2
En el centro de la isla donde terminaba la calzada, un millar de notables esperaba a la comitiva con trajes bordados en oro y piedras preciosas. Los tambores españoles redoblaron con toda su fuerza, subrayando el ritmo de los instrumentos de viento. Los notables se retiraron hacia los lados para dejar a la vista las andas en las que cuatro sirvientes transportaban a su emperador. Antes de que Moctezuma se bajara, los esclavos colocaron mantas a sus pies para que sus sandalias de oro no tocaran la tierra. Sus servidores barrían el suelo que iba a pisar. Nadie le miraba a los ojos. Desapareció después de intercambiar algunos regalos, escoltado por cuatro caciques, bajo palio, coronado de plumas verdes y turquesas.
Momentos después, don Lorenzo se encontraba siguiendo a los caciques hasta el palacio donde alojaron a toda la capitanía. Juan de los Santos exclamaba de admiración mientras recorría las habitaciones.
—¡Capitán! ¡Tendremos cuartos todos nosotros! ¡Mirad! ¡Mirad cómo huelen las maderas!
Pero la inquietud de don Lorenzo superaba su sorpresa ante las maravillas que le mostraba su mozo. Los jardines repletos de flores y de pájaros de plumas de colores, las huertas, los árboles frutales, los estanques de agua dulce, los ídolos de oro y de plata distribuidos por todo el palacio, las mantas de algodón, tan suaves que apenas se sentía su roce, las bandejas repletas de toda clase de alimentos que esperaban su llegada en cada habitación, el canto de las aves, el incienso. Don Lorenzo no permitió que sus sentidos le engañaran, alguna razón tendrían los mexicas para poner el mundo a los pies de los que se habían aliado contra ellos. La fiera agazapada debía de esconder su estrategia. Inspeccionó el palacio preguntándose dónde habrían acomodado a doña Aurora y a su hijo. Cuando vio el embarcadero del jardín, con una salida directa a los canales, se dirigió a su criado señalando las canoas.
—Cuida de que siempre estén dispuestas, desde aquí se podría llegar a la laguna que rodea la ciudad. Nunca está de más preparar la retirada.
Al día siguiente, salió en busca de su hijo acompañado por su criado y por una guarnición de veinte hombres. No había vuelto a verlo desde la salida de Cholula. Se dirigió hacia el palacio donde se alojaba doña Aurora junto al resto de las princesas y sus esclavas, con la esperanza de que el pequeño Miguel hubiera atravesado la cordillera sin contratiempos.