Vanessa se ha dado una buena ducha, y aun así no tiene la sensación de estar del todo limpia. Cuando se despidió de Minoo acordó con ella que no le contarían nunca a nadie lo que Gustaf había dicho. Enviaron un mensaje a las demás diciéndoles que estaban seguras de que no sabía nada de su doble. Nada más. El resto no le importa a nadie. A ellas tampoco, por supuesto. Por eso se siente tan sucia. No quiere volver a hurgar en los pensamientos más profundos de otra persona.
Ahora está prácticamente inhalando el guiso de salchicha que ha preparado Sirpa para la cena. Vanessa va ya por la segunda ración, pero no hay señales de que se le vaya a aplacar el hambre. Como siempre que se ha pasado mucho rato siendo invisible, el cuerpo le pide alimento. Muchísimo alimento.
—Tranquila, Nessa —dice Wille, sin poder aguantarse la risa.
—Tú ocúpate de lo tuyo —le dice con la boca llena de arroz con tomate a medio masticar.
—Si sigues así llegarás a pesar una tonelada.
—De todos modos, seguiría siendo más guapa que tú.
Se sirve más leche y se la toma de un trago.
Sirpa los mira nerviosa.
—Perdona que devore de esta manera —se disculpa Vanessa—. Es que estaba tan rico. Como siempre.
—Pues me alegro de que te guste —dice Sirpa.
Parece que lo dice de verdad, pero Vanessa sabe que tiene que ser difícil para ella alimentar una boca más. Además, una boca insaciable.
Claro que Vanessa le entrega todos los meses la mitad de la ayuda estatal, pero eso no da para mucho.
—Muchas gracias por la comida —dice y se traga el último bocado de salchicha.
Empieza a quitar la mesa. Está demasiado nerviosa para quedarse sentada. Cuando Sirpa hace amago de ir a levantarse, le dice que por qué no se va a ver la tele. Sirpa le sonríe agradecida y se dirige al salón. Wille no se mueve y se balancea en la silla mientras se prepara una bola de rapé.
Vanessa apila los platos sucios en el fregadero y lo llena de agua. Luego empieza a limpiar un plato con el cepillo. El agua está tan caliente que empieza a sudarle la frente. Es estupendo poder concentrarse en algo totalmente cotidiano. Frotar y hacer espuma hasta que desaparezcan los restos de comida.
De repente nota unas manos en la cintura.
—¿Sabes? —dice Wille y le da un beso en la nuca—. He visto un anuncio de un viaje a Tailandia muy barato dentro de una semana.
—Yo tengo clase.
Tailandia, Tailandia, Tailandia. Los últimos meses no ha hablado de otra cosa.
—Pues pasa —murmura Wille—. Nos largamos. Creo que puedo conseguir que Jonte me suelte algo de dinero.
Ella se hace a un lado para librarse de sus manos, pero vuelven a la carga enseguida, y Vanessa se las sacude con más resolución.
—¿Qué pasa? —pregunta él.
—¿No puedes dejarme tranquila un solo segundo?
—¿Por qué estás tan arisca?
—¿Y por qué te pegas a mí como una lapa todo el tiempo?
Wille se queda detrás de ella. Vanessa nota que irradia decepción.
—Solo quiero hacerte unos mimos.
—Y yo quiero que me dejes en paz, ¿vale? ¿Tanto te cuesta comprenderlo?
—Lo que no comprendo es por qué estás tan cabreada a todas horas —dice Wille y vuelve a sentarse a la mesa.
Vanessa va secando la vajilla mientras espera. Sabe que no puede estar callado mucho tiempo.
—He estado mirando los enlaces que me enviaste —le dice al fin.
Ella se da la vuelta con un vaso en una mano y el paño de cocina en la otra.
—Yo creo que eso no es para mí —continúa.
Vanessa aprieta el vaso con tal fuerza que debería romperse.
—¿Es que no has encontrado nada que te guste?
—Joder, Nessa, yo no quiero dedicarme a las ventas por teléfono.
—¿Y qué coño quieres entonces, Wille?
Él se ríe sin convicción, parece que no comprende lo enfadada que está.
—No lo sé… A mí me parece que estoy bastante bien como estoy. Como estamos.
—Y luego, ¿qué?
—¿Cómo que luego? —dice él.
O sea, Vanessa es la que sabe que se acerca el fin del mundo y, a pesar de todo, es Wille el que no quiere pensar en el futuro.
—Si quieres un trabajo mejor, tendrás que empezar a estudiar.
—Anda ya, si yo era un desastre en el instituto.
—También puedes estudiar formación profesional.
—Ya, pero… No sé.
—Así que estás satisfecho con la situación, ¿no? ¿Lo dices en serio?
—Bueno, tener un apartamento propio estaría guay, claro. De eso a lo mejor puedes encargarte tú cuando termines el instituto y empieces a trabajar, ¿no? —propone Wille bromeando, y Vanessa se da cuenta de que se cree muy gracioso.
Nada le gustaría más que estrellar el vaso contra la pared. Y seguramente lo habría hecho si no fuera de Sirpa. Igual que todo lo que tienen a su alrededor. Puesto que están viviendo en el apartamento de Sirpa. Y Vanessa no quiere explotar allí. No puede hacerse responsable de lo que ocurriría.
Deja el vaso en la encimera y el paño de cocina en la mesa delante de Wille.
—Ya puedes relevarme —dice.
—¡Nessa, si estaba de broma! Ya sé que esto no se sostiene, pero no sé qué voy a hacer.
—Ya sé que estabas de broma. Pero tengo que salir un rato. Si quieres que sigamos juntos, la mejor sugerencia que puedo hacerte en estos momentos es que cierres el pico.
Vanessa pasea por la ciudad sin saber adónde ir. No para de darle vueltas a la cabeza. Vueltas, vueltas y más vueltas, como un tiovivo que provoca el vómito.
En estos momentos existen demasiadas Vanessas y ella ya no sabe cuál es la verdadera. La Vanessa de cuando está con Michelle y Evelina, por ejemplo, es completamente distinta de la que trata de salvar el mundo. Luego está la Vanessa que tiene que ser cuando está con Wille para que la cosa funcione, y la Vanessa que trata de no ser una carga demasiado pesada para Sirpa, además de la Vanessa que intenta sacar por lo menos un aprobado en el instituto… Se ha perdido en todas esas personalidades.
Mira los bloques altos que la rodean. Ha llegado al barrio de Linnéa. Suena la música de varios pisos. Es sábado por la noche y ella no se ha dado ni cuenta. ¿Desde cuándo es su vida tan aburrida que ni siquiera tiene planes para el sábado por la noche?
Emborracharse quizá le ayude. Evelina y Michelle hablaron de una fiesta, ahora lo recuerda.
Se para un momento. Duda. No quiere estar sola, pero tampoco quiere verlas. Piensa en cómo Michelle provocará a Mehmet, con el que ha empezado a salir; ya sabe que Evelina se quejará de que «nunca va a conocer a nadie», aunque las tres saben que es la más guapa.
¿Cuándo fue la última vez que tuvo ganas de verlas de verdad? Han pasado tantas cosas en su vida desde el verano pasado… Y hay tantas cosas de las que no puede hablar con ellas.
Habría sido más fácil seguir siendo la Vanessa de siempre. Madre mía, cómo le gustaría poder serlo.
Mira hacia los últimos pisos del bloque. Tal vez no haya llegado allí por casualidad.
Dirige los pasos hacia el portal de Linnéa, coge el ascensor, sube y llama a la puerta. No le abren y se siente decepcionada. Porque se da cuenta de las ganas enormes que tenía de ver a Linnéa.
Llama por segunda vez. Y de repente se oye el ruido de una cisterna. Cuando Linnéa le abre la puerta, ve que lleva la misma camiseta de Dir En Grey de aquella noche con Jonte.
—Hola —saluda Vanessa.
—Hola —dice Linnéa.
—¿Qué haces?
—Nada.
—Es sábado por la noche —dice Vanessa—. ¿No deberías estar divirtiéndote?
—¿Y quién ha dicho que no me esté divirtiendo? —dice Linnéa.
Lo ha dicho tan seria que Vanessa se echa a reír.
Linnéa se la queda mirando durante medio segundo. Y luego empieza ella también. Es una de esas risas histéricas de que-me-ahogo-que-no-puedo-parar-de-reír y Vanessa no recuerda cuándo fue la última vez que se rio así. Se ríen hasta llorar de risa y, entonces, cometen el error de mirarse a los ojos y vuelta a empezar.
Se sientan en el sofá y se ponen a hablar. En el ordenador de Linnéa suena una y otra vez una lista de reproducción con chicos tristones y chicas que tocan la guitarra pero, por extraño que pueda parecer, a Vanessa no la deprime. Al contrario, la música y el tenue resplandor rojo la envuelven en una sensación agradable.
La conversación fluye sin problemas. Linnéa le cuenta lo que le ha enseñado El libro de los paradigmas sobre la magia protectora. Y Vanessa, que le pusieron a Gustaf el suero en el refresco, pero omite todos los detalles sobre lo que dijo.
—¿Sabes que yo estuve saliendo con Gustaf un tiempo? —pregunta Vanessa.
Al ver la expresión estupefacta de Linnéa, suelta una risita.
—Una tarde entera, cuando estábamos en primero. Tenía yo entonces un truco… El niño que consiguiera subirse en el columpio conmigo durante la pausa del almuerzo podía ser mi novio el resto del día.
—Así que te vendías barata ya en aquella época, ¿no? —dice Linnéa con una risa afilada.
—Figúrate si hoy fuera así de fácil saber con quién tiene una que salir —dice Vanessa riendo también.
Se ríen de cuando Ida tuvo que confesar que está secretamente enamorada de Gustaf. Hablan de que siempre había cinco o seis chicas dando vueltas con la bicicleta alrededor de su casa con la esperanza de que él se asomara a la ventana y las viera.
Con magia o sin ella, siempre ha embrujado a las chicas.
Luego empiezan a hablar de Minoo y de si es lesbiana o no.
Vanessa está totalmente convencida de que lo es. Linnéa dice que no, que de ninguna manera.
—Yo creo que me cae bien, pero no la entiendo. O sea, es que nunca sé cuándo está cabreada y cuándo simplemente es Minoo —dice Vanessa.
Linnéa se echa a reír y asiente.
—A mí me parece que Minoo está un poco enfadada conmigo —dice.
—¿Por qué?
—Nada, un malentendido.
Linnéa no le explica nada.
—Las Elegidas formamos un grupo bastante raro —dice Vanessa.
—¿A que sí? Si no, míranos a nosotras dos —suelta Linnéa con una risita.
—¿Quién iba a pensar que tú y yo íbamos a estar aquí hablando así? Si te odiaba. O por lo menos estaba celosa por lo de Wille.
Pero por Dios, qué estoy diciendo, piensa Vanessa.
Aunque la verdad es que le parece estupendo. Casi se le había olvidado lo que era estar así de relajada. Y sabe que necesita hablar de Wille. Si hay alguien que pueda entender lo que piensa, tiene que ser Linnéa.
—No quiero romper con él, pero tampoco lo soporto.
—¿Y tienes que vivir con él?
—Es un poco complicado —responde Vanessa.
Se resiste un poco a contarle por qué no puede vivir en su casa. Le parece tan banal cuando se imagina cómo sonará la historia en los oídos de Linnéa. Linnéa, que no tiene madre. Linnéa, que tiene un padre que baila borracho en el Storvallsparken.
—No me explico cómo puedo estar enamorada de alguien que me saca tanto de quicio todo el tiempo —sigue Vanessa—. Ni por qué me saca tanto de quicio una persona de la que estoy enamorada.
—Pues a mí no me preguntes —dice Linnéa retrepándose en el sofá.
—¿Por qué no?
—Porque no se pueden dar consejos sobre relaciones ajenas.
—Pero en el Monique me dijiste…
—Fue un error.
Linnéa se sienta con las piernas cruzadas y mira a Vanessa.
—¿No lo entiendes? —pregunta—. Creo que te mereces a alguien mejor que Wille. Pero si te lo digo y rompes con Wille, cuando te arrepientas te enfadarás conmigo. Y si sigues con él, sabrás en todo momento lo que yo pienso y me odiarás por ello.
—Pero yo no voy a…
—Quiero decir que no me interesa ser la chica a la que luego puedas culpar de todo —la interrumpe Linnéa.
Vanessa no sabe qué decir. Tiene la sensación de que le han dicho un cumplido muy bonito y muy raro al mismo tiempo.
—Pero, por lo menos, a mí ya no me llama —dice Linnéa.
Vanessa se hunde un poco más en el sofá. Se le viene a la cabeza el aspecto que tenían Jonte y Linnéa cuando se acostaron aquella noche. Tiene la sensación de que haya pasado una vida entera.
—¿Sigues saliendo con Jonte?
—No —responde Linnéa—. Le atribuyo toda esa historia a un trastorno mental transitorio.
Vanessa suelta una risita y se acomoda en el sofá de modo que sus pies quedan contra las piernas de Linnéa.
Siente que todo se arreglará. Como sea.