CANTO I

El cual declara el asiento y descripción de la Provincia de Chile y Estado de Arauco, con las costumbres y modos de guerra que los naturales tienen; y asimismo trata en suma la entrada y conquista que los españoles hicieron hasta que Arauco se comenzó a rebelar.

O las damas, amor, no gentilezas

de caballeros canto enamorados,

ni las muestras, regalos y ternezas

de amorosos afectos y cuidados;

mas el valor, los hechos, las proezas

de aquellos españoles esforzados,

que a la cerviz de Arauco no domada,

pusieron duro yugo por la espada.

Cosas diré también harto notables

de gente que a ningún rey obedecen,

temerarias empresas memorables

que celebrarse con razón merecen;

raras industrias, términos loables

que más los españoles engrandecen;

pues no es el vencedor más estimado

de aquello en que el vencido es reputado.

Suplícoos, gran Felipe, que mirada

esta labor, de vos sea recebida,

que, de todo favor necesitada

queda con darse a vos favorecida:

es relación sin corromper sacada

de la verdad, cortada a su medida;

no despreciéis el don, aunque tan pobre,

para que autoridad mi verso cobre.

Quiero a señor tan alto dedicarlo,

porque este atrevimiento lo sostenga,

tomando esta manera de ilustrarlo,

para que quien lo viere en más lo tenga,

y si esto no bastare a no tacharlo,

a lo menos confuso se detenga,

pensando que, pues va a vos dirigido,

que debe de llevar algo escondido.

Y haberme en vuestra casa yo criado

que crédito me da por otra parte,

hará mi torpe estilo delicado

y lo que va sin orden lleno de arte;

así, de tantas cosas animado,

la pluma entregaré al furor de Marte;

dad orejas, señor, a lo que digo,

que soy de parte de ello buen testigo.

Chile, fértil provincia, y señalada

en la región Antártica famosa,

de remotas naciones respetada

por fuerte, principal y poderosa;

la gente que produce es tan granada,

tan soberbia, gallarda y belicosa,

que no ha sido por rey jamás regida

ni a extranjero dominio sometida.

Es Chile Norte Sur de gran longura,

costa del nuevo mar, del Sur llamado,

tendrá del Este a Oeste de angostura

cien millas por lo más ancho tomado;

bajo del polo Antártico en altura

de veinte y siete grados prolongado,

hasta do el mar Océano y Chileno

mezclan sus aguas por angosto seno.

Y estos dos anchos mares, que pretenden,

pasando de sus términos, juntarse,

baten las rocas y sus olas tienden,

mas esles impedido el allegarse;

por esta parte al fin la tierra hienden

y pueden por aquí comunicarse.

Magallanes, señor, fue el primer hombre

que, abriendo este camino, le dio nombre.

Por falta de piloto, o encubierta

causa, quizá importante y no sabida,

esta secreta senda descubierta

quedó para nosotros escondida;

ora sea yerro de la altura cierta,

ora que alguna isleta removida

del tempestuoso mar y viento airado,

encallando en la boca, la ha cerrado.

Digo que Norte Sur corre la tierra

y bañala del oeste la marina;

a la banda de leste va una sierra

que el mismo rumbo mil leguas camina:

en medio es donde el punto de la guerra

por uso y ejercicio más se afina:

Venus y Amón aquí no alcanzan parte;

sólo domina el iracundo Marte.

Pues en este distrito demarcado,

por donde su grandeza es manifiesta,

está a treinta y seis grados el Estado

que tanta sangre ajena y propia cuesta:

éste es el fiero pueblo no domado

que tuvo a Chile en tal estrecho puesta,

y aquel que por valor y pura guerra

hace en to rno temblar toda la tierra.

Es Arauco, que basta, el cual sujeto

lo más de este gran término tenía,

con tanta fama, crédito y conceto,

que del un polo al otro se extendía;

y puso al español en tal aprieto,

cual presto se verá en la carta mía:

veinte leguas contienen sus mojones;

poséenla diez y seis fuertes varones.

De diez y seis caciques y señores

es el soberbio estado poseído,

en militar estudio los mejores

que de bárbaras madres han nacido:

reparo de su patria y defensores,

ninguno en el gobierno preferido;

otros caciques hay, mas por valientes

son éstos en mandar los preeminentes.

Sólo al señor de imposición le viene

servicio personal de sus vasallos,

y en cualquiera ocasión cuando conviene

puede por fuerza al débito apremiallos:

pero así obligación el señor tiene

en las cosas de guerra dotrinallos,

con tal uso, cuidado y disciplina,

que son maestros después de esta dotrina.

En lo que usan los niños, en teniendo

habilidad y fuerza provechosa,

es que un trecho seguido han de ir corriendo

por una áspera cuesta pedregosa,

y al puesto y fin del curso revolviendo,

le dan al vencedor alguna cosa;

vienen a ser tan sueltos y alentados,

que alcanzan por aliento los venados.

Y desde la niñez al ejercicio

los apremian por fuerza y los incitan,

y en el bélico estudio y duro oficio,

entrando en más edad, los ejercitan;

si alguno de flaqueza da un indicio,

del uso militar lo inhabilitan,

y el que sale en las armas señalado

conforme a su valor le dan el grado.

Los cargos de la guerra y preeminencia

no son por flacos medios proveídos,

ni van por calidad, ni por herencia,

ni por hacienda y ser mejor nacidos;

mas la virtud del brazo y la excelencia,

ésta hace los hombres preferidos;

ésta ilustra, habilita, perfecciona

y aquilata el valor de la persona.

Los que están a la guerra dedicados

no son a otros servicios constreñidos,

del trabajo y labranza reservados

y de la gente baja mantenidos;

pero son por las leyes obligados

de estar a punto de armas proveídos,

y a saber diestramente gobernallas

en las lícitas guerras y batallas.

Las armas de ellos más ejercitadas

son picas, alabardas y lanzones,

con otras puntas largas enastadas

de la fación y forma de punzones;

hachas, martillos, mazas barreadas,

dardos, sargentas, flechas y bastones,

lazos de fuertes mimbres y bejucos,

tiros arrojadizos y trabucos.

Algunas de estas armas han tomado

de los cristianos nuevamente ahora,

que el contino ejercicio y el cuidado

enseña y aprovecha cada hora;

y otras, según los tiempos, inventado;

que es la necesidad grande inventora,

y el trabajo solícito en las cosas

maestro de invenciones ingeniosas.

Tienen fuertes y dobles coseletes,

arma común a todos los soldados,

y otros a la manera de sayetes

que son, aunque modernos, más usados:

grebas, brazales, golas, capacetes

de diversas hechuras encajados,

hechos de piel curtida y duro cuero,

que no basta ofenderle el fino acero.

Cada soldado una arma solamente

ha de aprender y en ella ejercitarse,

y es aquella a que más naturalmente

en la niñez mostrare aficionarse;

de esta sola procura diestramente

saberse aprovechar, y no empacharse

en jugar de la pica el que es flechero,

ni de la maza y flechas el piquero.

Hacen su campo, y muéstranse en formados

escuadrones distintos muy enteros,

cada hila de más de cien soldados,

entre una pica y otra los flecheros,

que de lejos ofenden desmandados

bajo la protección de los piqueros,

que van hombro con hombro, como digo,

hasta medir a pica al enemigo.

Si el escuadrón primero que acomete

por fuerza viene a ser desbaratado,

tan presto a socorrerle otro se mete,

que casi no da tiempo a ser notado;

si aquél se desbarata, otro arremete

y, estando ya el primero reformado,

moverse de su término no puede

hasta ver lo que al otro le sucede.

De pantanos procuran guarnecerse

por el daño y temor de los caballos,

donde suelen a veces acogerse

si viene a suceder desbaratallos;

allí pueden seguros rehacerse,

ofenden sin que puedan enojallos;

que el falso sitio y gran inconveniente

impide la llegada a nuestra gente.

Del escuadrón se van adelantando

los bárbaros que son sobresalientes;

soberbios, cielo y tierra despreciando,

ganosos de extremarse por valientes;

las picas por los cuentos arrastrando,

poniéndose en posturas diferentes,

diciendo: «Si hay valiente algún cristiano,

salga luego adelante mano a mano».

Hasta treinta o cuarenta en compañía,

ambiciosos de crédito y loores,

vienen con grande y bizarría

al son de presurosos atambores:

las armas matizadas a porfía

con varias y finísimas colores,

de poblados penachos adornados,

saltando acá y allá por todos lados.

Hacen fuerzas o fuertes cuando entienden

ser el lugar y sitio en su provecho,

o si ocupar un término pretenden,

o por algún aprieto y grande estrecho,

de do más a su salvo se defienden

y salen de rebato a caso hecho,

recogiéndose a tiempo al sitio fuerte

que su forma y hechura es de esta suerte.

Señalado el lugar, hecha la traza

de poderosos árboles labrados,

cercan una cuadrada y ancha plaza

en valientes estacas afirmados,

que a los de fuera impide y embaraza

la entrada y combatir, porque, guardados

del muro los de dentro, fácilmente

de mucha se defiende poca gente.

Solían antiguamente de tablones

hacer dentro del fuerte otro apartado,

puestos de trecho a trecho unos troncones,

en los cuales el muro iba fijado

con cuatro levantados torreones

a caballero del primer cercado,

de pequeñas troneras lleno el muro,

para jugar sin miedo y más seguro.

En torno de esta plaza poco trecho

cercan de espesos hoyos por de fuera,

cuál es largo, cuál ancho, cual estrecho,

y así van sin faltar de esta manera,

para el incauto mozo que, de hecho,

apresura el caballo en la carrera

tras el astuto bárbaro engañoso

que le mete en el cerco peligroso.

También suelen hacer hoyos mayores

con estacas agudas en el suelo,

cubiertos de carrizo, yerba y flores,

porque puedan picar más sin recelo

allí los indiscretos corredores,

teniendo sólo por remedio el cielo:

se sumen dentro y quedan enterrados

en las agudas puntas estacados.

De consejo y acuerdo una manera

tienen de tiempo antiguo acostumbrada,

que es hacer un convite y borrachera

cuando sucede cosa señalada;

y así cualquier señor que la primera

nueva del tal suceso le es llegada,

despacha con presteza embajadores

a todos los caciques y señores.

Haciéndoles saber como se ofrece

necesidad y tiempo de juntarse,

pues a todos les toca y pertenece

que es bien con brevedad comunicarse:

según el caso, así se lo encarece,

y el daño que se sigue en dilatarse,

lo cual, visto que a todos les conviene,

ninguno venir puede que no viene.

Juntos, pues, los caciques del senado,

propóneles el caso nuevamente,

el cual por ellos visto y ponderado,

se trata del remedio conveniente;

y resueltos en uno, y decretado

si alguno de opinión es diferente,

no puede, en cuanto al débito, eximirse,

que allí la mayor voz ha de seguirse.

Después que cosa en contra no se halla,

se va el nuevo decreto declarando

por la gente común y de canalla

que alguna novedad está aguardando:

si viene a averiguarse por batalla,

con gran rumor lo van manifestando

de trompas y atambores altamente,

porque a noticia venga de la gente.

Tienen un plazo puesto y señalado

para se ver sobre ello y remirarse,

tres días se han de haber ratificado

en la difinición sin retratarse,

y el franco y libre término pasado

es de ley imposible revocarse,

y así como a forzoso acaecimiento

se disponen al nuevo movimiento.

Hácese este concilio en un gracioso

asiento de mil florestas escogido,

donde se muestra el campo más hermoso

de infinidad de flores guarnecido;

allí de un viento fresco y amoroso

los árboles se mueven con ruïdo,

cruzando muchas veces por el prado

un claro arroyo limpio y sosegado,

Do una fresca y altísima alameda

por orden y artificio tienen puesta

en torno de la plaza, y ancha rueda,

capaz de cualquier junta y grande fiesta,

que convida a descanso y al sol veda

la entrada y paso en la enojosa siesta:

allí se oye la dulce melodía

del canto de las aves y armonía.

Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta

aquel que fue del cielo derribado,

que como a poderoso y gran profeta

es siempre en sus cantares celebrado,

invocan su furor con falsa seta

y a todos sus negocios es llamado,

teniendo cuanto dice por seguro

del próspero suceso o mal futuro,

Y cuando quieren dar una batalla,

con él lo comunican en su rito:

si no responde bien, dejan de dalla,

aunque más les insista el apetito;

caso grave y negocio no se halla

do no sea convocado este maldito;

llámanle Eponamón, y, comúnmente,

dan este nombre a alguno si es valiente.

Usan el falso oficio de hechiceros,

ciencia a que, naturalmente, se inclinan,

en señales mirando y en agüeros,

por las cuales sus cosas determinan;

veneran a los necios agoreros

que los casos futuros adivinan:

el agüero acrecienta su osadía,

y les infunde miedo y cobardía.

Algunos de estos son predicadores,

tenidos en sagrada reverencia,

que sólo se mantienen de loores

y guardan vida estrecha y abstinencia;

estos son los que ponen en errores

al liviano común con su elocuencia,

teniendo por tan cierta su locura

como nos la Evangélica Escritura.

Y estos que guardan orden algo estrecha

no tienen ley, ni Dios, ni que hay pecados;

mas sólo aquel vivir les aprovecha

de ser por sabios hombres reputados;

pero la espada, lanza, el arco y flecha

tienen por mejor ciencia otros soldados,

diciendo que el agüero alegre o triste

en la fuerza y el ánimo consiste.

En fin, el hado y clima de esta tierra,

si su estrella y pronósticos se miran,

es contienda, furor, discordia, guerra,

y a sólo esto los ánimos aspiran;

todo su bien y mal aquí se encierra,

son hombres que de súbito se aíran,

de condición feroces, impacientes,

amigos de domar extrañas gentes.

Son de gestos robustos, desbarbados,

bien formados los cuerpos y crecidos;

espaldas grandes, pechos levantados,

recios miembros, de nervios bien fornidos;

ágiles, desenvueltos, alentados,

animosos, valientes, atrevidos,

duros en el trabajo, y sufridores

de fríos mortales, hambres y calores.

No ha habido rey jamás que sujetase

esta soberbia gente libertada,

ni extranjera nación que se jactase

de haber dado en sus términos pisada;

ni comarcana tierra que se osase

mover en contra y levantar espada:

siempre fue exenta, indómita, temida,

de leyes libre y de cerviz erguida.

El potente rey inca, aventajado

en todas las antárticas regiones,

fue un señor en extremo aficionado

a ver y conquistar nuevas naciones;

y por la gran noticia del Estado,

a Chile despachó sus orejones,

mas la parlera fama de esta gente

la sangre les templó y ánimo ardiente.

Pero los nobles incas valerosos

los despoblados ásperos rompieron,

y en Chile algunos pueblos belicosos

por fuerza a servidumbre los trujeron:

a do leyes y edictos trabajosos

con dura mano armada introdujeron,

haciéndolos con fueros disolutos

pagar grandes subsidios y tributos.

Dado asiento en la tierra y reformado

el campo con ejército pujante,

en demanda del reino deseado

movieron sus escuadras adelante:

no hubieron muchas millas caminado,

cuando entendieron que era semejante

el valor a la fama que, alcanzada,

tenía el pueblo araucano por la espada.

Los promaucaes de Maule, que supieron

el vano intento de los incas vanos,

al paso y duro encuentro les salieron,

no menos en buen orden que lozanos;

y las cosas de suerte sucedieron

que, llegando estas gentes a las manos,

murieron infinitos orejones,

perdiendo el campo y todos los pendones.

Los indios promaucaes es una gente

que está cien millas antes del Estado:

brava, soberbia, próspera y valiente,

que bien los españoles la han probado;

pero, con cuanto digo, es diferente

de la fiera nación, que, cotejado

el valor de las armas y excelencia,

es grande la ventaja y diferencia.

Los incas, que la fuerza conocían

que en la provincia indómita se encierra,

y cuán poco a los brazos ganarían

llegada al cabo la empezada guerra;

visto el errado intento que traían,

desamparando la ganada tierra,

volvieron a los pueblos que dejaron,

donde por algún tiempo reposaron.

Pues don Diego de Almagro, adelantado,

que en otras mil conquistas se había visto,

por sabio en todas ellas reputado,

animoso, valiente, franco y quisto,

a Chile caminó determinado

de extender y ensanchar la fe de Cristo;

pero, en llegando al fin de este camino,

dar en breve la vuelta le convino.

A sólo el de Valdivia esta victoria

con justa y gran razón le fue otorgada,

y es bien que se celebre su memoria,

pues pudo adelantar tanto su espada;

éste alcanzó en Arauco aquella gloria,

que de nadie hasta allí fuera alcanzada,

la altiva gente al grave yugo trajo

y en opresión la libertad redujo.

Con una espada y capa solamente,

ayudado de industria que tenía,

hizo con brevedad de buena gente

una lucida y gruesa compañía;

y con designio y ánimo valiente

toma de Chile la derecha vía,

resuelto en acabar de esta salida

la demanda difícil o la vida.

Viose en el largo y áspero camino

por hambre, sed y frío en gran estrecho;

pero, con la constancia que convino,

puso al trabajo el animoso pecho.

Y el diestro hado y próspero destino

en Chile le metieron, a despecho

de cuantos estorbarlo procuraron,

que en su daño las armas levantaron.

Tuvo a la entrada con aquellas gentes

batallas y recuentros peligrosos,

en tiempos y lugares diferentes,

que estuvieron los fines bien dudosos;

pero, al cabo, por fuerza los valientes

españoles, con brazos valerosos,

siguiendo el hado y con rigor la guerra,

ocuparon gran parte de la tierra.

No sin gran riesgo y pérdidas de vidas.

asediados seis años sostuvieron,

y de incultas raíces desabridas

los trabajados cuerpos mantuvieron,

do las bárbaras armas oprimidas

a la española devoción trujeron,

por ánimo constante y raras pruebas,

criando en los trabajos fuerzas nuevas.

Después entró Valdivia conquistando

con esfuerzo y espada rigurosa,

los promaucaes por fuerza sujetando,

curios, cauquenes, gente belicosa,

y el Maule y raudo Itata atravesando,

llegó al Andalïen, do la famosa

ciudad fundó de muros levantada,

felice en poco tiempo y desdichada.

Una batalla tuvo aquí sangrienta

donde a punto llegó de ser perdido;

pero Dios le acorrió en aquella afrenta,

que en todas las demás le había acorrido;

otros de ello darán más larga cuenta,

que les está este cargo cometido;

allí fue preso el bárbaro Ainavillo,

honor de los Pencones y caudillo.

De allí llegó al famoso Biobío,

el cual divide a Penco del Estado,

que del Nibequetén, copioso rió,

y de otros viene al mar acompañado,

de donde con presteza y nuevo brío,

en orden buena y escuadrón formado,

pasó de Andalicán la áspera sierra,

pisando la araucana y fértil tierra.

No quiero detenerme más en esto,

pues que no es mi intención dar pesadumbre,

y así pienso pasar por todo presto

huyendo de importunos la costumbre;

digo, con tal intento y presupuesto,

que antes que los de Arauco a servidumbre

viniesen, fueron tantas las batallas,

que dejo de prolijas de contallas.

Ayudó mucho el inorante engaño

de ver en animales corregidos

hombres que, por milagro y caso extraño,

de la región celeste eran venidos;

y del súbito estruendo y grave daño

de los tiros de pólvora sentidos,

como a inmortales dioses los temían,

que con ardientes rayos combatían.

Los españoles hechos hazañosos

el error confirmaban de inmortales,

afirmando los más supersticiosos

por los presentes los futuros males;

y así tibios, suspensos y dudosos,

viendo de su opresión claras señales,

debajo de hermandad y fe jurada

dio Arauco la obediencia jamás dada.

Dejando allí el seguro suficiente,

adelante los nuestros caminaron;

pero todas las tierras llanamente,

viendo Arauco sujeta, se entregaron,

y, reduciendo a su opinión gran gente,

siete ciudades prósperas fundaron:

Coquimbo, Penco, Angol y Santïago,

la Imperial, Villarrica y la del Lago.

El felice suceso, la victoria,

la fama y posesiones que adquirían,

los trajo a tal soberbia y vanagloria,

que en mil leguas diez hombres no cabían,

sin pasarles jamás por la memoria

que en siete pies de tierra al fin habían

de venir a caber sus hinchazones,

su gloria vana y vanas pretensiones.

Crecían los intereses y malicia

a costa del sudor y daño ajeno,

y la hambrienta y mísera codicia

con libertad paciendo iba sin freno:

la ley, derecho, el fuero y la justicia

era lo que Valdivia había por bueno,

remiso en graves culpas y piadoso

y en los casos livianos riguroso.

Así el ingrato pueblo castellano

en mal y estimación iba creciendo,

y siguiendo el soberbio intento vano

tras su fortuna próspera corriendo;

pero el Padre del Cielo soberano

atajó este camino, permitiendo

que aquel a quien él mismo puso el yugo

fuese el cuchillo y áspero verdugo.

El Estado araucano, acostumbrado

a dar leyes, mandar y ser temido,

viéndose de su trono derribado

y de mortales hombres oprimido,

de adquirir libertad determinado,

reprobando el subsidio padecido,

acude al ejercicio de la espada,

ya por la paz ociosa desusada.

Dieron señal primero y nuevo tiento,

por ver con qué rigor se tornaría,

en dos soldados nuestros, que a tormento

mataron sin razón y causa un día;

disimulose aquel atrevimiento,

y con esto crecioles la osadía;

no aguardando a más tiempo abiertamente

comienzan a llamar y juntar gente.

Principio fue del daño no pensado

el no tomar Valdivia presta enmienda

con ejemplar castigo del Estado;

pero nadie castiga en su hacienda:

el pueblo sin temor desvergonzado,

con nueva libertad, rompe la rienda

del homenaje hecho y la promesa,

como el segundo canto aquí lo expresa.