En los días siguientes, surgió mucha información, gracias a Mike, que acosaba a preguntas a Denny, sin ceder hasta que obtenía respuesta. Acerca de la ceguera de su madre, que le sobrevino cuando él era niño. Cuidó de ella hasta que, al terminar la secundaria, se marchó de su casa. Información sobre cómo su padre le dijo que, si no se quedaba para ayudar con la granja y con su madre, no tenía sentido que mantuvieran contacto alguno. De cómo Denny los telefoneó durante años por Navidad, y cómo su madre, al atender el teléfono, se quedaba escuchando sin hablarle; hasta que, una vez, al cabo de años de llamadas, le respondió, preguntándole cómo le iba y si era feliz.
Me enteré de que los padres de Denny no habían pagado su curso de preparación en Francia, como él decía. Lo pagó él mismo con un préstamo hipotecario que tomó sobre nuestra casa. Me enteré de que sus padres no habían contribuido al patrocinio de su temporada en la categoría de turismos, como dijo Denny. Él, a instancias de Eve, lo pagó con una segunda hipoteca.
Siempre viviendo al límite. Al borde de la ruina. Hasta el punto de telefonear a su madre ciega para pedirle ayuda, cualquier clase de ayuda para conservar a su hija. Y me enteré de que ella le respondió que lo daría todo por conocer a su nieta. Sus manos sobre el rostro esperanzado de Zoë; sus lágrimas sobre el vestido de Zoë.
—Una historia triste. —Mike se quedó en silencio, sirviéndose otra copita de tequila.
—En realidad —dijo Denny, estudiando su lata de refresco—, creo que tiene un final feliz.