La luna llena es como una sombra blanca en el pálido cielo matinal. Minoo sigue el riachuelo.
Va descalza y con las piernas al aire, y nota la humedad del césped empapado de lluvia que va pisando al caminar.
Dos plumas negras aparecen flotando en el agua. Un segundo después, nota el olor a humo.
Minoo.
Levanta la vista. Al otro lado del riachuelo ve a Rebecka. Se parece tanto a la de verdad que casi duele.
Otra vez ha vuelto el color a su cara. Y la vida a sus ojos.
—Sé que no eres Rebecka. ¿Por qué no muestras tu verdadera identidad? —pregunta Minoo.
¿Sabes quién soy?
—Eres la que habla a través de Ida. La persona con la que hemos soñado todas. La bruja del siglo XVII.
Rebecka no responde. Minoo se siente insegura de pronto, no sabe si está despierta o si está soñando.
—¿Qué quieres? —pregunta.
Estoy preocupada por ti, Minoo. No puedes llevar esto tú sola.
—¿A qué te refieres?
Sabes a qué me refiero.
Minoo mira a Rebecka, que parece resplandecer sobre el fondo oscuro del bosque.
Tienes que contárselo a las demás.
—¿Eso es todo lo que tienes que decirme?
Sí.
—¿Estás segura? ¿Nada más? Como, por ejemplo, ¿por qué no tengo asociado ningún elemento? ¿Por qué consiste mi poder en tomar el alma de las personas? ¿Soy como Max? ¿Es esa la razón de que los demonios tengan un plan para mí? ¿Y por qué no han hecho nada, ahora que saben quiénes son las demás Elegidas?
Necesitas la ayuda de las otras.
—Vete a la mierda —responde Minoo. Y en ese momento, se despierta.
Minoo olvidó cerrar las persianas anoche, y ahora entra a raudales la luz del sol. Los pájaros trinan a todo volumen en el jardín. Hay un tono casi desesperado en su canto: «¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!».
Es la primera vez en más de tres meses que recuerda un sueño. Ni siquiera suele recordar las pesadillas, pero se despierta con los músculos tensos y doloridos, como si hubiera reñido una batalla mientras dormía.
Abre el armario y ve el vestido celeste que llevó en la fiesta de final de curso en noveno. Lo mira con desprecio. Ahora le parece patético haber ido hasta Borlänge a comprarse un vestido que solo pensaba llevar unas horas. Le parece patético que entonces creyera que esas horas fuesen tan importantes.
Se pone el vestido y se peina con los dedos.
Sus padres se han ido a trabajar. En la mesa de la cocina hay un ramillete de lirios del valle con un sobre apoyado en el jarrón. Minoo lo abre y saca la tarjeta, con una foto de un prado estival. «¡Feliz verano! Un abrazo de papá y mamá», se lee en el dorso. En el sobre hay, además, una tarjeta regalo para comprar en una librería por internet.
Minoo se queda mirando la tarjeta un instante, sigue con el índice la letra sinuosa de su madre. Se alegra de que sus padres no estén allí. Supone un esfuerzo horrible fingir que todo es normal cuando está con ellos. No sabe cómo se las arreglará para conseguirlo durante todo el verano.
Es como si el cristal de una ventana la separase del resto del mundo. Nada de lo que sucede al otro lado del cristal le afecta de verdad. Se siente muda por dentro. A veces la asusta esa sensación de adormecimiento. Pero es preferible a todo lo que había antes en su interior. La desesperación, el pánico, el dolor.
Deja el sobre en la mesa de la cocina, mira el reloj y constata que debería haber salido hace un cuarto de hora. Coge la mochila y un par de zapatos de verano bastante desgastados. No piensa darse prisa.
—¿Dónde se habrá metido? —pregunta Adriana López.
Vanessa, Linnéa, Ida y Anna-Karin están sentadas en la pista de baile, con la ropa para la fiesta de fin de curso. En el caso de Anna-Karin no se puede hablar de fiesta sino solo de ropa: vaqueros y la sudadera del chándal de siempre.
Ida, en cambio, lleva un vestido blanco y se ha sentado en las manos para no manchárselo.
Linnéa está con las piernas cruzadas, al lado de Vanessa, mordiéndose las uñas. Hoy las lleva lila. Lleva un vestido que terminó de coser el día anterior, de cuadros blancos y negros, con muchos lacitos negros y una falda de tul debajo. Linnéa le ha cosido un lazo enorme a Vanessa en el vestido rosa, justo debajo del escote. Ayer le pareció una buena idea. Ahora, en cambio, Vanessa se pregunta si no parece un paquete de regalo.
La directora va de un lado a otro por el escenario. Para variar, se ha desabotonado un poco la blusa. Vanessa se esfuerza por no mirar la quemadura.
—Está en camino —dice Ida—. Ya la siento.
Unos minutos después, aparece Minoo. Lleva un vestido azul claro que Vanessa reconoce de la fiesta de noveno y el pelo revuelto como una nube negra alrededor de la cabeza.
—Siento llegar tarde —se disculpa con ese tono monocorde que suele usar últimamente.
La directora asiente.
—Siéntate —ordena impaciente.
Minoo sube al escenario y se sienta junto a Vanessa.
—Comprendo que tenéis ganas de iros a la fiesta, pero antes quiero hablar con vosotras. Os traigo buenas noticias —dice la directora—. El Consejo ha decidido que podéis empezar a entrenar magia defensiva este otoño. Nos pondremos con ello en agosto.
Si no fuera tan lamentable, Vanessa se habría echado a reír. Ahora, después de casi un año de la muerte de Elías, le parece al Consejo que ha llegado el momento de que aprendan a defenderse.
La directora ha «congelado las sesiones de entrenamiento» desde el mes de abril. Seguramente, hasta ella empezó a cansarse de que no encontraran nada en el Libro de los paradigmas. Al final ni siquiera tenían que mentirle. Desde que vencieron a Max, el Libro ha estado mudo. Nada de rituales, de prácticas ni de consejos incomprensibles. La vieja gruñona ha estado más gruñona que nunca.
Las Elegidas se han visto regularmente en casa de Nicolaus para hacer los ejercicios de magia de siempre. Minoo solo ha participado pasivamente y las demás no han protestado.
No saben nada de su poder. La teoría de Nicolaus es que, cuando venció a Max, ella actuó como un espejo, reflejando su magia. Nadie sabe lo que hay dentro de Minoo, lo que puede hacer en realidad. Nadie lo dice en voz alta, pero le tienen miedo.
—Así que al Consejo le parece que ya sí hemos alcanzado la madurez para aprender algo de autodefensa, ¿no? —pregunta Linnéa.
—La situación lo exige —responde la directora—. Es cierto que la cosa ha estado tranquila desde Navidad, pero quien atacó a Minoo entonces puede seguir por aquí cerca. Aguardando el momento.
Lo único que la directora sabe de Max es lo que sabe todo el mundo: nada en absoluto. Fueron muy meticulosas a la hora de elegir las pistas que encontraría la Policía cuando llegara al instituto.
Fue Nicke quien encontró a Max inconsciente en el comedor. Había, además, una pistola sin registrar, con las huellas de Max. Los periódicos especularon sobre si el suceso guardaría o no relación con el pacto de suicidio, pero el interés por la noticia no duró demasiado. La historia no resultaba igual de emocionante sin un cadáver sangriento de por medio, ya que solo tenían a un profesor de matemáticas en coma.
—Puede que parezca que ha pasado el peligro —continúa la directora—. Pero esto no ha hecho más que empezar. Lo que habéis vivido hasta ahora no es nada en comparación con lo que se avecina. —Hace una pausa—. Sé que tenéis grandes capacidades. Habéis madurado durante este año y habéis hecho grandes cosas.
Si tú supieras… piensa Vanessa.
—Tengo muchas ganas de seguir trabajando con vosotras este otoño. Ahora tenéis que iros, si queréis llegar a la fiesta —advierte la directora.
Y entonces les sonríe con tanta sinceridad y calidez que Vanessa se sorprende.
—Que tengáis un buen verano, chicas. Desde luego, os habéis ganado unas vacaciones.