En el coche de la directora hace frío. Minoo le envió un mensaje en cuanto entró en su habitación. Quedaron en verse allí, en un sendero de grava en medio del bosque, a unos kilómetros de la casa de Minoo.
—Empieza desde el principio —dice Adriana.
Un vaho lechoso se extiende por el interior de las ventanillas mientras Minoo se lo cuenta todo lo más detalladamente posible. Pero, por alguna razón que no es capaz de explicarse, omite el dato del humo negro. Hay algo que se lo impide, casi como si se tratara de una información vergonzosa y prohibida.
Cuando termina, la directora saca de la guantera un termo azul y dos tazas de plástico. Las llena de un líquido humeante.
—Bebe un poco —le dice dándole una de las tazas.
—¿Es… mágico?
Adriana sonríe.
—Es Earl Grey.
La directora toma un sorbito y Minoo sigue su ejemplo. El té ardiente con miel le quema la punta de la lengua.
—Desde luego, no me gustan nada estos bosques —comenta la directora pensativa. Se inclina hacia el volante y los contempla por el parabrisas—. Cuéntame otra vez lo que dijo la voz inmediatamente antes de soltarte. Intenta recordarlo con exactitud.
Minoo se esfuerza todo lo que puede, pero los sucesos de la noche han empezado a fundirse en una maraña. Le cuesta trabajo aislar datos precisos cuando lo que mejor recuerda es el miedo.
—Dijo «no», así de repente. Luego añadió «no puedo, no pienso hacerlo, no pienso obedecer».
Adriana asiente. Fuera ha empezado a nevar. Unos copos grandes y esponjosos van cubriendo el parabrisas adhiriéndose unos a otros.
—¿Crees que la voz te hablaba a ti o le hablaba a otra persona?
—¿Qué quieres decir?
—«No pienso obedecer», ¿no es un tanto extraño que la voz te lo dijera a ti?
Minoo trata de ordenar sus pensamientos.
—¿Quieres decir que es posible que fueran dos? ¿Y que estuvieran hablando entre sí?
—Dos o más —dice Adriana con serenidad.
A Minoo se le encoge el estómago. ¿Serían varias voluntades las que se la disputaban esta noche? ¿Y si la otra voluntad ganaba la próxima vez?
—¿Estás segura de que me lo has contado todo? —pregunta la directora—. Cualquier detalle puede ser importante.
Minoo se concentra en los copos de nieve.
—Sí.
—¿Cómo estás?
—No lo sé. Solo puedo pensar en Rebecka. Y en Elías. Ahora sé el miedo que debieron pasar. Ahora sé cómo se debatieron. Y esa voz, que parecía creerse con derecho a decidir si seguiríamos viviendo o no, que decía que todo era absurdo… Me indigna.
La directora asiente con expresión muy seria.
—Si esta noche te hubiera ocurrido algo, no me lo habría perdonado en la vida —dice—. Sé que os he decepcionado. Pero yo solo sigo las recomendaciones del Consejo.
Minoo se da cuenta de que casi suena como una disculpa.
—¿Quieres decir que el Consejo se equivoca?
—No —responde la directora con énfasis—. En absoluto. Es solo que quisiera poder hacer más por vosotros. Sé que pensáis que soy una especie de reina del hielo… —Hace una pausa breve—. Me preocupo por vosotras. Me preocupo por ti, Minoo. Lo último que quisiera es que te ocurriera algo. Y lo que les pasó a Elías y a Rebecka me atormenta más de lo que os podéis imaginar.
En otras palabras, bajo la fría superficie de la directora hay un ser vivo.
—Tienes que prometerme que serás precavida y que no actuarás por iniciativa propia —continúa la directora—. Comprendo que es difícil pero tenemos que confiar en el buen juicio del Consejo. Y tenemos que estudiar el Libro de los paradigmas.
Es la primera vez que la directora habla de «nosotras», sin aludir exclusivamente a sí misma y al Consejo.
—Te lo prometo —dice Minoo apurando la taza antes de dejarla en uno de los portavasos que hay entre los asientos—. Tengo que irme a casa.
—¿Te llevo?
Minoo niega con la cabeza.
—Puedo ir andando —responde saliendo del coche.
—Recuerda lo que te he dicho —insiste Adriana antes de que cierre la puerta.
Minoo asiente desde el otro lado de la ventanilla y se despide con la mano.
Cuando el coche de la directora desaparece tras una curva, Minoo coge el móvil y llama a Nicolaus. Al cabo de unos minutos de charla llegan a la conclusión de lo que deben hacer. Todo lo que le ha dicho la directora no ha hecho más que confirmar lo que ya sospechaban. Ya no es posible esperar sus instrucciones y las del Consejo. Tienen que tomar las riendas de su vida. Mientras aún la conserven.