CANTO XVI

En este canto se acaba la tormenta. Contiénese la entrada de los españoles en el puerto de la Concepción e isla de Talcaguano; el Consejo General que los indios en el valle de Ongolmo tuvieron; la diferencia que entre Peteguelén y Tucapel hubo; asimismo el acuerdo que sobre ella se tomó.

ALGA mi trabajada voz, y rompa

el son confuso y mísero lamento

con eficacia y fuerza, que interrompa

el celeste y terrestre movimiento;

la fama, con sonora y clara trompa,

dando más furia a mi cansado aliento,

derrame en todo el orbe de la tierra

las armas, el furor y nueva guerra.

Dadme, ¡oh sacro Señor!, favor, que creo

que es lo que más aquí puede ayudarme,

pues en tan gran peligro ya no veo

sino vuestra fortuna en que salvarme;

mirad donde me ha puesto el buen deseo;

favoreced mi voz con escucharme,

que luego el bravo mar, viéndoos atento,

aplacará su furia y movimiento.

Y a vuestra nave, el rostro revolviendo,

la socorred en este grande aprieto,

que, si decirse es lícito, yo entiendo

que a vuestra voluntad todo es sujeto;

aunque el soberbio mar, contraveniendo

de los hados al áspero decreto,

arrancando las peñas de su suelo,

mezcle sus altas olas con el cielo.

Espero que la rota nave mía

ha de arribar al puerto deseado,

a pesar de los hados y porfía

del contrapuesto mar y viento airado;

que procuran así impedir la vía

y diferir el término llegado

en que la antigua causa tan reñida

por vuestra parte había de ser vencida.

Los cuatro poderosos elementos,

contra la flaca nave conjurados,

traspasando sus términos y asientos,

iban del todo ya desordenados,

indómitos, airados y violentos,

removidos, revueltos y mezclados,

en su antigua discordia y fuerza entera,

como en el caos y confusión primera.

Pues de tantos contrarios combatida,

la quebrantada nave, forcejando,

iba casi de un lado sumergida,

las poderosas olas contrastando;

mas ya al furioso viento y mar rendida,

sin poder resistir, se va acercando

a los yertos peñascos levantados,

de las violentas olas azotados.

Con la congoja del morir presente,

las voces y las lástimas crecían,

que llevadas del Céfiro inclemente,

lejos las rocas cóncavas herían:

pilotos, marineros y la gente,

como locos, sin orden discurrían.

Unos dicen: «¡Alarga!» Y otros: «¡Iza!»,

Quien por ir a la escota va a la triza.

El uno con el otro se atraviesa,

y así, turbado del temor, se impide;

quién a públicas voces se confiesa

y a Dios perdón de sus errores pide;

quién hace voto expreso, quién promesa,

quién de la ausente madre se despide,

haciendo el gran temor siempre mayores

los lamentos, plegarias y clamores.

Por otra parte el cielo riguroso

del todo parecía venir al suelo,

y el levantado mar tempestuoso

con soberbia hinchazón subir al cielo.

¿Qué es esto, Eterno Padre Poderoso?

¿Tanto importa anegar un navichuelo,

que el mar, el viento y cielo de tal modo,

pongan su fuerza extrema y poder todo?

No la barca de Amiclas asaltada

fue del viento y del mar con tal porfía,

que, aunque de leños frágiles armada,

el peso y ser del mundo sostenía;

ni la nave de Ulises, ni la armada

que de Troya escapó el último día,

vieron con tal furor el viento airado,

ni el removido mar tan levantado.

La confianza y ánimo más fuerte

al temor se entregaban importuno,

que la espantosa imagen de la muerte

se le imprimió en el rostro a cada uno;

del todo ya rendidos a su suerte,

sin esperanza de remedio alguno,

el gobierno dejaban a los hados,

corriendo acá y allá desatinados.

Cuando un golpe de mar incontrastable,

bramando, en un turbión de viento envuelto,

rompió de la gran mura un grueso cable,

cubriendo el galeón ya todo vuelto;

pero aquí sucedió un caso notable,

y fue, que el puño del trinquete suelto

trabó del gran vaivén a la pasada

en un diente de la áncora amarrada.

Y cual si fuera estaca mal asida

la arranca de su asiento y la arrebata,

y acá y allá del viento sacudida

todo lo abate, rompe y desbarata;

mas Dios, que de los suyos no se olvida,

(aunque a las veces su favor dilata),

hizo que en el bauprés dichosamente

el áncora aferrase el corvo diente.

La vela se fijó, y, en el momento,

gobernó el galeón rumbo derecho

y a despecho del mar y recio viento,

botando a orza el timón salió al lebecho[31]:

fue tanto nuestro súbito contento,

que el temeroso inadvertido pecho

pudo sufrir difícilmente a un punto

el extremo de pena y gozo junto.

Luego, pues que la súbita alegría,

lanzó fuera al temor desconfiado

y a su lugar volvió la sangre fría

que había los miembros ya desamparado;

la esforzada y contrita compañía,

el rostro al cielo, en lágrimas bañado,

con oración devota y sacrificio

dio las gracias a Dios del beneficio.

Mas el hinchado mar embravecido,

y el indómito viento rebramando,

al bajel acometen con ruïdo,

en vano, aunque se esfuerza, porfiando:

que la fortuna de Felipe asido

a jorro[32] ya le lleva remolcando

sobre las altas olas espumosas,

aun de anegar los cielos deseosas.

En esto la cerrada niebla oscura,

por el furioso viento derramada,

descubrimos al Este la Herradura

y al Sur la isla de Talca levantada;

reconocida ya nuestra ventura,

y la araucana tierra deseada,

viendo el Morro de Penco descubierto,

arribamos a popa sobre el puerto.

El cual está amparado de una isleta

que resiste al furor del norte airado,

y los continuos golpes de mareta[33]

que le baten furiosos de aquel lado:

la corva y larga punta una caleta

hace, y seno tranquilo y sosegado,

do las cansadas naves, como digo,

hallan seguro albergue y dulce abrigo.

La nave sin gobierno destrozada

surgió al alto reparo de una sierra,

en gruesa amarra y áncora afirmada,

que con tenace diente aferró tierra;

apenas la alta vela fue amainada,

cuando el alegre estruendo de la guerra

nos extendió (tocando en los oídos)

los ánimos y niervos encogidos.

La isleta es habitada de una gente

esforzada, robusta y belicosa,

la cual, viendo una nave solamente

venida allí por suerte venturosa,

gritando «¡Guerra! ¡Guerra!», alegremente

toma las fieras armas y, furiosa,

con gran rebato y prisa repentina,

corre en tropel confuso a la marina.

En la falda de un áspero recuesto

en formado escuadrón se representa,

y nosotros, con ánimo dispuesto

a cualquiera peligro y grande afrenta,

arremetimos a las armas presto,

que el trabajo pasado y la tormenta

nos hizo a todos estimar en nada

cualquiera otro peligro y gran jornada.

Con recobrado aliento y nuevo brío

corrimos al batel, de la manera

que si lejos de tierra, en un bajío,

encallada la nave ya estuviera

y por los anchos lados el navío

sus dos grandes bateles echó fuera,

en los cuales saltamos tanta gente,

cuanta pudo caber estrechamente.

No es poético adorno fabuloso,

mas cierta historia y verdadero cuento,

ora fuese algún caso prodigioso,

ora extraño agüero y triste anunciamiento;

ora violencia de astro riguroso,

ora inusado y rapto movimiento,

ora el andar el mundo (y es más cierto),

fuera de todo término y concierto.

Que el viento ya calmaba, y, en poniendo

el pie los españoles en el suelo

cayó un rayo, de súbito volviendo

en viva llama aquel nubloso velo,

y, en forma de lagarto discurriendo

se vio hender una cometa el cielo;

el mar bramó, y la tierra, resentida

del gran peso, gimió como oprimida.

Cortó súbito allí un temor helado

la fuerza a los turbados naturales,

por siniestro pronóstico tomado

de su ruïna y venideros males,

viendo aquel movimiento desusado

y los prodigios tristes y señales

que su destrozo y pérdida anunciaban

y a perpetua opresión amenazaban.

De esto medrosos, aguardar no osaron,

que, soltando las armas ya rendidas,

del cerrado escuadrón se derramaron,

procurando salvar las tristes vidas;

el patrio nido al fin desampararon,

y con mujeres, hijos y comidas,

por secretos caminos y senderos

se escaparon en balsas y maderos.

Luego los nuestros, sin parar corriendo,

las casas yermas, chozas y moradas

iban en todas partes descubriendo,

las rústicas viandas levantadas;

y con gran diligencia preveniendo

los caminos, las sendas y paradas,

por cavernas y espesos matorrales,

buscaban los ausentes naturales.

Donde en breve sazón fueron hallados

algunos pobres indios escondidos,

otros en pueblezuelos salteados,

que aún no estaban del miedo apercebidos;

mas con buen tratamiento asegurados,

dándoles jotas[34], llautos y vestidos

y palabras de amor, los aquietaban,

y a sus casas de paz los enviaban.

Dándoles a entender que nuestro intento

y causa principal de la jornada

era la religión y salvamento

de la rebelde gente bautizada;

que en desprecio del Santo Sacramento,

la recebida ley y fe jurada,

habían pérfidamente quebrantado

y las armas ilícitas tomado.

Pero que si quisiesen convertirse

a la cristiana ley que antes tenían,

y a la fe quebrantada reducirse,

que al grande Carlos Quinto dado habían,

en todas las más cosas convenirse

a su provecho y cómodo podrían,

haciéndoles con prendas, firme y cierto

cualquier partido lícito y concierto.

Luego los instrumentos convenientes

al uso militar y a la vivienda,

sacamos en las partes competentes,

que no hay quien nos lo impida, ni defienda;

donde todos a un tiempo diligentes,

cuál arma pabellón, cuál toldo o tienda,

quién fuego enciende, y en el casco usado

tuesta el húmedo trigo mareado[35].

La negra noche horrenda y espantosa,

cubriendo tierra y mar cayó del cielo,

dejando antes de tiempo presurosa,

envuelto el mundo en tenebroso velo;

no quedó pabellón, tienda ni cosa

que el viento allí no la abatiese al suelo,

pareciendo con nuevo movimiento

desencajar la isleta de su asiento.

Hasta que el tardo y deseado día

las nubes desterró y dejó sereno

el cielo, revistiendo de alegría

el aire oscuro y húmedo terreno;

luego la trabajada compañía,

conociendo el instable[36] tiempo bueno,

procura reparar con diligencia

del riguroso invierno la violencia.

Unos presto destechan los pajizos

albergues de los indios ausentados;

otros con tablas, ramas y carrizos,

al nuevo alojamiento van cargados

y sobre troncos de árboles rollizos,

en las hondas arenas afirmados,

gran número de ranchos levantamos,

y, en breve espacio, un pueblo fabricamos.

Del modo que se ven los pajarillos

de la necesidad misma instruidos,

por techos y apartados rinconcillos

tejer y fabricar los pobres nidos:

que de pajas, de plumas y ramillos

van y vienen los picos impedidos,

así en el yermo y descubierto asiento

fabrica cada cual su alojamiento.

Ya que todos, Señor, nos alojamos

en el húmedo sitio pantanoso,

y con industria y arte reparamos

la furia del invierno riguroso,

las necesarias armas aprestamos,

soltando con estrépito espantoso

la gruesa y reforzada artillería,

que en torno tierra y mar temblar hacía.

En las remotas bárbaras naciones,

el grande estruendo y novedad sintieron;

pacos, vicuñas, tigres y leones

acá y allá medrosos discurrieron;

los delfines, nereidas y tritones

en sus hondas cavernas se escondieron,

deteniendo confusos sus corrientes

los presurosos ríos y las fuentes.

Sintiose en el Estado la estampida

y algunos tan atónitos quedaron,

que la dura cerviz; nunca oprimida,

sobre los yertos pechos inclinaron;

así avisados ya de la venida

los instrumentos bélicos tocaron,

descogiendo por todas las riberas

sus lucidos pendones y banderas.

En el valle de Ongolmo congregados

los diez y seis caciques araucanos

y algunos capitanes señalados

de los interesados comarcanos,

todos en general deliberados

de venir con nosotros a las manos;

sobre el lugar, el tiempo y aparejo,

entraron los caciques en consejo.

Rengo también con ellos, que admitido

fue al consejo de guerra por valiente,

que, si ya os acordáis, quedó aturdido

en Mataquito entre la muerta gente;

pero volvió después en su sentido

y al cabo se escapó dichosamente;

que, aunque falto de sangre, tuvo fuerte

contra la furia de la airada muerte.

Caupolicán, en medio de ellos puesto,

a todos con los ojos rodeando,

que, con silencio y ánimo dispuesto,

estaban sus razones aguardando;

con sesgo pecho, y con sereno gesto,

la voz en tono grave levantando,

rompió el mudo silencio y echó fuera

el intento y furor de esta manera:

«Esforzados varones, ya es venido

(según vemos las muestras y señales)

aquel felice tiempo prometido

en que habemos de hacernos inmortales;

que la fortuna próspera ha traído

de las últimas partes orientales

tantas gentes en una compañía

para que las venzáis en sólo un día.

»Y a costa y precio de su sangre y vidas

del todo eternicéis vuestras espadas,

y nuestras francas leyes oprimidas

sean en su libre fuerza restauradas;

que por remotos reinos extendidas

han de ser inviolables y sagradas,

viviendo en igualdad debajo de ellas,

cuantos viven debajo las estrellas.

»Y pues que con tan loco pensamiento

estas gentes se os han desvergonzado,

y en vuestra tierra y defendido asiento

las banderas tendidas han entrado,

es bien que el insolente atrevimiento

quede con nuevo ejemplo castigado,

antes que, dando cuerda a su esperanza,

les dé fuerza y consejo la tardanza.

»Así, en resolución me determino,

(si, señores, también os pareciere)

que demos con asalto repentino

sobre ellos lo mejor que ser pudiere;

y nadie piense que hay otro camino

sino el que con su fuerza y brazo abriere;

que las rabiosas armas en las manos,

los han de dar por justos o tiranos».

A la plática fin con esto puso,

y el buen Peteguelén, viejo severo,

por más antiguo su razón propuso,

como soldado y sabio consejero,

diciendo: «¡Oh capitanes!, no rehuso

de derramar mi sangre yo el primero,

que, aunque por mi vejez parezca helada,

en el pecho me hierve alborotada.

»Pero sola una cosa me detiene,

haciéndome dudar el rompimiento,

y es la cierta noticia que se tiene

que es mucha gente y mucho el regimiento;

así que claro vemos que conviene

gran resistencia a grande movimiento;

que siempre de estimar poco las cosas,

suceden las dolencias peligrosas.

»Que pues el sitio y puesto que han tomado

es por natura fuerte y recogido,

del mar y altos peñascos rodeado,

por todas partes libre y defendido;

será de más provecho y acertado

que a su plática y trato deis oído,

y que no se les niegue y contradiga,

pues que sólo el oír a nadie obliga.

»Que no podrá dañar, y en el comedio

podréis apercebir y juntar gente,

y en secreto aprestar para el remedio

todo lo necesario y conveniente;

en las cosas difíciles dar medio,

proveer a cualquiera inconveniente,

atajar y romper los pasos llanos

y al cabo remitirnos a las manos».

No pudo decir más, que ardiendo en ira,

el bravo Tucapel, con voz furiosa

diciendo (la atajó): «Quien tanto mira

jamás emprenderá jornada honrosa;

y si todo el Estado se retira,

por parecerle que ésta es peligrosa,

yo solo tomaré, sin compañía,

las armas, causa y cargo a cuenta mía.

»Por ventura, ¿tenéis desconfianza

de vuestras propias fuerzas tan probadas?

Pues, en cuanto arrojar pueden la lanza

y rodear los brazos las espadas,

dais causa que se note en vos mudanza,

y que vuestras victorias mancilladas

queden con bajo y mísero partido,

y nuestro honor y crédito ofendido.

»Pues entended que, mientras yo tuviere

fuerza en el brazo y voz en el Senado,

diga Peteguelén lo que quisiere,

que esto ha de ser por armas sentenciado;

y quien otro camino pretendiere,

primero le abrirá por mi costado;

que esta ferrada maza, y no oraciones,

les ha de dar las causas y razones.

»Si los que así os preciáis de bien hablados,

el ánimo os bastare y el denuedo

de combatir sobre esto, en campo armados

os probaré más claro lo que puedo;

mas queréis os mostrar tan concertados,

que, llamando prudencia a lo que es miedo,

por no poner en riesgo vuestra vida,

a todo, con parlar, daréis salida».

Peteguelén responde: «Pues no halla

nunca en ti la razón acogimiento,

yo solo, viejo, quiero la batalla

y castigar tu loco atrevimiento;

de piel curtida armados, o de malla,

con lanza, espada o maza, a tu contento,

para mostrar que en justas ocasiones

tengo más largas manos que razones».

¡Quién pudiera pintar el rostro esquivo

que Tucapel mostraba contra el cielo,

lanzando por los ojos fuego vivo,

no se dignando de mirar al suelo!

Dijo: «Al fin pensamiento tan altivo

ya es digno del furor de Tucapelo;

mas por mi honor y por tu edad querría

que metieses contigo compañía».

El viejo respondió: «Jamás de ajenas

fuerzas en ningún tiempo me he ayudado,

ni de sangre aún están vacías mis venas,

ni siento el brazo así debilitado

que no te piense dar las manos llenas».

Mas Rengo, su sobrino, levantado,

se atravesó diciendo: «El desafío

acepto yo, si quieres, por mi tío».

«Quiérolo, pido, y soy de ello contento

(gritaba Tucapel), y a diez contigo».

Mas saltando Orompello de su asiento,

dijo: «Tú lo has de haber, Rengo, comigo».

«También enmendaré tu atrevimiento»,

responde el fiero Rengo. «Y más te digo,

que en poco tu amenaza y campo estimo

después qué haya acabado el de tu primo».

Tucapelo le dijo: «Castigarte

pienso de tal manera yo primero,

que le cabrá a Orompello poca parte,

que, a bien librar, serás mi prisionero.

Afuera, afuera, ¡sus!, haceos aparte,

que dilatar el término no quiero,

pues armas, tiempo y voluntad tenemos,

sino que luego aquí lo averigüemos».

Rengo y Peteguelén le respondieran

a un tiempo con las armas y razones,

si en medio a la sazón no se pusieran

muchos caciques nobles y varones,

pidiendo que suspendan y difieran

aquellas amenazas y cuestiones,

hasta que la fortuna declarada

diese próspero fin a la jornada.

Caupolicán estaba ya impaciente

de ver que Tucapelo cada día,

en guerra, en paz, con término insolente,

sin causa ni atención los revolvía;

mas hubo de llevarlo blandamente,

que el tiempo y la sazón lo requería,

y así, con gravedad y manso ruego,

la furia mitigó y apagó el fuego.

Quedando entre ellos puesto y aceptado

que, luego que la guerra concluyesen,

el viejo y Tucapel, en estacado,

francos de solo a solo, combatiesen;

después, que Tucapel y Rengo armado

ansimismo su causa definiesen.

El rumor aplacado, Colocolo

les comenzó a decir, hablando solo:

«Generosos caciques, si licencia

tenemos de decir lo que alcanzamos

los que por largos años y experiencia

los futuros sucesos rastreamos;

vemos que nuestras fuerzas y potencia

en sólo destruirnos las gastamos,

y el tirano cuchillo apoderado

sobre nuestras gargantas levantado.

»Y lo que da señal clara que sea

cierta vuestra caída y mi recelo,

es que ya la fortuna titubea

y comienza a turbarse nuestro cielo;

cuando un gran edificio se ladea,

no está muy lejos de venir al suelo;

la máquina que en falso asiento estriba,

su misma pesadumbre la derriba.

»Por lo cual ya, si mi opinión no yerra,

según el proceder y los indicios,

temo, y con gran razón, de ver por tierra

nuestros real cimentados edificios,

y convertido el uso de la guerra

en serviles y bajos ejercicios,

quebrantándose, al fin, vuestra protervia,

fundada en una vana y gran soberbia.

»Muerto a Lautaro vemos, y perdidas

con gran deshonra nuestras tres banderas,

rotas nuestras escuadras y tendidas

al viento y sol por pasto de las fieras,

las fuerzas y opiniones divididas,

lleno el campo de gentes extranjeras,

y las furiosas armas alteradas

contra sus mismos pechos declaradas.

»Mirad que así, por ciega inadvertencia,

la patria muere y libertad perece,

pues con sus mismas armas y potencia

al derecho enemigo favorece;

incurable y mortal es la dolencia

cuando a la medicina no obedece,

y bestial la pasión y detestable

que no sufre el consejo saludable.

»¿Por qué con tanta saña procuramos

ir nuestra sangre y fuerzas apocando

y, envueltos en civiles arenas, damos

fuerza y derecho al enemigo bando?

¿Por qué con tal furor despedazamos

esta unión invencible, condenando

nuestra causa aprobada y armas justas,

justificando en todo las injustas?

»¿Qué rabia o qué rencor desatinado

habéis contra vosotros concebido,

que así queréis que el Araucano Estado

venga a ser por sus manos destruido

y, en su virtud y fuerzas ahogado,

quede con nombre infame sometido

a las extractas leyes y gobierno,

en dura servidumbre y yugo eterno?

»Volved sobre vosotros, que sin tiento

corréis a toda prisa a despeñaros;

refrenad esa furia y movimiento

que es la que puede en esto más dañaros.

¿Sufrís al enemigo en vuestro asiento,

que quiere como a brutos conquistaros,

y no podéis sufrir aquí impacientes

los consejos y avisos convenientes?

»Que es cierto falta de ánimo, y bastante

indicio de flaqueza disfrazada,

teniendo al enemigo tan delante,

revolver contra sí la propia espada,

por no esperar con ánimo constante

los duros golpes de fortuna airada

a los cuales resiste el pecho fuerte

que no quiere acabarlo con la muerte.

»Pero, pues tanto esfuerzo en vos se encierra

que a veces, por ser tanto, lo condeno,

y de vuestras hazañas, no esta tierra

mas todo el universo anda ya lleno;

cese, cese el furor y civil guerra,

y por el bien común tened por bueno

no romper la hermandad con torpes modos,

pues que miembros de un cuerpo somos todos.

»Si a la cansada edad y largos días

algún respeto y crédito se debe,

mirad a estas antiguas canas mías

y al bien público y celo que me mueve,

para que difiráis vuestras porfías

por alguna sazón y tiempo breve,

hasta que el español furor decline

y la causa común se determine.

»Y pues de vuestra discreción espero

que os pondrá en el camino que conviene,

traer otras razones más no quiero,

pues con vos la razón tal fuerza tiene;

dejadas, pues, aparte, lo primero

que venir a las manos nos detiene

y pone freno y límite al deseo

es el poco aparejo que aquí veo.

»Que por todas las partes nos divide

este brazo de mar que veis en medio

y nuestra pretensión y paso impide

sin tener de pasaje algún remedio;

y pues el enemigo se comide

a tratar de concierto y nuevo medio,

aunque nunca pensemos aceptarlos,

no nos podrá dañar el escucharlos.

»Pues por este camino tomaremos

lengua de su intención y fundamento

que, cuando no sea lícita, podremos

venir de todo en todo a rompimiento;

también en este término haremos

de armas y munición preparamento,

que éstas serán, al fin, las que de hecho

habrán de declarar este derecho.

»Mas conviene advertir, claros varones,

para llevar las cosas bien guiadas,

que nuestras exteriores intenciones

vayan siempre a la paz enderezadas,

mostrándonos de flacos corazones

las fuerzas y esperanzas quebrantadas

y la tierra de minas de oro rica,

cebo goloso en que esta gente pica.

»Quizá por este término sacalla

podremos del isleño sitio fuerte

y con fingida paz aseguralla,

trayéndola por mafias a la muerte;

y sin rumor, ni muestra de batalla;

abramos la carrera de tal suerte,

que venga a tierra firme, confiada

en el seguro paso y franca entrada».

A su habla dio fin el sabio anciano

y hubo allí pareceres diferentes,

diciendo que el peligro era liviano

para tanto temor e inconvenientes;

pero Purén, Lincoya y Talcaguano,

Lemolemo, Elicura, más prudentes,

al parecer del viejo se arrimaron

y así a los más los menos se allanaron.

Despachando de allí con diligencia

al joven Millalauco generoso,

hombre de gran lenguaje y experiencia,

cauto, sagaz, solícito y mañoso;

que con fingida muestra y aparencia

de algún partido honesto y medio honroso,

nuestro intento y disignios penetrase

y el sitio, gente y número notase.

El cual, por los caciques instruido

(según el tiempo) en lo que más convino,

en una larga góndola metido,

sin más se detener tomó el camino

y, de los prestos remos impelido,

en breve a nuestro alojamiento vino,

adonde sin estorbo, libremente,

saltó luego seguro con su gente.

Al puerto habían también con fresco viento

tres naves de las nuestras arribado,

llenas de armas, de gente y bastimento

con que fue nuestro campo reforzado;

era tanto el rumor y movimiento

del bélico aparato, que admirado

el cauteloso Millalauco estuvo,

y así confuso un rato se detuvo.

Mas, sin darlo a entender, disimulando,

por medio del bullicio atravesaba,

los judiciosos ojos rodeando

las armas, gente y ánimos notaba

y el negocio entre sí considerando

el deseado fin dificultaba,

viendo cubierto el rizar, llena la tierra

de gente armada y máquinas de guerra.

Llegado al pabellón de don García,

hallándome con otros yo presente,

con una modelada cortesía

nos saludó a su modo, alegremente,

levantando la voz; pero la mía,

que fatigada de cantar se siente,

no puede ya llevar un tono tanto

y así esfuerza dar fin en este canto.