CANTO XVII

Hace Millalauco su embajada, salen los españoles de la isla, levantando un fuerte en el cerro de Penco; vienen los araucanos a darles el asalto. Cuéntase lo que en aquel mismo tiempo pasaba sobre la plaza fuerte de San Quintín.

UNCA negar se deben los oídos

a enemigos ni amigos sospechosos,

que tanto os dejan más apercebidos

cuanto vos los tenéis por cautelosos;

escuchados, serán más entendidos,

ora sean verdaderos o engañosos,

que siempre por señales y razones

se suelen descubrir las intenciones.

Cuando piensan que más os desatinan

con su máscara falsa y trato extraño,

os despiertan, avisan, encaminan

y, encubriendo, descubren el engaño;

veis el blanco y el fin a donde atinan,

el pro y el contra, el interés y el daño;

no hay plática tan doble y cautelosa

que de ella no se infiera alguna cosa.

Y no hay pecho tan lleno de artificio

que no se le penetre algún conceto,

que las lenguas al fin hacen su oficio

y más si el que oye sabe ser discreto;

nunca el hablar dejó de dar indicio,

ni el callar descubrió jamás secreto;

no hay cosa más difícil, bien mirado,

que conocer un necio, si es callado.

Y es importante punto y necesario

tener el capitán conocimiento

del arte y condición del adversario,

de la intención, designio y fundamento,

si es cuerdo y reportado, o temerario,

de pesado o ligero movimiento,

remiso o diligente, incauto, astuto,

vario, indeterminable o resoluto.

Así vemos que el bárbaro senado,

por saber la intención del enemigo,

al cauto Millalauco había enviado

debajo de figura y voz de amigo,

que, con semblante y ánimo doblado,

mostrándose cortés, como atrás digo,

el rostro a todas partes revolviendo,

alzó recio la voz, así diciendo:

«Dichoso capitán y compañía,

a quien por bien de paz soy enviado

del Araucano Estado y señoría,

con voz y autoridad del gran Senado:

no penséis que el temor y cobardía

jamás nos haya a término llegado,

de usar (necesitados de remedio)

de algún partido infame y torpe medio.

»Pues notorio os será lo que se extiende

el nombre grande y crédito araucano,

que los extraños términos defiende

y asegura debajo de su mano;

y también de vosotros ya se entiende

que, movidos de celo y fin cristiano,

con gran moderación y disciplina

venís a derramar vuestra dotrina.

»Siendo, pues, esto así, como la muestra

que habéis dado hasta aquí lo verifica,

y la buena opinión y fama vuestra

con claras y altas voces lo publica;

yo os vengo asegurar de parte nuestra,

y así a todos por mí se os certifica,

que la ofrecida paz tan deseada

será por los caciques aceptada.

»Que el ínclito Senado, habiendo oído

de vuestra parte algunas relaciones,

con sabio acuerdo y parecer, movido

por legítimas causas y razones,

quiere aceptar la paz, quiere partido

de lícitas y honestas condiciones,

para que no padezca tanta gente

del pueblo simple y género inocente.

»Que si la fe inviolable y juramento,

de vuestra parte con amor pedido,

y el gracioso y seguro acogimiento

de nuestra voluntad libre ofrecido,

pueden dar en las cosas firme asiento

con honra igual y lícito partido,

sin que los nuestros súbditos y Estados

vengan por tiempo a ser menoscabados.

»A Carlos, sin defensa y resistencia,

por amigo y señor le admitiremos,

y el servicio indebido y obediencia

de nuestra voluntad le ofreceremos;

mas, si queréis llevarlo por violencia,

antes los propios hijos comeremos,

y veréis con valor nuestras espadas

por nuestro mismo pecho atravesadas.

»Pero por trato llano, sin recelo

podréis por vuestro rey alzar bandera,

que el Estado, las armas por el suelo,

con los brazos abiertos os espera,

reconociendo que el benigno cielo

le llama a paz segura y duradera,

quedando para siempre lo pasado

en perpetuo silencio sepultado».

Aquí dio fin al razonar, haciendo

a su modo y usanza una caricia,

siempre en su proceder satisfaciendo

a nuestra voluntad y a su malicia;

y el bárbaro poder, disminuyendo,

nos aumentaba el ánimo y codicia,

dándonos a entender que había flaqueza

y abundancia de bienes y riqueza.

Oída la embajada, don García,

haciéndole gracioso acogimiento,

en suma respondió: que agradecía

la propuesta amistad y ofrecimiento,

y que en nombre del rey satisfaría

su buena voluntad con tratamiento;

que no sólo no fuesen agraviados,

mas de muchos trabajos relevados.

Hizo luego sacar a dos sirvientes,

por más confirmación, algunos dones,

ropas de mil colores diferentes,

jotas, llautos, chaquiras y listones,

insignias y vestidos competentes

a nobles capitanes y varones,

siendo de Millalauco recebido

con palabras y término cumplido.

Así que, con semblante y aparencia

de amigo agradecido y obligado,

pidiendo al despedir grata licencia,

a la barca volvió que había dejado,

y con la acostumbrada diligencia,

al tramontar del sol, llegó al Estado,

do recebido fue con alegría

de toda aquella noble compañía.

Visto el despacho y la ocasión presente,

los caciques la junta dividieron,

y, dando muestra de esparcir la gente,

a sus casas de paz se retrujeron,

adonde, sin rumor, secretamente,

las engañosas armas previnieron,

moviendo del común las voluntades,

aparejadas siempre a novedades.

Nosotros, no sin causa sospechosos,

allí más de dos meses estuvimos,

y a las lluvias y vientos rigurosos

del implacable invierno resistimos;

mas, pasado este tiempo, deseosos

de saber su intención, nos resolvimos

en dejar el isleño alojamiento,

haciendo en tierra firme nuestro asiento.

Ciento y treinta mancebos florecientes

fueron en nuestro campo apercebidos,

hombres trabajadores y valientes

entre los más robustos escogidos,

de armas y de instrumentos convenientes

secreta y sordamente prevenidos,

yo con ellos, también, que vez ninguna

dejé de dar un tiento a la Fortuna.

Para que en un pequeño cerro exento,

sobre la mar vecina relevado,

levantasen un muro de cimiento,

de fondo y ancho foso rodeado;

donde pudiese estar sin detrimento

nuestro pequeño ejército alojado,

en cuanto los caballos arribaban,

que ya teníamos nueva que marchaban.

Pues, salidos a tierra, entenderían

la intención de los bárbaros dañada,

que en secreto las armas prevenían

con falso rostro y amistad doblada;

de do, si se moviesen, les darían

algún asalto y súbita ruciada,

que, quebrantado el ánimo y denuedo,

viniesen a la paz de puro miedo.

Era imaginación fuera de tino

pensar que los soberbios araucanos

quisiesen de concordia algún camino,

viéndose con las armas en las manos;

pero con la presteza que convino,

los ciento y treinta jóvenes lozanos

pasaron a la tierra sin ayuda,

mas que el amparo de la noche muda.

Y aunque era en esta tierra el tiempo cuando

Virgo alargaba a prisa el corto día,

las varïables horas restaurando,

que usurpadas la noche lo tenía;

antes que la alba fuese desterrando

las nocturnas estrellas, parecía

la cumbre del collado levantada,

de gente y materiales ocupada.

Cuáles con barras, picos y azadones

abren los hondos fosos y señales;

cuáles con corvos y anchos cuchillones,

hachas, sierras, segures y destrales,

cortan maderos gruesos y troncones,

y, fijados en tierra, con tapiales

y trabazón de leños y fajinas,

levantan los traveses y cortinas.

No con tanto hervor la tiria gente,

en la labor de la ciudad famosa,

solícita, oficiosa y diligente,

andaba en todas partes presurosa,

ni César levantó tan de repente

en Dirrachio la cerca milagrosa

con que cercó el ejército esparcido,

del enemigo yerno inadvertido,

Cuanto fue de nosotros coronada

de una gruesa muralla la montaña,

de fondo y ancho foso rodeada,

con ocho piezas gruesas de campaña,

siendo a vista de Arauco levantada

bandera por Felipe, rey de España,

tomando posesión de aquel Estado

con los demás del padre renunciado.

Túvose por un caso nunca oído,

de tanto atrevimiento y osadía,

entre la gente práctica tenido

más por temeridad que valentía;

que en el soberbio Estado así temido,

los ciento y treinta, en poco más de un día,

pudiésemos salir con una cosa

tanto cuanto difícil peligrosa.

Nuestra gente del todo recogida,

la cual luego segura al fuerte vino,

que el alto sitio y pólvora temida

hizo fácil y llano aquel camino;

por las anchas cortinas repartida,

según y por el orden que convino,

nos pusimos allí, todos a una,

debajo del amparo de Fortuna.

La pregonera fama, ya volando

por el distrito y término araucano,

iba de lengua en lengua acrecentando

el abreviado ejército cristiano;

la gente popular amedrentando

con un hueco rumor y estruendo vano,

que lo incierto a las veces certifica

y lo cierto, si es mal, lo multiplica.

Llegada, pues, la voz a los oídos

de nuestros enemigos conjurados,

no mirando a los tratos y partidos

por una parte y otra asegurados;

con súbita presteza apercebidos

de municiones, armas y soldados,

sin aguardar a más, trataron luego

de darnos el asalto a sangre y fuego.

Juntos para el efecto en Talcaguano,

dos millas poco más de nuestro asiento,

el esforzado mozo Gracolano,

de gran disposición y atrevimiento,

dijo en voz alta: «¡Oh gran Caupolicano!,

si en algo es de estimar mi ofrecimiento,

prometo que mañana en el asalto

arbolaré mi enseña en lo más alto.

»Y porque a ti, señor, y a todos quiero

haceros de mis obras satisfechos,

con esta usada lanza me prefiero

de abrir lugar por los contrarios pechos

y que será mi brazo el que primero

baraúste[37] las armas y pertrechos,

aunque más dificulten la subida

y todo el universo me lo impida».

Así dijo, y los bárbaros en esto,

porque ya las estrellas se mostraban,

al fuerte, en escuadrón, con paso presto,

cubiertos de la noche se acercaban,

y en una gran barranca, oculto puesto,

al pie de la montaña reparaban,

aguardando en silencio aquella hora

que suele aparecer la clara Aurora.

Aquella noche, yo mal sosegado,

reposar un momento no podía,

o ya fuese el peligro, o ya el cuidado

que de escribir entonces yo tenía;

así, imaginativo y desvelado,

revolviendo la inquieta fantasía,

quise de algunas cosas de esta historia

descargar con la pluma la memoria.

En el silencio de la noche oscura,

en medio del reposo de la gente,

queriendo proseguir en mi escritura,

me sobrevino un súbito accidente;

cortome un hielo cada coyuntura,

turbóseme la vista de repente,

y, procurando de esforzarme en vano,

se me cayó la pluma de la mano.

Quisiérame quejar, mas fue imposible,

del accidente súbito impedido,

que el agudo dolor y mal sensible

me privó del esfuerzo y del sentido;

pero, pasado el término terrible,

y en mi primero ser restituido,

del tormento quedé de tal manera

cual si de larga enfermedad saliera.

Luego que con sospiros trabajados,

deshogando[38], las ansias aflojaron,

mis descaídos ojos, agravados

del gran quebrantamiento se cerraron;

así los laxos miembros relajados

al agradable sueño se entregaron,

quedando por entonces el sentido

en la más noble parte recogido.

No bien al dulce sueño y al reposo

dejado el quebrantado cuerpo había,

cuando, oyendo un estruendo sonoroso,

que estremecer la tierra parecía

con gesto altivo y término furioso

delante una mujer se me ponía,

que luego vi en su talle y gran persona

ser la robusta y áspera Belona.

Vestida de los pies a la cintura,

de la cintura a la cabeza armada

de una escamosa y lúcida armadura,

su escudo al brazo, al lado la ancha espada,

blandiendo en la derecha la asta dura,

de las horribles Furias rodeada,

el rostro airado, la color teñida,

toda de fuego bélico encendida.

La cual me dijo: «¡Oh mozo temeroso!,

el ánimo levanta y confianza,

reconociendo el tiempo venturoso

que te ofrece tu dicha y buena andanza;

huye del ocio torpe perezoso,

ensancha el corazón y la esperanza

y aspira a más de aquello que pretendes,

que el cielo te es propicio, si lo entiendes.

»Que, viéndote a escribir aficionado,

como se muestra bien por el indicio,

pues nunca te han la pluma destemplado

las fieras armas y áspero ejercicio;

tu trabajo tan fiel considerado,

sólo movida de mí mismo oficio,

te quiero yo llevar en una parte

donde podrás sin límite ensancharte.

»Es campo fértil, lleno de mil flores,

en el cual hallarás materia llena

de guerras más famosas y mayores

donde podrás alimentar la vena;

y si quieres de damas y de amores

en verso celebrar la dulce pena,

tendrás mayor sujeto y hermosura,

que en la pasada edad y en la futura.

«Sígueme», dijo al fin, y yo admirado,

viéndola revolver por donde vino,

con paso largo y corazón osado,

comencé de seguir aquel camino,

dejando del siniestro y diestro lado

dos montes, que el Atlante y Apenino

con gran parte no son de tal grandeza,

ni de tanta espesura y aspereza.

Salimos a un gran campo, a do natura

con mano liberal y artificiosa

mostraba su caudal y hermosura

en la varia labor maravillosa,

mezclando entre las hojas y verdura

el blanco lirio y encarnada rosa,

junquillos, azahares y mosquetes,

azucenas, jazmines y violetas.

Allí las claras fuentes murmurando

el deleitoso asiento atravesaban,

y los templados vientos respirando

la verde yerba y flores alegraban;

pues los pintados pájaros volando,

por los copados árboles cruzaban,

formando con su canto y melodía

una acorde y dulcísima armonía.

Por mil partes en corros derramadas

vi gran copia[39] de ninfas muy hermosas,

unas en varios juegos ocupadas,

otras cogiendo flores olorosas;

otras süavemente y acordadas,

cantaban dulces letras amorosas,

con cítaras y liras en las manos,

diestros sátiros, faunos y silvanos.

Era el fresco lugar aparejado

a todo pasatiempo y ejercicio;

quién sigue ya de aquél, ya de este lado,

de la casta Diana el duro oficio;

ora atraviesa el puerco, ora el venado,

ora salta la liebre y, con el vicio,

gamuzas, capriolas[40] y corcillas

retozan por la yerba y florecillas.

Quién, el ciervo herido rastreando,

de la llanura al monte atravesaba;

quién, el cerdoso puerco fatigando,

los osados lebreles ayudaba;

quién, con templados pájaros volando,

las altaneras aves remontaba:

acá matan la garza, allá la cuerva,

aquí el celoso gamo, allí la cierva.

Estaba medio a medio de este asiento

en forma de pirámide un collado,

redondo en igual círculo y exento,

sobre todas las tierras empinado,

y, sin saber yo cómo, en un momento,

de la fiera Belona arrebatado,

en la más alta cumbre de él me puso,

quedando de ello atónito y confuso.

Estuve tal un rato, de repente,

viéndome arriba, que mirar no osaba,

tanto que acá y allá medrosamente

los temerosos ojos rodeaba,

allí el templado céfiro clemente,

lleno de olores varios respiraba,

hasta la cumbre altísima el collado

de verde yerba y flores coronado.

Era de altura tal que no podría

un liviano neblí subir a vuelo,

y así, no sin temor, me parecía,

mirando abajo, estar cerca del cielo,

de donde con la vista descubría

la grande redondez del ancho suelo,

con los términos bárbaros ignotos,

hasta los más ocultos y remotos.

Viéndome, pues, Belona allí subido,

me dijo: «El poco tiempo que te queda

para que puedas ver lo prometido,

hace que detenerme más no pueda;

mira aquel grueso ejército movido,

el negro humo espeso y polvoreda,

en el confín de Flandes y de Francia

sobre una plaza fuerte de importancia.

»Después que Carlos Quinto hubo triunfado

de tantos enemigos y naciones,

y como invicto príncipe hollado

las Árticas y Antárticas regiones,

triunfó de la fortuna y vano estado,

y aseguró su fin y pretensiones

dejando la imperial investidura

en dichosa sazón y coyuntura.

»Y movido del pío y santo celo

que del gobierno público tenía,

pareciéndole poco lo del suelo,

según lo que en el pecho concebía,

vuelta la mira y pretensión al cielo,

el peso que en los hombros sostenía

le puso en los del hijo, renunciados

todos sus reinos, títulos y estados.

»Viendo el hijo la próspera carrera

del victorioso padre retirado,

por hacer la esperanza verdadera

que siempre de sus obras había dado,

en el principio y ocasión primera

aquel copioso ejército ha juntado,

para bajar de la enemiga Francia

la presunción, orgullo y arrogancia.

»Aquella es San Quintín que ves delante,

que en vano contraviene a su ruïna,

presidio principal, plaza importante,

y del furor del gran Felipe dina[41];

hállase dentro de ella el Almirante,

debajo cuyo mando y disciplina

está gran gente práctica de guerra

a la defensa y guarda de la tierra.

»En tres partes allí, como se muestra,

el enemigo campo se reparte:

Cáceres con su tercio, a mano diestra,

donde está de Felipe el estandarte:

el pronto Navarrete, a la siniestra

con el Conde de Mega, y de la parte

del burgo, Julïán con tres naciones,

españoles, tudescos y valones.

»Llegamos, pues, a tiempo que seguro

podrás ver la contienda porfiada,

y sin escalas por el roto muro

entrar los de Felipe a pura espada;

verás el fiero asalto y trance duro,

y, al fin, la fuerte Francia aportillada;

que al riguroso hado incontrastable

no hay defensa ni plaza inexpugnable.

»Conviéneme partir de aquí al momento

a meterme entre aquellos escuadrones

y remover con nuevo encendimiento

los unos y los otros corazones;

tú, desde aquí, podrás mirar atento

las diferentes armas y naciones,

y escribir de una y otra la fortuna,

dando su justa parte a cada una».

Luego la diosa airada y compañía

por el aire en tropel se deslizaron,

y, en un instante, sin torcer la vía

(cual presto rayo), a San Quintín bajaron;

donde, atizando el fuego que ya ardía,

con la amiga Discordia se juntaron,

que andaba entre las huestes y compañas

infundiéndoles ira en las entrañas.

En esto el fiero ejército furioso,

por la señal postrera ya movido,

en un turbión espeso y polvoroso,

corre al batido muro defendido;

¿quién fuera de lenguaje tan copioso,

que pudiera explicar lo que allí vido[42]?

Mas, aunque mi caudal no llegue a tanto,

haré lo que pudiere en otro canto.