[…] Y no sabíamos si estábamos en el cielo o en la tierra, aunque en la tierra no existen ese esplendor ni esa belleza. Carecíamos de palabras para describirlo. Lo único que sabemos es que Dios habita entre los hombres y que su forma de servirle es más justa que las ceremonias de otras naciones.

De ahí que no podamos olvidar semejante belleza.

Crónica del viaje de Vladimir,

Gran Príncipe de Kiev, a Constantinopla