CANTO XVIII

Da el rey Don Felipe el asalto a San Quintín; entra en ella victorioso; vienen los araucanos sobre el fuerte de los españoles.

UÁL será el atrevido que presuma

reducir el valor vuestro y grandeza

a término pequeño y breve suma

y a tan humilde estilo tanta alteza?

que, aunque por campo próspero la pluma

corra con fértil vena y ligereza,

tanto el sujeto y la materia arguye,

que todo lo deshace y disminuye.

Y el querer atreverme a tanto, creo

que me será juzgado a desatino,

pues, llegado a razón, yo mismo veo

que salgo de los términos a tino;

mas de serviros siempre el gran deseo,

que siempre me ha tirado a este camino,

quizá adelgazará mi pluma ruda

y la torpeza de la lengua muda.

Y así vuestro favor, del cual procede

ésta mi presunción y atrevimiento,

es el que ahora pido, y el que puede

enriquecer mi pobre entendimiento,

que si por vos, señor, se me concede

lo que a nadie negáis, soltaré al viento

con ánimo la ronca voz medrosa,

indigna de contar tan grande cosa.

Y de vuestra largueza confiado

por la justa razón con que lo pido,

espero que, señor, seré escuchado,

que basta para ser favorecido.

Volviendo a proseguir lo comenzado,

dije en el canto atrás que arremetido

había el furioso campo por tres vías

a las aportilladas baterías.

Y en la veloz corrida contrastando

los tiros y defensas contrapuestas,

lo va todo rompiendo y tropellando

con animoso pecho y manos prestas

y a los batidos muros arribando,

por los lados y partes más dispuestas,

los unos y los otros se afrentaron

y los ánimos y armas se tentaron.

Los franceses con muestra valerosa,

armas y defensivos instrumentos

resisten la llegada impetuosa

y los contrarios ánimos sangrientos;

mas la gente española, más furiosa

cuanto topaba más impedimentos,

con temoso coraje y porfiado

rompe lo más difícil y cerrado.

Vieran en las entradas defendidas

gran contienda, revuelta y embarazos,

muertes extrañas, golpes y heridas

de poderosos y gallardos brazos;

cabezas hasta el cuello y más hendidas

y cuerpos divididos en pedazos,

que no bastaban petos ni celadas

contra el crudo rigor de las espadas.

La plaza se expugnaba y defendía

con esfuerzo y valor por todos lados,

era cosa de ver la herrería

de las armas y arneses golpeados;

la espantosa y horrenda artillería,

las bombas y artificios arrojados

de pólvora, alquitrán, pez y resina,

aceite, plomo, azufre y trementina.

Y a vueltas un granizo y lluvia espesa

de lanzas y saetas arrojaban,

peñas, tablas, maderos, que a gran prisa

de los muros y techos arrancaban;

la fiera rabia y gran tesón no cesa,

hieren, matan, derriban y así andaban

los unos y los otros muy revueltos,

en fuego, sangre y en furor envueltos.

Unos la entrada sin temor defienden

con libre y animosa confianza;

otros de miedo por vivir ofenden,

poniéndoles esfuerzo la esperanza;

otros, que ya la vida no pretenden,

procuran de su muerte la venganza

y que caigan sus cuerpos de manera

que al enemigo cierren la carrera.

Como el furor indómito y violencia

de una corriente y súbita avenida

que, si halla reparo y resistencia

hierve y crece allí la agua detenida;

al fin, con mayor ímpetu y potencia

bramando abre el camino y la salida,

que las defensas rompe y desbarata

y en violento furor las arrebata.

De tal manera la francesa gente,

sin bastar resistencia y fuerza alguna,

la arrebató la próspera corriente

del hado de Felipe y su fortuna,

que, ya sin poder más, forzadamente

a su furia rendida, por la una

parte que estaba Cáceres dio entrada

a la enemiga gente encarnizada.

Y aunque por esta parte el almirante

el golpe de la gente resistía,

no fue ni pudo al cabo ser bastante

a la pujanza y furia que venía;

quedó en prisión con otros y adelante

la victoriosa y fiera compañía,

dejando eterna lástima y memoria,

iba siguiendo el hado y la victoria.

Pues en esta sazón, por la otra parte

que el diestro Navarrete peleaba,

sin ser ya la francesa gente parte,

a puro hierro la española entraba;

y a despecho y pesar del fiero Marte,

que los franceses brazos esforzaba,

haciendo gran destrozo y cruda guerra

de rota a más andar ganaban tierra.

Fue preso allí Andalot, que encomendada

le estaba la defensa de aquel lado;

he aquí también por la tercera entrada,

que Julïán Romero había asaltado,

la suspensa fortuna declarada,

abriendo paso al detenido hado,

la mano a Don Felipe dio de modo,

que vencedor en Francia entró del todo.

Cortó luego un temor y frío hielo

los ánimos del pueblo enflaquecido

rompiendo el aire espeso y alto cielo

un general lamento y alarido;

las armas arrojadas por el suelo,

escogiendo el vivir ya por partido,

acordaron con mísera huida

perder la plaza y guarecer la vida.

Pero los vencedores, cuando vieron

su gran temor y poco impedimento,

los brazos altos y arenas suspendieron,

por no manchar con sangre el vencimiento,

y sin hacer más golpe, arremetieron,

vuelto en codicia aquel furor sangriento,

al esperado saco de la tierra,

premio de la común gente de guerra.

Quién las herradas puertas golpeando

quebranta los cerrojos reforzados,

quién, por picas y gúmenas trepando

entra por las ventanas y tejados;

acá y allá rompiendo y desquiciando,

sin reservar lugares reservados,

las casas de alto a bajo escudriñaban

y a tiento, sin parar, corriendo andaban.

Como el furioso fuego de repente

cuando en un barrio o vecindad se enciende,

qué con rebato súbito la gente

corre con prisa y al remedio atiende,

y, por todas las partes francamente,

quién entra, sale, sube, quién deciende,

sacando uno arrastrando, otro cargado

el mueble de las llamas escapado.

Así la fiera gente victoriosa,

con prestas manos y con pies ligeros

de la golosa presa codiciosa,

abre puertas, ventanas y agujeros,

sacando diligente y presurosa

cofres, tapices, camas y rimeros,

y lo de más y menos importancia,

sin dejar una mínima ganancia.

No los ruegos, clamores y querellas

que los distantes cielos penetraban,

de vïudas y huérfanas doncellas;

la insaciable codicia moderaban;

antes, rompiendo sin piedad por ellas,

a lo más defendido se arrojaban,

creyendo que mayor ganancia había

donde más resistencia se hacía.

Viéranse ya las vírgenes corriendo

por las calles, sin guarda, a la ventura,

los bellos rostros con rigor batiendo,

lamentando su hado y suerte dura,

y las míseras monjas, que, rompiendo

sus estatutos, límite y clausura,

de aquel temor atónito llevadas,

iban acá y allá descarrïadas.

Mas el pío Felipe, antes que entrasen,

había mandado a todas las naciones

que con grande cuidado reservasen

las mujeres y casas de oraciones;

y amigos y conformes, evitasen

pendencias peligrosas y cuestiones,

que del saco y la presa a cada una

diese su parte franca la Fortuna.

Las mujeres que acá y allá perdidas,

llevadas del temor, sin tiento andaban,

por orden de Felipe recogidas

en seguro lugar las retiraban,

donde de fieles guardas defendidas,

del bélico furor las amparaban,

que, aunque fueron sus casas saqueadas,

las honras les quedaron reservadas.

Que los fieros soldados obedientes

al cristiano y expreso mandamiento,

se mostraban en esto continentes

frenando aún el primero movimiento;

la revuelta y la mezcla de las gentes,

la mucha confusión y poco tiento,

hizo que el daño en la ciudad creciese

y un repentino fuego se encendiese.

Súbito allí la llama alimentada,

arrojando espesísimas centellas,

del fresco viento céfiro ayudada,

procuraba subir a las estrellas;

la miserable gente afortunada,

con dolorosas voces y querellas,

fijos los tiernos ojos en el cielo

desmayando, esforzaban más el duelo.

A todas partes gritos lastimosos

en vano por el aire resonaban

y los tristes franceses temorosos

en las contrarias armas se arrojaban,

eligiendo por fuerza vergonzosos

el modo de morir que rehusaban,

antes que, como flacos, encerrados,

ser en llamas ardientes abrasados.

Mas del piadoso Rey la gran clemencia

había las fieras armas embotado,

que, con remedio presto y diligencia,

todo el furor y fuego fue apagado;

al fin, sin más defensa y resistencia,

dentro de San Quintín quedó alojado,

con la llave de Francia ya en la mano,

hasta París abierto el paso llano.

El sol ya poco a poco declinaba

al hemisferio antártico encendido,

cuando yo, que alegrísimo miraba

todo lo que en mi canto habéis oído,

vi cerca una mujer que me hablaba,

más blanco que la nieve su vestido,

grave, muy venerable en el aspecto,

persona al parecer de gran respecto.

Diciendo: «Si las cosas que dijere

por cierta y verdadera profecía,

dificultosa alguna pareciere,

créeme, que no es ficción ni fantasía;

más lo que el Padre Eterno ordena y quiere

allá en su excelso trono y jerarquía,

al cual está sujeto lo más fuerte,

el hado, la fortuna, el tiempo y muerte.

»De esta guerra y rencores encendidos

entre la España y Francia así arraigados,

resultarán conciertos y partidos,

por una parte y otra procurados,

en los cuales serán restituidos

al Duque de Saboya sus estados,

con otros muchos medios provechosos,

en bien de Francia y a la España honrosos.

»Y para que más quede asegurada

la paz, con hermandad y firme asiento,

con la prenda de Henrico más amada

contraerá Don Felipe casamiento;

pero la cruda muerte acelerada

temprano deshará este ayuntamiento,

que el alto cielo así lo determina

y el decreto fatal y orden divina.

»En este tiempo Francia corrompida,

la católica ley adulterando,

negará la obediencia al Rey debida,

las sacrílegas armas levantando;

y con el cebo de la suelta vida

cobrará la maldad fuerza, juntando

de gente infiel ejército formado

contra la Iglesia y propio Rey jurado.

»Por insolencias viejas y pecados

vendrá el reino a ser casi destruido,

y Carlos de sus pérfidos soldados

a término dudoso reducido;

serán con desacato derribados

los suntuosos templos, y ofendido

el mismo Sumo Dios y Sacramento,

sobrando a la maldad su sufrimiento.

»Mas vuestro Rey con presta providencia,

preveniendo al futuro daño luego,

atajará en España esta dolencia

con rigor necesario, a puro fuego;

curada la perversa pestilencia,

las armas enemigas del sosiego,

con furia moverá contra el Oriente,

enviando al Peñón su armada y gente.

»Aunque no pueda de la vez primera

conseguir el efecto deseado,

volverá la segunda, de manera

que el áspero Peñón será expugnado;

y, dejando segura la carrera

y el morisco contorno amedrentado,

por causa de los puertos e invernada,

retirará la victoriosa armada.

»Vendrán a España a la sazón de Hungría

dos príncipes de alteza soberana,

hijo de César Máximo y María,

de Carlos hija y de Felipe hermana

que acrecentando el gozo y alegría

harán aquella corte y era ufana;

el mayor es Rodolfo; el otro Ernesto,

que a la fama darán materia presto.

»Y de sus altas obras prometiendo

en su pequeña edad grande esperanza,

en años y virtud irán creciendo,

virtud y años muy dignos de alabanza;

en quienes se verá resplandeciendo

un excelso valor y la crianza

del barón Dietristan, persona dina[43]

de dar a tales príncipes doctrina.

»Luego el año próximo siguiente

toda la cristiandad amenazando,

la gruesa armada del Infiel potente

irá contra el Poniente navegando;

con tan gran aparato y tanta gente,

que temblarán las costas, y, arribando

a la isla de Malta, dará fondo,

que boja[44] veinte leguas en redondo.

»Donde el grande maestre y caballeros

que dentro asistirán en este medio,

con otros capitanes forasteros,

ofrecerán las vidas al remedio;

y siempre constantísimos y enteros

resistirán gran tiempo el fuerte asedio,

haciendo en la defensa tales cosas,

que se podrán tener por milagrosas.

»Serán batidos de uno y otro lado

por la tierra, por mar, por bajo y alto,

y el fuerte de Santelmo aportillado,

entrado a hierro en el noveno asalto;

el cual suceso al pueblo bautizado

pondrá en grande peligro y sobresalto;

porque en el puerto la turquesca armada

tendrá por las dos bocas franca entrada.

»Allí se verán hechos señalados,

difíciles empresas peligrosas,

ánimos temerarios arrojados,

cuando las esperanzas más dudosas;

postas, muros y fosos arrasados,

crudas heridas, muertes lastimosas,

casos grandes, sucesos infinitos,

dignos de ser para en eterno escritos.

»Mas, cuando ya no baste esfuerzo humano

y la fuerza al trabajo se rindiere,

el muro esté ya raso, el foso llano,

y la esperanza al suelo se viniere;

criando el sangriento bárbaro inhumano

el cuchillo sobre ellos esgrimiere,

será entonces de todos conocido

lo que puede Felipe y es temido.

»Pues con sola una parte de su armada

y número pequeño de soldados,

de su Fortuna y crédito guiada,

rebatirá los otomanos hados,

y la afligida Malta restaurada,

serán los enemigos retirados,

las fugitivas velas dando al viento

con pérdida increíble y escarmiento.

»Luego, el año después con poderoso

ejército, en persona Solimano

por tierra moverá contra el famoso

César Augusto, emperador romano,

y por la gran Panonia presuroso,

dejando a la derecha al Trasilvano,

y atrás la ancha provincia de Dalmacia,

bajará a los confines de Croacia.

»A Siguet, plaza fuerte y recogida,

cuatro semanas la tendrá asediada,

y al cabo, sin poder ser socorrida,

del fiero Solimán será ocupada;

mas la empresa difícil y la vida

acabará en un tiempo, que la airada

muerte, arribando el limitado curso,

pondrá término y punto a su discurso.

»Por otra parte, en Flandes los estados,

desasidos de Dios en estos días,

turbarán el sosiego, inficionados

de perversos errores y herejías;

y contra el rey Felipe conspirados,

tentarán de maldad diversas vías,

trayendo a estado y condición las cosas

que durarán gran término dudosas.

»También con pretensión de libertarse,

en el próspero reino de Granada,

los moriscos vendrán a levantarse

y a negar la obediencia al Rey jurada:

la cual alteración, por no estimarse

ni ser a los principios remediada,

será de grandes daños y costosa

de sangre ilustre y gente valerosa.

»Irá a esta guerra un mozo, que escondido

anda en humildes paños y figura,

que su imperial linaje esclarecido

difíciles empresas le asegura;

a quien tienen los hados prometido

una famosa y súbita ventura:

éste es hijo de Carlos, que aún se cría,

y encubierto estará por algún día.

»Andará, como digo, disfrazado,

hasta que el padre, al tiempo de la muerte,

le dejará por hijo declarado,

subiéndole en un punto a tanta suerte;

será de todos con razón arpado,

franco, esforzado, valeroso y fuerte:

es su nombre don Juan, y, en esta parte,

no puedo más decir ni revelarte.

»Baste que a los moriscos alterados

en su primera edad hará la guerra,

y los presidios rotos y ocupados

los vendrá a retirar dentro en la sierra;

adonde los tendrá tan apretados,

que al fin reducirá la alzada tierra,

trasplantando en provincias diferentes

las raíces malvadas y simientes.

»Esta guerra acabada, de Alemaña,

(de damas y gran gente acompañada)

la infanta Ana vendrá, reina de España,

con el rey Don Felipe desposada;

donde, con pompa y majestad extraña,

será la insigne boda celebrada

en la antigua Segovia, un tiempo silla

de los famosos reyes de Castilla.

»Serán, pues, los dos príncipes llamados

del padre emperador, que ya aquel día

querrá dar nuevo asiento en sus estados,

y hacer rey a Rodolfo de la Hungría;

así que, para Génova embarcados,

arribarán, pasando a Lombardía,

por la ribera del Danubio amena,

a su ciudad famosa de Viena.

»Cuando ya la revuelta y turbaciones

de los tiempos den muestra de acabarse,

y el bélico furor y alteraciones

parezcan declinar y sosegarse,

entonces, en las bárbaras regiones

comenzarán de nuevo a levantarse

las armas de los turcos inhumanos

contra los poderosos venecianos.

»Y, sacando una armada poderosa,

de todas sus provincias allegada

en la vecina Cipro, isla famosa,

descargará la furia represada;

y con espada cruda y rigurosa

será la tierra de ellos ocupada,

entrando a Famagusta ya batida

sobre palabra falsa y fe mentida.

»Quedarán, pues, tan arrogantes de esto,

que, la armada gente reforzando,

con soberbio designio y presupuesto

irán la vía de Italia navegando,

despreciando del mundo todo el resto,

y aún el poder del cielo despreciando,

tanto será su orgullo y fiera muestra

nacido del pecado y culpa vuestra.

»Mas el alto Señor, que otro dispone,

y en vuestro bien por su piedad lo ordena,

que, cuando faltan méritos, compone

con su sangre y pasión la deuda ajena,

y por sólo un gemir luego repone

la punición[45] y merecida pena:

quebrantará con golpe riguroso

la soberbia del bárbaro ambicioso.

»Que, doliéndose ya de la fatiga

del pueblo pecador, pero cristiano,

contra la gente pérfida enemiga

esgrimirá la poderosa mano;

así de inspiración habrá una liga,

donde el Papa y Senado Veneciano

juntarán su poder, su fuerza y gente

con la del Rey Católico potente.

»Será en gracia de todos elegido

general de la Liga el floreciente

mozo que, en su niñez desconocido,

anda en hábito humilde entre la gente;

pero no me es a mí ya concedido

revelar lo futuro abiertamente;

basta que lo verás, pues te asegura

más larga vida el hado que ventura.

»Mas si quieres saber de esta jornada

el futuro suceso nunca oído

y la cosa más grande y señalada

que jamás en historia se ha leído;

cuando acaso pasares la cañada

por donde corre Rauco más ceñido,

verás al pie de un líbano a la orilla,

una mansa y doméstica corcilla.

»Conviénete seguirla con cuidado

hasta salir en una gran llanura,

al cabo de la cual verás a un lado

una fragosa entrada y selva oscura;

y, tras la corsa, tímida emboscado,

hallarás en mitad de la espesura,

debajo de una tosca y hueca peña,

una oculta morada muy pequeña.

»Allí, por ser lugar inhabitable,

sin rastro de persona ni sendero,

vive un anciano, viejo venerable,

que famoso soldado fue primero;

de quien sabrás do habita el intratable

Fitón mágico, grande y hechicero,

el cual te informará de muchas cosas

que están aún por venir, maravillosas.

»No quiero decir más que lo tocante

a las cosas futuras, pues parece

que habrá materia y campo asaz bastante

en lo que de presente se te ofrece,

para llevar tus obras adelante,

pues la grande ocasión te favorece,

que a mí sólo hasta aquí me es concedido

el poderte decirlo que has oído.

»Mas, si el furor de Marte y la braveza

te tuvieren la pluma destemplada,

y quisieres mezclar con su aspereza

otra materia blanda y regalada,

vuelve los ojos, mira la belleza

de las damas de España, que, admirada

estoy, según el bien que allí se encierra,

cómo no abrasa amor toda la tierra.

»Mas tente, que me importa a mí, primero

que de los ojos fáciles te fíes,

prevenir al peligro venidero

para que de él con tiempo te desvíes;

y no aguardes al término postrero,

ni en tu fuerza y mi ayuda te confíes,

que, aunque quiera después contraponerme,

tú cerrarás los ojos por no verme».

¡Oh condición humana! Que al instante

que me privó que el rostro no volviese,

sólo aquel impedirme fue bastante

a que el pronto apetito se encendiese;

y así, sin esperar más que adelante

en el sano consejo procediese,

volví los ojos luego, y, de improviso,

vi, si decirse puede, un paraíso.

En un asiento fértil y sabroso,

de alegres plantas y árboles cercado,

do el cielo se mostraba más hermoso

y el suelo de mil flores variado,

cerca de un claro arrollo sonoroso,

que atravesaba el fresco y verde prado,

vi junta toda cuanta hermosura

supo y pudo formar acá Natura.

Eran las damas del cercado aquellas

que en la dichosa España florecían,

el claro sol, la luna y las estrellas

en su respeto oscuras parecían,

y sobre sus cabezas todas ellas

olorosas guirnaldas sostenían

de mil varias maneras rodeadas,

de rubias trenzas, nudos y lazadas.

Andaban por acá y allá esparcidos,

gran copia de galanes estimados,

al regalado y blando amor rendidos,

corriendo tras sus fines y cuidados;

unos, en esperanzas sostenidos;

otros, en sus riquezas confiados;

todos gozando alegres y contentos

de sus lozanos y altos pensamientos.

En esto, con presteza y furia extraña,

arrebatado por el aire vano,

la alta cumbre dejé de la montaña,

bajando al deleitoso y fértil llano,

donde, si la memoria no me engaña,

vi la mi guía, a la derecha mano,

algo medroso, y con turbado gesto

de haberme en tanto riesgo y trance puesto.

Que luego que los pies puse en el suelo,

los codiciosos ojos ya cebando,

libres del torpe y del grosero velo

que la vista hasta allí me iba ocupando,

un amoroso fuego y blando hielo

se me fue por las venas regalando,

y el brío rebelde y pecho endurecido

quedó al amor sujeto y sometido.

Y, deseoso luego de ocuparme

en obras y canciones amorosas,

y mudar el estilo, y no curarme

de las ásperas guerras sanguinosas,

con gran gana y codicia de informarme

de aquel asiento y damas tan hermosas,

en especial y sobre todas de una,

que vi a sus pies rendida mi fortuna.

Era de tierna edad, pero mostraba

en su sosiego discreción madura,

y a mirarme parece la inclinaba

su estrella, su destino y mi ventura;

yo, que saber su nombre deseaba,

rendido y entregado a su hermosura,

vi a sus pies una letra que decía:

del tronco de Bazán doña María.

Y por saber más de ella, revolviendo

el rostro y voz a la prudente guía,

súbito el alboroto y fiero estruendo

de las bárbaras armas y armonía

me despertó del dulce sueño, oyendo:

«¡Arma, arma! ¡Presto, presto!» Y parecía

romper el alto cielo los acentos

de las diversas voces e instrumentos.

En esta confusión, medio dormido,

a las vecinas armas corrí presto,

poniéndome en un punto apercebido

en mi lugar y señalado puesto;

cuando, con ferocísimo alarido,

por la áspera ladera del recuesto,

apareció gran número de gente

y la rosada Aurora en el Oriente.

Luego también, por una y otra parte,

con no menores voces y denuedo,

tanta gente asomó, que al fiero Marte

con su temeridad pusiera miedo;

mas, para proceder parte por parte,

según estoy cansado, ya no puedo:

en el siguiente y nuevo canto pienso

de declararlo todo por extenso.