban;

y de ellas las hazañas figuradas

por las anchas paredes se mostraban

donde se vía el extremo y excelencia

de armas, letras, virtud y continencia.

En medio de esta cámara espaciosa,

que media milla en cuadro contenía,

estaba una gran poma milagrosa,

que una luciente esfera la ceñía,

que por arte y labor maravillosa

en el aire por sí se sostenía,

que el gran círculo y máquina de dentro

parece que estribaban en su centro.

Después de haber un rato satisfecho

la codiciosa vista en las pinturas;

mirando de los muros, suelo y techo,

la gran riqueza y varias esculturas,

el mago me llevó al globo derecho,

y, vuelto allí de rostro a las figuras,

con el corvo callado señalando,

comenzó de enseñarme, así hablando:

«Habrás de saber, hijo, que estos hombres

son los más de esta vida ya pasados,

que por grandes hazañas sus renombres

han sido y serán siempre celebrados;

y algunos, quede baja estirpe y nombres

sobre sus altos hechos levantados

los ha puesto su próspera fortuna

en el más alto cuerno de la luna.

»Y esta bola que ves y compostura

es del mundo el gran término abreviado,

que su dificilísima hechura

cuarenta años de estudio me ha costado;

mas no habrá en larga edad cosa futura,

ni oculto disponer de inmóvil hado

que muy claro y patente no me sea

y tenga aquí su muestra y viva idea.

»Mas, pues tus aparencias generosas

son de escribir los actos de la guerra,

y por fuerza de estrellas rigurosas

tendrás materia larga en esta tierra,

dejaré de aclararte algunas cosas,

que la presente poma y mundo encierra,

mostrándote una sola que te espante,

para lo que pretendes importante.

»Que, pues, en nuestro Arauco ya se halla

materia a tu propósito cortada,

donde la espada y defensiva malla

es más que en otra parte frecuentada;

sólo te falta una naval batalla

con que será tu historia autorizada,

y escribirás las cosas de la guerra

así de mar, también como de tierra.

»La cual verás aquí tal, que te juro

que, vista, la tendremos por dudosa,

y en el pasado tiempo y el futuro

no se vio ni verá tan espantosa;

y el gran Mediterráneo mar seguro

quedará por la gente victoriosa,

y la parte vencida y destrozada

la marítima fuerza quebrantada.

»Por tanto, a mis palabras no te alteres,

ni te espante el horrísono conjuro,

que, si atento con ánimo estuvieres

verás aquí presente lo futuro;

todo, punto por punto, lo que vieres,

lo disponen los hados, y aseguro

que podrás, como digo, ser de vista

testigo y verdadero coronista[63]».

Yo, con mayor codicia, por un lado

llegué el rostro a la bola transparente,

donde vi dentro un mundo fabricado,

tan grande como el nuestro, y tan patente;

como en redondo espejo relegado,

llegando junto el rostro, claramente,

vemos dentro un anchísimo palacio,

y en muy pequeña forma, grande espacio.

Y por aquel lugar se descubría

el turbado y revuelto mar Ausonio,

donde se difinió la gran porfía

entre César Augusto y Marco Antonio;

así en la misma forma parecía

por la banda de Lepanto y Favonio,

junto las Curchulares, hacia el puerto

de galeras el ancho mar cubierto.

Mas, viendo las divisas señaladas

del Papa, de Felipe y venecianos,

luego reconocí ser las armadas

de los infieles turcos y cristianos,

que, en orden de batalla aparejadas,

para venir estaban a las manos,

aunque a mi parecer no se movían,

ni más que figuradas parecían.

Pero el mago Fitón me dijo: «Presto

verás una naval batalla extraña,

donde se mostrará bien manifiesto

el supremo valor de vuestra España».

Y luego, con airado y fiero gesto,

hiriendo el ancho globo con la caña,

una vez al través, otra al derecho,

sacó una horrible voz del ronco pecho.

Diciendo: «Orco amarillo, Cancerbero,

¡oh gran Plutón!, rector del bajo infierno,

¡oh cansado Carón!, viejo barquero,

y vos, laguna Estigia y lago Averno;

¡oh Demogorgon!, tú, que lo postrero

habitas del tartáreo reino eterno,

y las hervientes aguas de Aqueronte,

de Leteo, Cocito y Flegetonte!

»¡Y vos, Furias, que así con crueldades

atormentáis las ánimas dañadas,

que aún temen ver las ínferas[64] deidades

vuestras frentes de víboras crinadas;

y vosotras, Gorgóneas potestades,

por mis fuertes palabras apremiadas,

haced que claramente aquí se vea,

aunque futura, esta naval pelea!

»Y tú, Hécate, ahumada y mal compuesta,

nos muestra lo que pido aquí visible.

¡Hola! ¿A quién digo? ¿Qué tardanza es ésta,

que no os hace temblar mi voz terrible?

Mirad que romperé la tierra opuesta,

y os heriré con luz aborrecible,

y por fuerza absoluta y poder nuevo

quebrantaré las leyes del Erebo».

No acabó de decir bien esto, cuando

las aguas en el mar se alborotaron,

y el seco lesnordeste respirando,

las cuerdas y anchas velas se estiraron,

y aquellas gentes súbito anhelando

poco a poco moverse comenzaron,

haciendo de aquel modo en los objetos

todas las demás causas sus efectos.

Mirando, aunque espantado, atentamente

la multitud de gente que allí había,

vi que escrito de letras en la frente

su nombre y cargo cada cual tenía;

y mucho me admiró los que al presente

en la primera edad yo conocía,

verlos en su vigor y años lozanos,

y otros floridos jóvenes ya canos.

Luego, pues, los cristianos dispararon

una pieza en señal de rompimiento,

y en alto un crucifijo enarbolaron,

que acrecentó el hervor y encendimiento;

todos humildemente le salvaron

con grande devoción y acatamiento,

bajo del cual estaban a los lados

las armas de los fieles coligados.

En esto, con rumor de varios sones,

acercándose siempre, caminaban;

estandartes, banderas y pendones

sobre las altas popas tremolaban;

las ordenadas bandas y escuadrones,

esgrimiendo las armas, se mostraban

en torno las galeras rodeadas

de cañones de bronce y pavesadas.

Mas en el bajo tono que ahora llevo

no es bien que de tan grande cosa cante,

que, cierto, es menester aliento nuevo,

lengua más expedida y voz pujante.

así, medroso de esto, no me atrevo

a proseguir, Señor, más adelante;

en el siguiente y nuevo canto os pido

me deis vuestro favor y atento oído.