56

Vanessa llega tarde.

No ha sido fácil salir de casa. Ha comido con su madre y con Melvin. Su madre estaba encantada con la cita que ha pedido para hacerse un tatuaje. Una serpiente que se muerde la cola. Al parecer, es una especie de símbolo del karma. Frasse estaba tumbado debajo de la mesa de la cocina, ventoseó y olisqueó con interés el resultado. Luego bostezó y se volvió a dormir. Melvin jugaba en el suelo con el pingüino y varios utensilios de cocina y, de vez en cuando, le aporreaba a Vanessa la pierna con un batidor para llamar su atención.

De camino a casa de Nicolaus, trata de mantener esa sensación de calidez en su interior.

El sol se está poniendo sobre la ciudad y el cielo tiene un color rosa intenso. Vanessa evita los charcos de agua derretida y los que están helados, tan resbaladizos y peligrosos.

Suena el móvil y Vanessa lo saca del bolsillo.

Es Minoo.

—¿Dónde estás?

Suena estresada.

—Ya no tardo.

—¿Linnéa está contigo?

—No.

—La he estado llamando, pero tiene el móvil apagado.

Vanessa se detiene. Mira a su alrededor en el aparcamiento vacío que hay detrás del centro comercial Citygallerian. Ve a un borracho solitario que, sentado en un banco, da patadas a una paloma que se atreve a acercarse demasiado. Al principio cree que es el padre de Linnéa, pero al fijarse bien se da cuenta de que no.

—Voy a su casa a ver —dice—. Si aparece, llámame. El cielo del atardecer se refleja en las ventanas del edificio de sucio hormigón, las transforma en rectángulos de rojo y oro.

Vanessa se dirige con paso rápido al portal. Tiene el presentimiento de que algo va mal. Algo va fatal. Trata de dar con una posible explicación a lo ocurrido. Linnéa debe de haber perdido el móvil. O se lo habrá olvidado en casa. Seguro que ahora mismo va camino de casa de Nicolaus, Minoo llamará en cualquier momento para avisarle.

Porque Linnéa no las traicionaría, ¿no? No haría una cosa así, ¿verdad? No ahora, que van a enfrentarse al asesino de Elías.

El ascensor tarda en subir mientras Vanessa sigue pensando que puede haber ocurrido algo que haya retenido a Linnéa. Que es posible que Max la haya descubierto. Sería fácil hacer creer a todo el mundo que se ha suicidado. Murió su madre, murió su mejor amigo, el padre es alcohólico… Solo el hecho de que lleve ropa rara la convierte en una candidata obvia a ojos de Engelsfors.

Por fin se detiene el ascensor y Vanessa sale al rellano. Se queda totalmente callada y atenta. Silencio absoluto. Se pregunta si, aparte de Linnéa, vive alguien más en esa planta. Las dos puertas más próximas no tienen nombre.

Trata de hacer como cuando practicaban en casa de Nicolaus, de sentir si Linnéa está en el apartamento, pero le resulta imposible. Hay demasiados rastros de Linnéa allí dentro, el aire está cargado con su energía.

Vanessa detiene la mirada en el suelo. Un suelo de hormigón verde con salpicaduras de pintura blanca y negra.

Unas huellas de suelas mojadas llevan hasta la puerta de Linnéa.

Son huellas grandes, de un hombre.

Vanessa siempre detesta a la tía imbécil de las películas de miedo que hace exactamente lo que ella va a hacer ahora. La que no llama a sus amigos o espera a que lleguen refuerzos, sino que entra sin más en la casa desconocida donde el asesino en serie espera agazapado a la próxima víctima.

Pero se trata de Linnéa. No hay tiempo que perder. Se concentra hasta que el campo de invisibilidad la cubre entera.

Muy despacio, baja la manivela.

La llave no está echada. Vanessa entra sin hacer ruido en el recibidor del piso de Linnéa y cierra.

Hay alguien en la sala de estar. La figura se perfila al contraluz de las ventanas, y tarda un rato en ver quién es.

Jonte.

Lleva el anorak azul oscuro que le ha visto a Linnéa algunas veces. Se queda mirando la entrada, directamente a Vanessa.

Ella se queda petrificada. ¿Es que puede verla?

Pero Jonte frunce el ceño y entra en el dormitorio de Linnéa. Vanessa oye que abre el armario, rebusca entre la ropa y abre y cierra los cajones. Está buscando algo, es obvio, y tiene prisa.

Vanessa duda. Jonte no debería estar allí. ¿O será que Linnéa mintió cuando le dijo que ya no se veían? ¿Sabrá él dónde se encuentra?

Minoo sigue sin llamar. Es decir, Linnéa no llegado aún a casa de Nicolaus.

Vanessa se hace visible y entra en la sala de estar. Jonte oye sus pasos y sale del dormitorio.

—¿Qué coño haces tú aquí?

Tiene la mirada insólitamente alerta.

—¿Qué coño haces aquí? —responde ella—. ¿Y dónde está Linnéa?

—No lo sé. La puerta estaba abierta cuando llegué.

Vanessa se asusta de verdad. Desde luego, no es propio de Linnéa no cerrar con llave.

—Creía que ya no salíais —dice.

—Yo también. Pero hoy se presentó en mi casa…

Jonte se queda en silencio. Mira extrañado a Vanessa.

—¿Es que os habéis hecho amigas de pronto?

—Más o menos —responde Vanessa sucintamente.

Jonte la mira muy serio.

—Ha hecho una tontería muy gorda. Tengo que encontrarla enseguida. Si sabes dónde está…

—¿Qué ha hecho? —lo interrumpe Vanessa.

Jonte obvia la pregunta.

—Si la ves, llámame —dice—. Voy a darme una vuelta por el centro, a ver si la encuentro.

Se dirige a la puerta, pero Vanessa se interpone. Jonte la mira amenazante, pero no puede asustarla, ya tiene demasiado miedo.

—Aparta —le dice Jonte.

—¡Dime lo que ha hecho!

Lo ve vacilar y ataca de nuevo.

—Si no me lo dices, no podré ayudarle.

Jonte suspira.

—Tienes que prometerme que no le dirás nada a Wille.

—Ni una palabra.

Jonte asiente y continúa.

—Cuando vino a mi casa, estaba muy estresada. Solo se quedó un momento. Pasaron varias horas hasta que me di cuenta de lo que había hecho.

—¿¡No puedes decirlo de una vez!?

Vanessa casi se lo grita a la cara.

—Tenía una pistola en el sótano —dice Jonte despacio—. Linnéa se la ha llevado.

Minoo no puede quedarse quieta.

Va de un lado para otro por el salón de Nicolaus con el móvil en la mano. Ida y Anna-Karin están sentadas. Se las ve tensas, serias. Nadie ha dicho una palabra en los últimos diez minutos.

Todas se sobresaltan cuando suena el móvil de Minoo.

—Es Vanessa —dice antes de responder.

Escucha e intenta entender lo que Vanessa le está contando.

Todo lo que dijo Linnéa sobre la venganza no eran solo palabras. Nunca se planteó seguirlas esta noche. Pensaba resolver aquello por su cuenta, a su manera.

Piensa pegarle un tiro a Max.

—Voy camino de casa de Max —dice Vanessa.

—¡No! —grita Minoo—. ¡Es demasiado peligroso!

Nota las miradas de las demás. Nicolaus aparece desde la cocina, con Gato pisándole los talones.

—Tengo que detenerla —insiste Vanessa.

Está claro que no piensa dejarse convencer fácilmente. El cerebro de Minoo trabaja a toda máquina en busca de un argumento que impida que Vanessa caiga directamente en manos de Max. Ni siquiera tiene capacidad para estar enfadada con Linnéa: la situación es demasiado crítica. Todo el plan se ha venido abajo.

—Por favor, Vanessa, espera. No resolverás nada si vas tú sola. Ni siquiera sabemos si Linnéa está allí.

—Si le ocurre algo…

Minoo detiene la mirada en el plano de la ciudad que está enmarcado y colgado junto a la cruz de plata.

—Danos diez minutos —pide—. Intentaremos encontrarla primero.

—¡No podemos esperar! —grita Vanessa.

—Bueno, pues cinco minutos. Danos solo cinco minutos. Tengo una idea. Por favor.

Vanessa guarda silencio un instante.

—Vale —dice al fin.

Minoo cuelga.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Nicolaus.

Ella cuenta rápidamente lo ocurrido, continúa hablando incluso cuando Ida y Nicolaus tratan de interrumpirla con preguntas.

—Tenemos que encontrar a Linnéa —dice al terminar.

—Querida niña, nunca creí que… —se lamenta Nicolaus—. Pensaba que no eran más que palabras, todo eso de la venganza.

—Sí, yo también —confiesa Minoo descolgando el plano de la pared—. Ida, tienes que encontrarla con el péndulo.

Minoo coloca el plano sobre la mesa mientras Ida se quita la gargantilla y se acerca.

—Es una zona demasiado grande —dice Ida mirando el plano—. No sé si funcionará.

Anna-Karin se levanta y se acerca a Ida.

—Cógeme la mano.

Ida duda un instante, pero finalmente le coge la mano derecha. Anna-Karin le tiende la izquierda a Minoo.

Ida empieza a balancear el péndulo sobre la casa de Max. Pasan los segundos. Todas las miradas se centran en el minúsculo corazón de plata.

—No está allí —confirma Ida, y Minoo siente un alivio inmenso.

Ida continúa balanceando el péndulo sobre Engelsfors, del barrio de Max hacia el centro de la ciudad.

—Inténtalo en el instituto —dice Anna-Karin de pronto.

Ida desplaza el péndulo hacia la zona donde se encuentra el instituto. El colgante empieza a describir amplios círculos de inmediato.

—Está allí.

—¿Max está con ella? —pregunta Nicolaus.

—No lo sé, no puedo sentir su energía.

—Inténtalo —la anima Minoo.

—Puede que sea más fácil si tú piensas en él. Tú lo conoces mejor que nadie —dice Ida irónicamente.

—Yo también voy a pensar en él —dice Anna-Karin.

Minoo cierra los ojos con fuerza y piensa en Max. Trata de imaginarse que lo tiene delante. Le ve la cara que, hace tan solo unos días, significaba algo totalmente distinto. Entonces, él representaba la luz en su vida. Ahora, es la oscuridad.

Tú lo conoces mejor que nadie.

No, piensa Minoo. Al contrario. A mí fue a quien más engañó.

—Lo he encontrado —dice Ida, y Minoo abre los ojos.

La cara de Ida brilla de sudor. Baja la mano con la gargantilla.

—Él también está en el instituto.