Capítulo 57

Al día siguiente, el doctor Lawrence informó a Denny de que los Gemelos Malignos habían renunciado a la demanda de custodia. Zoë era de su padre. Los Gemelos pidieron cuarenta y ocho horas para reunir sus cosas y pasar un poco más de tiempo con ella antes de entregársela a Denny, que no tenía ninguna obligación de aceptar esa solicitud.

Denny pudo haberse mostrado mezquino. Despechado. Le quitaron años de su vida. Le hicieron perder todo su dinero, lo privaron de trabajos, trataron de destruirlo. Pero Denny es un caballero. Denny siente compasión por el prójimo. Les concedió lo que pedían.

La noche anterior al regreso de Zoë, se puso a hacer galletas de avena para ella. Estaba preparando la masa cuando sonó el teléfono. Como sus manos estaban cubiertas de una pegajosa mezcla, tocó el botón del altavoz del teléfono de la cocina.

—¡Está usted en el aire! —dijo animadamente—. Gracias por llamar. ¿Quién es?

Se produjo una larga pausa llena de energía estática.

—Quisiera hablar con Dennis Swift.

—Yo soy Denny. —Hablaba sin quitar las manos del cuenco de masa—. ¿Quién es?

—Soy Luca Pantoni y estoy devolviendo su llamada. Desde Maranello. ¿Es buen momento para hablar?

Denny alzó las cejas y me sonrió.

—¡Luca! Grazie por responder a mi llamada. Estoy amasando, así que tendremos que hablar por el altavoz. Espero que no le moleste.

—No, para nada.

—Luca, el motivo por el que le llamé es que… Los problemas que me impedían abandonar Estados Unidos se han resuelto.

—Su tono de voz me hace suponer que de forma satisfactoria para usted.

—Ya lo creo —dijo Denny—. Sí, ciertamente. Me preguntaba si el trabajo que me ofreció sigue disponible.

—Por supuesto.

—Entonces, a mi hija y a mí, y también a mi perro, Enzo, nos encantaría cenar con usted en Maranello.

—¿Su perro se llama Enzo? ¡Qué buen augurio!

—Tiene alma de piloto de carreras —dijo Denny, sonriéndome. Adoro a Denny. Aunque lo sé todo sobre él, siempre me sorprende. ¡Había telefoneado a Luca!

—Espero conocer a su hija y volver a ver a Enzo pronto —dijo Luca—. Le diré a mi secretario que se ocupe de organizarlo todo. Para recurrir a sus servicios será necesario que firmemos un contrato. Espero que lo encuentre adecuado. La naturaleza de nuestras actividades, así como el coste de formar un piloto de pruebas…

—Entiendo. —Denny hablaba y sonreía, vertiendo masa de avena con pasas sobre una bandeja de horno.

—¿Le parecería bien un contrato de tres años? —preguntó Luca—. ¿Su hija estaría dispuesta a vivir en Italia? Si no la quiere enviar a un colegio italiano, hay uno estadounidense aquí.

—Me dijo que quiere probar en un colegio italiano —dijo Denny—. Veremos cómo le va. En cualquier caso, sabe que será una gran aventura y está entusiasmada. Está estudiando un libro de frases italianas sencillas para niños que le compré. Dice que ya sabe lo suficiente como para pedir una pizza en Maranello, y la pizza le encanta.

Bene! ¡A mí también me encanta la pizza! Me agrada el modo de pensar de su hija, Denny. Me hace muy feliz formar parte del inicio de su nueva vida.

Ayudándose con una cuchara, Denny siguió derramando masa en la bandeja, casi como si se hubiese olvidado del teléfono.

—Mi secretario se pondrá en contacto con usted, Denny. Seguramente nos veamos de aquí a unas semanas.

—Sí, Luca, gracias. —Plop-plop: más masa a la bandeja—. Luca…

—¿Sí?

—¿Ahora me puede decir por qué se fijó en mí?

Otra larga pausa.

—Preferiría decírtelo…

—Sí, Luca, lo sé. Ya lo sé. En su casa. Pero me ayudaría mucho que encontrase la forma de decírmelo ahora. Para mi propia tranquilidad.

—Entiendo su necesidad —afirmó Luca—. Y se lo diré. Hace muchos años, cuando falleció mi mujer, estuve a punto de morir de pena.

—Lo siento. —Denny ya no trabajaba en la masa de los bizcochos. Sólo escuchaba.

—Gracias —dijo Luca—. Tardé mucho tiempo en comprender cómo debía responder a las personas que me daban sus condolencias. Es algo aparentemente sencillo, pero produce mucho dolor. Estoy seguro de que me entiende.

—Así es —asintió Denny.

—Yo hubiese muerto de pena, de no haber sido porque apareció un mentor que me tendió su mano. ¿Entiende? Quien me precedió en esta compañía me ofreció trabajo, me propuso que condujera para él. Me salvó la vida, y creo que en cierta medida también salvó a mis hijos. Ese hombre falleció hace poco. Era muy viejo. Pero a veces aún veo su rostro, oigo su voz, lo recuerdo. Creo que lo que me dio no es algo que deba quedarme. Mi deber es pasárselo a otro. Por eso me siento afortunado por poder tenderle la mano. Se lo debo a aquel hombre.

Denny se quedó mirando al teléfono como si viese a Luca en él.

—Gracias, Luca. Por su mano, y por contarme por qué me la tendió.

—Amigo mío —dijo Luca—, el placer es mío. Bienvenido a Ferrari. Le aseguro que no querrá marcharse.

Se despidieron, y Denny colgó el teléfono con el meñique. Se acuclilló y me tendió sus manos llenas de masa, que lamí obedientemente hasta dejarlas limpias.

—A veces creo. —Le escuché mientras yo disfrutaba de la dulzura de sus manos, sus dedos, sus envidiables pulgares oponibles—. A veces realmente tengo fe.