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Antes de marcharse, los teules nombraron un capitán para que gobernara a la población y vigilara que los sacerdotes barrieran y enramaran el templo, y no celebraran sacrificios. Cambiaron el nombre de la ciudad y comenzaron a reconstruir las casas derruidas en la batalla. A la entrada del pueblo, colocaron una columna de piedra donde atarían a los guerreros que no cumplieran sus órdenes. Y en el centro de la plaza, unos palos de los que colgarían a sus enemigos atándoles una soga al cuello.
La Coalición abandonó la ciudad entre el silencio de los que antes la habían aclamado. Los hombres-venado encabezaban la marcha seguidos de los soldados a pie. Tras ellos, los cincuenta guerreros que entregaron los ancianos a petición de los teules. Las princesas y sus esclavas cerraban la comitiva delante de los porteadores, que llevaban sobre sus espaldas la comida, las mantas y las joyas, vigilados por soldados armados.
Serpiente de Obsidiana se situó en la última fila de guerreros, a unos pasos de Ehecatl. La princesa caminaba tras él recordando las palabras de su madre: «No muestres tu corazón». «No entregues en vano tu cuerpo».
Las mujeres no pueden descubrir sus sentimientos, acatan, obedecen, sirven a su señor, se someten sin preguntas. Preguntar es dudar, es buscar alternativas, pero la búsqueda se carga de emociones cuando existen preferencias de unas respuestas sobre otras. Ehecatl aprendió desde pequeña que las mujeres no preguntan. Nunca se cuestionó el rechazo de su padre. Hay respuestas que aumentan el dolor de la duda. Ni por qué fue ella quien sobrevivió a su hermano gemelo. El Dueño del Cerca y del Junto marcó su destino impar, los libros sagrados no pueden volver a escribirse, pero ella añoraba a su pareja y no se preguntaba la razón por la que su dios se lo permitía. Le dolía contemplar el nacimiento de dos cachorros a la vez, buscaba en el espejo de obsidiana una imagen que no era la suya, sentía un vacío que rodeaba su cuerpo, una ausencia que la envolvía sin rozarla y al mismo tiempo la ahogaba. Sin embargo, preguntar el porqué sería insistir en el dolor de las preguntas sin respuesta. Tampoco se preguntaba ahora si el dios que la había tomado como suya venía de la región de las sombras.
Ehecatl no se preguntaba por qué abandonaba la tierra de donde nunca había salido, y que ahora no reconocía. Nuevos gobernantes, nuevos templos, nuevas calles y plazas. Una ciudad diferente, cuyo nombre era incapaz de pronunciar. También ella había cambiado, las magulladuras de una noche de humillaciones la obligaban a sujetarse al brazo de Pájaro de Agua para seguir el ritmo de sus compañeras de viaje. Le ardía el pubis, pequeñas gotas de sangre recorrían sus muslos doloridos. El bálsamo de corteza de pasiflora que le untó Pájaro de Agua no evitaba que los pezones le escocieran con el roce de la blusa. No, Ehecatl no era la misma. El agua con que la bautizaron los nuevos dioses arrastró consigo mucho más que el nombre que le dieron al nacer.