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Durante los asentamientos, Valvanera solía recorrer el real para buscar noticias que contarle a la princesa. Paseaba con las criadas y con sus dueñas, curaba a los guerreros heridos y les averiguaba su suerte. Cuando don Gonzalo permitía salir a doña Aurora de la casa, se sentaban delante de la puerta sobre las esteras extendidas en el suelo, fumaban un cigarro, consultaban los libros adivinatorios y se entretenían en predecir el resultado de la guerra. La princesa estaba preocupada por Serpiente de Obsidiana, habían pasado cinco días y cinco noches desde que el guerrero dejó el asentamiento. Su esclava la tranquilizaba intentando desviar su atención.

—No temas, es listo y valiente, sabrá defenderse. Mira, por allí se acercan doña Mencía y doña Beatriz con sus dueños. Ya tienen el vientre muy abultado. ¿Les acompañamos en el paseo?

Doña Beatriz y doña Mencía ya estaban embarazadas cuando llegaron con los teules a Cempoal. Valvanera lo advirtió aunque todavía no se les notaba; desde entonces, les aliviaba las molestias del embarazo con sus hierbas. A las dos les faltaba el mismo tiempo para cumplir su ciclo, cuatro lunas llenas, pero ya tenían los pies muy hinchados, y las cuerdas de las sandalias se marcaban en sus tobillos. Valvanera les aconsejó que caminaran para evitarlo. La esclava las acompañaba con frecuencia en sus paseos.

Cuando doña Mencía y doña Beatriz se acercaron a la choza de doña Aurora, Valvanera insistió en que la princesa caminara con ellas hasta el río.

—¡Vamos, mi niña! Te vendrá bien.

Pero doña Aurora temía las iras de don Gonzalo, prefería no alejarse de la vivienda. Valvanera recordó la imagen de Serpiente de Obsidiana amarrado a la picota y rectificó.

—Tienes razón, será mejor que nos quedemos, no vaya a pensar que hemos vuelto a bañarnos sin su permiso.

La joven aprendió a adivinar los deseos de su señor desde el primer día. No hacía falta que entendiera sus palabras. El tono de su voz bastaba para que se acurrucara temblando en el fondo de la habitación o continuara tejiendo hasta que le ordenara desnudarse. Pero don Gonzalo era imprevisible y la tensión de la espera casi superaba a la del encuentro. Cualquier ruido la asustaba, se abrazaba a Valvanera buscando un refugio que no podía darle y, después de unos momentos, abría su caja de piedra para acercarse a la mejilla el colgante de su diosa. La esclava volvía entonces a abrazarla retirando el amuleto de sus manos.

—Guarda eso, mi niña. Que no te lo vean nunca.

Nunca. A doña Aurora no le gustaba esa palabra, asociaba el nunca y el siempre a su destino maldito, prefería utilizar el posible y el todavía. Todavía era posible adorar a la diosa de los besos. Todavía podía llamar Pájaro de Agua a su esclava cuando estaban a solas. Todavía el viento que significaba su nombre podría impulsarla a volar. Todavía quedaba la posibilidad de que regresara Serpiente de Obsidiana y que don Gonzalo no volviera a encontrarlos juntos en el río.

Los días se sucedían en la desesperación del tiempo estancado, mientras los combates continuaban cargando la noche de relámpagos y de truenos. Los caciques de Tlaxcala enviaron espías que fueron descubiertos y devueltos mutilados a sus jefes. Algunos perdieron sus manos, otros tan sólo el dedo pulgar. Muchos guerreros aprovechaban la oscuridad de la noche para huir.

La visión de sus espías con las manos cortadas y el hecho de que sus propios soldados huyeran espantados de las armas de fuego debieron convencerles de que los extranjeros eran invencibles tanto de día como de noche, y se unieron a la Coalición.

En la capital de Tlaxcala doña Aurora se alojó con don Gonzalo en el palacio de Ocotlana, Piedra que Gira, uno de los notables de la ciudad. Piedra que Gira tenía esposa y cinco concubinas. Entre todas sus mujeres le habían dado veintisiete hijos, pero los ocho varones murieron en la guerra y cinco de sus hijas habían emparentado ya con otros notables; las catorce restantes vivían en habitaciones contiguas a la que ocupaban doña Aurora y su señor. La mayor parte de las noches don Gonzalo se llevaba a una de las jóvenes a su habitación y compartían la estera con la princesa. Valvanera se instaló en las habitaciones destinadas a las esclavas.

Serpiente de Obsidiana seguía sin aparecer. Doña Aurora pidió a Valvanera que visitaran a los dueños de doña Beatriz y de doña Mencía para que intercedieran por él en secreto. Pero los secretos mejor guardados son los que no salen de la boca y no pueden convertirse en rumor. Cuando don Gonzalo se enteró de que la esclava había visitado a los capitanes, las probabilidades de ver al guerrero con vida se redujeron a un imposible.

Hacía tiempo que doña Aurora sabía que los españoles no eran teules, Valvanera aprendió su lengua y le enseñó el significado de los objetos que antes creían sagrados. La espada, el caballo, el cañón, el arcabuz, las corazas que pintaban de betún para evitar que se oxidaran, su crucifijo, su Virgen, las velas. La princesa intentaba pronunciar aquellas palabras imposibles aprovechando las noches para que nadie las escuchara, no se cansaba de preguntar aunque sus párpados se cerraran a pesar suyo. Valvanera terminaba la conversación cuando ambas caían rendidas por el sueño.

—Mañana seguimos. Ahora duerme, mi niña, y recuerda que don Gonzalo no debe enterarse de que entendemos lo que dice.

Valvanera continuó con sus enseñanzas hasta que doña Aurora asimiló todo lo que ella había aprendido. Se llamaban españoles, su emperador gobernaba grandes extensiones de tierra y sangraban y morían como cualquier guerrero.

Los de Tlaxcala los recibieron con la misma admiración que arrancaron a su paso en Cempoal. Después vendrían los intentos de derrocar a sus ídolos. La desolación. La horca y la picota. Y también los regalos, el oro, la plata, las plumas de quetzal, las mantas de algodón y las jóvenes a las que cambiarían el nombre.

Las princesas regaladas se bautizaron en la ceremonia de inauguración del nuevo templo. Después de la misa, se repartieron entre los capitanes. Una de las hijas de Piedra que Gira se encontraba entre ellas. Doña Aurora contempló la despedida y la bendición de sus padres. Un punzante vacío se apoderó de su estómago.

Don Gonzalo le permitía salir de la habitación en raras ocasiones.

El anciano cacique la observaba caminar, cabizbaja y pálida, seguramente se preguntaba cómo trataría su dueño a su pequeña. Se interesaba por su bienestar a través de las concubinas y de Valvanera, le enviaba frutas y cacao y la animaba a bañarse junto a sus hijas en la fuente del jardín. Al principio no aceptaba el ofrecimiento, prefería bañarse sola aprovechando las ausencias de don Gonzalo, pero a medida que éste se encaprichaba de una de las hijas del cacique, comenzó a relajar su vigilancia y podía recorrer todas las dependencias de la casa.

La princesa encontró en el cacique al padre que nunca la acarició. En uno de sus paseos la joven vio al anciano en el huerto, cortaba flores que depositaba en una bandeja. Cuando se acercó hasta él, el cacique eligió una rosa y se la ofreció.

—Pareces triste, pequeña, ¿podría hacer algo para remediarlo?

Le sorprendió su dulzura, le agradeció sus atenciones, y compartió su preocupación por Serpiente de Obsidiana. Piedra que Gira le sonrió.

—Que no sufra tu corazón, los últimos embajadores que llegaron están en el templo, los engordan para el sacrificio. Pronto será un compañero del águila. Pero si tú me lo pides, yo haré que lo liberen.

Doña Aurora no pudo evitar el llanto. Sabía que, aunque le ofrecieran la libertad, Serpiente de Obsidiana no renunciaría al honor de acompañar al Sol en su camino hacia su cenit. El anciano levantó su cara tomándola de la barbilla y le hizo sonreír.

—Nadie podría resistirse a esos ojos negros. Le diré que estás conmigo y vendrá.

Sin embargo, además de la reacción de don Gonzalo, le preocupaba que el cacique confundiera su amistad con el adulterio. Las leyes eran muy estrictas, ella las conocía desde pequeña. La muerte y el deshonor para ambos.

Piedra que Gira volvió a mirarla con la ternura de un padre.

—Pequeña niña, estás unida a tu señor como la liebre al ave rapaz. Los dioses nos perdonen, esconderé a tu amigo hasta que también nos protejan.

Durante días, esperó al anciano recorriendo el jardín en compañía de Valvanera y de las hijas de Piedra que Gira, incluso se atrevió a visitar a doña Mencía y a doña Beatriz, que ya tenían contracciones y reclamaban constantemente a Valvanera. A veces infringía las normas que prohibían a las jóvenes de la nobleza salir solas a la calle, y visitaba a los heridos mientras su esclava atendía a las embarazadas. La criada siempre mostraba su preocupación ante el riesgo de que don Gonzalo conociera sus salidas.

—Esto es una locura, algún día nos lo encontramos en el camino.

Sin embargo, doña Aurora había recuperado su capacidad de reír y explotaba en una carcajada que rápidamente se extendía a Valvanera y a las otras jóvenes de la casa. La esclava se rendía a sus deseos sin ofrecer excesiva resistencia.

—Está bien, vendrás conmigo otra vez, pero no te separes de mí.

En ocasiones, se cruzaban con Piedra que Gira cuando volvía de buscar al guerrero en todos los templos de la ciudad.

—Lo siento mucho, pequeña, hoy tampoco lo he encontrado. Algunos emisarios de los teules se fugaron en lugar de venir hasta aquí, quizás esté entre ellos.

La princesa no creía en esa posibilidad. Serpiente de Obsidiana no se marcharía sin avisarla antes. El anciano la tranquilizaba mientras las acompañaba de vuelta a casa.

—No te preocupes. Mañana volveré a buscarle. Si está en la ciudad, tiene que aparecer.